CAPÍTULO 66
La noche había caído en Puente Viejo. En la
celda del cuartelillo, Gonzalo descansaba sobre el viejo jergón. Su última
noche allí, pensó. La sentencia del juez no le había tomado por sorpresa. Ya
sabía que le iba a declarar culpable. Echó una última ojeada a su compañero y
le escuchó roncar en la otra punta. Gonzalo dio media vuelva y se quedó
dormido.
Mientras, en la cocina de la Casona, las
doncellas trabajaban a destajo. No habían parado de hacerlo en toda la tarde,
preparando la cena especial para celebrar el cumpleaños de Bosco. Fe había
querido ir a comprar la tarta a la confitería de Candela pero la señora se
había negado en redondo; la misma doncella se encargaría de elaborarla. De
manera que, el trabajo había sido doble, preparar el cordero asado, la lubina
en salsa de arándanos y una tarta de merengue.
Mientras terminaba de adornar el postre,
escuchó la puerta que daba al jardín abrirse.
-Mauricio deja las cajas sobre la mesa,
luego me encargo de colocarlo en el sitio –le dijo al capataz sin levantar la
mirada-. Jartica me tiene la seña con tanto plato y celebración.
-Fe.
La doncella dio un respingo y se volvió de
golpe, con los ojos como platos.
-Se… señita María… -miró hacia las
escaleras. Con la cantidad de doncellas que bajaban y subían, temía que en
cualquier momento alguna viese a la esposa de Gonzalo allí-. ¿Pro… que hi hace
usted aquí? ¡Virgen de la paloma! Váyase señita que como la vea la Paca nos da
una tunda palos.
María se acercó a ella con gesto serio y
decidido.
-Me da lo mismo si me ve o no –respondió. Su
voz apenas tembló-. No vengo a verla a ella… sino a Bosco.
-¡Imposible! –soltó la doncella creyendo que
había escuchado mal-. Precisamente hoy… no pueide ser. Están de celebración. El
cumpleaños del señorito Bosco y dun momento a otro va a fijar la fecha del
casorio con la buena para nada… perdón, con la señita Isabel –negó con la
cabeza.
-Y ya de paso celebrarán también la condena
de Gonzalo, ¿no? –ironizó la joven sintiendo como las tripas se le revolvían
tan solo de pensarlo.
La doncella torció la boca, con tristeza.
-Lo siento mucho, señita. El Mauricio me
contó. Veo que no sirvió de nada lo que descubrió en el bosque.
-Todavía no he dicho nada de eso –le contó
María con gesto serio-. Por eso vengo a ver a Bosco.
Fe abrió la boca para tratar de convencerla
de que no era buen momento, cuando se escucharon pasos bajando la escalera.
Ambas se miraron un instante, asustadas y solo cuando vieron que se trataba de
Inés, soltaron el aire contenido.
-Señorita María –murmuró la sobrina de Candela,
asustada al verla-. ¿Qué… que hace usted aquí?
-Necesito hablar con Bosco, es urgente
–repitió María.
La doncella se volvió hacia Fe, quien se
encogió de hombros.
-Ya li he dicho que el señorito está de
celebraciones y que no es buen momento, pero insiste.
-¿No puede esperar a mañana? –le preguntó
Inés.
-Mañana puede ser demasiado tarde –insistió
María, que no se iría de allí sin hablar con él.
Inés apretó los labios, pensativa y terminó
por asentir.
-Yo me encargo –dijo al fin. El rostro de
María se suavizó al ver que iban a ayudarla-. Espere aquí.
Inés subió arriba al salón donde se estaba
celebrando una cena especial. Los cinco habitantes de la Casona se habían
vestido con sus mejores galas para celebrar el cumpleaños de Bosco. Esa noche,
incluso doña Bernarda les acompañaba.
La señora había pedido que se sacara la
vajilla de las grandes celebraciones y los mejores manteles que tenían. No
quería escatimar en detalles.
