LA SIRENA BLANCA (PARTE 2)
Esa noche, la playa de Santa Marta se vistió
con sus mejores galas. Una inmensa hoguera se alzaba poderosa, en altas llamas
que ascendían en una perfecta columna rojiza, queriendo lamer el firmamento
estrellado.
Como en muchos otros pueblos y aldeas de
alrededor, el pueblo celebraba la llegada del verano. Se trataba de una fiesta
pagana, en la que los aldeanos se reunían junto al fuego y bailaban, a su
alrededor, danzas antiguas para apartar los malos espíritus que habían ido
acumulando durante la primavera y así recibir al verano con el alma limpia.
María se encontraba en el cuarto de los
niños, leyéndole la última frase de un cuento a Esperanza, quien había
sucumbido ya al sueño.
-“… y fueron felices y comieron perdices”
–recitó en un susurro, cerrando el libro.
Se volvió hacia la pequeña y le dio un suave
beso en la frente a la vez que le apartaba un mechón de pelo negro de su dulce
carita.
-Buenas noches, mi niña.
Cerca de la cama de la pequeña, se hallaba
la cuna de Martín, quien llevaba dormido ya un par de horas. María se acercó
para cerciorarse de que el niño seguía durmiendo con tranquilidad.
Su rostro infantil sonreía débilmente. Su
madre estaba arropándole de nuevo cuando Gonzalo entró en el cuarto.
-¿Ya se ha dormido? –le preguntó él,
acercándose a la cuna.
-Esperanza hace poco –su esposa se volvió
hacia él-. Quería que le contase un cuento. Ya la conoces. Pero no ha aguantado
más que un par de páginas. Estaba rendida.
Gonzalo sonrió, mirando en dirección a su
hija.
-No me extraña. Me ha dicho Margarita que se
ha pasado toda la tarde saltando en el jardín, persiguiendo a Ramita –negó con
la cabeza divertido-. Pobre lorito va a terminar cansado de ella.
De repente se escuchó una pequeña explosión
en el cielo, que iluminó el firmamento con diminutos destellos dorados. Ambos
se volvieron hacia la ventana.
-Ya han comenzado los fuegos artificiales –dijo
Gonzalo.
-Al parecer han encendido hasta una hoguera
en la playa –le explicó María-. Me ha contado Teresa que se trata de una vieja
tradición para que la gente pueda purificar su alma con la llegada del verano.
-Sí, eso dicen –convino él-. Y que realizan
cantos y bailes a su alrededor para ahuyentar a los malos espíritus –la cogió
por la cintura y María se volvió a mirarle-. ¿Te gustaría que fuéramos a verlo?
Su esposa ladeó la cabeza.
-¿Ahora? –se extrañó ella-. Pero si deben de
estar terminando.
-Andrés me contó que esta fiesta dura toda
la noche.
-¿Y… los niños? ¿Con quién los dejamos? Te
recuerdo que Margarita tiene la noche libre y…
Justo en ese instante escucharon la puerta
de la cocina abrirse con suavidad. Ambos se quedaron mirando unos segundos,
preocupados. Gonzalo le hizo un gesto con el dedo a María para que no hiciera
ruido y él salió del cuarto. La joven se quedó con los niños mientras su
corazón latía con fuerza, temiendo que algún ladrón hubiese entrado en la casa
y que Gonzalo fuera a enfrentarse a él.
La espera se le hizo eterna, y la falta de
ruidos extraños no ayudaba a disipar su temor.
Cuando por fin la puerta volvió a abrirse,
Gonzalo entró en el cuarto junto a doncella.
-Era Margarita –le explicó a María, quién
soltó un suspiro, aliviada.
-Siento haberles preocupado, señora –se
disculpó la buena mujer con la cabeza gacha-. No era mi intención asustarles.
-No te preocupes. Pero… ¿No ibas a estar en
la playa, junto a tu familia?
-Sí, señora –afirmó Margarita-. Y así ha
sido. Pero una ya no es lo que era y… después de ver la danza de la
purificación he decidido retirarme.
