martes, 31 de marzo de 2015

CAPÍTULO 74 
Tras la celebración en la casa de comidas, la familia Castro regresó al Jaral. Habían bebido y comido tanto que ya no les cabía nada más.
-Voy a avisar en la cocina que no vamos a cenar –dijo Candela.
-Yo voy a llamar a Aurora para contarle todo lo ocurrido –declaró Tristán-. Con tanta celebración habíamos olvidado ponerla al tanto. Se alegrará en gordo de que todo haya terminado bien.
Mientras su padre entraba en el despacho, Gonzalo subió al cuarto para acostar a Esperanza. Después de tantos días alejado de ella, quería ser él mismo quien le diese las buenas noches a su hija.
La niña estaba con Matilde, la criada y al ver a su padre, enseguida se bajó del regazo de la mujer para correr a los brazos de Gonzalo que la estrechó con cariño.
-Ya me encargo yo de meterla en la cama –le indicó a la doncella, quien asintió y salió de la habitación.
El joven se quedó un rato acunando a la pequeña que parecía no querer cerrar los ojos por temor a que cuando los abriese su padre no estuviera allí con ella. Gonzalo le cantó una nana y poco a poco los párpados de sus pequeños ojitos fueron cerrándose pese a la resistencia que Esperanza le ponía.
Por su parte, María esperó en el sofá del salón. Ahora que estaba más tranquila, volvió a su mente el asunto de Bosco. Todavía quedaba aquello por solucionar y no sabía cómo hacerlo.
La joven creía que era cosa del muchacho hablar con su familia y contarles lo que sabía; pero por otro lado pensaba que su tío Tristán, Gonzalo y Aurora tenían derecho a saber la verdad.

La voz de Tristán le llegaba lejana y solo algunas palabras; suficientes para entender que le estaba contando a Aurora que su hermano Gonzalo ya estaba en casa con ellos y que Mariana acababa de dar a luz a un niño.
En cuanto colgó el teléfono, su tío se reunió con ella.
-¿Ha podido hablar con Aurora? –le preguntó María.
-Así es –le confirmó Tristán sentándose frente a ella en su sillón favorito-. Se ha alegrado mucho por las buenas nuevas. Me ha dicho que en cuanto termine el examen, ella y Conrado vendrán a Puente Viejo a pasar unos días antes de que las clases vuelvan a retomarse.
-¿Le ha contado a Conrado lo de los americanos? –recordó la joven, sin poder creer aún la suerte que habían tenido.
Su tío asintió, sonriendo.
-Conrado no estaba al tanto de la llegada a España de los inversores –le explicó-. Por eso no podía encontrarles.
Gonzalo llegó en ese momento y se sentó junto a María, colocando una mano sobre su rodilla.

-Al fin se ha dormido –les contó-. Se ve que no quería cerrar los ojos por miedo a que desapareciera de su lado.
-¡Mi pobre niña! –se quejó María con lástima volviéndose hacia su esposo-. Es tan pequeña que pensamos que no se entera de nada y sin embargo te ha echado tanto de menos como yo.
-Afortunadamente ya está de nuevo entre nosotros y para siempre –añadió Tristán lanzándole una mirada cómplice a su hijo.
María se les quedó mirando unos segundos. Padre e hijo. Tristán y Gonzalo. Siempre unidos ante la adversidad, apoyándose en sus decisiones. La buena relación que existía entre ellos era más que paternal; eran ante todo amigos que se entendían con tan solo una mirada. ¿Sería igual con Bosco? ¿Podría el muchacho alguna vez hallarse en aquella misma situación con su padre o con su hermano? Pese a los años que habían pasado separados, Tristán y Gonzalo tenían una conexión especial, pues su hijo tenía recuerdos de su infancia y su padre era el ejemplo a seguir. En el caso de Bosco no existía nada de aquello. La figura paterna no existía en su cruel infancia.
-Cariño… ¿ocurre algo? –se acercó Gonzalo a ella, posando la mano en su espalda-. Estás muy pensativa.
María volvió a la realidad.
-Hay algo que… -se detuvo de repente.
Todo sucedió a la vez. Candela entró en el salón al mismo tiempo que sonaba la campanilla de la puerta.
-¿Quién será a estas horas? –frunció el ceño la esposa de Tristán, parándose junto al sillón de su esposo.
Una de las doncellas fue a abrir y los cuatro se sorprendieron al ver entrar en la sala a Bosco acompañado de Inés.
La primera en reaccionar fue Candela que se acercó a su sobrina, contenta de verla allí.
-Inés –la abrazó sin darle tiempo a decir nada. La muchacha no sabía bien que hacer y terminó devolviéndole el abrazo.