-Hoy es uno de esos días que siempre
permanecerán en la memoria de una –declaró la Montenegro con una gran sonrisa
en la boca-. No puedo pedir más –posó una mano sobre el antebrazo de su
protegido, orgullosa de tenerle junto a ella-. Mi querido Bosco cumple hoy
diecinueve años y es un orgullo poder celebrarlo contigo. Además, por fin se ha
hecho justicia y mi enemigo ha sido condenado. Brindemos por las buenas
noticias.
La señora alzó la copa y todos le
devolvieron una sonrisa. Algunas, forzadas, como la de Isabel quien no estaba
muy contenta; y es que en apenas unos minutos, Bosco y ella iban a fijar una
fecha para su enlace. Ambos habían hablado de ello unas horas antes. Una
conversación que a la legua se notaba que incomodaba a ambos. Isabel habría
deseado que su prometido no siguiera adelante con su relación, pero por otro
lado, si el joven le hubiese planteado romper el compromiso, su orgullo no le
hubiera permitido darle una negativa. Isabel sabía que tan solo tenía una
salida digna y era casarse con Bosco; de manera que lo había asumido: sería la
esposa del protegido de la Montenegro. Pensar en el dinero del que iba a
disfrutar cuando eso ocurriese, era lo único que le daba fuerzas para seguir.
-Y no olvide que los muchachos tienen que
fijar la fecha de su enlace –intervino don Federico.
La señora y el gobernador se volvieron hacia
ellos esperando que hablasen.
Bosco e Isabel cruzaron una incómoda mirada.
Había llegado el momento de hacer pública la fecha.
En ese momento, la muchacha se dio cuenta de
que Inés estaba en una de las esquinas. Su odio hacia ella aumentaba día a día
y su pequeña venganza comenzaba en ese instante. Isabel tomó a Bosco de la
mano, mostró la mejor de sus sonrisas y habló.
-Bosco y yo hemos decidido que nuestra boda
sea de aquí a un mes –declaró ante la atención de los presentes.
Inés tragó saliva, conteniendo la rabia y
las lágrimas que amenazaban con aparecer. Sus escasas esperanzas de que Bosco
rompiese con la nieta del gobernador se esfumaban con cada paso que daban hacia
el altar. Ahora sabía que el muchacho nunca tendría el valor suficiente para
romper aquel compromiso. Si de verdad la hubiese querido, lo habría hecho
tiempo atrás.
-Esto merece otro brindis –declaró
Francisca, satisfecha-. Inés, rellena las copas.
La doncella acudió a su orden y comenzó a
verter el champagne en las copas. Al llegar a Bosco, el pulso le tembló más de
la cuenta y el líquido espumoso cayó sobre su chaqueta formando un círculo.
-¡Lo siento! –se disculpó la doncella,
avergonzada por su torpeza.
-No pasa nada –le dijo Bosco, secándose la
mancha y tratando de quitarle importancia.
-Eres una inepta, Inés –la riñó la señora-.
¿Qué día será que hagas algo a derechas?
-No volverá a pasar señora –dijo a media voz
y bajando la cabeza.
-Ojalá te apliques más en tus tareas
–intervino Isabel con malicia-. No es la primera vez que comete un error.
Bosco se levantó.
-Voy a cambiarme la chaqueta, será mejor que
la mancha se quite cuanto antes –declaró con rapidez.
El joven abandonó el salón e Inés le siguió.
Al llegar a la entrada, la doncella le pidió que bajase a la cocina un momento
porque era importante.
-¿Por qué has dicho que no es la primera vez
que comete un error? –la señora frunció el ceño.
-Porque he tenido varios percances con ella
–declaró Isabel con malicia-. No he querido decirle nada porque es su doncella
pero… creo que debería despedirla.
