CAPÍTULO 74
Tras la celebración en la casa de comidas,
la familia Castro regresó al Jaral. Habían bebido y comido tanto que ya no les
cabía nada más.
-Voy a avisar en la cocina que no vamos a
cenar –dijo Candela.
-Yo voy a llamar a Aurora para contarle todo
lo ocurrido –declaró Tristán-. Con tanta celebración habíamos olvidado ponerla
al tanto. Se alegrará en gordo de que todo haya terminado bien.
Mientras su padre entraba en el despacho,
Gonzalo subió al cuarto para acostar a Esperanza. Después de tantos días
alejado de ella, quería ser él mismo quien le diese las buenas noches a su
hija.
La niña estaba con Matilde, la criada y al
ver a su padre, enseguida se bajó del regazo de la mujer para correr a los
brazos de Gonzalo que la estrechó con cariño.
-Ya me encargo yo de meterla en la cama –le
indicó a la doncella, quien asintió y salió de la habitación.
El joven se quedó un rato acunando a la
pequeña que parecía no querer cerrar los ojos por temor a que cuando los
abriese su padre no estuviera allí con ella. Gonzalo le cantó una nana y poco a
poco los párpados de sus pequeños ojitos fueron cerrándose pese a la
resistencia que Esperanza le ponía.
Por su parte, María esperó en el sofá del
salón. Ahora que estaba más tranquila, volvió a su mente el asunto de Bosco.
Todavía quedaba aquello por solucionar y no sabía cómo hacerlo.
La joven creía que era cosa del muchacho
hablar con su familia y contarles lo que sabía; pero por otro lado pensaba que
su tío Tristán, Gonzalo y Aurora tenían derecho a saber la verdad.
La voz de Tristán le llegaba lejana y solo
algunas palabras; suficientes para entender que le estaba contando a Aurora que
su hermano Gonzalo ya estaba en casa con ellos y que Mariana acababa de dar a
luz a un niño.
En cuanto colgó el teléfono, su tío se
reunió con ella.
-¿Ha podido hablar con Aurora? –le preguntó
María.
-Así es –le confirmó Tristán sentándose
frente a ella en su sillón favorito-. Se ha alegrado mucho por las buenas
nuevas. Me ha dicho que en cuanto termine el examen, ella y Conrado vendrán a
Puente Viejo a pasar unos días antes de que las clases vuelvan a retomarse.
-¿Le ha contado a Conrado lo de los
americanos? –recordó la joven, sin poder creer aún la suerte que habían tenido.
Su tío asintió, sonriendo.
-Conrado no estaba al tanto de la llegada a
España de los inversores –le explicó-. Por eso no podía encontrarles.
Gonzalo llegó en ese momento y se sentó
junto a María, colocando una mano sobre su rodilla.
-Al fin se ha dormido –les contó-. Se ve que
no quería cerrar los ojos por miedo a que desapareciera de su lado.
-¡Mi pobre niña! –se quejó María con lástima
volviéndose hacia su esposo-. Es tan pequeña que pensamos que no se entera de
nada y sin embargo te ha echado tanto de menos como yo.
-Afortunadamente ya está de nuevo entre
nosotros y para siempre –añadió Tristán lanzándole una mirada cómplice a su
hijo.
María se les quedó mirando unos segundos.
Padre e hijo. Tristán y Gonzalo. Siempre unidos ante la adversidad, apoyándose
en sus decisiones. La buena relación que existía entre ellos era más que paternal;
eran ante todo amigos que se entendían con tan solo una mirada. ¿Sería igual
con Bosco? ¿Podría el muchacho alguna vez hallarse en aquella misma situación
con su padre o con su hermano? Pese a los años que habían pasado separados,
Tristán y Gonzalo tenían una conexión especial, pues su hijo tenía recuerdos de
su infancia y su padre era el ejemplo a seguir. En el caso de Bosco no existía
nada de aquello. La figura paterna no existía en su cruel infancia.