-Pues… -comenzó a decir Gonzalo, mirando de
reojo a su esposa-. Nosotros estábamos hablando de ir a ver la hoguera, pero no
teníamos a nadie con quien dejar a los niños.
Margarita sonrió levemente.
-No se preocupe, señor. Pueden marchar sin
problema, que yo me ocuparé de ellos.
-¿Estás segura? –preguntó María, sin
tenerlas todas con ella-. No quiero abusar de ti y si estás cansada…
-Vayan y disfruten con el resto –le cortó la
doncella, solícita-. Una está cansada para esos trotes pero todavía puedo
aguantar para vigilar a estos angelitos.
-No tardaremos –declaró la esposa de
Gonzalo, agradecida por el gesto-. Tan solo queremos ver el ambiente.
Finalmente, Gonzalo y María bajaron a la
playa y se acercaron a la gran hoguera donde las jóvenes solteras bailaban unos
compases extraños que les hacía mover el cuerpo de manera extraña mientras una
mujer mayor pasaba de unas a otras con unas ramas que agitaba frente a ellas, como
si tratase de alejar algo de las jóvenes.
-¿Y dices que el doctor no ha querido darle
el alta? –la pregunta llegó hasta Gonzalo de repente, quien no pudo por más que
escuchar la conversación.
-Así es –afirmó una voz joven tras ellos-.
El doctor ha dicho que ha sufrido un fuerte golpe en la cabeza y que quería
tenerlo vigilado las próximas horas.
-¿Y sigue diciendo que se resbaló, no?
-Eso afirma el viejo. Pero a saber… igual
vio a esa mujer y de la impresión cayó al suelo y se golpeó la cabeza.
-Mal día ha elegido el viejo José para ir a
la isla. La noche del solsticio.
-… y no olvides que hay luna llena.
-Esa es otra –chasqueó la lengua,
contrariado-. Por mucho que se reafirme en decir que se resbaló, nadie va a
creerle cuando todo apunta a que se debió a esa sirena.
-Gonzalo, ¿ocurre algo? –le preguntó María,
viendo su rostro serio y concentrado.
-Nada, cariño. Nada –le sonrió él, tratando
de alejar aquella conversación de su mente.
La pareja se quedó un rato observando
aquellos rituales de purificación tan desconocidos para ellos. Luego decidieron
alejarse un poco del lugar y se sentaron sobre la arena.
-¿Vas a contarme ahora a que ha venido el
mohín de antes? –le pidió María inmediatamente; y es que no había creído sus
palabras-. Te conozco de sobra y sé que algo te ha pasado. Cuando hemos llegado
a la hoguera estabas contento y de repente… ha debido de pasar algo para que
cambiases el semblante.
-No se te puede ocultar nada –murmuró él,
con una sonrisa-. Está bien, te lo contaré. Verás…
Y le contó lo sucedido esa tarde con el
viejo José y los rumores que corrían entre los aldeanos de que se debía a una
sirena que aparecía en la isla.
-¿Una sirena? –preguntó ella, con
escepticismo-. ¿No me digas que ahora vas a creer en sirenas, Gonzalo?
-Da igual lo que yo crea o no –declaró él-.
El caso es que la gente anda revuelta pensando que ha vuelto a aparecer.
-¿Y qué es lo que creen, que ha tratado de
seducir al viejo José con su hermoso canto? –se burló María, quien había leído
infinidad de historias sobre sirenas, quienes hacían enloquecer a los náufragos
con su canto embrujado.
-Yo también creía que se trataba de algo así
–afirmó su esposo mirando hacia el mar en calma. En el horizonte comenzaba a
atisbarse una luminosidad plateada. Muy pronto saldría la luna llena, bañando
el mar con su esplendor-. Pero Andrés me ha contado la historia, y no es lo que
imaginaba.
-Al final vas a despertar mi curiosidad,
Gonzalo –le confesó ella, con un dejo divertido-. ¿Qué cuenta esa historia?
-¿Ahora quieres oírla? –se burló él,
mirándola fijamente.
-Por simple curiosidad –se defendió María.
