jueves, 26 de febrero de 2015

CAPÍTULO 49 
Las horas de espera en el Jaral se hicieron eternas.
María había subido al cuarto de Esperanza a jugar con ella. Solo la presencia de su hija lograba serenarla un poco y no pensaba en lo ocurrido, aunque su mente la traicionaba, una y otra vez, recordándole que Gonzalo no estaba con ellas. Tendría que haber ido a la casa de aguas para supervisar qué todo andaba bien, pero no se veía con ganas. Había mandado a uno de los mozos del Jaral con la orden de que Epifanio tomase el mando en ausencia de su esposo.
Por su parte, Tristán se hallaba en el despacho, tratando de concentrarse en las cuentas de la finca. Ese mismo día habían llegado dos cargamentos de abono y semillas que debía aprobar con la mayor celeridad posible. Sin embargo, él tampoco podía concentrarse en ello mientras su hijo se hallase encerrado en el cuartelillo. Al mirar el encargo de las semillas, de inmediato se le vino a la mente Martín, puesto que era él personalmente quien se encargaba de decidir si las semillas de la siembra eran las adecuadas o no. Su hijo tenía un don para ello. Siempre sabía con solo tocarlas si el producto era o no de buena calidad.
Tristán seguía absorto en ese pensamiento cuando llegó Candela.
-Hola, cariño –se acercó a su esposo para darle un beso-. ¿Se sabe algo ya?
-Nada –negó Tristán, dejando los papeles sobre la mesa. El gesto de su cara se ensombreció de repente mientras se levantaba-. Todavía estamos esperando que Marcial venga de un momento a otro con noticias.
Candela asintió.
-¿Y María?
-Arriba con Esperanza –ambos salieron al salón-. La pobre ya no sabe qué hacer para mantener la templanza. Le he dicho que fuese a dar un paseo por el pueblo pero no ha querido salir por si llegaba el abogado.
-Mejor –decretó Candela, sentándose en el sofá. Tristán le lanzó una mirada pidiéndole que explicase sus palabras-. En el pueblo no se habla de otra cosa que no sea la detención de Gonzalo y de que es el Anarquista –la mujer negó con la cabeza, apesadumbrada-. En la confitería han entrado más personas tan solo para cotillear y ver qué podían sonsacarme que para comprar el pan… así que he decidido dejar a Marujita al cargo y venirme aquí con vosotros.
-Lo mejor que has podido hacer –Tristán le cogió la mano, apoyando su decisión-. No vale la pena calentarse la sangre por cuatro comentarios maliciosos.
-Gracias Candela –se escuchó la voz de María mientras entraba en el salón. La joven había oído parte de la conversación al bajar las escaleras. Tomó asiento junto a la mujer de su tío-. A las gentes les gusta chismorrear más de la cuenta. Y lo ocurrido con Gonzalo no va a ser menos.
-No vale la pena que pienses en ello, muchacha –quiso tranquilizarla Candela, posando una mano sobre la de ella-. Como bien dices a los aldeanos les gusta más un chisme que cualquier otra cosa.
-No se preocupe Candela. Los cotilleos ya no me afectan. He aprendido a vivir con ellos y lo que realmente me importa es sacar a Gonzalo del cuartelillo y tenerle de nuevo aquí, junto a mí –se volvió hacia su tío-. ¿Se sabe algo?
Tristán negó con la cabeza.
Justo en ese instante sonó la campana de la puerta y la doncella dejó entrar al abogado.
-Buenas tardes –saludó don Marcial. Su gesto serio no denotaba nada bueno.
Los tres se levantaron del sofá para recibirle.
-Don Marcial, pase –le ofreció Tristán, como anfitrión-. Siéntese por favor.
-Muchas gracias, señor Castro –dejó su maletín sobre la mesa, pero no se sentó.
Candela le ofreció una copa de brandy y el buen hombre se la tomó casi de un trago, buscando las fuerzas que necesitaba para contarles lo que había ocurrido en las últimas horas.
-Don Marcial, por favor –no pudo contener por más tiempo María la ansiedad de saber-. ¿Qué noticias nos trae? Díganos que Gonzalo podrá salir pronto del cuartelillo…
El abogado tragó saliva.
-Siento mucho tener que decirles que eso es bastante improbable –decretó finalmente.
Una sombra negra se abatió sobre ellos. Sus esperanzas de tener pronto a Gonzalo entre ellos se esfumaban de un plumazo.
-Pero… ¿por qué? –María se dejó caer en el sofá, enfadada-. ¿Acaso no ha presentado las pruebas que le hemos dado? ¿No es suficiente para demostrar que mi esposo no es ese bandido? ¿Qué más necesita ese juez para dejarle en libertad?
-María, sosiégate –le pidió Tristán, tomando el mando de la situación. Se volvió hacia el abogado-. Dejemos que don Marcial nos explique cómo están las cosas.
El hombre tomó aire.
-Verán… no voy a engañarles, la cosa no pinta bien –aquellas palabras terminaron de hundir a la joven que apretó las manos y se las llevó a los labios como si fuese a rezar-. Las pruebas que he presentado ante el juez, la misiva que recibió, junto con la declaración de ese mozo, Gervasio, eximen a Gonzalo de ser ese bandido llamado el Anarquista; eso es cierto. Además, la señorita Ramírez presentó una carta que ella misma tenía de ese bandido, donde también la citaba, y se ha podido comprobar que la letra es la misma que la misiva que le entregaron a Gonzalo. Sin embargo… existe otro delito del cual sí es culpable: ha entrado en una propiedad privada sin permiso y le han cogido intentando robar en la caja fuerte.