Tristán y Gonzalo se levantaron, alerta. ¿A qué había ido el protegido de la señora?
-Supongo que se estarán preguntando qué hacemos aquí –comenzó el muchacho como si les hubiese leído la mente-. Y… entendería perfectamente que me echaran a escobazos y no les faltarían motivos para hacerlo, pero… vengo a contarles algo importante.
Gonzalo y Tristán intercambiaron una mirada. Uno y otro no podían ocultar sus reticencias ante el protegido de la señora pese a haber quitado la denuncia contra Gonzalo.
-Escuchemos lo que tiene que decirnos –intervino María quien sintió un gran alivio al verle allí-. Es importante.
Su esposo se volvió hacia ella con una mirada interrogativa.
-¿Tú sabes algo?
María asintió con gesto serio.
-Sentaros, por favor –intervino Candela que les cedió el paso hacia el sofá.
Después de tomar asiento, Bosco se atrevió a mirar a Tristán a los ojos. Todas las miradas estaban puestas en él pero el muchacho tan solo veía a su padre. El nudo que tenía en la garganta le impedía hablar.

-No sé por dónde empezar –dijo al fin, mirándose las manos.
-Por el principio estaría bien –repuso Tristán con calma.
El muchacho asintió.
-Si no te importa, Bosco, comenzaré yo –intervino María, sintiéndose en parte culpable por todo. Había sido ella quien había removido el pasado para terminar desenterrando aquella verdad.
Todas las miradas se volvieron hacia la joven.
-Veréis –comenzó con calma-. Lo que Bosco ha venido a contaros es algo que hemos descubierto. Algo que cambiará nuestras vidas para siempre –tomó aire para relatar lo sucedido-. Hace unos días, por casualidad, cuando fui a la Casona para hablar con Bosco, descubrí que la señora estaba preparando una cena especial para celebrar su cumpleaños. No sería nada extraño si no fuese porque me sorprendió que cumpliese años el mismo día que mi prima Aurora y… que coincidiese también la edad. Desde ese momento no dejé de darle vueltas al asunto. ¿Era solo casualidad o había algo más?  -miró a cada uno de los presentes que la escuchaban con atención, sin saber a dónde quería ir a parar la joven-. Entonces fue cuando Quintina se quemó las manos e Inés comentó que Bosco podía curarla. Así que la llevamos a la Casona y vi que era cierto: Bosco tenía ciertos conocimientos sobre plantas y remedios para curar. Me pudo la curiosidad y le pregunté de quién lo habían aprendido y…
-… y le conté que de la vieja Tula –corroboró el muchacho, ayudándola a relatar lo ocurrido.
María asintió.
-Así fue como me contó que fue criado en el bosque, primero por su madre Clarita y luego por… Silverio; aunque doña Tula siempre estuvo protegiéndole. Y fue gracias a un comentario que ella solía hacerle que comencé a sospechar.
-¿Qué comentario? –le cortó Gonzalo mirando a ambos.
-¿Los lunares? –adivinó Bosco.
María asintió.
-Doña Tula siempre le decía que sus tres lunares le traerían suerte.
En ese punto de la historia, todos se volvieron hacia Bosco.
-¿Qué tres lunares? –habló Tristán con el corazón latiéndole con fuerza.
Bosco le miró de reojo, incapaz de aguantarle la mirada a su padre.
-Los tres que tengo en la espalda –le confirmó.
-Aquella información confirmaba mis sospechas o al menos las incrementaba –continuó María sabiendo el mazazo que suponía para los presentes lo que acababa de contar-. Supongo que estáis tan sorprendidos cómo yo cuando lo supe. Demasiadas casualidades juntas que no podía creer.

-Un momento –le cortó su esposo, parpadeando incrédulo-. ¿Nos estás diciendo que Bosco es…? –ni siquiera se atrevía a decirlo en voz alta porque al hacerlo se haría realidad.
-Espera, mi amor –trató de tranquilizarle María. Entendía perfectamente lo que aquella historia significaba para ellos-. Deja que termine y comprenderás.
Gonzalo tomó aire y asintió.
-No puede ser –habló Tristán, levantándose, aturdido por todo-. María lo que dices no tiene sentido –se volvió hacia Bosco como si le viese por primera vez, buscando algún rasgo que le dijese que no era verdad lo que estaba pensando-. Yo… la vi morir –su mirada se llenó de lágrimas al recordar a su amada Pepa-. Murió entre mis brazos después de dar a luz a Aurora.
-¿Está seguro, tío? –insistió María con un nudo en la garganta-. Nunca se encontró su cuerpo y bien podría haberse equivocado. Quizá el cansancio de la noche le hizo creer lo que no era.
Tristán negó con la cabeza. Los recuerdos de aquel terrible día se agolpaban en su mente. Había demasiado dolor para pensar con claridad. Volvió a sentarse incapaz de serenarse.
-Continúa –le exigió a la joven-. ¿Qué más averiguaste?
-¿Recuerda que le pregunté a usted y a mi madre por los embarazos sobre gemelos? –su tío asintió-. Era por Pepa. Necesitaba saber si era posible que ella lo supiera.
-Pepa era una experta comadrona –intervino Candela con el corazón compungido ante la historia que estaba escuchando-. Se habría dado cuenta enseguida de que llevaba dos niños en su vientre.
-O no –añadió Tristán con pesar-. Los últimos meses fueron muy duros para ella. Para los dos –puntualizó-. El incendio del Jaral le afectó demasiado, y por si no fuera poco… los últimos días llegó a creer que el bebé estaba muerto. Un pensamiento que… -se le quebró la voz y no pudo continuar.