-Cariño… ¿ocurre algo? –se acercó Gonzalo a ella,
posando la mano en su espalda-. Estás muy pensativa.
María volvió a la realidad.
-Hay algo que… -se detuvo de repente.
Todo sucedió a la vez. Candela entró en el
salón al mismo tiempo que sonaba la campanilla de la puerta.
-¿Quién será a estas horas? –frunció el ceño
la esposa de Tristán, parándose junto al sillón de su esposo.
Una de las doncellas fue a abrir y los
cuatro se sorprendieron al ver entrar en la sala a Bosco acompañado de Inés.
La primera en reaccionar fue Candela que se
acercó a su sobrina, contenta de verla allí.
-Inés –la abrazó sin darle tiempo a decir
nada. La muchacha no sabía bien que hacer y terminó devolviéndole el abrazo.
Tristán y Gonzalo se levantaron, alerta. ¿A
qué había ido el protegido de la señora?
-Supongo que se estarán preguntando qué
hacemos aquí –comenzó el muchacho como si les hubiese leído la mente-. Y…
entendería perfectamente que me echaran a escobazos y no les faltarían motivos
para hacerlo, pero… vengo a contarles algo importante.
Gonzalo y Tristán intercambiaron una mirada.
Uno y otro no podían ocultar sus reticencias ante el protegido de la señora
pese a haber quitado la denuncia contra Gonzalo.
-Escuchemos lo que tiene que decirnos
–intervino María quien sintió un gran alivio al verle allí-. Es importante.
Su esposo se volvió hacia ella con una
mirada interrogativa.
-¿Tú sabes algo?
María asintió con gesto serio.
-Sentaros, por favor –intervino Candela que
les cedió el paso hacia el sofá.
Después de tomar asiento, Bosco se atrevió a
mirar a Tristán a los ojos. Todas las miradas estaban puestas en él pero el
muchacho tan solo veía a su padre. El nudo que tenía en la garganta le impedía
hablar.
-No sé por dónde empezar –dijo al fin,
mirándose las manos.
-Por el principio estaría bien –repuso
Tristán con calma.
El muchacho asintió.
-Si no te importa, Bosco, comenzaré yo
–intervino María, sintiéndose en parte culpable por todo. Había sido ella quien
había removido el pasado para terminar desenterrando aquella verdad.
Todas las miradas se volvieron hacia la
joven.
-Veréis –comenzó con calma-. Lo que Bosco ha
venido a contaros es algo que hemos descubierto. Algo que cambiará nuestras
vidas para siempre –tomó aire para relatar lo sucedido-. Hace unos días, por
casualidad, cuando fui a la Casona para hablar con Bosco, descubrí que la
señora estaba preparando una cena especial para celebrar su cumpleaños. No
sería nada extraño si no fuese porque me sorprendió que cumpliese años el mismo
día que mi prima Aurora y… que coincidiese también la edad. Desde ese momento
no dejé de darle vueltas al asunto. ¿Era solo casualidad o había algo más? -miró a cada uno de los presentes que la
escuchaban con atención, sin saber a dónde quería ir a parar la joven-.
Entonces fue cuando Quintina se quemó las manos e Inés comentó que Bosco podía
curarla. Así que la llevamos a la Casona y vi que era cierto: Bosco tenía
ciertos conocimientos sobre plantas y remedios para curar. Me pudo la
curiosidad y le pregunté de quién lo habían aprendido y…
-… y le conté que de la vieja Tula
–corroboró el muchacho, ayudándola a relatar lo ocurrido.
María asintió.
-Así fue como me contó que fue criado en el
bosque, primero por su madre Clarita y luego por… Silverio; aunque doña Tula
siempre estuvo protegiéndole. Y fue gracias a un comentario que ella solía hacerle
que comencé a sospechar.