-¡Pero porque le tendieron una trampa! –saltó María, perdiendo los nervios-. Eso debería de tenerlo en cuenta el juez.
-Lo mires por donde lo mires es un delito, María –le recordó don Marcial, con calma, entendiendo a la joven-. La única forma de que no fuese condenado por ello sería que la agraviada, en este caso doña Francisca Montenegro, no presentase denuncia alguna.
-Podemos olvidarnos de que mi madre retire su denuncia. Sin duda alguna estará celebrando que ya tiene un motivo para mandar a mi hijo a prisión –sentenció Tristán, escupiendo con odio cada palabra. Torció el gesto de la boca, pensativo-. ¿Cree que podemos hacer algo? ¿Pagar una fianza mientras esperamos que se produzca el juicio?
-Ya la he solicitado –explicó don Marcial-. Pero estando la Montenegro detrás… dudo mucho que nos la concedan.
María soltó un suspiro, exasperada.
-Y Gonzalo, ¿lo sabe? –quiso saber su esposa pensando en cómo se lo tomaría.
-Sí. He hablado con él antes de venir a contárselo a ustedes porque mañana tiene que declarar él. Es un joven valiente y se lo ha tomado bastante bien. En cierta manera ya se lo esperaba.
María se quedó unos segundos pensativa, repasando las noticias que había traído don Marcial.
Las pruebas presentadas ante el juez dejaban claro que Gonzalo no era el famoso enmascarado; que todo había sido una trampa para que fuese apresado. ¿Debía saber el Anarquista que Isabel le traicionaría y de ahí el cambio?, pensó la joven. Ya no valía la pena pensar en ello. El mal ya estaba hecho.
De todos modos, el abogado tenía razón. Tan solo había una manera de sacar a Gonzalo de aquel lío, y María sabía cómo hacerlo.
Don Marcial miró su reloj de bolsillo.
-Se me ha hecho tarde –decretó, cogiendo su maletín-. Tengo que regresar al cuartelillo para preparar con Gonzalo su declaración.
Tristán y Candela le agradecieron al hombre todo lo que estaba haciendo por el joven.
-Don Marcial –le dijo María antes de que se marchase-. Puede darle a Gonzalo un mensaje de nuestra parte.
-Por supuesto, María.
-Dígale… dígale que no se preocupe. Que todo saldrá bien. Que haremos todo lo necesario para sacarle de ahí; que no lo dude.
El abogado asintió, mostrando una leve sonrisa.
-Estoy seguro que sus palabras le levantarán el ánimo –dijo el hermano de don Anselmo antes de marcharse.
Una vez asolas, Tristán se volvió hacia su sobrina.
-¿Qué se te ha pasado por la mente, María? –le preguntó a bocajarro. La conocía lo suficiente como para saber que aquellas palabras de ánimo ocultaban algo.
-Tan solo hay una manera de que la Montenegro retire la denuncia y Gonzalo quede libre –les miró a los dos con determinación-. Hay que hablar con ella; y si es necesario le suplicaré.
-¿Humillarte ante Francisca? –inquirió Candela a quién no le gustaba aquella idea.
-La conozco perfectamente, Candela. Lo que de verdad quiere es demostrarnos su poder. Que sepamos quién manda en estas tierras. Y si para sacar a Gonzalo de prisión tengo que pactar con el mismísimo diablo, no dude que lo haré.
-No será necesario –intervino Tristán, soltando un leve suspiro-. Soy yo quien debe hablar con ella. No dejaré que te expongas así. Demasiado daño te ha hecho ya como para que vayas a humillarte ante ella.
-Pero tío…
-No hay más que hablar –le cortó con decisión, Tristán-. Hablaré con mi madre. Espero que todavía le quede la suficiente humanidad como para que me escuche.
-Espere tío –le detuvo María-. Como bien le he dicho, a Francisca le gusta que todo el mundo sepa que es ella la que manda. La idea de ir a pedirle que quite la denuncia es como última opción. Estoy segura que si fuésemos ahora mismo, no accedería a ello. Quiere que sepamos quién manda. Solo entonces quedará conforme. Por eso es mejor esperar.
Tristán meditó las palabras de su sobrina. No quería quedarse de brazos cruzados mientras su hijo estaba preso pues la impotencia de no hacer nada le corroía el corazón, pero María tenía razón. Su madre no accedería a quitar la demanda tan pronto. Debían saber esperar el momento oportuno.
Desgraciadamente la Montenegro era quien marcaba las pautas a seguir. Y tocaba esperar.

Sin embargo María no iba a quedarse de brazos cruzados esperando que la señora accediese a retirar la demanda. Había otra solución posible.

Y María estaba dispuesta a llevarla a cabo.

CONTINUARÁ...

martes, 24 de febrero de 2015

CAPÍTULO 48 
La mañana en la Casona comenzó con el desayuno de rigor a pesar de lo ocurrido la noche anterior. La guardia civil después de haber apresado a Gonzalo y llevárselo al cuartelillo, se quedó un buen rato, tomando declaración a todos los habitantes de la casa, incluidos los criados y doncellas. Nadie se libró del interrogatorio.
-¿Habéis visto que maravillosa mañana hace hoy? –declaró la Montenegro, sin ocultar su buen humor. Se llevó la taza de café a los labios y bebió. Ese día todo estaba a su gusto-. Qué lástima que tenga tanto trabajo acumulado sino saldría a dar un paseo por los jardines.