Su esposo la observó un instante, haciéndose
el interesante y finalmente accedió.
-Verás… –cogió la mano de María entra las
suyas y la acarició mientras le contaba la historia de la Sirena Blanca.
“Cuenta la leyenda que hace muchos años, un
pescador salió una noche de luna llena a faenar en las aguas que rodeaban la
Cala de la Concha Negra, conocida con ese nombre por sus oscuras rocas. El
cielo estaba completamente despejado y las aguas iluminadas por la luz de la
luna.
El hombre estaba tan absorto en su trabajo
que no se percató que se aproximaba una tormenta y cuando quiso darse cuenta,
ya la tenía encima. El cielo se había oscurecido y las gotas de lluvia caían
sobre él como piedras afiladas.
El pescador quiso regresar a puerto pero las
aguas estaban tan embravecidas que por mucho que trató de tomar la dirección
correcta, el barco se negó a obedecer y comenzó a dar bandazos que le
condujeron hacia las rocas oscuras, donde quedó varado. El hombre esperaba que
de un momento a otro la tormenta cesara, pero cada vez caía con más fuerza y no
tenía pinta de que fuese a terminar pronto.
En ese instante, cuando todo a su alrededor
era agua y oscuridad, vislumbró a lo lejos, en medio del mar un extraño
resplandor, como si se tratase de un faro nacido del agua.
A medida que la luz tomaba cuerpo, la
tormenta comenzó a menguar y las aguas se calmaron de repente, aunque el cielo
continuaba encapotado y sin las estrellas como guía no podía regresar a casa.
El pescador intrigado por aquella luz, tomó
las riendas de su barco y se dirigió hacia el lugar. Pero si esperaba
encontrarse con un faro u otro barco, al llegar allí tan solo encontró las
aguas del mar. Sin embargo, descubrió que el resplandor provenía del fondo. Una
luminosidad que crecía por momentos, hasta que comprendió que aquella luz
estaba saliendo a flote, ascendiendo desde lo más hondo del océano.
Con el corazón contraído de temor, esperó
pacientemente a que aquello que resplandecía tanto llegase a la superficie. Y cuál
fue su sorpresa cuando una diminuta lenteja luminosa, quedó flotando en la
superficie calma del mar.
El hombre la cogió con manos temblorosas y
la observó, extrañado porque nunca antes había visto algo tan hermoso y a la
vez tan enigmático. La luz que emitía era tan intensa que creyó que le cegaría,
sin embargo, de repente se atenuó y pudo comprobar que aquello que había tomado
por una lenteja era en realidad una escama blanca. Tan blanca como la cal y que
contenía una luz plateada. ¿Pero… de dónde procedía aquella escama?
Como guiado por un resorte, el pescador se
volvió hacia la cala, y vio el mismo resplandor saliendo de las rocas donde
había estado varado.
Desde la lejanía no podía ver bien el origen
de aquella luminosidad mucho más intensa, pues parecía que miles de escamas se
habían encendido de repente. Sin embargo, aquella luz que desafiaba la
oscuridad de la noche le permitió descubrir el rostro de una hermosa mujer que
estaba sentada sobre las rocas y cuyo cabello cobrizo caía sobre sus hombros formando
una cascada. De repente, los ojos del pescador se detuvieron en la parte
inferior de su cuerpo, descubriendo con horror que allí donde debían estar sus
piernas, tan solo estaba una hermosa cola blanca de sirena.
El hombre trató de gritar pero ningún sonido
salió de su boca, y en ese instante vio
como la mujer se llevaba la mano a la boca y soplaba. Un gesto que el pescador
no comprendió, hasta que lo repitió varias veces: quería que él hiciese lo
mismo, que soplara sobre la escama luminosa que latía levemente sobre su palma.
Con gesto tembloroso, el hombre probó lo que
le decía e inmediatamente la escama se iluminó con intensidad, creciendo ésta,
de tal manera que parecía que fuera a cegarle. Y cuando ya creía que no iba a
soportarlo más, cerró los ojos con fuerza.
