lunes, 26 de octubre de 2015

CAPÍTULO 8 
María se mordió el labio inferior, preocupada.
-¿No está tardando demasiado? –preguntó de nuevo, mirando el pequeño reloj que estaba sobre la estantería de la trastienda del restaurante-. ¿Y si… y si no viene? ¿Y si sabe por qué la has llamado?
-Vendrá –la tranquilizó Celia que estaba ordenando unas cajas-. Tranquila. Tan solo pasan cinco minutos de la hora.
-Ya, pero…  -incapaz de mantenerse calmada, María se levantó de la mesa y comenzó a dar pequeños pasos-. Ella es muy puntual. Incluso es de llegar antes de tiempo.
Celia suspiró, hastiada.
-Puede que haya tenido algún contratiempo de última hora –declaró con calma, buscando una justificación coherente-. ¿Quieres estarte quieta, María? Me estás poniendo de los nervios.
La esposa de Gonzalo apretó los labios y miró a su amiga con gesto preocupado.
-Lo siento –se disculpó, y volvió a sentarse-. Es que… ¿Y si me he equivocado? ¿Y si me estoy metiendo dónde no me llaman?
-¿Quieres hacer el favor de no adelantarte a los acontecimientos? –se volvió Celia comenzando a perder las formas con ella.
-Tienes razón –convino María, tratando de calmarse-. Es que estoy nerviosa.
Su amiga ladeó la cabeza y sonrió.
-¿No me digas? –se burló.
María soltó un suspiro a la vez que le sonreía, aliviando parte de la tensión que la embargaba.
Desde el momento en que se le ocurrió una solución al asunto de Teresa, no había dejado de darle vueltas. Al principio había pensado que era una buena idea lo que había pensado, sin embargo, ahora que llegaba el momento de exponerla, no estaba tan segura de ello. Quizá el esposo de la joven, Julio, tenía razón y no era asunto suyo meterse en su vida, pero por otro lado tenía de intentarlo; no quería quedarse con la duda de saber si Teresa estaba dispuesta a intentar la propuesta que tenía para ella.
-Voy a ver si viene –se ofreció Celia, encaminándose hacia la puerta-. Así aprovecho y le echo un ojo a Carlitos; no me fío de como se maneja entre los clientes.
-No seas muy dura con el muchacho –le pidió María, sabiendo que su amiga estaba exagerando pues Carlitos era un aprendiz muy eficiente y Celia demasiado exigente con él.
-Solo lo justo –declaró la joven con una sonrisa pícara.
Se encaminó hacia la puerta cuando ésta se abrió y entró Teresa. La esposa de Julio miró primero a Celia.
-Buenas tardes –la saludó con una sonrisa que se congeló al ver que María estaba allí-… Buenas tardes, señora María.
-Hola Teresa –la saludó María, con tiendo pues no quería asustar a la joven con su presencia, ni que sintiese que había sido una encerrona; tal como era.
Celia la había hecho llamar con la excusa de hablar con ella sobre cierta ayuda que necesitaba en el restaurante; y aunque en parte aquella “excusa” era cierta, el principal motivo era otro: que María pudiese ofrecerle un trato para que continuase estudiando sin problemas.
Teresa miró a ambas mujeres preguntándose qué estaba sucediendo allí.
-Pasa, Teresa –le pidió Celia con amabilidad. La joven accedió a ello y se acercó con pasos dubitativos hacia la mesa. María se levantó.
-¿Qué está ocurriendo? –preguntó Teresa, buscando una respuesta en ambas.
Celia le echó una mirada significativa a su amiga para que tomara la palabra.
-Verás, Teresa –comenzó María. Ahora que la tenía frente a ella, no sabía bien cómo encarar la situación-. Te hemos hecho venir porque queríamos proponerte algo.
-Siéntate, por favor –le sugirió Celia, ofreciéndole una silla-. Será mejor que lo hablemos con calma.
Las tres mujeres tomaron asiento. El recelo de Teresa era algo que no pasó desapercibido para ninguna de las dos jóvenes que se miraron de reojo.
-El mozo que mandaste me dijo que se trataba de una propuesta para hacer unas tareas aquí, en el restaurante –recordó la esposa de Julio, esperando que se tratase de aquello.
