CAPÍTULO 67
Un nuevo día amaneció en la Casona.
Isabel había decidido desayunar esa mañana
en el jardín, aprovechando que el sol no apretaba como otros días.
Por su parte, la señora se había encerrado
en el despacho a solucionar unos papeles pendientes. Don Federico aún no se
había despertado y Bosco… nadie le había visto desde la noche anterior.
Al regresar al salón después del percance
con la copa de champagne, Bosco se había mostrado más callado de lo normal y
ausente. Isabel no quiso darle importancia. Las cosas entre ellos no fluían con
naturalidad, la muchacha era consciente de ello; sin embargo… la mirada gélida
que portaba en aquel momento, le hizo pensar que algo le había ocurrido.
¿Tendría que ver con aquella cazafortunas de Inés? ¿Habría aprovechado para echarle
en cara que iba a casarse con Isabel, y de ahí su semblante serio?
El sexto sentido de la nieta del gobernador
le decía que había algo más porque aquella actitud distante no solo fue para
con ella. Incluso la señora se dio cuenta de que algo sucedía y cuando le
preguntó, Bosco contestó con sequedad que le dolía la cabeza y después se
disculpó para subir a su cuarto, sin más explicaciones.
-Señorita –le dijo Inés, con voz
temblorosa-. ¿Ha terminado ya el desayuno?
La muchacha dejó la servilleta sobre la
mesa.
-Puedes recogerlo ya –le dijo de mal
talante.
La sobrina de Candela se apresuró a hacerlo.
Cuanto menos tiempo pasara junto a ella, mucho mejor. No quería darle tiempo a
que aprovechara la ocasión para ofenderla.
-Espero que la próxima vez la leche no esté
quemada –le soltó de pronto la nieta del gobernador-. La señora es demasiado
generosa con vosotros; al menos podríais esmeraros un poco, que ni un simple
desayuno sabéis preparar como es debido.
-Lo siento, señorita Isabel, no volverá a
ocurrir -Inés sabía de sobra que la leche estaba bien, pues ella misma la había
probado antes de llevársela para que no sucediese lo que acababa de pasar-. No
volverá a suceder.
-Palabras, promesas… –enumeró la muchacha
levantándose de la mesa y mirando con desdén a la doncella-. Tan solo sabes
hacer eso. Claro que no me extraña; las de tu clase no dais para más. Si yo
estuviera en tu lugar iría buscándome otro sitio en el que ganarme la vida
porque aquí en la Casona te quedan dos días –Inés tragó saliva y trató de serenarse-.
En cuanto me convierta en la esposa de Bosco yo misma te echaré a patadas como
la calientacamas que eres. ¿Acaso creías que iba a permitir que permanecieses
bajo mi mismo techo sabiendo lo que has hecho? –la miró con infinito desprecio-.
¿Te has creído por un instante las promesas de Bosco de dejarlo todo por ti?
¡Pobre ilusa! –se burló, soltando una sonara carcajada-. Un señor como él jamás
se fijaría en una cazafortunas como tú. Tan solo le has servido de
entretenimiento y ahora ya no te necesita ni para eso. Así que más te vale que
agarres tus cuatro cosas y te marches de aquí si aún te queda algo de dignidad.
Las manos de Inés comenzaron a temblar,
avergonzada y humillada por las palabras hirientes de Isabel.
-¿Acaso tú sabes lo que significa esa
palabra? –inquirió Bosco tras ella.
Tanto Isabel como Inés se volvieron hacia el
joven que acababa de entrar en el jardín. El rostro de su prometida se volvió
tan blanco como la cal. ¿La había escuchado? Tan absorta estaba increpando a
Inés que no había escuchado los pasos del protegido de doña Francisca.
-Bosco, querido…
El joven se detuvo junto a Inés que era
incapaz de levantar la mirada. Una mirada cargada de lágrimas.
-¿Quién te crees que eres para tratar así a
una persona? –le echó él en cara sin contemplaciones-. Inés es una de las
doncellas de esta casa y como ser humano merece un respeto. Ahora mismo vas a
pedirle perdón por haberla humillado de este modo.