Cuando supo que el resplandor había
terminado, volvió a abrir los ojos y vio, sorprendido, que la luna llena
brillaba en lo alto del cielo y que las nubes habían desaparecido por completo,
dejando el firmamento estrellado para que el hombre lograra guiarse con ellas.
Solo entonces bajó la mirada hacia la palma
de su mano y descubrió que la escama había desaparecido. No estaba. Como
tampoco aquella enigmática mujer de cola blanca que momentos antes reposaba
sobre las rocas de la isla.
Desde entonces, la Cala de la Concha Negra
pasó a ser conocida como la isla de la Sirena Blanca. Y son muchos quienes
afirman que tras perderse en alta mar en una noche de luna llena, la sirena les
ha ayudado a volver a casa con la luz de sus escamas”.
María había permanecido callada, escuchando
atentamente la leyenda de la Sirena Blanca.
-Vaya, has logrado sorprenderme –declaró la
joven-. Es una leyenda bastante… original. Teniendo en cuenta que los hombres
no caen rendidos a los pies de la sirena ni ésta les embruja con su dulce
canto.
-Bueno… si fuese así, tampoco tendrías de
qué preocuparte, María.
Su esposa frunció el ceño, sin comprender.
-¿Por qué tendría que preocuparme de una
sirena que no existe? –inquirió ella.
-Porque yo no podría caer rendido a sus
encantos –declaró él, acercando su rostro al de ella-. Hace tiempo que otra
mujer, de mayor belleza, me embrujó. Y desde ese día vivo bajo su hechizo.
La joven sonrió, a la vez que sus mejillas
se sonrosaban.
-Serás memo –le susurró antes de besarle,
saboreando su declaración.
En ese instante, llegaron hasta ellos unos
murmullos de sorpresa, que les llamó la atención.
La gente comenzó a señalar el cielo
estrellado, dando de vez en cuando, un grito de júbilo.
Gonzalo ayudó a María a levantarse y ambos
trataron de otear en la oscuridad que era aquello que despertaba el interés de
la gente.
De pronto, una estrella fugaz cruzó el
firmamento, frente a ellos, dejando una estela luminosa sobre sus cabezas.
-¡¿Lo has visto, Gonzalo?! –sonrió María,
volviéndose hacia él.
-Sí. Sí, lo he visto. Una estrella fugaz
–declaró él, con el corazón alterado.
-¿Has pedido un deseo? –sus ojos brillaron
de emoción-. A mí no me ha dado tiempo.
-A mí tampoco. Pero no necesito pedir ningún
deseo, pues tengo todo lo que quiero conmigo –murmuró Gonzalo.
Sus miradas se encontraron un segundo. En
sus pupilas se reflejaba la luz de la luna llena, dejando traslucir todos los
sentimientos que les unían en ese instante.
A su
alrededor, los aldeanos comenzaron a meterse en el agua, bañando sus pies, pues
según decían, era la manera de purificar su alma y su cuerpo.
La pareja se cogió de la mano y se
encaminaron hacia la orilla, dejando que el agua les bañara como al resto.
Incluso se atrevieron a saltar alguna de las olas como habían visto hacer a un
par de jóvenes, no muy lejos.
En el segundo intento, María estuvo a punto
de perder el equilibrio, pero Gonzalo siempre atento, evitó que cayese al agua,
cogiéndola por la cintura. Ambos quedaron abrazados.
-Menos mal que siempre está a mi lado para
que nada me ocurra –le dijo ella, dejándose rodear por sus brazos, mientras el
agua mecía sus cuerpos, bañándoles hasta los tobillos.
-Y así será siempre –le prometió Gonzalo-.
Juntos por toda la eternidad.
-¿Me lo prometes?
-¿Acaso he fallado alguna vez a mi palabra?
-Nunca –certificó su esposa, feliz por ello.
Sus labios se unieron en un dulce beso,
promesa velada de su amor.
Mientras ellos seguían en su burbuja, a su
alrededor, la gente continuó celebrando la llegada del verano, con alegría,
cantos y bailes hasta altas horas de la madrugada.
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