CAPÍTULO 35
Inés entró en la cocina sin darse cuenta de
lo que allí estaba ocurriendo. Su mente andaba tan lejos que no se fijó en que
Fe y Mauricio estaban hablando más alto de lo normal.
-No puedes hacerme esto, Mauricio, hombre
–le recriminó la doncella, enfadada-. Pero si ya he quedao con el señor cura
para eso de los cursillos matrimoniados. Ahora con qué cara se presenta
servidora y le dice, “mire, usted padre Anselmo, perdone pero aquí mi futuro
esposo que dice que eso de los cursillos pa matrimoniarse es una tontuna y
prefiere irse a tomar unos chatos de vino y jugar a las carta”.
Inés, por su parte, dejó la bandeja sobre la
mesa, con las palabras de la señora martilleándole todavía en la mente.
-Vamos a ver, Fe –respondió Mauricio, con
paciencia, mientras se lavaba las manos en el fregadero-. Ya te lo he dicho, no
tienes que preocuparte por don Anselmo, se lo dije ayer al pater, esas cosas de
cursillos para casarse uno son solo tontunas de viejas –Fe abrió los ojos de
manera desorbitada, sin poder creer lo que estaba oyendo-. Para que uno se case
tan solo es necesario el cura y los contrayentes; en este caso tú y yo. Así que
olvídate de perder el tiempo en esas cosas de religiosos.
-¡Ah, no! –repuso, plantándose frente a él
con los brazos en jarras-. Ni lo sueñes, hombretón. Que una es mu decente y
quiere casarse como mandan las tridiciones. Y si la iglesia dice que hay que
hacer esos cursos, pos se hacen. Ya hablaré con el señor cura pa que no tenga
en cuenta tus tontás y nos dé hora pa asistir.
Mauricio suspiró, perdiendo la paciencia,
ante la insistencia de su prometida.
-No pierdas el tiempo, Fe –insistió él con
calma, secándose las manos-. ¿Acaso piensas que aunque yo accediese a ir, la
señora nos daría tiempo libre para ello?
-Pa chasco que sí –contestó ella de
inmediato, con total seguridad y un brillo alegre en la mirada-. La seña es mu
devota y religiosa; que bien que lo sabe servidora que la Paca toas las noches
antes de acostarse reiza como mínimo dos aves de esas y tres padresantos, como
manda la iglesia. Eso sin contar los donativos que da to los domingos.
El capataz hizo un gesto negativo con la
cabeza, divertido por la inocencia que conservaba su prometida. Quizá fuese eso
lo que le enamoró de ella, o su jovialidad. El caso era que Fe siempre lograba
sacarle una sonrisa, incluso en los peores momentos.
-No voy a seguir discutiendo contigo
–respondió él, dejando el trapo sucio sobre la mesa-. Además, debería estar ya
en las caballerizas encargándome del parto de la yegua.
En ese instante, Mauricio reparó en la
presencia de Inés. La criada apenas se había movido del sitio desde que había
entrado.
-Inés –le preguntó él, frunciendo el ceño-.
¿Has visto al señorito Bosco?
La muchacha al escuchar el nombre de Bosco
levantó rápidamente la cabeza. Tenía la mirada como perdida en algún lugar lejano.
Fe se dio cuenta en seguida.
-¿Te encuentras bien, Inés?
-Sí, sí –disimuló la sobrina de Candela,
fabricando una falsa sonrisa-. Solo un poco cansada.
-¡Uy! Pos bien temprano que te cansas tú
pajarillo –declaró su amiga-. Si toavia no es ni media mañana y tenemos la tira
de faena. Hay que estender las sábanas de la señorita Isabel y plancharlas, que
no veas la última vez que vio una arruga como se puso… ¡Ufff! Y pareice de esas
que no tienen ni fuerza pa levantar una mano y luego... menudos humos se gasta
la señoritinga.
Mauricio pasó la mirada de su novia a Inés.
No tenía tiempo para aquellas cosas.
-¿Vas a responder a mi pregunta, chiquilla?
–le espetó el capataz de malos modos-. ¿Has visto al señorito Bosco en el
jardín?
-Sí –respondió Inés, finalmente-. Estaba
allí hace un rato. Pero la señora le ha mandado a las caballerizas a un parto,
o algo así. Le ha dicho que tú estabas ya allí.
-No… si al final aún me llevaré alguna
bronca más como el señorito Bosco no me encuentre allí –negó con la cabeza.
-Tú ve tranquilo –le dijo Fe, posando una
mano sobre su hombro-, que aquí tu promeitida ya se encargará de hablar con la
seña por lo del matrimoniado. Seguro que nos da el permiso –confirmó muy segura
de ello-. Tú no sufras, que la Fe siempre consigue lo que quiere.
Mauricio asintió. No tenía tiempo para
seguir hablando del tema, pero algo le decía que su prometida iba a pinchar en
hueso con la señora. Por muy devota que la Montenegro fuese, no les permitiría
asistir a ningún cursillo si con ello perdía a dos de sus empleados más
eficientes, aunque solo fuese por una hora.
