domingo, 18 de octubre de 2015

LA SIRENA BLANCA (PARTE 2) 
Esa noche, la playa de Santa Marta se vistió con sus mejores galas. Una inmensa hoguera se alzaba poderosa, en altas llamas que ascendían en una perfecta columna rojiza, queriendo lamer el firmamento estrellado.
Como en muchos otros pueblos y aldeas de alrededor, el pueblo celebraba la llegada del verano. Se trataba de una fiesta pagana, en la que los aldeanos se reunían junto al fuego y bailaban, a su alrededor, danzas antiguas para apartar los malos espíritus que habían ido acumulando durante la primavera y así recibir al verano con el alma limpia.
María se encontraba en el cuarto de los niños, leyéndole la última frase de un cuento a Esperanza, quien había sucumbido ya al sueño.
-“… y fueron felices y comieron perdices” –recitó en un susurro, cerrando el libro.
Se volvió hacia la pequeña y le dio un suave beso en la frente a la vez que le apartaba un mechón de pelo negro de su dulce carita.
-Buenas noches, mi niña.
Cerca de la cama de la pequeña, se hallaba la cuna de Martín, quien llevaba dormido ya un par de horas. María se acercó para cerciorarse de que el niño seguía durmiendo con tranquilidad.
Su rostro infantil sonreía débilmente. Su madre estaba arropándole de nuevo cuando Gonzalo entró en el cuarto.
-¿Ya se ha dormido? –le preguntó él, acercándose a la cuna.
-Esperanza hace poco –su esposa se volvió hacia él-. Quería que le contase un cuento. Ya la conoces. Pero no ha aguantado más que un par de páginas. Estaba rendida.
Gonzalo sonrió, mirando en dirección a su hija.
-No me extraña. Me ha dicho Margarita que se ha pasado toda la tarde saltando en el jardín, persiguiendo a Ramita –negó con la cabeza divertido-. Pobre lorito va a terminar cansado de ella.
De repente se escuchó una pequeña explosión en el cielo, que iluminó el firmamento con diminutos destellos dorados. Ambos se volvieron hacia la ventana.
-Ya han comenzado los fuegos artificiales –dijo Gonzalo.
-Al parecer han encendido hasta una hoguera en la playa –le explicó María-. Me ha contado Teresa que se trata de una vieja tradición para que la gente pueda purificar su alma con la llegada del verano.
-Sí, eso dicen –convino él-. Y que realizan cantos y bailes a su alrededor para ahuyentar a los malos espíritus –la cogió por la cintura y María se volvió a mirarle-. ¿Te gustaría que fuéramos a verlo?
Su esposa ladeó la cabeza.
-¿Ahora? –se extrañó ella-. Pero si deben de estar terminando.
-Andrés me contó que esta fiesta dura toda la noche.
-¿Y… los niños? ¿Con quién los dejamos? Te recuerdo que Margarita tiene la noche libre y…
Justo en ese instante escucharon la puerta de la cocina abrirse con suavidad. Ambos se quedaron mirando unos segundos, preocupados. Gonzalo le hizo un gesto con el dedo a María para que no hiciera ruido y él salió del cuarto. La joven se quedó con los niños mientras su corazón latía con fuerza, temiendo que algún ladrón hubiese entrado en la casa y que Gonzalo fuera a enfrentarse a él.
La espera se le hizo eterna, y la falta de ruidos extraños no ayudaba a disipar su temor.
Cuando por fin la puerta volvió a abrirse, Gonzalo entró en el cuarto junto a doncella.
-Era Margarita –le explicó a María, quién soltó un suspiro, aliviada.
-Siento haberles preocupado, señora –se disculpó la buena mujer con la cabeza gacha-. No era mi intención asustarles.
-No te preocupes. Pero… ¿No ibas a estar en la playa, junto a tu familia?
-Sí, señora –afirmó Margarita-. Y así ha sido. Pero una ya no es lo que era y… después de ver la danza de la purificación he decidido retirarme.
