CAPÍTULO 49
Las horas de espera en el Jaral se hicieron
eternas.
María había subido al cuarto de Esperanza a
jugar con ella. Solo la presencia de su hija lograba serenarla un poco y no
pensaba en lo ocurrido, aunque su mente la traicionaba, una y otra vez,
recordándole que Gonzalo no estaba con ellas. Tendría que haber ido a la casa
de aguas para supervisar qué todo andaba bien, pero no se veía con ganas. Había
mandado a uno de los mozos del Jaral con la orden de que Epifanio tomase el
mando en ausencia de su esposo.
Por su parte, Tristán se hallaba en el
despacho, tratando de concentrarse en las cuentas de la finca. Ese mismo día
habían llegado dos cargamentos de abono y semillas que debía aprobar con la
mayor celeridad posible. Sin embargo, él tampoco podía concentrarse en ello
mientras su hijo se hallase encerrado en el cuartelillo. Al mirar el encargo de
las semillas, de inmediato se le vino a la mente Martín, puesto que era él
personalmente quien se encargaba de decidir si las semillas de la siembra eran
las adecuadas o no. Su hijo tenía un don para ello. Siempre sabía con solo
tocarlas si el producto era o no de buena calidad.
Tristán seguía absorto en ese pensamiento
cuando llegó Candela.
-Hola, cariño –se acercó a su esposo para
darle un beso-. ¿Se sabe algo ya?
-Nada –negó Tristán, dejando los papeles
sobre la mesa. El gesto de su cara se ensombreció de repente mientras se
levantaba-. Todavía estamos esperando que Marcial venga de un momento a otro
con noticias.
Candela asintió.
-¿Y María?
-Arriba con Esperanza –ambos salieron al
salón-. La pobre ya no sabe qué hacer para mantener la templanza. Le he dicho
que fuese a dar un paseo por el pueblo pero no ha querido salir por si llegaba
el abogado.
-Mejor –decretó Candela, sentándose en el
sofá. Tristán le lanzó una mirada pidiéndole que explicase sus palabras-. En el
pueblo no se habla de otra cosa que no sea la detención de Gonzalo y de que es
el Anarquista –la mujer negó con la cabeza, apesadumbrada-. En la confitería
han entrado más personas tan solo para cotillear y ver qué podían sonsacarme que
para comprar el pan… así que he decidido dejar a Marujita al cargo y venirme
aquí con vosotros.
-Lo mejor que has podido hacer –Tristán le
cogió la mano, apoyando su decisión-. No vale la pena calentarse la sangre por
cuatro comentarios maliciosos.
-Gracias Candela –se escuchó la voz de María
mientras entraba en el salón. La joven había oído parte de la conversación al
bajar las escaleras. Tomó asiento junto a la mujer de su tío-. A las gentes les
gusta chismorrear más de la cuenta. Y lo ocurrido con Gonzalo no va a ser
menos.
-No vale la pena que pienses en ello,
muchacha –quiso tranquilizarla Candela, posando una mano sobre la de ella-.
Como bien dices a los aldeanos les gusta más un chisme que cualquier otra cosa.
-No se preocupe Candela. Los cotilleos ya no
me afectan. He aprendido a vivir con ellos y lo que realmente me importa es
sacar a Gonzalo del cuartelillo y tenerle de nuevo aquí, junto a mí –se volvió
hacia su tío-. ¿Se sabe algo?
Tristán negó con la cabeza.
Justo en ese instante sonó la campana de la
puerta y la doncella dejó entrar al abogado.
-Buenas tardes –saludó don Marcial. Su gesto
serio no denotaba nada bueno.
Los tres se levantaron del sofá para
recibirle.
-Don Marcial, pase –le ofreció Tristán, como
anfitrión-. Siéntese por favor.
-Muchas gracias, señor Castro –dejó su
maletín sobre la mesa, pero no se sentó.
Candela le ofreció una copa de brandy y el
buen hombre se la tomó casi de un trago, buscando las fuerzas que necesitaba
para contarles lo que había ocurrido en las últimas horas.
-Don Marcial, por favor –no pudo contener
por más tiempo María la ansiedad de saber-. ¿Qué noticias nos trae? Díganos que
Gonzalo podrá salir pronto del cuartelillo…
El abogado tragó saliva.
-Siento mucho tener que decirles que eso es
bastante improbable –decretó finalmente.
Una sombra negra se abatió sobre ellos. Sus
esperanzas de tener pronto a Gonzalo entre ellos se esfumaban de un plumazo.
-Pero… ¿por qué? –María se dejó caer en el
sofá, enfadada-. ¿Acaso no ha presentado las pruebas que le hemos dado? ¿No es
suficiente para demostrar que mi esposo no es ese bandido? ¿Qué más necesita
ese juez para dejarle en libertad?
-María, sosiégate –le pidió Tristán, tomando
el mando de la situación. Se volvió hacia el abogado-. Dejemos que don Marcial
nos explique cómo están las cosas.
El hombre tomó aire.