La Montenegro frunció el ceño. ¿Sabía Isabel
más de lo que aparentaba? ¿Estaba al tanto de los escarceos amorosos que habían
tenido Bosco y la doncella? Francisca se propuso averiguarlo. No olvidaría
aquella conversación, se digo la señora.
Mientras, Bosco accedió a acompañar a Inés a
la cocina.
-¿Qué es eso tan importante que…? –el
muchacho se detuvo al ver a María junto a Fe, esperándole-. ¿Qué pasa aquí?
Miró a las tres mujeres, creyendo que se
trataba de una encerrona.
-Puede que no sea el momento más oportuno,
pero lo que tengo que decirte, no puede esperar ni un segundo –habló la esposa
de Gonzalo sin perder el tiempo.
-Como bien dices no es el momento –certificó
él, frunciendo el ceño-. Será mejor que la señora no te vea por aquí después de
lo que le has dicho esta tarde.
-No me importa si me ve –le retó la joven,
que no iba a aceptar un no por respuesta-. Te traigo noticias de la vieja Tula
–el rostro de Bosco se serenó-. Noticias importantes... y que te interesan.
Fe e Inés intercambiaron una mirada de entendimiento.
-Si quieren pueden ir al jardín –intervino
Fe-. La Inés y servidora se encargarán que naide asome las naices por allí.
Bosco dudó unos segundos pero terminó
aceptando. Si María quería hablarle de Tula, sería todo oídos. La esposa de
Gonzalo le agradeció a la doncella su apoyo asintiendo levemente con la cabeza
y siguió el muchacho al jardín.
La noche se adivinaba estrellada en aquella
parte de la Casona. María había pasado muchos años allí y ahora se sentía una
completa extraña. Todo lo que la rodeaba en ese instante le traía malos
recuerdos, así que decidió no pensar más en ello.
-¿Qué es lo que sabes de la vieja Tula? –le
preguntó sin rodeos Bosco, quedándose de pie y con los brazos cruzados.
-Será mejor que te sientes –le pidió María
de buenas formas-. Lo que tengo que contarte es largo y…
-No tenemos mucho tiempo, así que será mejor
que vayas al grano –le cortó con brusquedad-. ¿Qué noticias tienes de ella?
Bosco no se lo iba a poner fácil. La joven
tragó saliva y lo soltó.
-Está… muerta –dejó que el muchacho
asimilase la noticia unos segundos-. Encontré su tumba en las proximidades de
la casa de tu tío Silverio.
Al escuchar aquel nombre, Bosco se tambaleó
y tuvo que sentarse para no caer.
-¿Cuándo… cuándo fue? –consiguió articular
al fin con un hilo de voz. Su gesto duro se había transformado por completo,
cayendo aquella coraza rígida y dejando entrever al joven sensible que un día
fue.
-No lo sé –María se sentó frente a él-.
Supongo que hará ya meses.
-Debió de morir sola –pensó el muchacho a
quien le cayeron las lágrimas sin darse cuenta-. No la visitaba mucha gente a
parte de… de… Silverio. Debió de enterrarla él mismo.
-¿Sinceramente?... no lo creo –repuso María
con dureza.
Bosco levantó la mirada hacia ella,
intrigado.
-¿Qué quieres decir?
-Que su muerte no fue natural –la joven le
sostuvo la mirada-. Alguien la mató.
-Eso no puede ser posible –se negó a creerlo
él.
-Entonces… ¿por qué nadie sabe que está
muerta? –insistió ella-. Si su muerte hubiese sido natural, no habría problema
en decirlo a la gente, ¿no crees?
-Pero… ¿Quién querría… matarla? Ella curaba
a la gente. Vale que en alguna ocasión la acusaron de brujería, pero…
-No creo que fuese por considerarla una
bruja.
-¿Entonces? –Bosco se echó hacia delante,
interesado.
-Creo que doña Tula sabía algo importante y
“alguien” quiso mantenerlo en secreto y ella se negó.
-Sigo sin entenderlo. –volvió a recostarse
en la silla sin dar crédito a sus palabras.