-El caso es que me puse a pensar –continuó María-. Si fuese cierto que Bosco era hijo de Pepa, la señora estaría protegiendo a su propio nieto… sin saberlo.
Aquel nuevo pensamiento les sorprendió. Ninguno había caído en la cuenta de que la Montenegro había tenido bajo su techo a su verdadero heredero.
-Ella lo sabía –sentenció Tristán con un hilo de voz. Conocía tan bien a su madre como María; tanto que no tenía dudas al respecto.
-Efectivamente –le confirmó su sobrina con rabia-. Usted y yo sabemos cómo es y que jamás habría dado cobijo a un simple muchacho por mucho que le hubiese salvado la vida. La señora sabía quién era Bosco en realidad.
-¿Y cómo te enteraste de ello? –quiso saber Gonzalo.
-Porque me fui a hablar con la única persona que podía confirmármelo: Mauricio. Él siempre ha estado a su lado y la conoce como nadie.
-¿Mauricio sabía quién era Bosco en realidad y ha callado todo este tiempo? –se sorprendió Candela.
-No –María se apresuró a sacarla de su error-. Mauricio tampoco sabía nada. Tan solo fui a preguntarle qué información podría darme sobre el origen de Bosco; qué sabía él al respecto. Pero lo único que pudo decirme era lo mismo que todos ya sabíamos: que la señora fue salvada por él en el bosque y que por ello le dio protección en la Casona. Sin embargo, por casualidad, Fe nos contó de una visita que la señora había tenido justo antes de echarse al monte.
-¿Y qué tenía de extraña esa visita? –volvió a interrumpirle Tristán.
-Pues que se trataba de un simple menesteroso a quien atendió inmediatamente después de leer una nota.
Gonzalo comprendió al instante.
-Silverio –murmuró, atando cabos.
-Así es –confirmó su esposa-. El tío de Bosco había ido a contarle la verdad a la señora. Entonces fue cuando me contaste la historia de Fidel y del dinero que Silverio gastaba a manos llenas–le recordó a Gonzalo-. Y solo tuve que sumar dos más dos. Francisca pagaba a Silverio por su silencio. Solo podía ser eso.
-¡Dios mío! –Candela parecía escandalizada con todo lo que habían descubierto.

-Tan solo me quedaba por confirmar que Silverio fuese quien visitó a doña Francisca aquella tarde; así que ayer por la mañana, antes de ir al juicio, fui con Fe al bosque para que le identificase.
-¿Qué hiciste qué? –gritó Gonzalo, sin dar crédito-. Pero ese hombre debe de ser peligroso y…
-Tranquilízate, Gonzalo –le pidió ella, posando una mano sobre su pierna-. Es tan solo un pobre borracho. Al llegar a su cabaña, Fe le reconoció enseguida. No hizo falta acercarnos mucho para que pudiese confirmarlo. Y ya nos íbamos cuando Fe tropezó con un montículo y nos encontramos frente…-tragó saliva-, frente a la tumba de Tula.
-Doña Tula… ¿muerta? –preguntó Tristán, consternado.
Su sobrina asintió con pena. La buena mujer no merecía aquel terrible final.
-Silverio acudió hasta allí al escuchar el ruido que habíamos provocado, pero nos escondimos tras unos matorrales a tiempo, antes de que nos descubriera –continuó ella. Debía de terminar la historia para que entendiesen todo-. Estaba tan borracho que comenzó a hablar con la tumba de doña Tula y lo confesó todo: que la había matado porque iba a revelar la verdad sobre Bosco y que si lo hacía, él perdería el trato con la señora, quien al parecer le estaba soltando sus buenos cuartos para que se mantuviese callado. De manera que con las pruebas en mis manos me presenté en la fiesta de Bosco y se lo conté todo –concluyó María.
Entonces las miradas volvieron al muchacho que había callado hasta ese momento, escuchando de nuevo la misma historia que le había relatado María la noche anterior y gracias a la cual había abierto los ojos y descubierto la verdad.
-Cuando… cuando María me lo contó todo… no quise creerla –comenzó el muchacho mirándose las manos-. No es fácil asimilar que tu vida es una mentira; que la persona que crees que te quiere con sinceridad te ha estado utilizando para hacerle daño a quienes en realidad son tu familia.
Al levantar la mirada, se topó con los ojos de Tristán. Por primera vez le miraba con cierta lástima y cariño.
Desde que sabía la verdad, la barrera que Bosco había levantado y que le separaba del mundo se había desmoronado. Una barrera de mentiras. Ahora sus ojos volvían a adquirir una tonalidad que le volvía frágil, más humano.
Tristán reconoció en aquellos ojos parte de la esencia de Pepa y parte de la suya. Ahora podía ver que efectivamente aquel muchacho que tenía frente a él era su propio hijo, sangre de su sangre.
Sin poder evitarlo, Tristán se levantó.