Bosco y el gobernador la acompañaban, sin embargo sus estados de ánimo no eran tan buenos como el de Francisca y  a ambos les había abandonado el apetito. De sobra sabían que su buen humor se debía a lo acontecido con Gonzalo; pero lo que para la Montenegro era un triunfo, para los dos hombres no dejaba de ser una sorpresa.
En un primer momento, cuando la guardia civil entró en la Casona alegando que habían sido informados de que el famoso Anarquista pensaba entrar de nuevo allí con la intención de robar en la caja fuerte, la señora se enojó. ¿Qué clase de seguridad tenía la Casona? ¿Acaso no pagaba bien a Mauricio y al resto de sus empleados para mantener su hogar seguro de bandidos? Sin embargo, cuando descubrió que bajo aquel disfraz de enmascarado se encontraba el hijo de la partera, una de las personas que más odiaba en el mundo, su actitud cambió radicalmente. Sin que ella hubiese hecho nada, aquel pobre infeliz había caído solito y ahora estaba a su merced. Tenía a Gonzalo justo donde quería: entre rejas; y esperaba que por una buena temporada.
-Bosco, querido, ¿vas a ir después al cuartelillo? –le preguntó la señora-. Hay que formalizar la denuncia contra ese bandido.
Su protegido levantó la mirada del plato.
-Perdone, ¿qué decía? –inquirió el muchacho, volviendo a la realidad. Era evidente que no había escuchado nada de lo que la señora había dicho.
-Te recordaba que hay que formalizar la denuncia contra Gonzalo –repitió ella, sin perder su buen humor-. No voy a dejar que salga de rositas de ésta. Esta vez no podrá hacerlo. Fue una estupidez entrar aquí. Ahora ya sabemos que él era ese tal Anarquista –escupió con odio-; y por si fuese poco me amenazó públicamente… No dejaré pasar este agravio. Voy a contratar a Jiménez, ese abogado sabe cómo hacer las cosas. Mi querido “nieto” va a pasar una buena temporada en prisión... –se quedó unos instantes pensativa-. Incluso puede que pida garrote por haber osado amenazarme.  
-Yo sigo consternado por lo ocurrido –habló el gobernador por primera vez, dejando su tostada de mantequilla a mitad-. El señor Castro… -negó con la cabeza sin poder creerlo todavía-. Quién iba a decirlo… con lo buena persona que parecía. E Isabel…
Ninguno de los presentes había mencionado a la muchacha hasta ese momento, aunque todos la tenían en el pensamiento. La nieta del gobernador seguía en su cuarto, descansando.
 Casi había supuesto mayor sorpresa saber que había sido ella quien le había tendido una trampa al Anarquista para que entrase en la Casona y así ser descubierto, que conocer su identidad.
Don Federico no salía de su asombro. Su propia nieta se había estado relacionando con aquel individuo, poniendo su vida en peligro tan solo por desenmascararle frente a todo el mundo; o al menos esa era la versión que la muchacha les había dado.
Por el contrario, doña Francisca estaba encantada con la joven, pues había demostrado tener arrestos al hacer algo así. La Montenegro jamás lo hubiese imaginado de ella.
-No le dé más vueltas, don Federico –trató de quitarle importancia la señora-. Su nieta ha demostrado un gran arrojo al urdir ella sola ese plan. Es digna de admiración.
-No sé yo… -el gobernador seguía sin tenerlas todas consigo. Para él Isabel seguía siendo su pequeña y pensar en lo que había hecho no le enorgullecía en absoluto-. Ha sido toda una imprudencia por su parte. Ponerse en peligro de ese modo tan solo por… ¿Y si ese bandido le hubiera hecho algo? No quiero ni pensarlo.
-Y no lo haga –le pidió Francisca, con calma-. Lo que tiene que pensar ahora es que afortunadamente todo ha salido bien e Isabel está sana y salva. Además, al descubrir a ese bandido le ha salvado a usted de cometer un grave error.
-¿A qué se refiere? –inquirió el hombre sin entenderla. Dejó su taza de café sobre la mesa.
-Pues a que imagínese que habría pasado si llega a hacer negocios con los Castro… El buen apellido de los Ramírez quedaría manchado de por vida, asociado a ese delincuente –soltó la Montenegro, con fingido pesar. Otra de las consecuencias de haber descubierto a Gonzalo era que el negocio que el gobernador pensaba hacer con los vinos de los Castañeda, seguramente quedaría anulado. Francisca sabía que para don Federico el honor y la rectitud eran primordiales y no querría verse relacionado con un bandido.
-No había pensado en ello, la verdad –confesó el abuelo de Isabel, pensativo-. Pero es cierto, después de lo ocurrido no puedo seguir adelante con este negocio. Bajo ningún concepto puede verse mi buen nombre manchado.
La Montenegro sonrió débilmente, celebrando su victoria. De un plumazo, y sin hacer nada, se había deshecho de sus enemigos. ¿Qué más podía pedir?
Se volvió hacia su protegido que seguía meditabundo. La señora frunció el ceño. ¿Qué rondaba por la mente de Bosco? ¿Qué era aquello que le tenía tan abstraído?
-Querido, ¿te encuentras bien? –le preguntó.
El muchacho volvió a mirarla. Sus ojos parecían tristes.
-Sí, es solo qué…
-Ahora que lo pienso –le interrumpió Francisca, recordando lo ocurrido la noche anterior-. Anoche ibas a decirnos algo importante cuando llegó la guardia civil. ¿Qué era?