-¿Qué comentario? –le cortó Gonzalo mirando
a ambos.
-¿Los lunares? –adivinó Bosco.
María asintió.
-Doña Tula siempre le decía que sus tres
lunares le traerían suerte.
En ese punto de la historia, todos se
volvieron hacia Bosco.
-¿Qué tres lunares? –habló Tristán con el
corazón latiéndole con fuerza.
Bosco le miró de reojo, incapaz de
aguantarle la mirada a su padre.
-Los tres que tengo en la espalda –le
confirmó.
-Aquella información confirmaba mis
sospechas o al menos las incrementaba –continuó María sabiendo el mazazo que
suponía para los presentes lo que acababa de contar-. Supongo que estáis tan
sorprendidos cómo yo cuando lo supe. Demasiadas casualidades juntas que no
podía creer.
-Un momento –le cortó su esposo, parpadeando
incrédulo-. ¿Nos estás diciendo que Bosco es…? –ni siquiera se atrevía a
decirlo en voz alta porque al hacerlo se haría realidad.
-Espera, mi amor –trató de tranquilizarle
María. Entendía perfectamente lo que aquella historia significaba para ellos-.
Deja que termine y comprenderás.
Gonzalo tomó aire y asintió.
-No puede ser –habló Tristán, levantándose,
aturdido por todo-. María lo que dices no tiene sentido –se volvió hacia Bosco
como si le viese por primera vez, buscando algún rasgo que le dijese que no era
verdad lo que estaba pensando-. Yo… la vi morir –su mirada se llenó de lágrimas
al recordar a su amada Pepa-. Murió entre mis brazos después de dar a luz a
Aurora.
-¿Está seguro, tío? –insistió María con un
nudo en la garganta-. Nunca se encontró su cuerpo y bien podría haberse
equivocado. Quizá el cansancio de la noche le hizo creer lo que no era.
Tristán negó con la cabeza. Los recuerdos de
aquel terrible día se agolpaban en su mente. Había demasiado dolor para pensar
con claridad. Volvió a sentarse incapaz de serenarse.
-Continúa –le exigió a la joven-. ¿Qué más
averiguaste?
-¿Recuerda que le pregunté a usted y a mi
madre por los embarazos sobre gemelos? –su tío asintió-. Era por Pepa.
Necesitaba saber si era posible que ella lo supiera.
-Pepa era una experta comadrona –intervino
Candela con el corazón compungido ante la historia que estaba escuchando-. Se
habría dado cuenta enseguida de que llevaba dos niños en su vientre.
-O no –añadió Tristán con pesar-. Los
últimos meses fueron muy duros para ella. Para los dos –puntualizó-. El
incendio del Jaral le afectó demasiado, y por si no fuera poco… los últimos
días llegó a creer que el bebé estaba muerto. Un pensamiento que… -se le quebró
la voz y no pudo continuar.
-El caso es que me puse a pensar –continuó
María-. Si fuese cierto que Bosco era hijo de Pepa, la señora estaría
protegiendo a su propio nieto… sin saberlo.
Aquel nuevo pensamiento les sorprendió.
Ninguno había caído en la cuenta de que la Montenegro había tenido bajo su
techo a su verdadero heredero.
-Ella lo sabía –sentenció Tristán con un
hilo de voz. Conocía tan bien a su madre como María; tanto que no tenía dudas
al respecto.
-Efectivamente –le confirmó su sobrina con
rabia-. Usted y yo sabemos cómo es y que jamás habría dado cobijo a un simple
muchacho por mucho que le hubiese salvado la vida. La señora sabía quién era
Bosco en realidad.
-¿Y cómo te enteraste de ello? –quiso saber
Gonzalo.
-Porque me fui a hablar con la única persona
que podía confirmármelo: Mauricio. Él siempre ha estado a su lado y la conoce
como nadie.
-¿Mauricio sabía quién era Bosco en realidad
y ha callado todo este tiempo? –se sorprendió Candela.
