lunes, 30 de marzo de 2015

CAPÍTULO 73 
Una de las cosas que más les gustaba a las gentes de Puente Viejo eran las buenas noticias y en cuanto tenían oportunidad de celebrar una, todo el mundo sabía dónde había que acudir: a la casa de comidas de Emilia y Alfonso Castañeda.
La vieja taberna se había llenado de aldeanos a pesar del calor sofocante que allí dentro se respiraba. Quien más y quien menos quería felicitar a Nicolás por la llegada al mundo de su primer vástago; a ello había que añadir la liberación de Gonzalo, a quien el pueblo entero apreciaba en gordo, y había confiado en su inocencia desde el principio.

Tras la barra, Alfonso no dejaba de verter su espumoso vino en vasos. El padre de María no cabía en sí de júbilo; había nacido su primer sobrino, su yerno volvía a casa y el proyecto del cultivo de las vides parecía que iba por buen camino.

Emilia salió de la cocina portando una bandeja repleta de platos con queso de la granja de Mariana, que tanto gustaba a los lugareños, y taquitos de jamón. Repartió los platos entre las mesas sin dejar de mostrar la mejor de sus sonrisas.
Cuando la familia Castro entró en el local, algunas voces se acallaron y la mayoría de los aldeanos se volvieron hacia ellos.
-Buenas tardes –saludó Tristán, a quien no le gustaba nada ser el centro de atención; sin embargo, ese día no le importaba puesto que se sentía orgulloso de poder estar allí con toda su familia.
Tras él, Gonzalo, Candela y María se detuvieron, expectantes.
De repente algunos aldeanos se acercaron y saludaron a Gonzalo, dándole la bienvenida al pueblo. El joven agradeció el gesto devolviéndoles el saludo.
Al verles, Alfonso alzó la jarra de vino.

-¡Puentevejinos! Esta ronda corre a cargo de mi cuñado Tristán –les dijo-. ¡Celebremos la vuelta de mi yerno! ¡POR GONZALO!
Los lugareños levantaron sus vasos para brindar por ello.
-¡POR GONZALO! –se alzaron todos en una sola voz.
El joven asintió mientras se reunían con su suegro.
Alfonso salió de detrás de la barra y le dio un afectuoso abrazo.
-Me alegro mucho de tenerte de nuevo entre nosotros, muchacho –le colocó un vaso de vino-. Tenemos mucho que celebrar.
-Gracias, suegro –cogió el vaso y bebió, saboreando el espumoso vino-. Una de las cosas que más echaba de menos eran sus chatos de vino.
María se acercó a su esposo y le rodeó con su brazo por la cintura.
-¿Más aún que a mí? –quiso saber, poniéndole en un brete.
Gonzalo se volvió hacia ella.
-Eso es imposible y lo sabes –murmuró él apoyando su frente en la de ella para luego besarla.
-Bueno, bueno –intervino Emilia que acababa de llegar con otra bandeja-. Dejad las carantoñas para luego que hay mucho que celebrar –se volvió hacia su esposo-. Alfonso, cariño, ponles a todos un vaso de vino que vamos a brindar por la puesta en libertad de Gonzalo –se acercó a su yerno y le dio dos besos-. Ya sabía yo que eras inocente y que saldrías de esta.
Gonzalo le agradeció la confianza.

-Disculpe –se acercó un hombre alto y de porte elegante con acento americano que había estado bebiendo junto a un amigo en una de las mesas del rincón-. ¿Es usteg el dueño de egte lugar?
Alfonso asintió.
-Así es buen hombre. ¿Qué desea?
-Mi socio, Max –se volvió hacia su acompañante que alzó el vaso desde su sitio-, y yo querríamos felicitagle por egte vino. ¿Es suyo?
El padre de María volvió a asentir.
-De la cosecha de los Castañeda –le informó con orgullo y sacando pecho.
Tristán y Gonzalo miraron al americano, interesados en él y luego a su acompañante. ¿Quiénes serían? Nunca antes les habían visto por Puente Viejo. ¿Estarían de paso?
-Pues deje que le diga que de dónde venimos nosotros, tierra de vides, no se cultiva un vino tan bueno como egte –le alabó el hombre.
-Perdone mi indiscreción –intervino Tristán-. ¿De dónde vienen exactamente?

-De la alta Califognia –dijo marcando mucho la erre-. Mi socio y yo estamos de visita de negocios. Hemos llegado hace un par de hogas y lo primego que hemos hecho ha sido entrarg en egte lugar.
-¿Visita de negocios, dice? –habló Gonzalo, sintiendo el corazón desbocado.
-Así es, señog –convino el hombre con cordialidad-. Llevamos meses queguiendo venir a Puente Viejo pogque nos han hablago magavillas de su balneaguio –se quedó unos segundos pensativo-. Don… Congado Buenaventuga es uno de los socios fundagogues, tengo entendigo.
Candela y María cruzaron una mirada de entendimiento. ¿Acaso aquellos hombres eran los inversores americanos con los que Conrado llevaba tiempo negociando?
-¿Están aquí buscando a Conrado Buenaventura? –le preguntó Candela.
-Así es, mi señoga –ladeó la cabeza, con cortesía. Los modales del americano eran exquisitos y cordiales-. Don Congado nos indicó cómo llegag hasta aquí. Nos dijo que preguntágamos en la posada por don Gonzalo Valbuena.
-Pues ha tenido suerte –convino el propio Gonzalo, sonriendo-. Yo soy Gonzalo Valbuena. El cuñado de Conrado Buenaventura. Y si no me equivoco… ustedes deben de ser los inversores americanos.