Bosco palideció de golpe.
-Yo… -tragó saliva, sin saber qué decir. No era el momento de hacer públicas sus intenciones. Después de todo lo ocurrido, ahora no se veía con fuerzas de enfrentarse ni a doña Francisca ni al gobernador. Tendría que buscar el momento oportuno más adelante-, no lo recuerdo. No debía de ser tan importante.
En ese momento Fe entró en el salón portando la correspondencia. La Montenegro le indicó que la dejase en la mesa del despacho.
-Fe, sube al cuarto de la señorita Isabel, a ver si se encuentra bien. Después de lo ocurrido anoche… –le ordenó la señora cuando regresó al salón-. Me gustaría hablar con ella –se dirigió a Bosco-. Aprovechando que vas al cuartelillo a formalizar la denuncia, sería bueno que Isabel te acompañase y declarara ante el juez. No hay que alargarlo mucho, cuanto antes solucionemos este tema, mejor que mejor. No es un trago agradable ser testigo de algo así –se volvió de nuevo hacia Fe que no se había movido del sitio-. ¿A qué esperas, haragana? Ve a buscar a la señorita.
-Disculpe, seña Francisca –repuso la doncella-, pero la señorita Isabel ya se encuentra levantá desde hace la tira de rato; y hasta ha desayunao la mar de bien.
-¿Y por qué no ha bajado a desayunar con nosotros? –intervino don Federico con el gesto preocupado.
Fe se encogió de hombros sin saber qué responder.
-Se sentirá avergonzada por lo ocurrido –añadió el abuelo de la muchacha, tratando de disculparla-. ¡Pobrecita mía! Lo que habrá tenido que pasar. No me lo quiero ni imaginar.
-Pos yo la he visto la mar de contenta y risueña –se atrevió a decir Fe con su habitual desparpajo, dejando a todos los presentes sorprendidos-. Con dicirles que hasta me ha pidio que mande ensillar un caballo pa salir a pasiar…-los tres se miraron sin comprender nada-. Entonces…, ¿qué hago? ¿Subo, no subo?
Francisca le hizo un gesto vago con la mano.
-Sube y dile que queremos hablar con ella.
La doncella hizo una leve reverencia y subió al piso superior a llamar a la señorita Isabel.
Mientras, en el salón, terminaron de desayunar.

CONTINUARÁ...


domingo, 22 de febrero de 2015

CAPÍTULO 47 
La celda en la que se encontraba Gonzalo era fría, oscura y húmeda; muy parecida a aquella otra en la que estuvo varios años atrás, cuando fue acusado injustamente de la agresión a María.
Nada más llegar al cuartelillo, los guardias lo habían encerrado allí, sin más compañía que una jarra de agua y los ratones que se escondían en las esquinas de la celda, buscando un escondrijo por el que escabullirse.
El joven se había pasado la mayor parte de la noche sentado en un viejo jergón, duro como una piedra, pensando en cuál iba a ser su suerte. Pensó en su familia ya que era quienes más le preocupaban. ¿Sabrían ya lo ocurrido? ¿Cómo les explicaría su intromisión en la Casona? Y la duda que más le atenazaba el corazón. ¿Creerían su verdad? Sabía que el asunto era bastante complicado y que no saldría de allí con facilidad, y más si la Montenegro era la agraviada en todo aquel asunto. Sin embargo, no era su suerte lo que más le preocupaba sino la reacción de los suyos.
Las horas, sin tener ninguna clase de noticia, se le hicieron eternas y tan solo cuando vio un débil rayo de luz entrando por los barrotes del único ventanuco que tenía el lugar, supo que había llegado un nuevo día. Un nuevo día sin noticias.
Se levantó para estirar las piernas y en ese instante se escuchó movimiento al otro lado de la puerta. Se volvió y vio al guardia abrirla y dejar paso a dos personas: su padre Tristán y María.
-Tienen un cuarto de hora –declaró el guardia civil con malos modos.
Se disponía a marcharse pero Tristán le detuvo.
-¿Un cuarto de hora? –frunció el ceño el padre de Gonzalo-. Le he pagado lo suficiente para que sea como mínimo media hora.
El guardia civil, torció el gesto de la boca, malhumorado, pero acabó cediendo. Tristán había llenado sus bolsillos, pagándole una alta cantidad de dinero para que le dejasen ver a su hijo.
-Está bien. Media hora. Ni un segundo más.
Tan solo cuando la puerta se cerró, dejándoles a los tres encerrados allí dentro, Tristán y su hijo se abrazaron.
-Padre… -balbuceó Gonzalo, con dificultad-. Yo…
-No te preocupes, Martín –le apoyó Tristán, con un nudo en la garganta, emocionado-. Te sacaremos de aquí cuanto antes. Llevamos toda la noche tratando de encontrar a don Marcial para que venga a defenderte y demostrar tu inocencia.
Su hijo bajó la mirada, avergonzado de su situación.
-Padre… quiero pedirles perdón por…
-No tienes que disculparte por nada –le cortó su padre. Conocía a Martín perfectamente y sabía que era inocente. Debía existir alguna explicación para lo ocurrido y estaba seguro que su hijo se la daría-. Ahora lo importante es sacarte de aquí.
Acto seguido fue María quien se acercó a él y le dio un furtivo beso en los labios. Gonzalo esperaba algo más, pero comprendía que no era ni el momento ni el lugar.