-Bosco lo que voy a contarte sé que te
parecerá mentira, pero… -se mordió el labio sabiendo que allí se lo jugaba
todo-. … creo que a Tula la mataron porque sabía la verdad sobre tu origen e
iba a contarlo.
-Si la vieja Tula hubiese sabido algo sobre
mi origen, me lo habría dicho hace tiempo –le rebatió el muchacho al instante.
-Puede que se enterase hace poco de ello y
cuando trató de contártelo ya fuese demasiado tarde –en ese momento la joven
recordó que Gonzalo le había contado que cuando doña Tula fue a curarla de su
pulmonía, le hizo muchas preguntas relacionadas con sus padres y que incluso
llegó a preguntarle si Pepa había tenido más hijos. Ahora todo aquello encajaba
en lo que había descubierto. María pensó que era posible que la curandera viese
los lunares de Esperanza y le recordaran a los de Bosco; empezase a hacer las
preguntas y atara cabos ella sola-. Bosco –clavó sus ojos en él-, ¿qué sabes de
tus padres?
-Solo conocí a mi madre, la Clarita –le dijo
con cierta nostalgia-. Aunque… sé que ella no era mi verdadera madre. Silverio
se encargó de hacérmelo saber en cuanto tuve uso de razón –recordar aquel
instante le suponía un gran dolor que enturbiaba su mirada-. Tenía solo cinco
años y me echó en cara lo afortunado que era porque Clarita me hubiese
encontrado y me hubiese proporcionado un techo y comida. Según él debía
comenzar a pagarles por ello, y fue así como comencé a ser su mula de carga.
María se dio cuenta de que la vida del
muchacho no había sido un camino de rosas. Debió de pasar tantas penurias y
estaba tan falto de cariño que en cuanto la Montenegro le tendió la mano fue
suficiente para él.
-¿Te… te contó Silverio alguna vez cómo te
encontró Clarita? –insistió ella, sabiendo el daño que le estaba suponiendo
recordar aquellos momentos.
-Él no –tragó saliva-. Fue la propia Clarita
quien me dijo que nací en el bosque, y de ahí mi nombre. Pero nunca me habló de
mis padres; de mis verdaderos padres –de nuevo se le formó un nudo en la
garganta, emocionado por los recuerdos-. Siempre pensé que debieron ser unos
pobres campesinos que no podían ocuparse de mí y que por ello me abandonaron en
el bosque para que algún animal hiciese el trabajo por ellos.
Sus duras palabras dejaron huella en María.
-No fue así, Bosco –dijo de repente
suavizando la voz. El muchacho se extrañó de la seguridad con la que habló-. Creo…
mejor dicho, sé, quienes son tus padres. ¿Has oído hablar de la leyenda de los
lunares de la estirpe de Pepa la partera?
Bosco negó con la cabeza.
-Pues es bien sencilla; tanto Pepa como toda
su descendencia, poseen tres lunares en la espalda. Tres lunares
característicos –la joven se echó hacia delante con aire confidencial-. Así fue
como Pepa descubrió, al llegar a Puente Viejo por primera vez, que el pequeño
Martin, el hijo de Tristán Castro, era su propio hijo, pues le vio los tres
lunares en la espalda. Mi hija, Esperanza, también los tiene y… mi prima
Aurora.
Bosco se levantó de golpe, comprendiendo lo
que estaba tratando de decirle María.
-No… eso no… eso no significa nada –se
volvió hacia ella con un brillo extraño en los ojos; parecía desorientado-.
Todo el mundo tiene lunares.
-¿Hoy es tu cumpleaños, verdad? –insistió
ella. Sabía que revelarla toda la verdad de golpe era doloroso pero no tenía
más opción-. Hoy cumples diecinueve años. ¿Sabes quién más cumple hoy
diecinueve años? –la mirada del muchacho le suplicaba que no continuase; sin
embargo, María debía continuar por muy doloroso que fuera para él-. Aurora, mi
prima. La hermana de Gonzalo… tu hermana, Bosco.