-Mi nombre es William Johnson –le tendió la mano el hombre. Gonzalo le devolvió el saludo-. Y como ya les he dicho, aquel es mi socio Maximiliam Gutiérres.
-¿Gutiérrez? –repitió María, sorprendida por el apellido tan español de aquel otro hombre.
-Sus antepasados son españoles –explicó William-. Él es el egpercto en vinos.
-¿Y ya tienen dónde hospedarse? –quiso saber Tristán, sabiendo que tenían que poner todo su empeño en agradar a aquellos hombres; aunque algo le decía que ya estaban encantados con lo que habían visto.
-Lo ciegto es que no. Pensábamos ir al balneaguio pego no sabemos dónde se encuentra.
-Si no les importa –dijo Emilia-, pueden pasar esta noche aquí, en la posada, y mañana ya irán a la casa de aguas. Como ven estamos de celebración y…
-¡Ohhh! No se preocupe mi buena señoga –le cortó William-. Nos encantan las fiestas. Max es amante de ellas. Sigamos celebrando y mañana ya hablaguemos de negocios. ¿Les paguese?

-Por supuesto –convino Gonzalo, viendo que poco a poco las cosas iban encauzándose.
-Y si a usted le paguese bien también nos gustaguía hablag de sus vinos –se dirigió a Alfonso-. Si está integuesago en egpogtaglos al egtranjego.
Alfonso abrió los ojos, sorprendido. Aquello era lo último que se esperaba. ¿Exportar sus vinos a las Américas? Pero si aún eran un proyecto.
-Por supuesto –se apresuró a decirle, no fuera a echarse atrás el americano-. Y ahora mismo le serviré una jarra completa para celebrarlo… don William. Esta corre a cuenta de la casa.
El americano asintió a modo de despedida y regresó junto a su socio mientras Emilia se abrazaba a su esposo. Ella que no había tenido mucha fe en el negocio de las vides, ahora veía que unos extranjeros querían llevar sus productos a la otra parte del mundo. Quizá no fuese tan mala idea como había pensado al principio.
Todavía estaban asimilando lo ocurrido con los inversores americanos cuando Nicolás entró en la casa de comidas. Nada más verle, los aldeanos comenzaron a acercársele para felicitarle. El marido de Mariana se vio envuelto entre abrazos y parabienes.

Cuando finalmente pudo reunirse con su familia, Tristán fue el primero en felicitarle.
-Mi enhorabuena, Nicolás –le tendió la mano para acabar dándole un abrazo-. Felicidades por ese niño.
-Muchas gracias don Tristán –declaró emocionado-. Todavía no me lo creo.
-Toma cuñado –le tendió un vaso de vino Alfonso-. Brindemos por tu hijo. ¡Por Juanito!
-¡POR JUANITO! –todos alzaron sus vasos y bebieron por esa nueva personita que acababa de llegar al mundo para colmar de dicha a sus padres.
Llegó el turno de María y Candela que le dieron dos besos y preguntaron por Mariana.
-La pobre está agotá –les informó-. Rosario se ha quedao con ella y en cuanto Juanito ha terminao de comer, mi Mariana se ha dormido.
-Es que han sido unas semanas muy duras para todos –convino María-. Y los últimos días ves que vas perdiendo las fuerzas… justo cuando más las necesitas.
-Pero lo importante es que ha salido todo bien y ya tenemos a otro retoño para malcriar –dijo Emilia.

-¿Y cómo es? –quiso saber la esposa de Gonzalo-. Estoy deseando conocerle.
-Es… -Nicolás abrió las manos, buscando la manera de explicarlo-, mu largo –rieron ante su ocurrencia-. Y tiene unas manitas mu pequeñas y perfectas. Eso sí, come… no os hacéis una idea.
-Menos mal que tienes una granja de vacas para alimentarle bien –le recordó Candela.
-Bueno, ahora que estamos juntos –dijo Tristán cuyos ojos brillaron de felicidad-. Propongo un brindis formal –alzó la voz para que todos los presentes pudiesen escucharle-. Vecinos. Brindemos por el nuevo puentevejino Juanito y por la liberación de Gonzalo.
De nuevo se alzaron los vasos y todo el mundo brindó por las buenas nuevas.
-Tengo que ir a ver el asado que tengo al fuego –recordó Emilia-. ¿Me acompañáis? –les pidió a Candela y a María.
Las tres mujeres se adentraron en la cocina situada en la parte de atrás del negocio.
Alfonso y Tristán comenzaron a hablar de las vides y los abonos que iban a utilizar. Ambos estaban entusiasmados con su nuevo negocio.
Gonzalo aprovechó para llevarse a Nicolás a un rincón y poder conversar con tranquilidad.
-¿Qué… cómo te sientes? –le preguntó Gonzalo tras dar un sorbo a su vaso.
Nicolás suspiró; no encontraba las palabras adecuadas para expresar el momento que acababa de vivir.