-Lo siento –le dijo a Bosco que no podía dar crédito a lo que escuchaba.
El muchacho había ido allí para pedirles perdón por todo el daño que les había causado. Sabía que no sería sencillo ganarse su confianza. Sin embargo, su propio padre le recibía con los brazos abiertos e incluso le pedía perdón.
Bosco se levantó, avergonzado.
-Soy yo quien debe de pedirles perdón por todo lo que les he hecho –musitó-. Soy consciente de que no es sencillo asimilar la verdad puesto que ni yo mismo lo he hecho aún.
-Hemos sido víctimas del destino –convino Tristán con lágrimas en los ojos.
Su hijo asintió.
Entonces sin esperárselo, su padre le atrajo hacia sí y le abrazó por primera vez. El gesto sorprendió al muchacho que tardo unos instantes en reaccionar y en devolverle el abrazo.
-Siento mucho no haberme dado cuenta de que tu madre aún estaba viva y que traía otro niño en camino… si lo hubiese sabido… jamás te habría abandonado, hijo.
   Al escuchar por primera vez a alguien llamarle hijo, Bosco no pudo evitar que las lágrimas le resbalasen por las mejillas.
-Siempre pensé que mis verdaderos padres no me querían –le confesó como si se tratase de un niño pequeño-. Creía que me habían abandonado en el bosque porque…

-No pienses en eso ahora, Bosco –intervino Candela. Junto a ella, Inés tenía también lágrimas en los ojos-. Lo importante es que por fin ahora sabemos la verdad; por fin podremos ser la familia que siempre debimos de ser –se volvió hacia s sobrina y le sonrió-. Ahora ya nada os retiene en la Casona.
-He roto toda relación con la… con Francisca –les informó Bosco, a quien nombrar a la que hasta ahora había considerado como una madre le producía un dolor demasiado grande-. Jamás podré perdonarle que me mintiera para alejarme de vosotros. Y entenderé que también os cueste perdonarme por todo el daño que os he hecho. Solo espero que con el tiempo podáis hacerlo.
Los ojos de Bosco se detuvieron en Gonzalo. Con él era con quien más enfrentamientos había tenido. Cada vez que se encontraban era extraño no terminar cruzando algunas palabras ofensivas.
María se dio cuenta de lo difícil que iba a ser para los dos comenzar a tratarse como lo que verdaderamente eran: como hermanos.
Su esposo no daba señales de dar el primer paso, sin embargo se levantó del sofá y se acercó a Bosco.
-Bien sabes que hemos tenido nuestros más y nuestros menos –le recordó Gonzalo-. Sin embargo hay algo que nunca olvidaré y es que gracias a que has retirado la demanda es que estoy de nuevo junto a mi familia.
-Jamás me hubiese perdonado que mi propio hermano estuviese en prisión por mi culpa –le confesó el muchacho manteniéndole la mirada-. Y no te preocupes porque la Montenegro no volverá a ponerla sino quiere que sus secretos salgan a la luz. No te dará problemas, puedes estar tranquilo en cuanto a eso.
Gonzalo asintió, agradecido.
-Y… aún hay más –continuó Bosco. Metió la mano en uno de los bolsillos interiores de su abrigo y sacó unos papeles-. Creo que buscabas esto.
Su hermano cogió los papeles y los desplegó preguntándose qué serian. Su rostro se iluminó de repente.
-Son…