-No es cosa fácil –habló María, por primera vez, mirando a su esposo, quien le devolvió la mirada, preguntándose aún por qué no le había abrazado-. Bosco ha interpuesto una denuncia contra ti, acusándote de… de ser el Anarquista.
El rostro de Gonzalo perdió color y frunció el ceño. ¿Acaso María también lo creía?
-¿Qué tontería es esa? –inquirió, sorprendido-. Yo no soy un delincuente.
-Claro que no, hijo. Nosotros lo sabemos – Tristán posó una mano sobre su hombro y miró a su sobrina quien asintió, confirmando sus palabras. Al menos aquel apoyo de los suyos le daba ánimos al joven para no derrumbarse-. Pero debemos saber qué ha pasado. Por qué estabas en la Casona y no en la casa de aguas tal y cómo creíamos.
Gonzalo soltó un suspiro. Habían pasado tantas cosas en las últimas horas que todavía no sabía ni cómo digerirlas.
-Sentaos –les pidió a los dos, señalando el lugar dónde podían hacerlo-. Y os lo contaré todo.
Tristán y María se miraron de reojo y accedieron a su petición, tomando asiento en unos taburetes de madera que había junto a la mesa.
-Veréis… -comenzó Gonzalo, tratando de poner en orden sus propios pensamientos-. Mi intención al salir del Jaral era, como bien sabéis, acudir a la casa de aguas para ayudar a Epifanio en la rotura de la tubería; sin embargo, el mozo que trajo el recado, Gervasio, me dijo que todo había sido una treta para sacarme del Jaral sin levantar sospechas y que en la casa de aguas todo estaba en perfecto orden. Al parecer, la tarde anterior un “enmascarado” le había pedido que contactase conmigo para entregarme este papel a la hora en que le indicaba y sin que nadie más que yo lo supiera –el joven sacó un trozo de papel arrugado de su bolsillo y se lo tendió a su padre-. Como puede ver, aunque con muy mala letra, ahí se explica que si quería obtener los pagarés que la Montenegro había hecho al arquitecto por beneficiarla en el proyecto del ferrocarril, debía seguir las instrucciones que se me indicaban.
Tristán leyó con cierta dificultad la misiva redactada con mala caligrafía. Efectivamente, allí se instaba a Gonzalo a entrar en la Casona por los túneles secretos, señalándole donde se encontraba la entrada y que allí mismo encontraría unos ropajes para ocultarse; así como la combinación de la caja fuerte de la Montenegro.
Después de leerla dos veces, Tristán se la pasó a su sobrina quien con manos temblorosas leyó el contenido:
Si deseas obtener los pagarés con que Francisca Montenegro consiguió el favor del arquitecto Ricardo Altamira, tan solo debes de seguir las instrucciones que se detallan a continuación: Accederás a la Casona por la entrada del viejo roble, situada en el cerro del lobo. En la misma entrada encontrarás ropajes para ocultarte y una antorcha para iluminar el camino. Los pagarés se encuentran en la caja fuerte del despacho de la doña Francisca y la combinación es: ocho, tres, uno.
María soltó el aire contenido, viendo una esperanza de luz en todo aquel asunto. Aquella misiva serviría para demostrar la inocencia de Gonzalo.
-Al principio dudé si seguir esas instrucciones –confesó Gonzalo, avergonzado de sus actos-. Pero… llevaba tanto tiempo buscando la manera de que la Montenegro pagase por lo que había hecho y… y esos pobres trabajadores que siguen en la montaña, trabajando bajo esas circunstancias, jugándose la vida cada día… No podía dejar pasar la oportunidad de remediarlo –negó con la cabeza, apesadumbrado-. Ahora sé que era todo una trampa.
María le devolvió la misiva y él se la guardó.
-Te comprendo, hijo –le apoyó Tristán, con pesar. Él mismo tenía la misma sensación de impotencia ante aquel asunto-. Es duro verte atado de pies y manos, viendo cómo otros sufren… y si viste que la solución estaba al alcance de tu mano…
-Ahora lo que tenemos que hacer es entregarle este papel a don Marcial para que se lo haga llegar al juez –declaró María alargando la mano para tocar la de su esposo, en un gesto cariñoso-. Con esto demostraremos tu inocencia.
Gonzalo asintió, sin mucho convencimiento; pero la fuerza que María le daba a través de su apoyo le devolvía la esperanza.
-El problema es que quien pone la denuncia es la Montenegro y ya sabemos cuánto me quiere mi querida “abuelita”. No dejará que salga de aquí con tanta facilidad.
-A mí me preocupa más saber si esto ha sido una trampa contra ti o contra el Anarquista –comentó Tristán, de repente.
Gonzalo se volvió hacia Tristán.
-Explíquese, padre –le pidió su hijo, sin entender.
-Por lo que hemos podido averiguar, fue la nieta del gobernador quien denunció que alguien iba a tratar de robar en la caja fuerte de la Casona. La muchacha ha prestado declaración y por lo que hemos sabido llevaba semanas en contacto con ese conocido bandido.
-Sí –confirmó María, sin poder ocultar su desagrado-. Por lo que ha dicho, lo hizo para ganarse su confianza y tenderle una trampa, para descubrir su identidad.
-Una trampa en la que yo he caído –sentenció Gonzalo.
-Efectivamente –continuó Tristán, pensando en todas las posibilidades-. Pero… ¿Un bandido que entabla amistad con una señorita de la categoría de Isabel Ramírez, dejándose engañar con tanta facilidad? No me lo creo. Lo que me hace llegar al siguiente punto. ¿Y si en realidad todo ha sido un plan para que te vieras en esta situación? ¿Y si fue el propio Anarquista quien te tendió la trampa?