-Es difícil explicarlo, Gonzalo –dijo por fin-. Es una mezcla de sentimientos que… tú sabes lo que quiero decir.
-Bien lo sé –asintió, sonriendo al recordar el momento en que tuvo a Esperanza por primera entre sus brazos-. Te preguntas cómo ese ser tan indefenso y pequeño es parte de ti. Tú le has dado carne y parte de tu alma. Es lo más hermoso que le puede pasar a uno.
Nicolás asintió, en silencio.
-¿Y tú? –le preguntó de repente-. ¿Cómo te sientes ahora que vuelves a estar en libertad? –se acercó un poco para que no pudiesen escucharle-. A partir de ahora nadie dudará ya de tu inocencia. No podemos quejarnos… todo ha salido perfecto.
Gonzalo soltó el aire que llevaba rato conteniendo.
-Sí. Y parte de ello se lo debo al Anarquista –le guiñó un ojo el joven-. Su… oportuna intervención en el último momento impidió que me trasladasen a prisión. Aunque tampoco puedo olvidar que Bosco fue quien quitó la denuncia; todavía me pregunto por qué lo hizo –negó con la cabeza; posiblemente jamás sabría el motivo. Lo importante era que lo había logrado-. Pero… si no fuese por el Anarquista que retuvo a la Montenegro el tiempo suficiente… habría sido trasladado a la cárcel. Menos mal que todo salió según lo previsto.

-¿El Anarquista? –inquirió Nicolás sin entender-. Eso es imposible…
Gonzalo se acercó más a él convirtiendo su voz casi en un susurro.
-Vamos, Nicolás –le instó él-. Lo hiciste muy bien. Sabíamos que el plan era arriesgado pero al final ha salido todo perfecto. Tú mismo lo acabas de decir.
El esposo de Mariana seguía sin comprender las palabras de Gonzalo.
-Gonzalo, de verdad, no sé a qué te refieres.
El hijo de Tristán frunció el ceño, comenzando a preocuparse.
-¿A qué va a ser? –le devolvió la pregunta-. A tu magistral interpretación. Eso sí… coger a la Montenegro de rehén fue muy arriesgado. Por un momento pensé que se nos estaba yendo de las manos.
-Gonzalo, no sé de qué me estás hablando –insistió el fotógrafo, con el rostro blanco.
-¿Cómo qué no? Te estoy hablando de nuestro plan, de la aparición del Anarquista en el momento en que iban a trasladarme a prisión. Cogiste a Francisca como rehén y le exigiste que retirase la denuncia contra mí sino quería que algo malo le pasase a ella o algún allegado suyo. Eso fue lo que convenimos cuando me visitaste en el cuartelillo.

Nicolás tragó saliva. Se le había formado un nudo en la garganta.
-Sí, es cierto –confesó al fin-. Ese era nuestro plan, amenazar a la señora con hacerle algo a su protegido... Pero… Gonzalo, no pude hacerlo. Llevo dos días que no me he separado de Mariana.
Por primera vez Gonzalo comenzó a dudar.
-Pero eso no puede ser Nicolás. El Anarquista estaba allí –miró a su alrededor cerciorándose de que no podían escucharle-; y te puedo asegurar que esta vez no era yo.
-Ni yo tampoco –repitió el esposo de Mariana con seguridad-. Mi intención hubiese sido seguir con nuestro plan inicial, como la primera vez, a la salida de la iglesia, tal como acordamos cuando te visité. Pero… al ponerse Mariana de parto, las cosas cambiaron. No podía separarme de ella y tampoco pude acudir a nuestra última cita para saber cuándo tenía que actuar. Te juro que quería avisarte pero…
-Sí… eso me extrañó –le cortó Gonzalo en voz alta, pensativo-. Pero pensé que de todos modos, debías haberte enterado de cuando iba a ser trasladado y que no habías venido para no levantar sospechas.
-No, no, Gonzalo –le sacó de su error-. Como te digo, todo se complicó y no pude ir.
Gonzalo se quedó pensativo. Había estado tan seguro de que era Nicolás el que se había vestido con sus ropas para hacerse pasar por el Anarquista que en ningún momento se planteó que podría tratarse de otra persona.

-Entonces… ¿Quién era ese que se hizo pasar por… por mí? ¿Quién amenazó a Francisca Montenegro a la salida del cuartelillo?
Nicolás se encogió de hombros, sin saber la respuesta. De repente su semblante perdió color.
-Gonzalo… hay alguien más que conocía tu secreto.
El joven levantó el mentón, preocupado y frunció el ceño.
-¿Quién?
CONTINUARÁ...





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