-No –María se apresuró a sacarla de su
error-. Mauricio tampoco sabía nada. Tan solo fui a preguntarle qué información
podría darme sobre el origen de Bosco; qué sabía él al respecto. Pero lo único
que pudo decirme era lo mismo que todos ya sabíamos: que la señora fue salvada
por él en el bosque y que por ello le dio protección en la Casona. Sin embargo,
por casualidad, Fe nos contó de una visita que la señora había tenido justo
antes de echarse al monte.
-¿Y qué tenía de extraña esa visita? –volvió
a interrumpirle Tristán.
-Pues que se trataba de un simple
menesteroso a quien atendió inmediatamente después de leer una nota.
Gonzalo comprendió al instante.
-Silverio –murmuró, atando cabos.
-Así es –confirmó su esposa-. El tío de
Bosco había ido a contarle la verdad a la señora. Entonces fue cuando me
contaste la historia de Fidel y del dinero que Silverio gastaba a manos llenas–le
recordó a Gonzalo-. Y solo tuve que sumar dos más dos. Francisca pagaba a
Silverio por su silencio. Solo podía ser eso.
-¡Dios mío! –Candela parecía escandalizada
con todo lo que habían descubierto.
-Tan solo me quedaba por confirmar que
Silverio fuese quien visitó a doña Francisca aquella tarde; así que ayer por la
mañana, antes de ir al juicio, fui con Fe al bosque para que le identificase.
-¿Qué hiciste qué? –gritó Gonzalo, sin dar
crédito-. Pero ese hombre debe de ser peligroso y…
-Tranquilízate, Gonzalo –le pidió ella,
posando una mano sobre su pierna-. Es tan solo un pobre borracho. Al llegar a
su cabaña, Fe le reconoció enseguida. No hizo falta acercarnos mucho para que
pudiese confirmarlo. Y ya nos íbamos cuando Fe tropezó con un montículo y nos
encontramos frente…-tragó saliva-, frente a la tumba de Tula.
-Doña Tula… ¿muerta? –preguntó Tristán,
consternado.
Su sobrina asintió con pena. La buena mujer
no merecía aquel terrible final.
-Silverio acudió hasta allí al escuchar el
ruido que habíamos provocado, pero nos escondimos tras unos matorrales a tiempo,
antes de que nos descubriera –continuó ella. Debía de terminar la historia para
que entendiesen todo-. Estaba tan borracho que comenzó a hablar con la tumba de
doña Tula y lo confesó todo: que la había matado porque iba a revelar la verdad
sobre Bosco y que si lo hacía, él perdería el trato con la señora, quien al
parecer le estaba soltando sus buenos cuartos para que se mantuviese callado.
De manera que con las pruebas en mis manos me presenté en la fiesta de Bosco y
se lo conté todo –concluyó María.
Entonces las miradas volvieron al muchacho
que había callado hasta ese momento, escuchando de nuevo la misma historia que
le había relatado María la noche anterior y gracias a la cual había abierto los
ojos y descubierto la verdad.
-Cuando… cuando María me lo contó todo… no
quise creerla –comenzó el muchacho mirándose las manos-. No es fácil asimilar
que tu vida es una mentira; que la persona que crees que te quiere con
sinceridad te ha estado utilizando para hacerle daño a quienes en realidad son
tu familia.
Al levantar la mirada, se topó con los ojos
de Tristán. Por primera vez le miraba con cierta lástima y cariño.
Desde que sabía la verdad, la barrera que
Bosco había levantado y que le separaba del mundo se había desmoronado. Una
barrera de mentiras. Ahora sus ojos volvían a adquirir una tonalidad que le
volvía frágil, más humano.
Tristán reconoció en aquellos ojos parte de
la esencia de Pepa y parte de la suya. Ahora podía ver que efectivamente aquel
muchacho que tenía frente a él era su propio hijo, sangre de su sangre.