-En parte –habló Celia-. Afortunadamente el restaurante va muy bien y necesito a alguien que pueda ayudarme con la limpieza y planchado de los manteles –se volvió hacia la esposa de Gonzalo-. La idea de que te lo propusiese fue de María. Sabe que necesitáis el dinero y pensó en ti.
-Gracias –musitó Teresa, sin saber bien como tratarla, pues había pensado que su presencia allí se debía a otra cosa; y ahora veía que tan solo quería ayudarla. La joven soltó un leve suspiro de alivio-. El dinero nos vendrá muy bien, y… sí, no creo que ningún haya problema para que pueda venir a ayudarte con ello.
Celia sonrió levemente.
-Pero hay más –intervino María. La mirada de Teresa se posó en ella, temerosa-. Si te hemos hecho venir es porque queremos proponerte otra cosa… mucho más importante.
La joven ladeó la cabeza, sin comprender.
-Después de nuestro último encuentro en tu casa, me quedé muy mal –se disculpó María-; no quería causarte molestias ni problemas con tu esposo. Era lo último que pretendía.
-No se preocupe –aceptó sus disculpas-. Julio tan solo quería protegerme. No es mal hombre; es solo que vela por los intereses de nuestra familia.
-Y me parece bien –convino María con mirada seria; tratando de acercarse a la joven-. Entiendo que considere que estudiar no os beneficiará… a corto plazo. Pero tampoco me parece justo que quiera cortar tus ilusiones. Sé lo mucho que te gusta venir a las clases y lo que disfrutas aprendiendo.
Teresa bajó la mirada. Las palabras de María, certeras, habían llegado hasta su corazón.
-Es cierto que me gustaría continuar con las clases –declaró finalmente, con un hilo de voz-. Pero no puedo llevarle la contraria a Julio. Es mi esposo y le debo respeto. ¿Lo entiende?
-Respeto, sí, pero no obediencia ciega –dijo María con dureza; la joven había recibido una educación diferente a la de muchas mujeres, por eso ver que no podían actuar con libertad y que se supeditaban a los deseos de sus maridos, era algo que ella no lograría entender. Afortunadamente para María, Gonzalo no era de aquella clase de hombres que querían imponer su voluntad, y respetaba sus decisiones, apoyándola siempre-. ¿Te ha preguntado alguna vez qué es lo que tú quieres? ¿O toma las decisiones sin contar contigo?
Teresa abrió los ojos, espantada. ¡Jamás se le pasaría por la cabeza que su esposo le pidiera opinión para hacer algo! ¡Nunca!
Con su gesto, María comprendió que estaba en lo cierto.
-Señora –musitó la joven, con la mirada llena de temor-. Los hombres actúan por su cuenta, sin contar con la opinión de las mujeres. Siempre ha sido así. Cuando una se casa le debe obediencia al esposo porque sabe que él hará lo correcto.
-Los hombres también se equivocan –saltó Celia con vehemencia-. Son tan humanos como nosotras. Y no tienen en su poder una verdad “única y absoluta”. Cometen errores; muchos, si me apuras.
María le lanzó una mirada pidiéndole a su amiga que fuese más comedida pues así no iban a lograr nada.
-Verás, Teresa –intervino de nuevo la esposa de Gonzalo-. Lo que quiero proponerte es bien sencillo –tomó aire y fuerzas-; ¿Qué te parece si seguimos con las clases… pero aquí?
La joven frunció el ceño sin comprender, mientras una amplia sonrisa se dibujaba en el rostro de Celia.
-¿Aquí? –repitió-. ¿Cómo que aquí?
-Sí –intervino de nuevo Celia, a quien la idea de María de continuar con las clases de Teresa en la trastienda de su restaurante le parecía excelente. Se volvió hacia su amiga-. Cuando María me propuso dejaros el lugar me pareció perfecto.
-Pero no entiendo…
-La idea es que puedas continuar con las clases… sin que nadie lo sepa –le explicó la esposa de Gonzalo-. Necesitamos una coartada para que puedas venir y qué mejor que Celia te ofrezca trabajar unas horas en el restaurante para que puedas venir sin problemas. ¿Comprendes? Tu esposo jamás sabrá que sigues estudiando pues creerá que estás aquí trabajando para Celia.
-Pero… eso sería mentirle –Teresa se dio cuenta de ello; y no estaba dispuesta a hacerlo. El temor de sus ojos lo reflejaba-. Si llegara a enterarse de que le he desobedecido…
-No lo hará  -María alargó su mano para tranquilizar a la joven.
