lunes, 5 de octubre de 2015

NUEVOS HORIZONTES (PARTE 1) 
Hacía ya unas semanas que Gonzalo y María habían llegado al pequeño pueblo costero de Santa Marta, al oeste de La Habana y situado frente a la bahía de Cárdenas. El lugar perfecto para pasar desapercibidos y vivir tranquilamente lejos de las maldades de la Montenegro.
Allí, el hermano de Gonzalo, Tristán, tenía su casa; una gran hacienda llamada “Casablanca”, que se asentaba en la falda de la montaña, a las afueras del pueblo, y gracias a la cual la mayoría de los aldeanos de Santa Marta y de las aldeas de alrededor disponían de trabajo todo el año; ya fuese en la propia casa o en las tierras de la finca.
Tristán Castro no podía quejarse de su buena situación económica, ya que se encontraba entre los terratenientes más ricos de la comarca. El hijo de Tristán y doña Pilar le había ofrecido a su hermano quedarse a vivir con él y su mujer, doña Clara, en la hacienda.
En un principio, Gonzalo y María habían permanecido junto a ellos, pero ambos tenían claro que deseaban tener su propio hogar. De manera que en cuanto les fue posible adquirieron una bonita casa, en la parte baja del pueblo, cerca de la playa, desde cuyo jardín podían ver cada mañana los primeros rayos de sol emerger luminosos en el horizonte a través de las cristalinas aguas del océano. Y en unos días la pareja se trasladaría definitivamente a vivir allí, cuando terminasen los arreglos que necesitaba.
Pero para mantener la casa, debían encontrar un trabajo. Por eso Gonzalo había estado informándose en las haciendas vecinas y en otros pueblos de alrededor; buscando faena en ellos, ya fuese como un simple jornalero o de lo que fuera menester. El joven no le tenía miedo al trabajo duro pues estaba acostumbrado a él desde pequeño, a los sacrificios y a las penurias; y aunque en los últimos tiempos había vivido rodeado de ciertos lujos en el Jaral, como un terrateniente, Gonzalo no olvidaba lo duro que era no poder llevarse ni un chusco de pan a la boca. Tenía una familia a la que sacar adelante, y lo lograría.
Por su parte, María, a diferencia de Gonzalo, había pasado una infancia relativamente más tranquila, sin conocer las durezas de la vida; pero no por ello no era capaz de acomodarse a una vida sencilla y sin lujos. Porque si algo tenía la joven grabadas a fuego en su mente, eran las enseñanzas de sus padres, abuela y tía, quienes le habían inculcado el valor de las cosas.
Y por ello, María también quería aportar su granito de arena; aunque todavía no sabía cómo. Además, siendo mujer, lo tenía más complicado que Gonzalo.
Pero afortunadamente, el sino de ambos había cambiado. Parecía que las desgracias y sufrimientos habían quedado atrás, en Puente Viejo, pues en cuanto Tristán se enteró de lo que ambos pretendían, no dudó ni un instante en ofrecerle a Gonzalo un trabajo junto a él, en su hacienda.
Su hermano, sin embargo, no quería favoritismos y aceptó a oferta con la condición de comenzar a trabajar desde abajo, como un jornalero más. No quería que las gentes le respetasen por ser el hermano del dueño, sino que deseaba ganarse su respeto por comprenderles y apoyarles. Además, comenzando desde abajo, conocería en profundidad las fincas, estudiaría los tiempos de las cosechas, la siembra… se empaparía de todo lo necesario para entender y amar aquellas tierras como había hecho con las de su padre allá en Puente Viejo.
De forma que a Tristán no le quedó más remedio que aceptar el trato si quería tener a su hermano cerca de él.
Sin embargo, el día que Gonzalo iba a comenzar, las actividades en la hacienda se detuvieron por un desafortunado accidente. El capataz de la hacienda había sufrido un infarto en las caballerizas y tuvo que ser trasladado de urgencias al hospital de La Habana, donde nada pudieron hacer ya por él.
Por lo que supo Gonzalo, el hombre era muy apreciado entre los trabajadores, ya que había sabido llevar las fincas con mano firme y dura, cuando era necesario, y mostrar su lado más humano con la gente cuando le habían necesitado. Un gran hombre cuyo recuerdo sería muy difícil de borrar entre los trabajadores de la hacienda; y cuyo sucesor lo tendría muy complicado para estar a su altura.
Así que Gonzalo pospuso su entrada para dos días después, cuando las aguas volviesen a su cauce. Había quedado con Tristán en las caballerizas para la tarde, pues entonces le presentaría al nuevo capataz, para ponerse a sus órdenes.
Esa mañana, Gonzalo aprovechó que María había ido al pueblo a comprar unas cosas para la casa, para acercarse a una de las fincas más cercanas al río y observar a los trabajadores mientras estaban con la siembra.
El sol de Cuba no era tan benevolente como el de España. Quemaba más, caía pesado desde primeras horas y asfixiaba con fuerza en las partes sin sombra, volviendo el aire casi irrespirable.
El joven se acercó al río para refrescarse un poco. El contacto del agua sobre su rostro le supo a gloria, despertándole de golpe. Entonces escuchó un leve chasquido de ramas, cerca de él y se volvió, encontrándose con un niño, de apenas diez años que trataba de sacar un cubo de agua, con cierta dificultad.
Gonzalo no lo dudó ni un instante, se acercó al muchacho y sin mediar palabra le ayudó a sacar aquel cubo.
-Gracias, señor –le dijo el niño, cuyos ojos grandes brillaron inocentemente.
