lunes, 23 de marzo de 2015

CAPÍTULO 66 
La noche había caído en Puente Viejo. En la celda del cuartelillo, Gonzalo descansaba sobre el viejo jergón. Su última noche allí, pensó. La sentencia del juez no le había tomado por sorpresa. Ya sabía que le iba a declarar culpable. Echó una última ojeada a su compañero y le escuchó roncar en la otra punta. Gonzalo dio media vuelva y se quedó dormido.
Mientras, en la cocina de la Casona, las doncellas trabajaban a destajo. No habían parado de hacerlo en toda la tarde, preparando la cena especial para celebrar el cumpleaños de Bosco. Fe había querido ir a comprar la tarta a la confitería de Candela pero la señora se había negado en redondo; la misma doncella se encargaría de elaborarla. De manera que, el trabajo había sido doble, preparar el cordero asado, la lubina en salsa de arándanos y una tarta de merengue.
Mientras terminaba de adornar el postre, escuchó la puerta que daba al jardín abrirse.
-Mauricio deja las cajas sobre la mesa, luego me encargo de colocarlo en el sitio –le dijo al capataz sin levantar la mirada-. Jartica me tiene la seña con tanto plato y celebración.

-Fe.
La doncella dio un respingo y se volvió de golpe, con los ojos como platos.
-Se… señita María… -miró hacia las escaleras. Con la cantidad de doncellas que bajaban y subían, temía que en cualquier momento alguna viese a la esposa de Gonzalo allí-. ¿Pro… que hi hace usted aquí? ¡Virgen de la paloma! Váyase señita que como la vea la Paca nos da una tunda palos.
María se acercó a ella con gesto serio y decidido.
-Me da lo mismo si me ve o no –respondió. Su voz apenas tembló-. No vengo a verla a ella… sino a Bosco.
-¡Imposible! –soltó la doncella creyendo que había escuchado mal-. Precisamente hoy… no pueide ser. Están de celebración. El cumpleaños del señorito Bosco y dun momento a otro va a fijar la fecha del casorio con la buena para nada… perdón, con la señita Isabel –negó con la cabeza.
-Y ya de paso celebrarán también la condena de Gonzalo, ¿no? –ironizó la joven sintiendo como las tripas se le revolvían tan solo de pensarlo.
La doncella torció la boca, con tristeza.

-Lo siento mucho, señita. El Mauricio me contó. Veo que no sirvió de nada lo que descubrió en el bosque.
-Todavía no he dicho nada de eso –le contó María con gesto serio-. Por eso vengo a ver a Bosco.
Fe abrió la boca para tratar de convencerla de que no era buen momento, cuando se escucharon pasos bajando la escalera. Ambas se miraron un instante, asustadas y solo cuando vieron que se trataba de Inés, soltaron el aire contenido.
-Señorita María –murmuró la sobrina de Candela, asustada al verla-. ¿Qué… que hace usted aquí?
-Necesito hablar con Bosco, es urgente –repitió María.
La doncella se volvió hacia Fe, quien se encogió de hombros.
-Ya li he dicho que el señorito está de celebraciones y que no es buen momento, pero insiste.
-¿No puede esperar a mañana? –le preguntó Inés.
-Mañana puede ser demasiado tarde –insistió María, que no se iría de allí sin hablar con él.
Inés apretó los labios, pensativa y terminó por asentir.
-Yo me encargo –dijo al fin. El rostro de María se suavizó al ver que iban a ayudarla-. Espere aquí.
Inés subió arriba al salón donde se estaba celebrando una cena especial. Los cinco habitantes de la Casona se habían vestido con sus mejores galas para celebrar el cumpleaños de Bosco. Esa noche, incluso doña Bernarda les acompañaba.
La señora había pedido que se sacara la vajilla de las grandes celebraciones y los mejores manteles que tenían. No quería escatimar en detalles.
-Hoy es uno de esos días que siempre permanecerán en la memoria de una –declaró la Montenegro con una gran sonrisa en la boca-. No puedo pedir más –posó una mano sobre el antebrazo de su protegido, orgullosa de tenerle junto a ella-. Mi querido Bosco cumple hoy diecinueve años y es un orgullo poder celebrarlo contigo. Además, por fin se ha hecho justicia y mi enemigo ha sido condenado. Brindemos por las buenas noticias.
La señora alzó la copa y todos le devolvieron una sonrisa. Algunas, forzadas, como la de Isabel quien no estaba muy contenta; y es que en apenas unos minutos, Bosco y ella iban a fijar una fecha para su enlace. Ambos habían hablado de ello unas horas antes. Una conversación que a la legua se notaba que incomodaba a ambos. Isabel habría deseado que su prometido no siguiera adelante con su relación, pero por otro lado, si el joven le hubiese planteado romper el compromiso, su orgullo no le hubiera permitido darle una negativa. Isabel sabía que tan solo tenía una salida digna y era casarse con Bosco; de manera que lo había asumido: sería la esposa del protegido de la Montenegro. Pensar en el dinero del que iba a disfrutar cuando eso ocurriese, era lo único que le daba fuerzas para seguir.