Sin poder evitarlo, Tristán se levantó.
-Lo siento –le dijo a Bosco que no podía dar
crédito a lo que escuchaba.
El muchacho había ido allí para pedirles
perdón por todo el daño que les había causado. Sabía que no sería sencillo
ganarse su confianza. Sin embargo, su propio padre le recibía con los brazos
abiertos e incluso le pedía perdón.
Bosco se levantó, avergonzado.
-Soy yo quien debe de pedirles perdón por
todo lo que les he hecho –musitó-. Soy consciente de que no es sencillo
asimilar la verdad puesto que ni yo mismo lo he hecho aún.
-Hemos sido víctimas del destino –convino
Tristán con lágrimas en los ojos.
Su hijo asintió.
Entonces sin esperárselo, su padre le atrajo
hacia sí y le abrazó por primera vez. El gesto sorprendió al muchacho que tardo
unos instantes en reaccionar y en devolverle el abrazo.
-Siento mucho no haberme dado cuenta de que
tu madre aún estaba viva y que traía otro niño en camino… si lo hubiese sabido…
jamás te habría abandonado, hijo.
Al escuchar por primera vez a alguien llamarle
hijo, Bosco no pudo evitar que las lágrimas le resbalasen por las mejillas.
-Siempre pensé que mis verdaderos padres no
me querían –le confesó como si se tratase de un niño pequeño-. Creía que me
habían abandonado en el bosque porque…
-No pienses en eso ahora, Bosco –intervino
Candela. Junto a ella, Inés tenía también lágrimas en los ojos-. Lo importante
es que por fin ahora sabemos la verdad; por fin podremos ser la familia que
siempre debimos de ser –se volvió hacia s sobrina y le sonrió-. Ahora ya nada
os retiene en la Casona.
-He roto toda relación con la… con Francisca
–les informó Bosco, a quien nombrar a la que hasta ahora había considerado como
una madre le producía un dolor demasiado grande-. Jamás podré perdonarle que me
mintiera para alejarme de vosotros. Y entenderé que también os cueste
perdonarme por todo el daño que os he hecho. Solo espero que con el tiempo
podáis hacerlo.
Los ojos de Bosco se detuvieron en Gonzalo.
Con él era con quien más enfrentamientos había tenido. Cada vez que se
encontraban era extraño no terminar cruzando algunas palabras ofensivas.
María se dio cuenta de lo difícil que iba a
ser para los dos comenzar a tratarse como lo que verdaderamente eran: como
hermanos.
Su esposo no daba señales de dar el primer
paso, sin embargo se levantó del sofá y se acercó a Bosco.
-Bien sabes que hemos tenido nuestros más y
nuestros menos –le recordó Gonzalo-. Sin embargo hay algo que nunca olvidaré y
es que gracias a que has retirado la demanda es que estoy de nuevo junto a mi
familia.
-Jamás me hubiese perdonado que mi propio
hermano estuviese en prisión por mi culpa –le confesó el muchacho manteniéndole
la mirada-. Y no te preocupes porque la Montenegro no volverá a ponerla sino
quiere que sus secretos salgan a la luz. No te dará problemas, puedes estar
tranquilo en cuanto a eso.
Gonzalo asintió, agradecido.
-Y… aún hay más –continuó Bosco. Metió la
mano en uno de los bolsillos interiores de su abrigo y sacó unos papeles-. Creo
que buscabas esto.
Su hermano cogió los papeles y los desplegó
preguntándose qué serian. Su rostro se iluminó de repente.
-Son…
-Los pagarés que la señora le hacía al
arquitecto Ricardo Altamira –confirmó el muchacho, sintiendo un gran alivio al
realizar aquella buena acción-. Si no me equivoco era lo que entraste a buscar
aquella noche en la Casona –Gonzalo asintió-. Con ellos podrás demostrar que
Francisca Montenegro pagó a ese hombre para que modificara el trayecto del
ferrocarril y pasara por sus tierras.