-Los pagarés que la señora le hacía al arquitecto Ricardo Altamira –confirmó el muchacho, sintiendo un gran alivio al realizar aquella buena acción-. Si no me equivoco era lo que entraste a buscar aquella noche en la Casona –Gonzalo asintió-. Con ellos podrás demostrar que Francisca Montenegro pagó a ese hombre para que modificara el trayecto del ferrocarril y pasara por sus tierras.
-Gracias –logró decir Gonzalo, sin dar crédito a ello. María se reunió con él, feliz. Al final iban a conseguir aquello por lo que tanto habían luchado: que las obras del ferrocarril se detuvieran y que revisaran de nuevo el proyecto. Los trabajadores dejarían de jugarse la vida cada día.
Agradecido con el gesto, Gonzalo le tendió la mano a Bosco quien tras mirarla unos segundos, se la estrechó, sonriendo.
-Gracias… hermano –le dijo el esposo de María-. Gracias por todo.
Escuchar a Gonzalo llamarle de aquella manera fue una sensación desconocida hasta ese momento. Hermano.
Hasta entonces, Bosco no había sido consciente de que tenía una familia de verdad. Un padre dispuesto a recuperar el tiempo perdido con él y un hermano mayor de quien podría aprender a ser el hombre recto y justo que todo el mundo esperaba que fuese.
-Espera a que Aurora se entere de esto –dijo Candela de pronto.
El resto rió.
-¿Por qué? –preguntó Bosco sin entenderlo-. ¿No le hará ninguna gracia que sea su… gemelo?
-Conociéndola… pondrá el grito en el cielo –declaró Tristán-. Más que nada por vuestra abuela. Aurora ha sacado el difícil carácter de vuestra madre. No es sencillo lidiar con ella. Pero es una muchacha de buen corazón, así que no te preocupes. Le explicaremos todo y lo comprenderá.
Candela se levantó.
-Voy a decirle a las doncellas que preparen dos cuartos para los nuevos habitantes del Jaral –anunció dando un paso hacia la planta baja.
-No, espere –la detuvo Bosco.
La esposa de su padre se volvió.
-De momento no… no voy a quedarme aquí –les informó.
-Pero… ¿por qué, hijo? –se extrañó Tristán-. Esta es tu casa. Ahora somos tu familia.
-Lo sé… pero… todo ha sucedido muy rápido. Todavía tengo que asimilarlo. No es fácil. Necesito tiempo y quiero hacer las cosas bien esta vez. De momento me hospedaré en la posada de Emilia. Quiero pensar bien qué voy a hacer de ahora en adelante con mi vida. No voy a cometer los mismos errores.
Tristán quería insistir pero comprendía el razonamiento de Bosco. Todo cambio requería su tiempo y aquel era demasiado grande para el muchacho.
-Está bien –convino posando una mano sobre su hombro-. Pero sabes que aquí nos tienes para lo que desees.
-Ahora somos tu familia –le recordó Gonzalo para quien descubrir la existencia de un nuevo hermano había supuesto una alegría. Ahora entendía porque cada vez que se había enfrentado a Bosco, luego siempre le quedaba un mal sabor de boca.
-¿Y tú que piensas hacer, Inés? –quiso saber su tía, preocupada por ella-. ¿Vas… vas a quedarte en la Casona?
Su sobrina se acercó a ella. Ahora era libre. La señora ya no tenía ningún poder sobre ella.
-No –le confirmó. Candela suspiró aliviada-. Quiero comenzar una nueva vida. Ganarme el pan honradamente. Y… para ello había pensado… si todavía necesita una ayudante en la confitería me gustaría…

Candela la abrazó, contenta.
-Por supuesto que sí, chiquilla –le dijo con lágrimas en los ojos. Al fin recuperaba a su querida sobrina, después de tanto tiempo sufriendo por ella.
Inés miró a Bosco. Solo el tiempo les diría que iba a ser de ellos. Por el momento sus vidas comenzaban a encauzarse por el buen camino. Tan solo el destino sabría si en algún punto lograrían cruzarse de nuevo.
CONTINUARÁ...


lunes, 30 de marzo de 2015

CAPÍTULO 73 
Una de las cosas que más les gustaba a las gentes de Puente Viejo eran las buenas noticias y en cuanto tenían oportunidad de celebrar una, todo el mundo sabía dónde había que acudir: a la casa de comidas de Emilia y Alfonso Castañeda.
La vieja taberna se había llenado de aldeanos a pesar del calor sofocante que allí dentro se respiraba. Quien más y quien menos quería felicitar a Nicolás por la llegada al mundo de su primer vástago; a ello había que añadir la liberación de Gonzalo, a quien el pueblo entero apreciaba en gordo, y había confiado en su inocencia desde el principio.

Tras la barra, Alfonso no dejaba de verter su espumoso vino en vasos. El padre de María no cabía en sí de júbilo; había nacido su primer sobrino, su yerno volvía a casa y el proyecto del cultivo de las vides parecía que iba por buen camino.