-Y no olvide que los muchachos tienen que fijar la fecha de su enlace –intervino don Federico.
La señora y el gobernador se volvieron hacia ellos esperando que hablasen.
Bosco e Isabel cruzaron una incómoda mirada. Había llegado el momento de hacer pública la fecha.
En ese momento, la muchacha se dio cuenta de que Inés estaba en una de las esquinas. Su odio hacia ella aumentaba día a día y su pequeña venganza comenzaba en ese instante. Isabel tomó a Bosco de la mano, mostró la mejor de sus sonrisas y habló.
-Bosco y yo hemos decidido que nuestra boda sea de aquí a un mes –declaró ante la atención de los presentes.
Inés tragó saliva, conteniendo la rabia y las lágrimas que amenazaban con aparecer. Sus escasas esperanzas de que Bosco rompiese con la nieta del gobernador se esfumaban con cada paso que daban hacia el altar. Ahora sabía que el muchacho nunca tendría el valor suficiente para romper aquel compromiso. Si de verdad la hubiese querido, lo habría hecho tiempo atrás.

-Esto merece otro brindis –declaró Francisca, satisfecha-. Inés, rellena las copas.
La doncella acudió a su orden y comenzó a verter el champagne en las copas. Al llegar a Bosco, el pulso le tembló más de la cuenta y el líquido espumoso cayó sobre su chaqueta formando un círculo.
-¡Lo siento! –se disculpó la doncella, avergonzada por su torpeza.
-No pasa nada –le dijo Bosco, secándose la mancha y tratando de quitarle importancia.
-Eres una inepta, Inés –la riñó la señora-. ¿Qué día será que hagas algo a derechas?
-No volverá a pasar señora –dijo a media voz y bajando la cabeza.
-Ojalá te apliques más en tus tareas –intervino Isabel con malicia-. No es la primera vez que comete un error.
Bosco se levantó.
-Voy a cambiarme la chaqueta, será mejor que la mancha se quite cuanto antes –declaró con rapidez.

El joven abandonó el salón e Inés le siguió. Al llegar a la entrada, la doncella le pidió que bajase a la cocina un momento porque era importante.
-¿Por qué has dicho que no es la primera vez que comete un error? –la señora frunció el ceño.
-Porque he tenido varios percances con ella –declaró Isabel con malicia-. No he querido decirle nada porque es su doncella pero… creo que debería despedirla.
La Montenegro frunció el ceño. ¿Sabía Isabel más de lo que aparentaba? ¿Estaba al tanto de los escarceos amorosos que habían tenido Bosco y la doncella? Francisca se propuso averiguarlo. No olvidaría aquella conversación, se digo la señora.
Mientras, Bosco accedió a acompañar a Inés a la cocina.
-¿Qué es eso tan importante que…? –el muchacho se detuvo al ver a María junto a Fe, esperándole-. ¿Qué pasa aquí?
Miró a las tres mujeres, creyendo que se trataba de una encerrona.
-Puede que no sea el momento más oportuno, pero lo que tengo que decirte, no puede esperar ni un segundo –habló la esposa de Gonzalo sin perder el tiempo.
-Como bien dices no es el momento –certificó él, frunciendo el ceño-. Será mejor que la señora no te vea por aquí después de lo que le has dicho esta tarde.
-No me importa si me ve –le retó la joven, que no iba a aceptar un no por respuesta-. Te traigo noticias de la vieja Tula –el rostro de Bosco se serenó-. Noticias importantes... y que te interesan.
Fe e Inés intercambiaron una mirada de entendimiento.
-Si quieren pueden ir al jardín –intervino Fe-. La Inés y servidora se encargarán que naide asome las naices por allí.
Bosco dudó unos segundos pero terminó aceptando. Si María quería hablarle de Tula, sería todo oídos. La esposa de Gonzalo le agradeció a la doncella su apoyo asintiendo levemente con la cabeza y siguió el muchacho al jardín.
La noche se adivinaba estrellada en aquella parte de la Casona. María había pasado muchos años allí y ahora se sentía una completa extraña. Todo lo que la rodeaba en ese instante le traía malos recuerdos, así que decidió no pensar más en ello.