-Pues… -comenzó a decir Gonzalo, mirando de reojo a su esposa-. Nosotros estábamos hablando de ir a ver la hoguera, pero no teníamos a nadie con quien dejar a los niños.
Margarita sonrió levemente.
-No se preocupe, señor. Pueden marchar sin problema, que yo me ocuparé de ellos.
-¿Estás segura? –preguntó María, sin tenerlas todas con ella-. No quiero abusar de ti y si estás cansada…
-Vayan y disfruten con el resto –le cortó la doncella, solícita-. Una está cansada para esos trotes pero todavía puedo aguantar para vigilar a estos angelitos.
-No tardaremos –declaró la esposa de Gonzalo, agradecida por el gesto-. Tan solo queremos ver el ambiente.
Finalmente, Gonzalo y María bajaron a la playa y se acercaron a la gran hoguera donde las jóvenes solteras bailaban unos compases extraños que les hacía mover el cuerpo de manera extraña mientras una mujer mayor pasaba de unas a otras con unas ramas que agitaba frente a ellas, como si tratase de alejar algo de las jóvenes.
-¿Y dices que el doctor no ha querido darle el alta? –la pregunta llegó hasta Gonzalo de repente, quien no pudo por más que escuchar la conversación.
-Así es –afirmó una voz joven tras ellos-. El doctor ha dicho que ha sufrido un fuerte golpe en la cabeza y que quería tenerlo vigilado las próximas horas.
-¿Y sigue diciendo que se resbaló, no?
-Eso afirma el viejo. Pero a saber… igual vio a esa mujer y de la impresión cayó al suelo y se golpeó la cabeza.
-Mal día ha elegido el viejo José para ir a la isla. La noche del solsticio.
-… y no olvides que hay luna llena.
-Esa es otra –chasqueó la lengua, contrariado-. Por mucho que se reafirme en decir que se resbaló, nadie va a creerle cuando todo apunta a que se debió a esa sirena.
-Gonzalo, ¿ocurre algo? –le preguntó María, viendo su rostro serio y concentrado.
-Nada, cariño. Nada –le sonrió él, tratando de alejar aquella conversación de su mente.
La pareja se quedó un rato observando aquellos rituales de purificación tan desconocidos para ellos. Luego decidieron alejarse un poco del lugar y se sentaron sobre la arena.
-¿Vas a contarme ahora a que ha venido el mohín de antes? –le pidió María inmediatamente; y es que no había creído sus palabras-. Te conozco de sobra y sé que algo te ha pasado. Cuando hemos llegado a la hoguera estabas contento y de repente… ha debido de pasar algo para que cambiases el semblante.
-No se te puede ocultar nada –murmuró él, con una sonrisa-. Está bien, te lo contaré. Verás…
Y le contó lo sucedido esa tarde con el viejo José y los rumores que corrían entre los aldeanos de que se debía a una sirena que aparecía en la isla.
-¿Una sirena? –preguntó ella, con escepticismo-. ¿No me digas que ahora vas a creer en sirenas, Gonzalo?
-Da igual lo que yo crea o no –declaró él-. El caso es que la gente anda revuelta pensando que ha vuelto a aparecer.
-¿Y qué es lo que creen, que ha tratado de seducir al viejo José con su hermoso canto? –se burló María, quien había leído infinidad de historias sobre sirenas, quienes hacían enloquecer a los náufragos con su canto embrujado.
-Yo también creía que se trataba de algo así –afirmó su esposo mirando hacia el mar en calma. En el horizonte comenzaba a atisbarse una luminosidad plateada. Muy pronto saldría la luna llena, bañando el mar con su esplendor-. Pero Andrés me ha contado la historia, y no es lo que imaginaba.
-Al final vas a despertar mi curiosidad, Gonzalo –le confesó ella, con un dejo divertido-. ¿Qué cuenta esa historia?
-¿Ahora quieres oírla? –se burló él, mirándola fijamente.