El joven se llevó las manos a la cabeza. No
quería seguir escuchándola.
-Aurora nació tal día como hoy, hace
diecinueve años, en la quebrada de los lobos, al mismo tiempo que su madre
moría. Mi tío Tristán trajo a la niña de vuelta al pueblo para ponerla a salvo
y regresó a por el cuerpo de su esposa… sin embargo… nunca lo halló –hizo una
pequeña pausa sin apartar la mirada del muchacho-. Y si… y si Tristán se
equivocó y Pepa seguía viva y le dio tiempo a dar a luz a otro niño… un niño
con tres lunares como su madre.
-¿Has dicho la quebrada de los lobos? –Bosco
se apoyó en la mesa. Su mente era un torbellino de recuerdos, palabras y
explicaciones mal dadas. María asintió en silencio-. Clarita mencionó ese lugar
–murmuró atando cabos.
-Entonces no creo que haya dudas… eres…
-¡No quiero seguir escuchándote! –y señaló
la salida-. Mejor, márchate. La señora se estará preguntando porque tardo tanto
y…
-Antes de irme tengo una última pregunta,
Bosco –ya nada la iba a detener-. ¿Sabes si Silverio habló alguna vez con
Francisca?
-La señora no conoce a mi tío –la defendió
él, con fuerza-. La conocí por casualidad cuando la atacaron los anarquistas.
-Deja que te diga algo más. Silverio estuvo
aquí justo antes de que la señora se echase al monte… y se encontrase contigo
“por casualidad”.
El joven ladeó la cabeza. Su rostro se
volvió pálido, blanco como la cera.
-Mi tío Silverio aquí… eso no es posible.
-Fe lo reconoció esta misma mañana –le contó
María-. Y las dos pudimos escucharle hablando a la tumba de Tula, dejándonos
muy claro que había acabado con ella para que no contase a nadie tu verdadero
origen. Tu tío se jactó del dinero que estaba recibiendo de la señora por
guardar el secreto de tu origen.
-¡No, no, no! –se negaba a creer en ello
porque tan solo dudar del cariño de la Montenegro era como traicionarla-. La
señora no sabe nada…
-¡Abre los ojos de una maldita vez, Bosco!
–gritó María sin contemplaciones-. Francisca Montenegro siempre ha sabido quien
eras: su nieto, sangre de su sangre. El hijo perdido de Tristán y Pepa. ¿Por
qué crees que te acogió bajo su protección? ¿Tan solo porque la salvaste de los
anarquistas? –la joven negó con la cabeza-. Es demasiado astuta. No me
extrañaría que todo hubiese sido un plan de los dos para que casualmente la
salvases. La señora no entrega su “cariño” así como así a un completo
desconocido.
-La señora me quiere –insistió sin mucho
convencimiento. Las lágrimas bañaban su rostro. Lágrimas de rabia porque en el
fondo sabía que María tenía razón y que todo aquello encajaba perfectamente en
su historia.
-¿Nunca te has preguntado por qué Silverio
no ha venido a buscarte? ¡Qué rápido se ha olvidado de ti cuando eras su animal
de carga! Pero claro, con los bolsillos llenos de cuartos para gastar en las
partidas de cartas y en emborracharse, es normal que ni se le ocurra asomar por
la Casona.
El joven dio unos pasos hacia atrás. Ya
había escuchado suficiente. Dio media vuelta y echó a correr.
María se dejó caer en la silla. Sabía lo
dura que había sido y que abrirle los ojos a Bosco de aquella manera había sido
cruel. Pero era necesario que comprendiese que su vida era una mentira.
Esperó unos segundos para serenarse y
abandonó el jardín por la parte lateral.
Al día siguiente muchas cosas iban a
cambiar.
CONTINUARÁ...
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