El hermano de Tristán le observó unos segundos. Era alto y bastante delgado; pero sus brazos, tan finos como algunas de las ramas bajas de los árboles se adivinaban fuertes, curtidos por el duro trabajo físico. Llevaba la frente mascarada de negro, seguramente por el hollín de alguna chimenea, y sus ropas estaban desgarradas por algunos sitios.
-¿Dónde llevas ese cubo? –le preguntó Gonzalo, secándose las gotas de agua que se le habían quedado en la frente, con un pañuelo-. ¿Es para los jornaleros de la finca?
El niño negó, enérgicamente, con la cabeza.
-Es para mi casa –se volvió a mirar río arriba con sus grandes ojos verdes-. Está tras esos campos.
El joven trató de otear en la dirección señalada pero no pudo ver nada; tan solo un manto de árboles que cubrían la montaña.
-¿Y vienes hasta aquí a buscar el agua? –inquirió sorprendido por el largo recorrido que debía de hacer aquel niño todos los días para recoger agua.
-Sí –le confirmó el niño-. Varias veces al día. El río no pasa más cerca. Y si no vengo yo, viene mi hermano mayor.
-¿Cómo te llamas?
-León –declaró el niño con orgullo.
-León –murmuró Gonzalo, recordando a otra persona de su pasado que se llamaba igual-. Deja que te acompañe y te lleve el cubo hasta allí. ¿Te parece?
El niño se encogió de hombros.
-No es necesario señor. Yo puedo con él. Soy fuerte.
El esposo de María no había querido ofenderle con su ofrecimiento, así que trató de convencerle por otro camino.
-Seguro que sí –convino, sonriéndole-. Pero me gustaría acompañarte igualmente.
León se mordió el labio inferior, sopesando sus opciones. ¿Qué diría su padre si le veía llegar con un forastero? Sin embargo… le vendría bien librarse de un viaje acarreando con el agua.
-Sígame –convino finalmente el muchacho.
Gonzalo le cogió el cubo y caminó a su lado, ribera arriba.
En el centro del pueblo, la actividad bullía desde primera hora de la mañana.
María había acudido al mercadillo que cada jueves instalaban en la plaza de Santa Marta, para comprar algunas cosas que necesitaba para su nuevo hogar. La joven llevaba a Esperanza en brazos, pues la niña aún era demasiado pequeña y se cansaba enseguida.
Se acercó a uno de los puestos donde vendían unas telas, pues necesitaba comprar sábanas y otros utensilios para confeccionar unas cortinas.
-Esa tela es de muy buena calidad –le comentó una joven que se detuvo en la misma parada.
María se volvió y se encontró con una mujer, poco mayor que ella, de ropas humildes y que portaba un capazo vacío.
-¿Sabe de telas? –le preguntó ella, cambiándose a Esperanza de brazo.
-Algo –la joven se encogió de hombros-. Yo misma estoy confeccionando todo mi ajuar para cuando me case –se acercó a tocar la tela que María había estado revisando, y la observó con ojo crítico-. Y ésta es de algodón puro. Le durará mucho y aquí es lo que más se utiliza.
María podía no haberse fiado de las palabras de aquella extraña, que sin más se había acercado a ella. ¿Quién no le decía que todo era una estrategia y que la joven estaba compinchada con la vendedora para engañarla?
-Confiaré pues en su criterio –convino la esposa de Gonzalo, dándole una oportunidad a aquella mujer, pues en su mirada se atisbaba un alma de buen corazón.
Se volvió hacia la dueña del puesto y le pidió que le pusiera aquellas telas.
Con la compra realizada, María y la mujer caminaron hacia otros puestos.
-Disculpe si me entrometo donde no me llaman, ¿pero usted no es de por acá? –declaró la mujer, deteniéndose a mirar en un puesto de frutas.
-No. Llegué hace unas semanas con mi esposo –le explicó María con cautela-. ¿Y… usted?
-Yo vivo acá desde pequeña –abandonaron el puesto y siguieron con la ronda-. Mi familia es de Santa Marta.
Se detuvieron frente a un edificio de una planta y paredes blancas como la cal, que parecía abandonado. María lo había visto en otras ocasiones, sin embargo solo en ese instante se dio cuenta de que tenía las ventanas tapiadas.
-¿Qué es este lugar? –se interesó de repente.
La mujer lo miró.
-La vieja escuela. Cerró hace muchos años. Yo todavía era chica. Ni siquiera pude acudir a ella, aunque creo que mis padres no me hubiesen dejado de todos modos.
-Entonces… -se volvió hacia la mujer, sin poder creer lo que estaba oyendo-. ¿No hay escuela aquí? ¿Dónde van los niños a aprender a leer y a escribir?
La mujer suspiró, mientras una mezcla de tristeza y pesar cruzaba por su mirada.
-Los hijos de los terratenientes van a la escuela de San Pablo o del pueblo de Cárdenas.
-¿Y… el resto? –sin necesidad de que le respondiese, María ya intuía cuál iba a ser la respuesta.

La mujer no respondió, pero en su mirada, la esposa de Gonzalo vio la verdad: el resto de los niños de Santa Marta no iban a la escuela, ya fuese porque sus padres no querían o porque llevarlos hasta los pueblos adyacentes era una incomodidad demasiado grande para la gente sin recursos como ellos.

CONTINUARÁ...

2 comentarios:

  1. Gracias Mel, por hacernos disfrutar de esta hermosa pareja y demostrar que hay vida más allá de Puente Viejo y que vida!!!! Viva Cuba!!!!

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    1. Gracias por tus palabras Lus!!! Y por supuesto que hay vida más allá de PV, pero VIDA con mayúsculas ;)

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