-Verán… no voy a engañarles, la cosa no
pinta bien –aquellas palabras terminaron de hundir a la joven que apretó las
manos y se las llevó a los labios como si fuese a rezar-. Las pruebas que he
presentado ante el juez, la misiva que recibió, junto con la declaración de ese
mozo, Gervasio, eximen a Gonzalo de ser ese bandido llamado el Anarquista; eso
es cierto. Además, la señorita Ramírez presentó una carta que ella misma tenía
de ese bandido, donde también la citaba, y se ha podido comprobar que la letra
es la misma que la misiva que le entregaron a Gonzalo. Sin embargo… existe otro
delito del cual sí es culpable: ha entrado en una propiedad privada sin permiso
y le han cogido intentando robar en la caja fuerte.
-¡Pero porque le tendieron una trampa!
–saltó María, perdiendo los nervios-. Eso debería de tenerlo en cuenta el juez.
-Lo mires por donde lo mires es un delito,
María –le recordó don Marcial, con calma, entendiendo a la joven-. La única
forma de que no fuese condenado por ello sería que la agraviada, en este caso
doña Francisca Montenegro, no presentase denuncia alguna.
-Podemos olvidarnos de que mi madre retire
su denuncia. Sin duda alguna estará celebrando que ya tiene un motivo para
mandar a mi hijo a prisión –sentenció Tristán, escupiendo con odio cada
palabra. Torció el gesto de la boca, pensativo-. ¿Cree que podemos hacer algo?
¿Pagar una fianza mientras esperamos que se produzca el juicio?
-Ya la he solicitado –explicó don Marcial-.
Pero estando la Montenegro detrás… dudo mucho que nos la concedan.
María soltó un suspiro, exasperada.
-Y Gonzalo, ¿lo sabe? –quiso saber su esposa
pensando en cómo se lo tomaría.
-Sí. He hablado con él antes de venir a
contárselo a ustedes porque mañana tiene que declarar él. Es un joven valiente
y se lo ha tomado bastante bien. En cierta manera ya se lo esperaba.
María se quedó unos segundos pensativa,
repasando las noticias que había traído don Marcial.
Las pruebas presentadas ante el juez dejaban
claro que Gonzalo no era el famoso enmascarado; que todo había sido una trampa
para que fuese apresado. ¿Debía saber el Anarquista que Isabel le traicionaría
y de ahí el cambio?, pensó la joven. Ya no valía la pena pensar en ello. El mal
ya estaba hecho.
De todos modos, el abogado tenía razón. Tan
solo había una manera de sacar a Gonzalo de aquel lío, y María sabía cómo
hacerlo.
Don Marcial miró su reloj de bolsillo.
-Se me ha hecho tarde –decretó, cogiendo su
maletín-. Tengo que regresar al cuartelillo para preparar con Gonzalo su
declaración.
Tristán y Candela le agradecieron al hombre
todo lo que estaba haciendo por el joven.
-Don Marcial –le dijo María antes de que se
marchase-. Puede darle a Gonzalo un mensaje de nuestra parte.
-Por supuesto, María.
-Dígale… dígale que no se preocupe. Que todo
saldrá bien. Que haremos todo lo necesario para sacarle de ahí; que no lo dude.
El abogado asintió, mostrando una leve
sonrisa.
-Estoy seguro que sus palabras le levantarán
el ánimo –dijo el hermano de don Anselmo antes de marcharse.
Una vez asolas, Tristán se volvió hacia su
sobrina.
-¿Qué se te ha pasado por la mente, María?
–le preguntó a bocajarro. La conocía lo suficiente como para saber que aquellas
palabras de ánimo ocultaban algo.
-Tan solo hay una manera de que la
Montenegro retire la denuncia y Gonzalo quede libre –les miró a los dos con
determinación-. Hay que hablar con ella; y si es necesario le suplicaré.
-La conozco perfectamente, Candela. Lo que
de verdad quiere es demostrarnos su poder. Que sepamos quién manda en estas
tierras. Y si para sacar a Gonzalo de prisión tengo que pactar con el mismísimo
diablo, no dude que lo haré.
-No será necesario –intervino Tristán,
soltando un leve suspiro-. Soy yo quien debe hablar con ella. No dejaré que te
expongas así. Demasiado daño te ha hecho ya como para que vayas a humillarte
ante ella.
-Pero tío…
-No hay más que hablar –le cortó con
decisión, Tristán-. Hablaré con mi madre. Espero que todavía le quede la
suficiente humanidad como para que me escuche.
-Espere tío –le detuvo María-. Como bien le
he dicho, a Francisca le gusta que todo el mundo sepa que es ella la que manda.
La idea de ir a pedirle que quite la denuncia es como última opción. Estoy
segura que si fuésemos ahora mismo, no accedería a ello. Quiere que sepamos
quién manda. Solo entonces quedará conforme. Por eso es mejor esperar.
Tristán meditó las palabras de su sobrina.
No quería quedarse de brazos cruzados mientras su hijo estaba preso pues la
impotencia de no hacer nada le corroía el corazón, pero María tenía razón. Su
madre no accedería a quitar la demanda tan pronto. Debían saber esperar el
momento oportuno.
Sin embargo María no iba a quedarse de
brazos cruzados esperando que la señora accediese a retirar la demanda. Había
otra solución posible.
Y María estaba dispuesta a llevarla a cabo.
CONTINUARÁ...
CONTINUARÁ...