-¡¿QUÉ?! –gritó su prometida sin poder
creerse que le estuviera pidiendo aquello.
La mirada de Bosco era tan inhumana que
Isabel se asustó. Jamás le había visto así.
-Bosco, no puedes humillarme de este modo…
Esto es una afrenta muy grande conmigo. Jamás me rebajaré a pedirle perdón a
una… a una… cualquiera, que lo único que pretende es encamarse con mi prometido
–alzó el mentón, altiva-. La Montenegro sabrá lo que has hecho.
-Puedes irle con el cuento cuando quieras
–le espetó él con dureza. Sus amenazas ya no podían surtir efecto después de lo
que sabía. El influjo de la señora y todo el respeto que le tenía habían
desaparecido después de conocer la verdad-. Y de paso, le informas de que nuestro
compromiso queda roto porque no pienso casarme contigo. No te he querido nunca…
y jamás te querré.
Isabel palideció aún más. ¿Desde cuándo
Bosco se comportaba con aquellos modales tan salvajes? ¿Dónde había quedado el
muchacho atento y cordial?
Inés asistía a la disputa sin dar crédito a
lo que estaba pasando. Lo que tantas veces había soñado se estaba convirtiendo
en realidad. Bosco estaba rompiendo su compromiso matrimonial con la nieta del
gobernador.
Isabel tragó saliva. Aquellos no eran sus
planes. No iba a permitir que Bosco se le escapase, de manera de volvió a
mostrarse como la señorita dulce y cándida de antaño.
-Bosco, querido, no hay que sacar las cosas
de contexto por una simple riña de enamorados –dijo con voz serena, tratando de
acercarse a él.
Dio un paso al frente pero él la detuvo.
-Debería haber hecho esto hace mucho tiempo
–le cortó el muchacho-, es más, nunca debí pedirte que te casases conmigo. Fue
un error. Nunca te he querido, ni tú a mí. No pienso pasar el resto de mi vida
junto a alguien cómo tú, cruel y vanidosa –se volvió hacia Inés y su mirada se
dulcificó un poco-. Además, a quién quiero de verdad es a Inés, y si algún día
me caso, será con ella.
Isabel frunció el ceño, dolida y humillada.
-¿Con ésta? –la señaló con asco-. Una simple
criada que a saber con cuantos estúpidos como tú ha jugado. Menuda joya.
-¡Ya basta de insultos! –le cortó Bosco,
hastiado. No había pegado ojo en toda la noche y le dolía la cabeza. Lo último
que necesitaba en ese momento era una pelea con Isabel.
-Inés regresa a la cocina, por favor –le
pidió a la muchacha a quien quería ahorrarle aquel mal trago.
La sobrina de Candela asintió en silencio.
Recogió la bandeja del desayuno y salió del jardín.
Por su parte, Bosco dio media vuelta dando
por terminada su conversación con Isabel.
-¿Adónde vas? –le exigió saber ella-. No
puedes dejarme de este modo. Hablaré con doña Francisca.
-Habla con quien te plazca –repuso sin
volverse-. Tan solo vas a perder el tiempo. Yo que tú haría la maleta y
regresaría a Madrid hoy mismo; no te pondré ningún impedimento.
Dicho lo cual salió del jardín dejándola
asolas.
Isabel Ramírez apretó los labios. Jamás
había sido humillada de aquel modo y mucho menos por un muchacho que se había
criado entre animales.
Las ofensas a Isabel se pagaban.
La joven pensó con rapidez qué hacer. Tan
solo había una persona que podía solucionar aquello: la Montenegro. Le exigiría
una reparación inmediata si no quería que su abuelo se enterase de cómo había
sido tratada.
CONTINUARÁ...
Hola me encanta el zas en la boca de Bosco a Isabel. ¿Pero esta chica no es asesina, ni sicopata, ni nada? Mejor no doy ideas, sigue con la historia, es genial.
ResponderEliminarHola Camila. Gracias por tu comentario. No , de momento creo que Isabel ya ha hecho suficiente daño. No creo que volvamos a tener noticias suyas.
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