-¿Cómo puede estar tan segura? –insistió la esposa del pescador-. ¿Cómo voy a mantener esa farsa sin que se entere? Además, se supone que si estoy aquí trabajando, tendría que ganarme unos cuartos y cuando vea que no llevo el dinero a casa, lo descubrirá todo.
-No –le cortó Celia-. Porque el trabajo que te ofrezco es de verdad. Necesito a alguien que me ayude con las tareas de limpieza, tal como te he dicho. Lo cierto es que no doy abasto yo sola para lavar y planchar tantos manteles.
María miró a su amiga y apretó los labios, conforme a sus palabras.
-Lo único que… tendrías que estar más tiempo aquí para poder sacar adelante las dos cosas. Dedicarías una hora a planchar los manteles y la otra la emplearíamos en las clases –le expuso la esposa de Gonzalo; y la miró con orgullo-. Pero sé que tú eres capaz de eso y de lo que te propongas. No eches a perder todo lo que has aprendido, Teresa. Estoy segura que con el tiempo no te arrepentirás de haber continuado con los estudios. ¿Qué me dices? ¿Aceptas la propuesta?
La joven meditó unos segundos las opciones que tenía. Llevarle la contraria a su esposo era una de las cosas que Teresa no quería hacer. Le habían enseñado desde pequeña que había que acatar los deseos del marido; sin embargo… María le ofrecía retomar las clases, seguir con su sueño…
-¿Están seguras de que Julio jamás se enterará? –preguntó, todavía llena de dudas-. Mi esposo viene mucho por aquí, incluso es uno de sus proveedores –le recordó a Celia-; en cualquier momento podría descubrirnos y entonces…
-No nos descubrirá –quiso tranquilizarla Celia-. Conozco a la perfección los horarios de tu esposo. Sé cuándo viene a mi restaurante. Así que durante ese tiempo tú estarás trabajando –se volvió hacia la esposa de Gonzalo-; y María nunca aparecerá en esos momentos. Las clases serán antes de que él regrese de su jornada. Y por el resto de clientes no tienes que preocuparte –añadió, sabiendo que se le había ocurrido la posibilidad de que alguien le fuera a su esposo con el chisme-. Vosotras estaréis aquí –se hizo hacia delante y le lanzó una mirada pícara-, donde nadie entra sin mi permiso.
Por primera vez aquella tarde, Teresa mostró una sonrisa. Apenas había cruzado un par de palabras con Celia hasta ese día, sin embargo sabía quién era. Todo el mundo en Santa Marta conocía a la dueña del restaurante de la playa. Algunos seguían viéndola con malos ojos pero otros como Teresa, admiraban su fuerza, su determinación y sobretodo su libertad, porque la veían una joven que se había hecho respetar en un mundo exclusivo de hombres.
-¿Eso es un sí? –convino María, al verla sonreír.
Alentada por las dos mujeres, Teresa asintió.
-Lo intentaremos –declaró a la vez que sus mejillas se sonrosaban, avergonzada-. Quiero seguir aprendiendo, aunque sea a escondidas.
María y Celia le devolvieron la sonrisa, satisfechas. Su plan había salido bien. Habían logrado convencer a Teresa para que continuase estudiando.
-Esto hay que celebrarlo –declaró Celia levantándose. Se acercó a una de las estanterías y cogió una botella de ron y tres vasos que llenó con el licor.
-Yo… yo no bebo –dijo Teresa, azorada.
Celia le dejó el vaso frente a ella.
-Pues hoy sí –le insistió-. Hoy hay motivo para hacerlo.
Alzó su vaso con la intención de que María y Teresa hicieran lo mismo con los suyos.
La esposa de Gonzalo le lanzó una mirada derrotada a Teresa: era mejor no llevarle la contraria a Celia. Así que ambas tomaron su propio vaso y brindaron con ella.
-¡Por nuestro secreto! –declaró la joven con entusiasmo-. ¡Por la decisión de Teresa! Y… ¡Por nosotras! Porque algún día sabrán cuanto valemos.
Después de entrechocar sus vasos, bebieron del fuerte licor que les había servido Celia. Teresa se atragantó con el primer sorbo, comenzando a toser con fuerza mientras que María arrugó la nariz al sentir la picazón en su garganta.
Pero aquel pacto que habían establecido las tres mujeres bien valía una celebración como aquella.


 CONTINUARÁ...


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