-¿Qué es lo que sabes de la vieja Tula? –le preguntó sin rodeos Bosco, quedándose de pie y con los brazos cruzados.
-Será mejor que te sientes –le pidió María de buenas formas-. Lo que tengo que contarte es largo y…
-No tenemos mucho tiempo, así que será mejor que vayas al grano –le cortó con brusquedad-. ¿Qué noticias tienes de ella?
Bosco no se lo iba a poner fácil. La joven tragó saliva y lo soltó.
-Está… muerta –dejó que el muchacho asimilase la noticia unos segundos-. Encontré su tumba en las proximidades de la casa de tu tío Silverio.
Al escuchar aquel nombre, Bosco se tambaleó y tuvo que sentarse para no caer.
-¿Cuándo… cuándo fue? –consiguió articular al fin con un hilo de voz. Su gesto duro se había transformado por completo, cayendo aquella coraza rígida y dejando entrever al joven sensible que un día fue.
-No lo sé –María se sentó frente a él-. Supongo que hará ya meses.
-Debió de morir sola –pensó el muchacho a quien le cayeron las lágrimas sin darse cuenta-. No la visitaba mucha gente a parte de… de… Silverio. Debió de enterrarla él mismo.
-¿Sinceramente?... no lo creo –repuso María con dureza.
Bosco levantó la mirada hacia ella, intrigado.
-¿Qué quieres decir?
-Que su muerte no fue natural –la joven le sostuvo la mirada-. Alguien la mató.

-Eso no puede ser posible –se negó a creerlo él.
-Entonces… ¿por qué nadie sabe que está muerta? –insistió ella-. Si su muerte hubiese sido natural, no habría problema en decirlo a la gente, ¿no crees?
-Pero… ¿Quién querría… matarla? Ella curaba a la gente. Vale que en alguna ocasión la acusaron de brujería, pero…
-No creo que fuese por considerarla una bruja.
-¿Entonces? –Bosco se echó hacia delante, interesado.
-Creo que doña Tula sabía algo importante y “alguien” quiso mantenerlo en secreto y ella se negó.
-Sigo sin entenderlo. –volvió a recostarse en la silla sin dar crédito a sus palabras.
-Bosco lo que voy a contarte sé que te parecerá mentira, pero… -se mordió el labio sabiendo que allí se lo jugaba todo-. … creo que a Tula la mataron porque sabía la verdad sobre tu origen e iba a contarlo.
-Si la vieja Tula hubiese sabido algo sobre mi origen, me lo habría dicho hace tiempo –le rebatió el muchacho al instante.
-Puede que se enterase hace poco de ello y cuando trató de contártelo ya fuese demasiado tarde –en ese momento la joven recordó que Gonzalo le había contado que cuando doña Tula fue a curarla de su pulmonía, le hizo muchas preguntas relacionadas con sus padres y que incluso llegó a preguntarle si Pepa había tenido más hijos. Ahora todo aquello encajaba en lo que había descubierto. María pensó que era posible que la curandera viese los lunares de Esperanza y le recordaran a los de Bosco; empezase a hacer las preguntas y atara cabos ella sola-. Bosco –clavó sus ojos en él-, ¿qué sabes de tus padres?
-Solo conocí a mi madre, la Clarita –le dijo con cierta nostalgia-. Aunque… sé que ella no era mi verdadera madre. Silverio se encargó de hacérmelo saber en cuanto tuve uso de razón –recordar aquel instante le suponía un gran dolor que enturbiaba su mirada-. Tenía solo cinco años y me echó en cara lo afortunado que era porque Clarita me hubiese encontrado y me hubiese proporcionado un techo y comida. Según él debía comenzar a pagarles por ello, y fue así como comencé a ser su mula de carga.
María se dio cuenta de que la vida del muchacho no había sido un camino de rosas. Debió de pasar tantas penurias y estaba tan falto de cariño que en cuanto la Montenegro le tendió la mano fue suficiente para él.
-¿Te… te contó Silverio alguna vez cómo te encontró Clarita? –insistió ella, sabiendo el daño que le estaba suponiendo recordar aquellos momentos.
-Él no –tragó saliva-. Fue la propia Clarita quien me dijo que nací en el bosque, y de ahí mi nombre. Pero nunca me habló de mis padres; de mis verdaderos padres –de nuevo se le formó un nudo en la garganta, emocionado por los recuerdos-. Siempre pensé que debieron ser unos pobres campesinos que no podían ocuparse de mí y que por ello me abandonaron en el bosque para que algún animal hiciese el trabajo por ellos.