-Por simple curiosidad –se defendió María.
Su esposo la observó un instante, haciéndose el interesante y finalmente accedió.
-Verás… –cogió la mano de María entra las suyas y la acarició mientras le contaba la historia de la Sirena Blanca.
“Cuenta la leyenda que hace muchos años, un pescador salió una noche de luna llena a faenar en las aguas que rodeaban la Cala de la Concha Negra, conocida con ese nombre por sus oscuras rocas. El cielo estaba completamente despejado y las aguas iluminadas por la luz de la luna.
El hombre estaba tan absorto en su trabajo que no se percató que se aproximaba una tormenta y cuando quiso darse cuenta, ya la tenía encima. El cielo se había oscurecido y las gotas de lluvia caían sobre él como piedras afiladas.
El pescador quiso regresar a puerto pero las aguas estaban tan embravecidas que por mucho que trató de tomar la dirección correcta, el barco se negó a obedecer y comenzó a dar bandazos que le condujeron hacia las rocas oscuras, donde quedó varado. El hombre esperaba que de un momento a otro la tormenta cesara, pero cada vez caía con más fuerza y no tenía pinta de que fuese a terminar pronto.
En ese instante, cuando todo a su alrededor era agua y oscuridad, vislumbró a lo lejos, en medio del mar un extraño resplandor, como si se tratase de un faro nacido del agua.
A medida que la luz tomaba cuerpo, la tormenta comenzó a menguar y las aguas se calmaron de repente, aunque el cielo continuaba encapotado y sin las estrellas como guía no podía regresar a casa.
El pescador intrigado por aquella luz, tomó las riendas de su barco y se dirigió hacia el lugar. Pero si esperaba encontrarse con un faro u otro barco, al llegar allí tan solo encontró las aguas del mar. Sin embargo, descubrió que el resplandor provenía del fondo. Una luminosidad que crecía por momentos, hasta que comprendió que aquella luz estaba saliendo a flote, ascendiendo desde lo más hondo del océano.
Con el corazón contraído de temor, esperó pacientemente a que aquello que resplandecía tanto llegase a la superficie. Y cuál fue su sorpresa cuando una diminuta lenteja luminosa, quedó flotando en la superficie calma del mar.
El hombre la cogió con manos temblorosas y la observó, extrañado porque nunca antes había visto algo tan hermoso y a la vez tan enigmático. La luz que emitía era tan intensa que creyó que le cegaría, sin embargo, de repente se atenuó y pudo comprobar que aquello que había tomado por una lenteja era en realidad una escama blanca. Tan blanca como la cal y que contenía una luz plateada. ¿Pero… de dónde procedía aquella escama?
Como guiado por un resorte, el pescador se volvió hacia la cala, y vio el mismo resplandor saliendo de las rocas donde había estado varado.
Desde la lejanía no podía ver bien el origen de aquella luminosidad mucho más intensa, pues parecía que miles de escamas se habían encendido de repente. Sin embargo, aquella luz que desafiaba la oscuridad de la noche le permitió descubrir el rostro de una hermosa mujer que estaba sentada sobre las rocas y cuyo cabello cobrizo caía sobre sus hombros formando una cascada. De repente, los ojos del pescador se detuvieron en la parte inferior de su cuerpo, descubriendo con horror que allí donde debían estar sus piernas, tan solo estaba una hermosa cola blanca de sirena.
El hombre trató de gritar pero ningún sonido salió de su boca, y  en ese instante vio como la mujer se llevaba la mano a la boca y soplaba. Un gesto que el pescador no comprendió, hasta que lo repitió varias veces: quería que él hiciese lo mismo, que soplara sobre la escama luminosa que latía levemente sobre su palma.
Con gesto tembloroso, el hombre probó lo que le decía e inmediatamente la escama se iluminó con intensidad, creciendo ésta, de tal manera que parecía que fuera a cegarle. Y cuando ya creía que no iba a soportarlo más, cerró los ojos con fuerza.
