NUEVOS HORIZONTES (PARTE 1)
Hacía ya unas semanas que Gonzalo y María
habían llegado al pequeño pueblo costero de Santa Marta, al oeste de La Habana
y situado frente a la bahía de Cárdenas. El lugar perfecto para pasar
desapercibidos y vivir tranquilamente lejos de las maldades de la Montenegro.
Allí, el hermano de Gonzalo, Tristán, tenía
su casa; una gran hacienda llamada “Casablanca”, que se asentaba en la falda de
la montaña, a las afueras del pueblo, y gracias a la cual la mayoría de los
aldeanos de Santa Marta y de las aldeas de alrededor disponían de trabajo todo
el año; ya fuese en la propia casa o en las tierras de la finca.
Tristán Castro no podía quejarse de su buena
situación económica, ya que se encontraba entre los terratenientes más ricos de
la comarca. El hijo de Tristán y doña Pilar le había ofrecido a su hermano
quedarse a vivir con él y su mujer, doña Clara, en la hacienda.
En un principio, Gonzalo y María habían
permanecido junto a ellos, pero ambos tenían claro que deseaban tener su propio
hogar. De manera que en cuanto les fue posible adquirieron una bonita casa, en
la parte baja del pueblo, cerca de la playa, desde cuyo jardín podían ver cada
mañana los primeros rayos de sol emerger luminosos en el horizonte a través de
las cristalinas aguas del océano. Y en unos días la pareja se trasladaría
definitivamente a vivir allí, cuando terminasen los arreglos que necesitaba.
Pero para mantener la casa, debían encontrar
un trabajo. Por eso Gonzalo había estado informándose en las haciendas vecinas
y en otros pueblos de alrededor; buscando faena en ellos, ya fuese como un
simple jornalero o de lo que fuera menester. El joven no le tenía miedo al
trabajo duro pues estaba acostumbrado a él desde pequeño, a los sacrificios y a
las penurias; y aunque en los últimos tiempos había vivido rodeado de ciertos
lujos en el Jaral, como un terrateniente, Gonzalo no olvidaba lo duro que era
no poder llevarse ni un chusco de pan a la boca. Tenía una familia a la que
sacar adelante, y lo lograría.
Por su parte, María, a diferencia de
Gonzalo, había pasado una infancia relativamente más tranquila, sin conocer las
durezas de la vida; pero no por ello no era capaz de acomodarse a una vida
sencilla y sin lujos. Porque si algo tenía la joven grabadas a fuego en su
mente, eran las enseñanzas de sus padres, abuela y tía, quienes le habían
inculcado el valor de las cosas.
Y por ello, María también quería aportar su
granito de arena; aunque todavía no sabía cómo. Además, siendo mujer, lo tenía
más complicado que Gonzalo.
Pero afortunadamente, el sino de ambos había
cambiado. Parecía que las desgracias y sufrimientos habían quedado atrás, en
Puente Viejo, pues en cuanto Tristán se enteró de lo que ambos pretendían, no
dudó ni un instante en ofrecerle a Gonzalo un trabajo junto a él, en su
hacienda.
Su hermano, sin embargo, no quería
favoritismos y aceptó a oferta con la condición de comenzar a trabajar desde
abajo, como un jornalero más. No quería que las gentes le respetasen por ser el
hermano del dueño, sino que deseaba ganarse su respeto por comprenderles y
apoyarles. Además, comenzando desde abajo, conocería en profundidad las fincas,
estudiaría los tiempos de las cosechas, la siembra… se empaparía de todo lo
necesario para entender y amar aquellas tierras como había hecho con las de su
padre allá en Puente Viejo.
De forma que a Tristán no le quedó más
remedio que aceptar el trato si quería tener a su hermano cerca de él.
Sin embargo, el día que Gonzalo iba a
comenzar, las actividades en la hacienda se detuvieron por un desafortunado
accidente. El capataz de la hacienda había sufrido un infarto en las
caballerizas y tuvo que ser trasladado de urgencias al hospital de La Habana,
donde nada pudieron hacer ya por él.
Por lo que supo Gonzalo, el hombre era muy
apreciado entre los trabajadores, ya que había sabido llevar las fincas con
mano firme y dura, cuando era necesario, y mostrar su lado más humano con la
gente cuando le habían necesitado. Un gran hombre cuyo recuerdo sería muy
difícil de borrar entre los trabajadores de la hacienda; y cuyo sucesor lo tendría
muy complicado para estar a su altura.
Así que Gonzalo pospuso su entrada para dos
días después, cuando las aguas volviesen a su cauce. Había quedado con Tristán
en las caballerizas para la tarde, pues entonces le presentaría al nuevo
capataz, para ponerse a sus órdenes.
Esa mañana, Gonzalo aprovechó que María
había ido al pueblo a comprar unas cosas para la casa, para acercarse a una de
las fincas más cercanas al río y observar a los trabajadores mientras estaban
con la siembra.
El sol de Cuba no era tan benevolente como
el de España. Quemaba más, caía pesado desde primeras horas y asfixiaba con
fuerza en las partes sin sombra, volviendo el aire casi irrespirable.
El joven se acercó al río para refrescarse
un poco. El contacto del agua sobre su rostro le supo a gloria, despertándole
de golpe. Entonces escuchó un leve chasquido de ramas, cerca de él y se volvió,
encontrándose con un niño, de apenas diez años que trataba de sacar un cubo de
agua, con cierta dificultad.
Gonzalo no lo dudó ni un instante, se acercó
al muchacho y sin mediar palabra le ayudó a sacar aquel cubo.
-Gracias, señor –le dijo el niño, cuyos ojos
grandes brillaron inocentemente.
El hermano de Tristán le observó unos segundos.