Emilia salió de la cocina portando una bandeja repleta de platos con queso de la granja de Mariana, que tanto gustaba a los lugareños, y taquitos de jamón. Repartió los platos entre las mesas sin dejar de mostrar la mejor de sus sonrisas.
Cuando la familia Castro entró en el local, algunas voces se acallaron y la mayoría de los aldeanos se volvieron hacia ellos.
-Buenas tardes –saludó Tristán, a quien no le gustaba nada ser el centro de atención; sin embargo, ese día no le importaba puesto que se sentía orgulloso de poder estar allí con toda su familia.
Tras él, Gonzalo, Candela y María se detuvieron, expectantes.
De repente algunos aldeanos se acercaron y saludaron a Gonzalo, dándole la bienvenida al pueblo. El joven agradeció el gesto devolviéndoles el saludo.
Al verles, Alfonso alzó la jarra de vino.

-¡Puentevejinos! Esta ronda corre a cargo de mi cuñado Tristán –les dijo-. ¡Celebremos la vuelta de mi yerno! ¡POR GONZALO!
Los lugareños levantaron sus vasos para brindar por ello.
-¡POR GONZALO! –se alzaron todos en una sola voz.
El joven asintió mientras se reunían con su suegro.
Alfonso salió de detrás de la barra y le dio un afectuoso abrazo.
-Me alegro mucho de tenerte de nuevo entre nosotros, muchacho –le colocó un vaso de vino-. Tenemos mucho que celebrar.
-Gracias, suegro –cogió el vaso y bebió, saboreando el espumoso vino-. Una de las cosas que más echaba de menos eran sus chatos de vino.
María se acercó a su esposo y le rodeó con su brazo por la cintura.
-¿Más aún que a mí? –quiso saber, poniéndole en un brete.
Gonzalo se volvió hacia ella.
-Eso es imposible y lo sabes –murmuró él apoyando su frente en la de ella para luego besarla.
-Bueno, bueno –intervino Emilia que acababa de llegar con otra bandeja-. Dejad las carantoñas para luego que hay mucho que celebrar –se volvió hacia su esposo-. Alfonso, cariño, ponles a todos un vaso de vino que vamos a brindar por la puesta en libertad de Gonzalo –se acercó a su yerno y le dio dos besos-. Ya sabía yo que eras inocente y que saldrías de esta.
Gonzalo le agradeció la confianza.

-Disculpe –se acercó un hombre alto y de porte elegante con acento americano que había estado bebiendo junto a un amigo en una de las mesas del rincón-. ¿Es usteg el dueño de egte lugar?
Alfonso asintió.
-Así es buen hombre. ¿Qué desea?
-Mi socio, Max –se volvió hacia su acompañante que alzó el vaso desde su sitio-, y yo querríamos felicitagle por egte vino. ¿Es suyo?
El padre de María volvió a asentir.
-De la cosecha de los Castañeda –le informó con orgullo y sacando pecho.
Tristán y Gonzalo miraron al americano, interesados en él y luego a su acompañante. ¿Quiénes serían? Nunca antes les habían visto por Puente Viejo. ¿Estarían de paso?
-Pues deje que le diga que de dónde venimos nosotros, tierra de vides, no se cultiva un vino tan bueno como egte –le alabó el hombre.
-Perdone mi indiscreción –intervino Tristán-. ¿De dónde vienen exactamente?

-De la alta Califognia –dijo marcando mucho la erre-. Mi socio y yo estamos de visita de negocios. Hemos llegado hace un par de hogas y lo primego que hemos hecho ha sido entrarg en egte lugar.
-¿Visita de negocios, dice? –habló Gonzalo, sintiendo el corazón desbocado.
-Así es, señog –convino el hombre con cordialidad-. Llevamos meses queguiendo venir a Puente Viejo pogque nos han hablago magavillas de su balneaguio –se quedó unos segundos pensativo-. Don… Congado Buenaventuga es uno de los socios fundagogues, tengo entendigo.
Candela y María cruzaron una mirada de entendimiento. ¿Acaso aquellos hombres eran los inversores americanos con los que Conrado llevaba tiempo negociando?
-¿Están aquí buscando a Conrado Buenaventura? –le preguntó Candela.
-Así es, mi señoga –ladeó la cabeza, con cortesía. Los modales del americano eran exquisitos y cordiales-. Don Congado nos indicó cómo llegag hasta aquí. Nos dijo que preguntágamos en la posada por don Gonzalo Valbuena.
-Pues ha tenido suerte –convino el propio Gonzalo, sonriendo-. Yo soy Gonzalo Valbuena. El cuñado de Conrado Buenaventura. Y si no me equivoco… ustedes deben de ser los inversores americanos.