Cuando supo que el resplandor había terminado, volvió a abrir los ojos y vio, sorprendido, que la luna llena brillaba en lo alto del cielo y que las nubes habían desaparecido por completo, dejando el firmamento estrellado para que el hombre lograra guiarse con ellas.
Solo entonces bajó la mirada hacia la palma de su mano y descubrió que la escama había desaparecido. No estaba. Como tampoco aquella enigmática mujer de cola blanca que momentos antes reposaba sobre las rocas de la isla.
Desde entonces, la Cala de la Concha Negra pasó a ser conocida como la isla de la Sirena Blanca. Y son muchos quienes afirman que tras perderse en alta mar en una noche de luna llena, la sirena les ha ayudado a volver a casa con la luz de sus escamas”.
María había permanecido callada, escuchando atentamente la leyenda de la Sirena Blanca.
-Vaya, has logrado sorprenderme –declaró la joven-. Es una leyenda bastante… original. Teniendo en cuenta que los hombres no caen rendidos a los pies de la sirena ni ésta les embruja con su dulce canto.
-Bueno… si fuese así, tampoco tendrías de qué preocuparte, María.
Su esposa frunció el ceño, sin comprender.
-¿Por qué tendría que preocuparme de una sirena que no existe? –inquirió ella.
-Porque yo no podría caer rendido a sus encantos –declaró él, acercando su rostro al de ella-. Hace tiempo que otra mujer, de mayor belleza, me embrujó. Y desde ese día vivo bajo su hechizo.
La joven sonrió, a la vez que sus mejillas se sonrosaban.
-Serás memo –le susurró antes de besarle, saboreando su declaración.
En ese instante, llegaron hasta ellos unos murmullos de sorpresa, que les llamó la atención.
La gente comenzó a señalar el cielo estrellado, dando de vez en cuando, un grito de júbilo.
Gonzalo ayudó a María a levantarse y ambos trataron de otear en la oscuridad que era aquello que despertaba el interés de la gente.
De pronto, una estrella fugaz cruzó el firmamento, frente a ellos, dejando una estela luminosa sobre sus cabezas.
-¡¿Lo has visto, Gonzalo?! –sonrió María, volviéndose hacia él.
-Sí. Sí, lo he visto. Una estrella fugaz –declaró él, con el corazón alterado.
-¿Has pedido un deseo? –sus ojos brillaron de emoción-. A mí no me ha dado tiempo.
-A mí tampoco. Pero no necesito pedir ningún deseo, pues tengo todo lo que quiero conmigo –murmuró Gonzalo.
Sus miradas se encontraron un segundo. En sus pupilas se reflejaba la luz de la luna llena, dejando traslucir todos los sentimientos que les unían en ese instante.
 A su alrededor, los aldeanos comenzaron a meterse en el agua, bañando sus pies, pues según decían, era la manera de purificar su alma y su cuerpo.
La pareja se cogió de la mano y se encaminaron hacia la orilla, dejando que el agua les bañara como al resto. Incluso se atrevieron a saltar alguna de las olas como habían visto hacer a un par de jóvenes, no muy lejos.
En el segundo intento, María estuvo a punto de perder el equilibrio, pero Gonzalo siempre atento, evitó que cayese al agua, cogiéndola por la cintura. Ambos quedaron abrazados.
-Menos mal que siempre está a mi lado para que nada me ocurra –le dijo ella, dejándose rodear por sus brazos, mientras el agua mecía sus cuerpos, bañándoles hasta los tobillos.
-Y así será siempre –le prometió Gonzalo-. Juntos por toda la eternidad.
-¿Me lo prometes?
-¿Acaso he fallado alguna vez a mi palabra?
-Nunca –certificó su esposa, feliz por ello.
Sus labios se unieron en un dulce beso, promesa velada de su amor.
Mientras ellos seguían en su burbuja, a su alrededor, la gente continuó celebrando la llegada del verano, con alegría, cantos y bailes hasta altas horas de la madrugada.




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