Era alto y bastante delgado; pero sus brazos, tan finos como algunas de las
ramas bajas de los árboles se adivinaban fuertes, curtidos por el duro trabajo
físico. Llevaba la frente mascarada de negro, seguramente por el hollín de
alguna chimenea, y sus ropas estaban desgarradas por algunos sitios.
-¿Dónde llevas ese cubo? –le preguntó
Gonzalo, secándose las gotas de agua que se le habían quedado en la frente, con
un pañuelo-. ¿Es para los jornaleros de la finca?
El niño negó, enérgicamente, con la cabeza.
-Es para mi casa –se volvió a mirar río
arriba con sus grandes ojos verdes-. Está tras esos campos.
El joven trató de otear en la dirección
señalada pero no pudo ver nada; tan solo un manto de árboles que cubrían la
montaña.
-¿Y vienes hasta aquí a buscar el agua?
–inquirió sorprendido por el largo recorrido que debía de hacer aquel niño
todos los días para recoger agua.
-Sí –le confirmó el niño-. Varias veces al
día. El río no pasa más cerca. Y si no vengo yo, viene mi hermano mayor.
-¿Cómo te llamas?
-León –declaró el niño con orgullo.
-León –murmuró Gonzalo, recordando a otra
persona de su pasado que se llamaba igual-. Deja que te acompañe y te lleve el
cubo hasta allí. ¿Te parece?
El niño se encogió de hombros.
-No es necesario señor. Yo puedo con él. Soy
fuerte.
El esposo de María no había querido
ofenderle con su ofrecimiento, así que trató de convencerle por otro camino.
-Seguro que sí –convino, sonriéndole-. Pero
me gustaría acompañarte igualmente.
León se mordió el labio inferior, sopesando
sus opciones. ¿Qué diría su padre si le veía llegar con un forastero? Sin
embargo… le vendría bien librarse de un viaje acarreando con el agua.
-Sígame –convino finalmente el muchacho.
Gonzalo le cogió el cubo y caminó a su lado,
ribera arriba.
†
En el centro del pueblo, la actividad bullía
desde primera hora de la mañana.
María había acudido al mercadillo que cada
jueves instalaban en la plaza de Santa Marta, para comprar algunas cosas que
necesitaba para su nuevo hogar. La joven llevaba a Esperanza en brazos, pues la
niña aún era demasiado pequeña y se cansaba enseguida.
Se acercó a uno de los puestos donde vendían
unas telas, pues necesitaba comprar sábanas y otros utensilios para
confeccionar unas cortinas.
-Esa tela es de muy buena calidad –le comentó
una joven que se detuvo en la misma parada.
María se volvió y se encontró con una mujer,
poco mayor que ella, de ropas humildes y que portaba un capazo vacío.
-¿Sabe de telas? –le preguntó ella, cambiándose
a Esperanza de brazo.
-Algo –la joven se encogió de hombros-. Yo
misma estoy confeccionando todo mi ajuar para cuando me case –se acercó a tocar
la tela que María había estado revisando, y la observó con ojo crítico-. Y ésta es de algodón puro. Le durará mucho y aquí es lo que más se utiliza.
María podía no haberse fiado de las palabras
de aquella extraña, que sin más se había acercado a ella. ¿Quién no le decía
que todo era una estrategia y que la joven estaba compinchada con la vendedora
para engañarla?
-Confiaré pues en su criterio –convino la
esposa de Gonzalo, dándole una oportunidad a aquella mujer, pues en su mirada
se atisbaba un alma de buen corazón.
Se volvió hacia la dueña del puesto y le
pidió que le pusiera aquellas telas.
Con la compra realizada, María y la mujer
caminaron hacia otros puestos.
-Disculpe si me entrometo donde no me
llaman, ¿pero usted no es de por acá? –declaró la mujer, deteniéndose a mirar
en un puesto de frutas.
-No. Llegué hace unas semanas con mi esposo
–le explicó María con cautela-. ¿Y… usted?
-Yo vivo acá desde pequeña –abandonaron el
puesto y siguieron con la ronda-. Mi familia es de Santa Marta.
Se detuvieron frente a un edificio de una
planta y paredes blancas como la cal, que parecía abandonado. María lo había
visto en otras ocasiones, sin embargo solo en ese instante se dio cuenta de que
tenía las ventanas tapiadas.
-¿Qué es este lugar? –se interesó de
repente.
La mujer lo miró.
-La vieja escuela. Cerró hace muchos años.
Yo todavía era chica. Ni siquiera pude acudir a ella, aunque creo que mis
padres no me hubiesen dejado de todos modos.
-Entonces… -se volvió hacia la mujer, sin poder
creer lo que estaba oyendo-. ¿No hay escuela aquí? ¿Dónde van los niños a
aprender a leer y a escribir?
La mujer suspiró, mientras una mezcla de
tristeza y pesar cruzaba por su mirada.
-Los hijos de los terratenientes van a la
escuela de San Pablo o del pueblo de Cárdenas.
-¿Y… el resto? –sin necesidad de que le
respondiese, María ya intuía cuál iba a ser la respuesta.
La mujer no respondió, pero en su mirada, la
esposa de Gonzalo vio la verdad: el resto de los niños de Santa Marta no iban a
la escuela, ya fuese porque sus padres no querían o porque llevarlos hasta los
pueblos adyacentes era una incomodidad demasiado grande para la gente sin
recursos como ellos.
CONTINUARÁ...
Gracias Mel, por hacernos disfrutar de esta hermosa pareja y demostrar que hay vida más allá de Puente Viejo y que vida!!!! Viva Cuba!!!!
ResponderEliminarGracias por tus palabras Lus!!! Y por supuesto que hay vida más allá de PV, pero VIDA con mayúsculas ;)
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