-¿Por qué ese bandido iba a tener algo contra mí? –preguntó Gonzalo sin comprender-. Por lo que sabemos sus actos han ido siempre dirigidos contra doña Francisca. No tiene sentido.
-Ya le entiendo tío Tristán –afirmó María, con los ojos brillantes-. Está insinuando que todo ha sido orquestado desde un principio por alguien, posiblemente cercano a la Montenegro, con el único propósito de que Gonzalo cayera en la trampa. ¿No es así?
Su tío asintió.
-Desgraciadamente conozco muy bien a mi madre y sé de lo que es capaz. Su odio hacia nosotros no tiene límites. Y todo esto me resulta demasiada casualidad. Martín que anhela los pagarés que Francisca le hizo a ese arquitecto y de repente recibe una misiva con las instrucciones para conseguirlos… -Tristán negó con la cabeza-. Todo muy sencillo.
María miró de reojo a su esposo.
-Eso tendría sentido. Hacerle creer a todo el mundo que el Anarquista va contra la Montenegro cuando en realidad si objetivo eras tú –dedujo su esposa-. Porque si nos ponemos a pensar… ese bandido ha tenido más de una ocasión para terminar con ella y nunca lo ha hecho. ¿Por qué? Porque en realidad nunca tuvo intención de matarla.
-¿E Isabel Ramírez? –preguntó su esposo, interesado.
La joven se mordió el labio, pensativa. Hasta donde ella sabía, Isabel no conocía la identidad del Anarquista. Y si le había traicionado algo le decía que era a causa de su rechazo y no de un plan premeditado.
-Creo que Isabel tan solo ha sido una pieza más este asunto.
-En fin… -suspiró Tristán, visiblemente cansado después de haberse pasado toda la noche en el cuartelillo junto a María esperando que les dejasen ver a Gonzalo-. Lo que importa ahora es que podamos demostrar tu inocencia. Ya tendremos tiempo de hacer conjeturas. Hay que entregarle a don Marcial esa misiva y encontrar a ese mozo… Gervasio. Él tiene que corroborar tu versión.
-Esperemos que no haya problemas –sentenció Gonzalo, apesadumbrado por su suerte.
Tristán se levantó del asiento.
-Estoy seguro de que colaborará –trató de infundirle ánimos a su hijo-. No ha cometido ningún delito y por tanto no tiene nada que temer. Tan solo se limitó a darte un recado.
Gonzalo asintió, levantándose y su padre volvió a abrazarle con fuerza.
-No te preocupes, Martín. En nada esto será solo un mal recuerdo.
-Eso espero, padre –forzó una sonrisa.
Tristán se volvió hacia María.
-Voy a ver si don Marcial ha llegado ya. Te esperaré fuera.
Su sobrina asintió.
Tristán dio la voz para que el guardia le dejase salir.
Tan solo cuando se quedaron solos, María cruzó en dos pasos la distancia que la separaban de Gonzalo y le abrazó con fuerza. Su esposo se aferró a ella, aspirando su aroma. Por fin la tenía entre sus brazos.
En ese instante el mundo se detuvo a su alrededor. Desde que había entrado en la celda, Gonzalo sentía una congoja aprisionándole el pecho. ¿Cómo reaccionaría su esposa ante la acusación que pesaba sobre él? ¿Le creería o dudaría de él? Ahora sabía la respuesta.
-Ya creía que no ibas a abrazarme –le susurró al oído-.Creí que…
-Sssssshhhhh –le hizo callar ella, acariciándole la nuca-. No es necesario que digas nada, amor mío. 
A ambos les costó separarse pero tuvieron que hacerlo. María le acarició el rostro varias veces.
-Conseguiremos sacarte de aquí, te lo prometo.
Sin que Gonzalo pudiese decir nada, la joven le besó. Sus labios le transmitieron todo ese apoyo que las palabras no eran capaz de expresar. El hijo de Tristán bebió de ellos, alimentándose de la esperanza y las ganas de luchar para seguir adelante.
-Gracias –dijo Gonzalo al separarse de ella-. Gracias por estar ahí.
-Gonzalo –le cortó su esposa con la mirada seria-. Quiero que tengas algo bien claro. Nunca he confiado en alguien como confío en ti. ¿De acuerdo? Así que digan lo que digan siempre estaré ahí. Eso nunca lo dudes.
-No lo haré, cariño –volvió a abrazarse a ella con fuerza, sintiendo sus respiraciones caminar de la mano, al mismo ritmo-. Me gustaría pedirte un favor.
-Dime.
-Quiero que le des un beso a Esperanza de parte de su padre y dile que la extraño mucho y… -se le quebró la voz al pensar en su hija.
-No te preocupes –le cortó María, dándose cuenta de lo que le costaba hablar de la niña-. Lo haré. Y también le diré que muy pronto su padre estará de vuelta con nosotras.
Gonzalo cogió y le besó la mano, como tantas veces solía hacer.
-Hay una pregunta que me gustaría hacerte –dijo ella de repente, frunciendo el ceño-. En la misiva ponía que había unos ropajes para que te los pusieras –Gonzalo asintió-. ¿Cómo eran esos ropajes?
-Pues… era un sombrero grande, un abrigo negro y… y un pañuelo oscuro de cuadros. ¿Por qué lo preguntas?
María negó con la cabeza.
-Por nada –trató de mostrarse indiferente aunque en su interior respiró aliviada.