-Mi nombre es William Johnson –le tendió la mano el hombre. Gonzalo le devolvió el saludo-. Y como ya les he dicho, aquel es mi socio Maximiliam Gutiérres.
-¿Gutiérrez? –repitió María, sorprendida por el apellido tan español de aquel otro hombre.
-Sus antepasados son españoles –explicó William-. Él es el egpercto en vinos.
-¿Y ya tienen dónde hospedarse? –quiso saber Tristán, sabiendo que tenían que poner todo su empeño en agradar a aquellos hombres; aunque algo le decía que ya estaban encantados con lo que habían visto.
-Lo ciegto es que no. Pensábamos ir al balneaguio pego no sabemos dónde se encuentra.
-Si no les importa –dijo Emilia-, pueden pasar esta noche aquí, en la posada, y mañana ya irán a la casa de aguas. Como ven estamos de celebración y…
-¡Ohhh! No se preocupe mi buena señoga –le cortó William-. Nos encantan las fiestas. Max es amante de ellas. Sigamos celebrando y mañana ya hablaguemos de negocios. ¿Les paguese?

-Por supuesto –convino Gonzalo, viendo que poco a poco las cosas iban encauzándose.
-Y si a usted le paguese bien también nos gustaguía hablag de sus vinos –se dirigió a Alfonso-. Si está integuesago en egpogtaglos al egtranjego.
Alfonso abrió los ojos, sorprendido. Aquello era lo último que se esperaba. ¿Exportar sus vinos a las Américas? Pero si aún eran un proyecto.
-Por supuesto –se apresuró a decirle, no fuera a echarse atrás el americano-. Y ahora mismo le serviré una jarra completa para celebrarlo… don William. Esta corre a cuenta de la casa.
El americano asintió a modo de despedida y regresó junto a su socio mientras Emilia se abrazaba a su esposo. Ella que no había tenido mucha fe en el negocio de las vides, ahora veía que unos extranjeros querían llevar sus productos a la otra parte del mundo. Quizá no fuese tan mala idea como había pensado al principio.
Todavía estaban asimilando lo ocurrido con los inversores americanos cuando Nicolás entró en la casa de comidas. Nada más verle, los aldeanos comenzaron a acercársele para felicitarle. El marido de Mariana se vio envuelto entre abrazos y parabienes.

Cuando finalmente pudo reunirse con su familia, Tristán fue el primero en felicitarle.
-Mi enhorabuena, Nicolás –le tendió la mano para acabar dándole un abrazo-. Felicidades por ese niño.
-Muchas gracias don Tristán –declaró emocionado-. Todavía no me lo creo.
-Toma cuñado –le tendió un vaso de vino Alfonso-. Brindemos por tu hijo. ¡Por Juanito!
-¡POR JUANITO! –todos alzaron sus vasos y bebieron por esa nueva personita que acababa de llegar al mundo para colmar de dicha a sus padres.
Llegó el turno de María y Candela que le dieron dos besos y preguntaron por Mariana.
-La pobre está agotá –les informó-. Rosario se ha quedao con ella y en cuanto Juanito ha terminao de comer, mi Mariana se ha dormido.
-Es que han sido unas semanas muy duras para todos –convino María-. Y los últimos días ves que vas perdiendo las fuerzas… justo cuando más las necesitas.
-Pero lo importante es que ha salido todo bien y ya tenemos a otro retoño para malcriar –dijo Emilia.

-¿Y cómo es? –quiso saber la esposa de Gonzalo-. Estoy deseando conocerle.
-Es… -Nicolás abrió las manos, buscando la manera de explicarlo-, mu largo –rieron ante su ocurrencia-. Y tiene unas manitas mu pequeñas y perfectas. Eso sí, come… no os hacéis una idea.
-Menos mal que tienes una granja de vacas para alimentarle bien –le recordó Candela.
-Bueno, ahora que estamos juntos –dijo Tristán cuyos ojos brillaron de felicidad-. Propongo un brindis formal –alzó la voz para que todos los presentes pudiesen escucharle-. Vecinos. Brindemos por el nuevo puentevejino Juanito y por la liberación de Gonzalo.
De nuevo se alzaron los vasos y todo el mundo brindó por las buenas nuevas.
-Tengo que ir a ver el asado que tengo al fuego –recordó Emilia-. ¿Me acompañáis? –les pidió a Candela y a María.
Las tres mujeres se adentraron en la cocina situada en la parte de atrás del negocio.
Alfonso y Tristán comenzaron a hablar de las vides y los abonos que iban a utilizar. Ambos estaban entusiasmados con su nuevo negocio.
Gonzalo aprovechó para llevarse a Nicolás a un rincón y poder conversar con tranquilidad.
-¿Qué… cómo te sientes? –le preguntó Gonzalo tras dar un sorbo a su vaso.
Nicolás suspiró; no encontraba las palabras adecuadas para expresar el momento que acababa de vivir.

