martes, 24 de marzo de 2015

CAPÍTULO 67 
Un nuevo día amaneció en la Casona.
Isabel había decidido desayunar esa mañana en el jardín, aprovechando que el sol no apretaba como otros días.
Por su parte, la señora se había encerrado en el despacho a solucionar unos papeles pendientes. Don Federico aún no se había despertado y Bosco… nadie le había visto desde la noche anterior.
Al regresar al salón después del percance con la copa de champagne, Bosco se había mostrado más callado de lo normal y ausente. Isabel no quiso darle importancia. Las cosas entre ellos no fluían con naturalidad, la muchacha era consciente de ello; sin embargo… la mirada gélida que portaba en aquel momento, le hizo pensar que algo le había ocurrido. ¿Tendría que ver con aquella cazafortunas de Inés? ¿Habría aprovechado para echarle en cara que iba a casarse con Isabel, y de ahí su semblante serio?
El sexto sentido de la nieta del gobernador le decía que había algo más porque aquella actitud distante no solo fue para con ella. Incluso la señora se dio cuenta de que algo sucedía y cuando le preguntó, Bosco contestó con sequedad que le dolía la cabeza y después se disculpó para subir a su cuarto, sin más explicaciones.

-Señorita –le dijo Inés, con voz temblorosa-. ¿Ha terminado ya el desayuno?
La muchacha dejó la servilleta sobre la mesa.
-Puedes recogerlo ya –le dijo de mal talante.
La sobrina de Candela se apresuró a hacerlo. Cuanto menos tiempo pasara junto a ella, mucho mejor. No quería darle tiempo a que aprovechara la ocasión para ofenderla.
-Espero que la próxima vez la leche no esté quemada –le soltó de pronto la nieta del gobernador-. La señora es demasiado generosa con vosotros; al menos podríais esmeraros un poco, que ni un simple desayuno sabéis preparar como es debido.
-Lo siento, señorita Isabel, no volverá a ocurrir -Inés sabía de sobra que la leche estaba bien, pues ella misma la había probado antes de llevársela para que no sucediese lo que acababa de pasar-. No volverá a suceder.
-Palabras, promesas… –enumeró la muchacha levantándose de la mesa y mirando con desdén a la doncella-. Tan solo sabes hacer eso. Claro que no me extraña; las de tu clase no dais para más. Si yo estuviera en tu lugar iría buscándome otro sitio en el que ganarme la vida porque aquí en la Casona te quedan dos días –Inés tragó saliva y trató de serenarse-. En cuanto me convierta en la esposa de Bosco yo misma te echaré a patadas como la calientacamas que eres. ¿Acaso creías que iba a permitir que permanecieses bajo mi mismo techo sabiendo lo que has hecho? –la miró con infinito desprecio-. ¿Te has creído por un instante las promesas de Bosco de dejarlo todo por ti? ¡Pobre ilusa! –se burló, soltando una sonara carcajada-. Un señor como él jamás se fijaría en una cazafortunas como tú. Tan solo le has servido de entretenimiento y ahora ya no te necesita ni para eso. Así que más te vale que agarres tus cuatro cosas y te marches de aquí si aún te queda algo de dignidad.
Las manos de Inés comenzaron a temblar, avergonzada y humillada por las palabras hirientes de Isabel.
-¿Acaso tú sabes lo que significa esa palabra? –inquirió Bosco tras ella.
Tanto Isabel como Inés se volvieron hacia el joven que acababa de entrar en el jardín. El rostro de su prometida se volvió tan blanco como la cal. ¿La había escuchado? Tan absorta estaba increpando a Inés que no había escuchado los pasos del protegido de doña Francisca.
-Bosco, querido…
El joven se detuvo junto a Inés que era incapaz de levantar la mirada. Una mirada cargada de lágrimas.