-Y ahora vas a contarme lo que te pasa, Inés
–dijo Fe con seriedad en cuanto Mauricio salió de la cocina, volviéndose hacia
su compañera-. Porque desde que hi as entrao en la cocina pareices una de esas
almas que ni respiran. ¿Qué ha pasao? ¿Otra vez problemas con la señoritinga?
Su amiga apoyó las manos sobre la mesa.
Parecía a punto de desfallecer. Fe se asustó y le ayudó a sentarse; luego le
pasó un vaso de agua que Inés bebió de un trago.
-Gracias, Fe –dijo la muchacha en cuanto
pudo recuperar la voz.
-¿Pro que ha pasao pa que estés asín?
–insistió Fe, sentándose junto a ella.
-La señora. Ha sido ella con sus comentarios
hirientes –volvió la mirada bañada en lágrimas hacia su compañera-. ¡No lo
soporto más, Fe! ¡Ojalá pudiese marcharme de aquí y no volver nunca!
Su amiga apretó los labios, preocupada por
ella. Posó la mano sobre su antebrazo, en un claro gesto de apoyo.
-¡Ay pajarillo! –suspiró con pesar-. Mira
que la Fe te lo dijo, no te metas entre las sábanas del señorito que eso solo
te trairá problemas. Que servidora ha vivio más que tú y ha visto a otras
doncellas caer rendidicas a los pies de sus señores como moscas en tela de
araña. Les prometen el oro y el morisco y luego… si te eivisto no me acuerdo.
-Bosco era diferente –se defendió Inés,
sonándose la nariz-. Cuando le conocí en el bosque… -se le quebró la voz-. Él
no era así, Fe. Ha cambiado.
-¿Y quién no cambia con to lo que le ha dao
la seña? –trató de hacerle ver la realidad-. Tenías que haberle ivisto el día
que llegó por primera vez a la Casona. ¡Un salvaje de esos que viven en la
selva, sin modales y sin ná!
El comentario logró sacarle a Inés una débil
sonrisa.
-Lo que tienes que hacer es olviarte dél
–continuó la doncella-. Mandarle con viento fresco a engañar a otra pánfila. Y
tú, buscarte un buen mocetón que sepa valorarte como te mereices y que te quite
las penas. Que de mocetones está el mundo lleno. Le das una patada a una piedra
y salen veinte; que digo veinte, salen…bueno, mejor no tantos, que con uno nos
bastamos y nos sobramos pa toa la via; que luego a ver quién les aguanta.
-¡Ay, Fe! –dijo Inés, secándose las
lágrimas-. Ojalá fuera tan sencillo… pero cuando el corazón manda…
-Pos dile a ese corazón tuyo que obedezca a
la Fe, que de temas de amoríos sabe un rato largo –hizo una pausa-. ¿Pero vas a
contarme que te ha dicho ahora?
-Quiere hablar conmigo esta noche.
-Y por supuesto que le has dicho que no,
¿no? –su amiga ladeó la cabeza. Conociendo a su amiga todo podía pasar-.
¿Inés…? –al no recibir respuesta, Fe comenzó a alterarse y se levantó, haciendo
un gesto negativo con la cabeza-. ¿Y yo pa quíen hablo? ¿Pa los muebles de la
cocina? Por mucho que servidora insista, no tienes remedio, criatura.
-No le he dicho que sí –se defendió la
sobrina de Candela.
-Pero tampoco ti has negao –le recriminó la
doncella, alzando la voz-. ¿No te habrás creío eso de que quiere “hablar”,
verdad? Que sabemos lo que ese busca y no son preicisamente palabras.
-Pues si viene a por eso, anda muy
equivocado.
Fe la miró unos segundos antes de continuar.
-Eso espero –volvió a sentarse, más
calmada-. Inés, siento ser dura contigo, pero una mujer debe darse su lugar, y
el señorito sigue ennoviao con otra, así que por mucho que te prometa no le
creas ni una miaja. No va a dejar a la nieta del gobernador por ti.
Las palabras de Fe, aunque duras, eran
ciertas, e Inés lo sabía. Aun así no podía evitar que le dolieran.
-¡Ya lo sé! –contestó de malos modos-. ¡No es
necesario que me lo recuerdes! ¡La señorita Isabel es eso, una señorita, y yo
una simple criada que no tiene donde caerse muerta! ¡No te preocupes, que entre
la señora y tú no se me olvida nunca!
Se levantó de golpe, cansada de escuchar
siempre las mismas razones. Inés conocía de sobra el abismo que la separaba de
Bosco, sin embargo el amor que sentía por él, era ciego para verlo.
Subió arriba, dejando a su amiga con la
palabra en la boca.
-¡Ay, Fe! –se quejó la doncella en voz
alta-. ¡Qué día llevas! Primero te peleas con el hombretón y ahora con el
pajarillo. Solo te queda pelearte contigo misma. Mejor no, que seguro acabarías
escaldá.
La doncella retomó sus quehaceres, sin poder
apartar de su mente lo ocurrido.
CONTINUARÁ...