La joven recordaba perfectamente cómo era el atuendo del Anarquista y aquel que le acababa de describir su esposo no coincidía con el del famoso bandido.
Volvió a besarle para terminar abrazados de nuevo. Una sonrisa afloró en el rostro de María.
 Mientras siguieran juntos nada malo podía pasar.
Ahora sabía que las cosas saldrían bien.


CONTINUARÁ...


viernes, 20 de febrero de 2015

CAPÍTULO 46 
María no podía estarse quieta en el salón. Sus nervios estaban a flor de piel y paseaba de arriba abajo sin descanso. Tan solo se detenía, de vez en cuando para observar el reloj que había sobre la chimenea y que marcaba cerca de las once de la noche.
Rosario hacía más de media hora que se había marchado a la granja de su hija, preocupada por ella. Pero les dejó dicho que en cuanto supiesen algo se lo hicieran saber con algún mozo.
-María, ¿por qué no te sientas? –le pidió amablemente Candela, sentada en el sofá y preocupada por el estado de nervios de la joven. Había preparado una tila para cada una pero no había surtido efecto-. No solucionas nada con tanto paseo.
-Lo sé Candela –repuso ella, apretando los labios y masajeándose las manos-. Pero ya han pasado varias horas y seguimos sin tener noticias. Ni de Gonzalo ni de mi tío Tristán.
La confitera también estaba preocupada por la falta de noticias de ambos, pero no lo exteriorizaba tanto como la joven.
-¿Y si mandamos a algún mozo para que vaya a la casa de aguas a ver qué ocurre allí? –le sugirió a María.
-Buena idea –el gesto de la joven se iluminó, aferrándose a esa esperanza-. Voy…
En ese instante Tristán entró en el salón con pasos rápidos y la mirada preocupada.
-¿Y Martín? –preguntó el hombre sin aliento, mirando por toda la sala-. ¿Ha vuelto?
-No –respondió Candela levantándose del sofá con la preocupación pintada en su rostro-. ¿Qué ha pasado, Tristán?
María se acercó a su tío con el corazón apretado en un puño. ¿Dónde estaba su esposo? ¿Por qué su tío preguntaba por él?
-No lo sé –confesó Tristán, con desesperación-. Me acerqué a la casa de aguas para ver si necesitaban algo y… allí no había nadie. Estaba todo tranquilo. Nadie sabía nada de ningún desperfecto y no habían visto a Martín desde la mañana. Estaba a punto de ir a casa de Epifanio para preguntarle si había mandado al mozo cuando llegó la guardia civil. Después de contarles lo que pasaba fuimos hasta la casa del encargado y para nuestra sorpresa, y la de él mismo, no sabía nada de lo ocurrido. Nos dijo que él no había mandado a ningún mozo aquí para que Martín fuera a la casa de aguas.
-¿Entonces? –preguntó su esposa sin entender nada-. ¿Quién mandó al mozo? Y… ¿Dónde está Gonzalo?
El rostro de María perdió el color, cada vez más preocupada por su esposo. Los latidos de su corazón no le daban tregua y lo único que deseaba en ese instante era despertar de aquella pesadilla.
-¿Y la guardia civil? –le preguntó la joven a su tío, tratando de buscar alguna respuesta a tanta pregunta-. ¿Dónde están ahora?
-Volvieron al cuartelillo –Tristán se pasó la mano por el pelo, confuso y sin saber qué hacer.
-Tenemos que ir allí y contarles lo que pasa –propuso María, de inmediato
Tristán asintió. No veía qué más podía hacer que dar parte a la guardia civil.
-Tienes razón. Ellos sabrán que hacer.
-Candela, quédese con Esperanza –le pidió María.
-Por supuesto; id con cuidado y en cuanto sepáis algo hacédmelo saber, por favor.
Tío y sobrina se disponían a salir por la puerta cuando entró Hipólito en la sala. Con los nervios del momento no habían escuchado la campanilla de la entrada y una de las doncellas le había cedido el paso hasta el salón.
El hijo de Dolores traía el gesto demudado.
-Hipólito, ¿qué haces aquí? –preguntó Tristán, sorprendido de ver al alcalde a esas horas en su casa.
-Tristán, María… -comenzó el marido de Quintina, pasando la mirada indecisa de uno a otro-. Veréis… vengo en calidad de alcalde a informaros de algo que ha ocurrido y que debéis saber.
Candela se acercó a su esposo y a María. Los tres esperaban aquello tan importante que Hipólito tenía que decirles y por su semblante serio sabían que no era nada bueno.
-¿Qué pasa? –inquirió Tristán, frunciendo el ceño.
María palideció. Algo en su interior le gritaba que se trataba de Gonzalo y que no eran buenas noticias. Sintió la mano de Candela aferrándose a su brazo y agradeció el gesto. Si no fuera por ella y su tío, en ese mismo instante habría caído redonda de los nervios.
Hipólito no sabía cómo dar la noticia, así que decidió ser lo más breve posible y tomó aire.
-Veréis… Vengo a informaros de que Gonzalo ha sido detenido.
María cerró los ojos y soltó un leve suspiro. Por un momento había temido algo mucho peor; aunque enseguida la preocupación volvió a invadirla.
-¿Detenido? –repitió la joven, sintiendo un inmenso frío en su interior-. ¿Por qué?
-Hipólito, habla –le urgió Tristán, tratando de contenerse. No entendía nada de lo que estaba sucediendo-. ¿Cómo es eso de que mi hijo ha sido detenido? ¿Dónde? ¿Por qué? Salió hace un par de horas camino de la casa de aguas y allí no estaba.