-Gracias –logró decir Gonzalo, sin dar
crédito a ello. María se reunió con él, feliz. Al final iban a conseguir
aquello por lo que tanto habían luchado: que las obras del ferrocarril se
detuvieran y que revisaran de nuevo el proyecto. Los trabajadores dejarían de
jugarse la vida cada día.
Agradecido con el gesto, Gonzalo le tendió
la mano a Bosco quien tras mirarla unos segundos, se la estrechó, sonriendo.
-Gracias… hermano –le dijo el esposo de
María-. Gracias por todo.
Escuchar a Gonzalo llamarle de aquella
manera fue una sensación desconocida hasta ese momento. Hermano.
Hasta entonces, Bosco no había sido
consciente de que tenía una familia de verdad. Un padre dispuesto a recuperar
el tiempo perdido con él y un hermano mayor de quien podría aprender a ser el
hombre recto y justo que todo el mundo esperaba que fuese.
-Espera a que Aurora se entere de esto –dijo
Candela de pronto.
El resto rió.
-¿Por qué? –preguntó Bosco sin entenderlo-.
¿No le hará ninguna gracia que sea su… gemelo?
-Conociéndola… pondrá el grito en el cielo
–declaró Tristán-. Más que nada por vuestra abuela. Aurora ha sacado el difícil
carácter de vuestra madre. No es sencillo lidiar con ella. Pero es una muchacha
de buen corazón, así que no te preocupes. Le explicaremos todo y lo
comprenderá.
Candela se levantó.
-Voy a decirle a las doncellas que preparen
dos cuartos para los nuevos habitantes del Jaral –anunció dando un paso hacia
la planta baja.
-No, espere –la detuvo Bosco.
La esposa de su padre se volvió.
-De momento no… no voy a quedarme aquí –les
informó.
-Pero… ¿por qué, hijo? –se extrañó Tristán-.
Esta es tu casa. Ahora somos tu familia.
-Lo sé… pero… todo ha sucedido muy rápido.
Todavía tengo que asimilarlo. No es fácil. Necesito tiempo y quiero hacer las
cosas bien esta vez. De momento me hospedaré en la posada de Emilia. Quiero
pensar bien qué voy a hacer de ahora en adelante con mi vida. No voy a cometer
los mismos errores.
Tristán quería insistir pero comprendía el
razonamiento de Bosco. Todo cambio requería su tiempo y aquel era demasiado
grande para el muchacho.
-Está bien –convino posando una mano sobre
su hombro-. Pero sabes que aquí nos tienes para lo que desees.
-Ahora somos tu familia –le recordó Gonzalo
para quien descubrir la existencia de un nuevo hermano había supuesto una
alegría. Ahora entendía porque cada vez que se había enfrentado a Bosco, luego
siempre le quedaba un mal sabor de boca.
-¿Y tú que piensas hacer, Inés? –quiso saber
su tía, preocupada por ella-. ¿Vas… vas a quedarte en la Casona?
Su sobrina se acercó a ella. Ahora era
libre. La señora ya no tenía ningún poder sobre ella.
-No –le confirmó. Candela suspiró aliviada-.
Quiero comenzar una nueva vida. Ganarme el pan honradamente. Y… para ello había
pensado… si todavía necesita una ayudante en la confitería me gustaría…
Candela la abrazó, contenta.
-Por supuesto que sí, chiquilla –le dijo con
lágrimas en los ojos. Al fin recuperaba a su querida sobrina, después de tanto
tiempo sufriendo por ella.
Inés miró a Bosco. Solo el tiempo les diría
que iba a ser de ellos. Por el momento sus vidas comenzaban a encauzarse por el
buen camino. Tan solo el destino sabría si en algún punto lograrían cruzarse de
nuevo.
CONTINUARÁ...
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