-Es difícil explicarlo, Gonzalo –dijo por fin-. Es una mezcla de sentimientos que… tú sabes lo que quiero decir.
-Bien lo sé –asintió, sonriendo al recordar el momento en que tuvo a Esperanza por primera entre sus brazos-. Te preguntas cómo ese ser tan indefenso y pequeño es parte de ti. Tú le has dado carne y parte de tu alma. Es lo más hermoso que le puede pasar a uno.
Nicolás asintió, en silencio.
-¿Y tú? –le preguntó de repente-. ¿Cómo te sientes ahora que vuelves a estar en libertad? –se acercó un poco para que no pudiesen escucharle-. A partir de ahora nadie dudará ya de tu inocencia. No podemos quejarnos… todo ha salido perfecto.
Gonzalo soltó el aire que llevaba rato conteniendo.
-Sí. Y parte de ello se lo debo al Anarquista –le guiñó un ojo el joven-. Su… oportuna intervención en el último momento impidió que me trasladasen a prisión. Aunque tampoco puedo olvidar que Bosco fue quien quitó la denuncia; todavía me pregunto por qué lo hizo –negó con la cabeza; posiblemente jamás sabría el motivo. Lo importante era que lo había logrado-. Pero… si no fuese por el Anarquista que retuvo a la Montenegro el tiempo suficiente… habría sido trasladado a la cárcel. Menos mal que todo salió según lo previsto.

-¿El Anarquista? –inquirió Nicolás sin entender-. Eso es imposible…
Gonzalo se acercó más a él convirtiendo su voz casi en un susurro.
-Vamos, Nicolás –le instó él-. Lo hiciste muy bien. Sabíamos que el plan era arriesgado pero al final ha salido todo perfecto. Tú mismo lo acabas de decir.
El esposo de Mariana seguía sin comprender las palabras de Gonzalo.
-Gonzalo, de verdad, no sé a qué te refieres.
El hijo de Tristán frunció el ceño, comenzando a preocuparse.
-¿A qué va a ser? –le devolvió la pregunta-. A tu magistral interpretación. Eso sí… coger a la Montenegro de rehén fue muy arriesgado. Por un momento pensé que se nos estaba yendo de las manos.
-Gonzalo, no sé de qué me estás hablando –insistió el fotógrafo, con el rostro blanco.
-¿Cómo qué no? Te estoy hablando de nuestro plan, de la aparición del Anarquista en el momento en que iban a trasladarme a prisión. Cogiste a Francisca como rehén y le exigiste que retirase la denuncia contra mí sino quería que algo malo le pasase a ella o algún allegado suyo. Eso fue lo que convenimos cuando me visitaste en el cuartelillo.

Nicolás tragó saliva. Se le había formado un nudo en la garganta.
-Sí, es cierto –confesó al fin-. Ese era nuestro plan, amenazar a la señora con hacerle algo a su protegido... Pero… Gonzalo, no pude hacerlo. Llevo dos días que no me he separado de Mariana.
Por primera vez Gonzalo comenzó a dudar.
-Pero eso no puede ser Nicolás. El Anarquista estaba allí –miró a su alrededor cerciorándose de que no podían escucharle-; y te puedo asegurar que esta vez no era yo.
-Ni yo tampoco –repitió el esposo de Mariana con seguridad-. Mi intención hubiese sido seguir con nuestro plan inicial, como la primera vez, a la salida de la iglesia, tal como acordamos cuando te visité. Pero… al ponerse Mariana de parto, las cosas cambiaron. No podía separarme de ella y tampoco pude acudir a nuestra última cita para saber cuándo tenía que actuar. Te juro que quería avisarte pero…
-Sí… eso me extrañó –le cortó Gonzalo en voz alta, pensativo-. Pero pensé que de todos modos, debías haberte enterado de cuando iba a ser trasladado y que no habías venido para no levantar sospechas.
-No, no, Gonzalo –le sacó de su error-. Como te digo, todo se complicó y no pude ir.
Gonzalo se quedó pensativo. Había estado tan seguro de que era Nicolás el que se había vestido con sus ropas para hacerse pasar por el Anarquista que en ningún momento se planteó que podría tratarse de otra persona.

-Entonces… ¿Quién era ese que se hizo pasar por… por mí? ¿Quién amenazó a Francisca Montenegro a la salida del cuartelillo?
Nicolás se encogió de hombros, sin saber la respuesta. De repente su semblante perdió color.
-Gonzalo… hay alguien más que conocía tu secreto.
El joven levantó el mentón, preocupado y frunció el ceño.
-¿Quién?
CONTINUARÁ...