-Calma, por favor –solicitó el alcalde, quien no sabía cómo darles la noticia al completo-. Verás Tristán… No sé exactamente cómo han sido las cosas pero le ha encontrado la guardia civil entrando en la Casona a hurtadillas…
-¡Dios bendito! –soltó Candela, sin poder creérselo-. ¡Pero eso debe de ser un error!
-¿La Casona? –repitió María. Su mente no paraba de dar vueltas. ¿Qué absurdez era aquella?
Hipólito asintió, confirmándoselo.
-Vamos a ver, Hipólito –tomó la palabra Tristán, más sereno que su esposa y María-. ¿Qué es lo que ha pasado? Y desde el principio, por favor; no te dejes ni una coma.
El alcalde tragó saliva.
-Los detalles exactos no los sé –fue lo primero que les dijo-. Al parecer a la guardia civil le llegó un chivatazo de que alguien iba a intentar robar en la caja fuerte de la Casona y se presentaron allí inmediatamente. La señora montó en cólera creyendo que era una broma de muy mal gusto pues su despacho estaba cerrado y nadie podía entrar. Sin embargo, cuando los civiles le pidieron comprobar que todo estaba en orden, se encontraron a un enmascarado que había abierto la caja fuerte y se disponía a salir de allí con unos papeles. Los civiles le dieron el alto y al descubrirle el rostro vieron que se trataba de Gonzalo.
-¿Un enmascarado? –le interrumpió Candela, cuyo pensamiento enseguida voló hacia el Anarquista-. No sería el…
Hipólito asintió, apretando los labios.
-Así es Candela –le confirmó-. Todo parece indicar que es el mismo Anarquista.
-¡Eso no puede ser! –le cortó María alzando la voz-. Gonzalo no es el Anarquista. ¿De dónde se sacan eso? ¿Qué pruebas tienen contra él?
Lo afirmó con tal seguridad que incluso sorprendió a su tío y a Candela.
-Veréis –continuó Hipólito, sabiendo que lo que iba a decirles no sería de su agrado-. Por lo poco que me han contado, la llamada a la guardia civil fue anónima, pero una vez apresado, la nieta del gobernador, la señorita Isabel, dijo que había sido ella quien había dado la voz de alarma.
-¡¿Qué?! –gritó la esposa de Gonzalo, perdiendo los nervios-. ¿Cómo es eso posible?
-Al parecer dijo que ella misma le había tendido la trampa al encapuchado para que acudiese esa noche a la Casona pues sabía de sus intenciones de robar en la caja fuerte de la señora.
-¿Y cómo es que esa señorita tenía tratos con ese bandido? –intervino Candela, tan sorprendida como el resto.
-Todavía no lo ha contado –Hipólito se encogió de hombros-. Supongo que cuando preste declaración lo explicará todo.
-No lo entiendo –declaró María, confundida; aunque a la vez se maldecía por haber acertado con Isabel.
Ahora sabía por qué no era de fiar la prometida de Bosco. Se lo advirtió al Anarquista, que no confiase en ella y su empeño en seguir adelante con aquella alianza tan peligrosa había llevado a un inocente a ser detenido.
Tristán se volvió hacia su sobrina.
-Tranquila María. Estoy seguro de que se trata de un error y que lo solucionaremos –de nuevo se dirigió hacia Hipólito-. Lo que no entiendo es qué hacía mi hijo en la Casona. ¿Cómo llegó hasta allí?
El alcalde negó de nuevo con la cabeza. Ojalá pudiera darles más noticias pero era poco o nada lo que sabía.
-De momento no sé más. Ni el propio Gonzalo ha dicho nada, por lo que tengo entendido.
-¿Dónde está? –inquirió María-. Quiero verle.
-Los civiles se lo llevaron al cuartelillo y desde allí me dieron aviso de lo ocurrido y he venido enseguida a contároslo.
-Debemos ir inmediatamente al cuartelillo para aclarar las cosas–anunció María con determinación.
Su tío asintió, conforme.
-Yo iré –contestó él, recuperándose del primer golpe de saber a su hijo detenido-. Es mejor que tú te quedes con la niña y…
-Ni lo sueñe, tío –replicó la joven quien no iba a permitir que la dejasen de lado en aquel asunto-. Gonzalo es mi esposo y mi lugar está allí junto a él –se volvió hacia Candela-. Candela, usted puede cuidar de Esperanza, ¿verdad?
-Claro, hija. Ve tranquila –declaró la esposa de Tristán que comprendía perfectamente que el lugar de María en ese momento estaba junto a Gonzalo-. Yo me quedo aquí, pendiente de todo. Vosotros id al cuartelillo junto a Gonzalo. En estos momentos necesita más que nunca el apoyo de su familia.
-Candela, cariño –le dijo su esposo-. ¿Puedes llamar a don Marcial y ponerle al tanto de todo? A ver si puede venir cuanto antes.
-Por supuesto. Yo me encargo de llamarle –posó una mano sobre su antebrazo y le dedicó una sonrisa de apoyo-. Pierde cuidado.
-Yo también os acompaño –les dijo Hipólito-. Como alcalde de Puente Viejo tengo que personarme para que me informen de lo ocurrido.
Tras despedirse de Candela, los tres partieron hacia el cuartelillo con el corazón en un puño y con una sola idea en la cabeza: demostrar la inocencia de Gonzalo, por muy difícil que pareciera.

CONTINUARÁ...