-¿Quién te crees que eres para tratar así a una persona? –le echó él en cara sin contemplaciones-. Inés es una de las doncellas de esta casa y como ser humano merece un respeto. Ahora mismo vas a pedirle perdón por haberla humillado de este modo.
-¡¿QUÉ?! –gritó su prometida sin poder creerse que le estuviera pidiendo aquello.
La mirada de Bosco era tan inhumana que Isabel se asustó. Jamás le había visto así.
-Bosco, no puedes humillarme de este modo… Esto es una afrenta muy grande conmigo. Jamás me rebajaré a pedirle perdón a una… a una… cualquiera, que lo único que pretende es encamarse con mi prometido –alzó el mentón, altiva-. La Montenegro sabrá lo que has hecho.
-Puedes irle con el cuento cuando quieras –le espetó él con dureza. Sus amenazas ya no podían surtir efecto después de lo que sabía. El influjo de la señora y todo el respeto que le tenía habían desaparecido después de conocer la verdad-.  Y de paso, le informas de que nuestro compromiso queda roto porque no pienso casarme contigo. No te he querido nunca… y jamás te querré.
Isabel palideció aún más. ¿Desde cuándo Bosco se comportaba con aquellos modales tan salvajes? ¿Dónde había quedado el muchacho atento y cordial?
Inés asistía a la disputa sin dar crédito a lo que estaba pasando. Lo que tantas veces había soñado se estaba convirtiendo en realidad. Bosco estaba rompiendo su compromiso matrimonial con la nieta del gobernador.
Isabel tragó saliva. Aquellos no eran sus planes. No iba a permitir que Bosco se le escapase, de manera de volvió a mostrarse como la señorita dulce y cándida de antaño.
-Bosco, querido, no hay que sacar las cosas de contexto por una simple riña de enamorados –dijo con voz serena, tratando de acercarse a él.
Dio un paso al frente pero él la detuvo.
-Debería haber hecho esto hace mucho tiempo –le cortó el muchacho-, es más, nunca debí pedirte que te casases conmigo. Fue un error. Nunca te he querido, ni tú a mí. No pienso pasar el resto de mi vida junto a alguien cómo tú, cruel y vanidosa –se volvió hacia Inés y su mirada se dulcificó un poco-. Además, a quién quiero de verdad es a Inés, y si algún día me caso, será con ella.

Isabel frunció el ceño, dolida y humillada.
-¿Con ésta? –la señaló con asco-. Una simple criada que a saber con cuantos estúpidos como tú ha jugado. Menuda joya.
-¡Ya basta de insultos! –le cortó Bosco, hastiado. No había pegado ojo en toda la noche y le dolía la cabeza. Lo último que necesitaba en ese momento era una pelea con Isabel.
-Inés regresa a la cocina, por favor –le pidió a la muchacha a quien quería ahorrarle aquel mal trago.
La sobrina de Candela asintió en silencio. Recogió la bandeja del desayuno y salió del jardín.
Por su parte, Bosco dio media vuelta dando por terminada su conversación con Isabel.
-¿Adónde vas? –le exigió saber ella-. No puedes dejarme de este modo. Hablaré con doña Francisca.
-Habla con quien te plazca –repuso sin volverse-. Tan solo vas a perder el tiempo. Yo que tú haría la maleta y regresaría a Madrid hoy mismo; no te pondré ningún impedimento.
Dicho lo cual salió del jardín dejándola asolas.
Isabel Ramírez apretó los labios. Jamás había sido humillada de aquel modo y mucho menos por un muchacho que se había criado entre animales.

Las ofensas a Isabel se pagaban.
La joven pensó con rapidez qué hacer. Tan solo había una persona que podía solucionar aquello: la Montenegro. Le exigiría una reparación inmediata si no quería que su abuelo se enterase de cómo había sido tratada.

 CONTINUARÁ...

2 comentarios:

  1. Hola me encanta el zas en la boca de Bosco a Isabel. ¿Pero esta chica no es asesina, ni sicopata, ni nada? Mejor no doy ideas, sigue con la historia, es genial.

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  2. Hola Camila. Gracias por tu comentario. No , de momento creo que Isabel ya ha hecho suficiente daño. No creo que volvamos a tener noticias suyas.

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