CAPÍTULO 394: PARTE 3
-¿De verdad te encuentras bien? –se extrañó
Mariana, tocándole la frente A su sobrina-. Nunca te había visto tan
ensombrecida.
-No es la gripe lo que me aflige tía Mariana
–le confesó la muchacha con un nudo en la garganta y a punto de echarse a
llorar.
-Bueno, ¿entonces qué es? Porque algo grave
ha de ser para que tú no alegres la cara ni a la de tres.
-Sí. Es muy grave –murmuró-. Me temo que
algo me ha sucedido que ya no puedo remediar y… y que me cambiará la vida para
siempre.
-María, me estás asustando –Mariana la
conocía tan bien que verla en aquel estado le extrañó-. ¿De qué hablas?
-De que me he enamorado tía Mariana –le confesó
al final, liberando su dolor-. De que he encontrado el amor justo donde no
debería haberlo hallado.
-Señor, que me estoy temiendo de quién te
has prendado –su tía arrugó el ceño. Tendría que enfadarse con María pero no se
veía capaz de ello.
-De Gonzalo Valbuena, el hombre más maravilloso
que nunca he conocido –declaró María, sintiendo como su corazón explotaba al
nombrarle. Una mezcla de dolor y desanimo se apoderó de ella-. Le amo con toda
mi alma, tía Mariana. Ahora lo sé.
Las lágrimas invadieron sus ojos, incapaz de
contener el llanto por más tiempo. Se levantó de la cama, nerviosa. Mariana,
temiendo que alguien pudiese escucharla, cerró la puerta.
-María, cierra la boca si no quieres
buscarte la ruina –le pidió, cogiéndola por los hombros-. No es cierto eso que
dices. No es amor eso que sientes.
-¿Entonces qué es? –se extrañó la muchacha,
sin entender.
-¿Un antojo? –repuso, sin dar crédito a que
Mariana lo denominase así-. ¿Entonces por qué me palpita el corazón como si se
me fuera a salir del pecho cada vez que lo veo? ¿Y por qué cuando estoy con él
siento tanta dicha y a la vez tanto tormento? Le amo, de eso estoy segura.
-No –insistió Mariana. No podía ser cierto
lo que María le estaba contando-. No se puede amar a alguien a quien acabas de
conocer.
-Sí. Sí se puede –defendió ella sus
sentimientos. Sabía lo que sentía su corazón por Gonzalo, y por mucho que
Mariana tratara de hacerla cambiar de opinión, ya era tarde: estaba enamorada
del joven diácono, y su corazón lo sabía-. A pesar de todo el dolor que he
visto, y de tener tan cerca una enfermedad tan grave… y de padecerla en mis
propias carnes, siento que los días que he pasado a su lado en el Jaral han
sido los más felices de mi vida.
-Esto es porque estabas delirando a causa de
la gripe.
-Le besé tía Mariana –le confesó lo
sucedido, aun a sabiendas de que la reñiría por ello-. Le besé y él respondió.
-María, dime que no es cierto –cada palabra
de María tan solo hacía que confirmar lo que su tía ya sabía: había ido
demasiado lejos en su juego con el sacerdote y ahora…-, ¿le besaste? –no daba
crédito a lo sucedido.
-Así me lo pidió el corazón –declaró. Las
lágrimas cubrían sus mejillas sonrosadas-. Pero desde entonces, él no se ha
atrevido a mirarme a los ojos. Me dijo que lo olvidara. Y ahora actúa como si
nada hubiera ocurrido como si no le importara en absoluto. Está claro que no me
quiere a su lado. El amor de mi vida no me desea junto a él.
-¿Y qué quieres, eh? –trató de hacerle
comprender Mariana, mucho más experimentada que ella en la vida-. Él va a ser
cura.
-Siempre pensé que cuando me enamorase me
convertiría en la mujer más feliz del mundo –los sueños de María, de encontrar
a ese príncipe que la enamorara e hiciera feliz, se rompían en mil pedazos, al
darse cuenta que con Gonzalo sería imposible-. Pero ahora ha ocurrido y… y
siento que esta asfixia que tengo dentro… me perseguirá toda la vida. Porque es
un amor imposible.
-Y tanto que lo es. Cariño, él se debe a
Dios.
-Sí. A Dios y no a mí –la rabia por saber
que nunca volvería a sentirle tan cerca le partía el alma en dos-. Jamás habrá
nada entre nosotros dos por muy especial que me sienta a su lado. Y aunque sepa
que él me corresponde en lo más íntimo de su ser… -no pudo continuar, embargada
por la tristeza. Comenzó a llorar y Mariana se acercó a consolarla-. ¿Por qué
me ha tenido que pasar esto a mí, Mariana? ¿Qué he hecho yo para merecerlo?
Su tía la acunó entre sus brazos, consciente
de lo que estaba sufriendo su sobrina.
-Jugar con fuego niña… y te has quemado –murmuró
con sabiduría-. Ya está.
Poco después, cuando ya se hubo calmado,
María bajó a la sala. Todavía se sentía débil aunque era su alma la que
embargada por la tristeza no la dejaba ni sonreír.
Francisca, trató de animarla, creyendo que
se trataba de su estado convaleciente y aprovechó para recordarle que había
sido ella con su generosidad la que había logrado que los enfermos del Jaral se
repusieran; pues había mandado un gran cargamento de medicinas y mantas,
gracias a los cuales, la gente había comenzado a mejorar.
Pero ni aquello hizo sonreír a su ahijada.
Por ello, Francisca pensó que lo único que lograría sacarla de aquel estado
sería la sorpresa que le tenía preparada y salió en su busca.
Mientras, en las cuadras del Jaral, el
campamento estaba siendo desmantelado. Rosario y Gonzalo recogían las mantas
cuando vieron entrar a Tristán con gesto serio seguido de don Pedro, quien
quiso agradecerle, en nombre de todos, lo que había hecho por ellos.
Sin embargo, don Tristán no estaba para
agradecimientos y así se lo hizo saber. Lo único que deseaba era volver a su
vida de siempre, continuar con su dolor y que le dejasen en paz.
Gonzalo intentó hacerle ver que no estaba
solo para combatir su tristeza, pero su padre se negó a escucharle. No quería
la ayuda de nadie, y mucho menos la de él. Gonzalo, furioso por su
comportamiento le dijo que desalojarían las cuadras cuanto antes y que se
marcharían de su vida, tal como él quería. Pero si lo que pretendía era
herirle, no lo consiguió. Un corazón tan herido como el de Tristán Castro, ya
no era capaz de sentir más dolor.
María, por su parte, al quedarse sola en el
salón, no pudo evitar recordar el beso con Gonzalo. Sus labios aun podían
sentir la calidez de los de Gonzalo. Había sido su primer beso, lleno de
ternura, inexperiencia y… de amor, un amor puro y limpio; porque por más que el
diácono lo negase, María había sentido en aquel beso el mismo amor que ocupaba
su corazón.
Tan absorta estaba en sus pensamientos que
apenas se dio cuenta cuando Francisca entró con su sorpresa: un joven, unos
cuantos años mayor que María, rubio, de ojos azules, y muy apuesto.
Su ahijada no le reconoció, hasta que él
mismo se presentó: Se trataba de Fernando Mesía.
CONTINUARÁ...
CONTINUARÁ...