Sus duras palabras dejaron huella en María.
-No fue así, Bosco –dijo de repente suavizando la voz. El muchacho se extrañó de la seguridad con la que habló-. Creo… mejor dicho, sé, quienes son tus padres. ¿Has oído hablar de la leyenda de los lunares de la estirpe de Pepa la partera?
Bosco negó con la cabeza.
-Pues es bien sencilla; tanto Pepa como toda su descendencia, poseen tres lunares en la espalda. Tres lunares característicos –la joven se echó hacia delante con aire confidencial-. Así fue como Pepa descubrió, al llegar a Puente Viejo por primera vez, que el pequeño Martin, el hijo de Tristán Castro, era su propio hijo, pues le vio los tres lunares en la espalda. Mi hija, Esperanza, también los tiene y… mi prima Aurora.
Bosco se levantó de golpe, comprendiendo lo que estaba tratando de decirle María.
-No… eso no… eso no significa nada –se volvió hacia ella con un brillo extraño en los ojos; parecía desorientado-. Todo el mundo tiene lunares.
-¿Hoy es tu cumpleaños, verdad? –insistió ella. Sabía que revelarla toda la verdad de golpe era doloroso pero no tenía más opción-. Hoy cumples diecinueve años. ¿Sabes quién más cumple hoy diecinueve años? –la mirada del muchacho le suplicaba que no continuase; sin embargo, María debía continuar por muy doloroso que fuera para él-. Aurora, mi prima. La hermana de Gonzalo… tu hermana, Bosco.
El joven se llevó las manos a la cabeza. No quería seguir escuchándola.
-Aurora nació tal día como hoy, hace diecinueve años, en la quebrada de los lobos, al mismo tiempo que su madre moría. Mi tío Tristán trajo a la niña de vuelta al pueblo para ponerla a salvo y regresó a por el cuerpo de su esposa… sin embargo… nunca lo halló –hizo una pequeña pausa sin apartar la mirada del muchacho-. Y si… y si Tristán se equivocó y Pepa seguía viva y le dio tiempo a dar a luz a otro niño… un niño con tres lunares como su madre.
-¿Has dicho la quebrada de los lobos? –Bosco se apoyó en la mesa. Su mente era un torbellino de recuerdos, palabras y explicaciones mal dadas. María asintió en silencio-. Clarita mencionó ese lugar –murmuró atando cabos.
-Entonces no creo que haya dudas… eres…

-¡No quiero seguir escuchándote! –y señaló la salida-. Mejor, márchate. La señora se estará preguntando porque tardo tanto y…
-Antes de irme tengo una última pregunta, Bosco –ya nada la iba a detener-. ¿Sabes si Silverio habló alguna vez con Francisca?
-La señora no conoce a mi tío –la defendió él, con fuerza-. La conocí por casualidad cuando la atacaron los anarquistas.
-Deja que te diga algo más. Silverio estuvo aquí justo antes de que la señora se echase al monte… y se encontrase contigo “por casualidad”.
El joven ladeó la cabeza. Su rostro se volvió pálido, blanco como la cera.
-Mi tío Silverio aquí… eso no es posible.
-Fe lo reconoció esta misma mañana –le contó María-. Y las dos pudimos escucharle hablando a la tumba de Tula, dejándonos muy claro que había acabado con ella para que no contase a nadie tu verdadero origen. Tu tío se jactó del dinero que estaba recibiendo de la señora por guardar el secreto de tu origen.
-¡No, no, no! –se negaba a creer en ello porque tan solo dudar del cariño de la Montenegro era como traicionarla-. La señora no sabe nada…
-¡Abre los ojos de una maldita vez, Bosco! –gritó María sin contemplaciones-. Francisca Montenegro siempre ha sabido quien eras: su nieto, sangre de su sangre. El hijo perdido de Tristán y Pepa. ¿Por qué crees que te acogió bajo su protección? ¿Tan solo porque la salvaste de los anarquistas? –la joven negó con la cabeza-. Es demasiado astuta. No me extrañaría que todo hubiese sido un plan de los dos para que casualmente la salvases. La señora no entrega su “cariño” así como así a un completo desconocido.  
-La señora me quiere –insistió sin mucho convencimiento. Las lágrimas bañaban su rostro. Lágrimas de rabia porque en el fondo sabía que María tenía razón y que todo aquello encajaba perfectamente en su historia.
-¿Nunca te has preguntado por qué Silverio no ha venido a buscarte? ¡Qué rápido se ha olvidado de ti cuando eras su animal de carga! Pero claro, con los bolsillos llenos de cuartos para gastar en las partidas de cartas y en emborracharse, es normal que ni se le ocurra asomar por la Casona.
El joven dio unos pasos hacia atrás. Ya había escuchado suficiente. Dio media vuelta y echó a correr.
María se dejó caer en la silla. Sabía lo dura que había sido y que abrirle los ojos a Bosco de aquella manera había sido cruel. Pero era necesario que comprendiese que su vida era una mentira.

Esperó unos segundos para serenarse y abandonó el jardín por la parte lateral.
Al día siguiente muchas cosas iban a cambiar.

 CONTINUARÁ...

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