CAPÍTULO 70
El sol caía sin piedad a esas horas del
mediodía en los alrededores del cuartelillo. Sin embargo, Francisca no había
querido perderse el traslado de su peor enemigo a prisión. Por fin después de tanta
espera, en unos minutos vería a Gonzalo salir de su camino por una buena
temporada. Desde que había llegado a Puente Viejo tres años atrás se había
convertido en un estorbo para sus planes. Primero como sacerdote, erigiéndose
como salvador de los más pobres y tiempo después, como el hijo perdido de su
peor enemiga, Pepa la partera; la culpable de que Tristán se alejase de ella. Y
por si no fuese suficiente, María, aquella chiquilla que ella misma había
criado desde pequeña había seguido el mismo camino que su hijo, abandonándola
por Martincito.
Pero afortunadamente para la Montenegro eso
iba a cambiar muy pronto, pensó. Ya se encargaría más tarde de hacerle ver a
María que no podía permanecer al lado de un criminal el resto de su vida y que
lo mejor sería anular su matrimonio. Francisca estaba segura que tarde o
temprano su ahijada regresaría a su vera y juntas criarían a Esperanza. Con el
paso del tiempo, Gonzalo tan solo sería un mal recuerdo en sus vidas.
El chofer había detenido el coche junto a la
misma puerta del cuartelillo, bajo unos frondosos árboles. La señora se apeó y
salió con aire altivo. Le hubiese gustado que Mauricio la acompañase pero el
capataz había salido a buscar a Bosco. Otro quebradero de cabeza, pensó
Francisca. Desde la noche anterior, su nieto se comportaba de una manera
extraña y no conocer el motivo de su cambio la ponía nerviosa. Tan solo
esperaba que no tuviera que ver con su compromiso. Estaba a tan solo un mes de
unir su vida para siempre con Isabel, y ella de tener al gobernador atado.
Francisca frunció el ceño al ver en el otro
extremo de la puerta, para su disgusto, a su hijo Tristán y Candela del brazo.
Al parecer habían ido a despedir al joven. Francisca jamás entendería qué había
visto su hijo en aquella pobre infeliz.
Al ver a su madre, Tristán se detuvo y
sintió como un odio irracional se despertaba en su interior. Candela se percató
enseguida del cambio de su esposo y le cogió del brazo con más fuerza.
-No ha podido resistirlo –murmuró el padre
de Gonzalo con rabia-. Tenía que estar presente para ver su obra.
-No le des el gusto, mi amor –repuso Candela
con sensatez-. Hagamos cómo que no está aquí y apoyemos a Martín en estos
momentos que es para lo que hemos venido.
-Tienes toda la razón –convino su esposo,
sonriendo levemente. Si no fuese por los sabios consejos de Candela muchas
veces actuaria sin pensar; sin embargo, la sensatez de su esposa le calmaba y
le hacía recapacitar en los peores momentos.
Se detuvieron junto a la puerta por donde
esperaban que Martín saliese de un momento a otro.
Aun no habían pasado ni cinco minutos cuando
un coche de la guardia civil llegó hasta allí y aparcó cerca de la puerta. Dos
hombres bajaron del automóvil y entraron en el cuartelillo. Aquel debía de ser
el coche que trasladaría a Martín hasta la prisión.
-¿Has venido a despedir a tu bastardo? –le
soltó Francisca a su hijo, sin poder remediarlo-. Es una lástima que hayas
acogido bajo tu tutela a un criminal. Aunque ya se sabe, siendo hijo de quien
era. Su sangre sentenciada incluso antes de nacer.
-¿Igual que la suya? –le retó Tristán clavando
una fría mirada en ella. Candela le asió con fuerza del brazo. Lo último que
necesitaban en ese instante era dar un espectáculo-. No crea que llevar su
sangre es sinónimo de orgullo. La sangre de los Montenegro está más podrida que
la de cualquier otro.
-Mi pobre hijo. Tan ciego como siempre.
Primero con la partera y ahora… con la confitera. La verdad es que nunca has
tenido buen ojo para elegir a las mujeres.
-No gaste saliva. Ya no voy a volver a caer
en sus provocaciones. Hace tiempo que dejé de escucharla.
La señora iba a responderle cuando se
escuchó el sonido de la puerta del cuartelillo abriéndose. Los tres se
volvieron al mismo tiempo.
Gonzalo salió del cuartelillo con las manos
engrilletadas, custodiado por los dos guardias civiles que habían entrado hacía
un momento.
Después de tantos días encerrado allí
dentro, volver a ver la luz del sol le produjo una mezcla de sosiego y temor.
El joven parpadeó varias veces tratando de habituarse de nuevo a la luz. Solo
cuando sus ojos volvieron a ver con cierta claridad, se dio cuenta de la
presencia de su padre y de Candela.
-Martín –murmuró Tristán con un brillo de
emoción.
Su hijo asintió, agradecido de verles allí.
Dio un paso hacia el coche cuando se percató
que Francisca también estaba allí y que sonreía con malicia.
-Al final el tiempo pone a cada uno en su
sitio, querido Martincito –le espetó su abuela-. Mira por última vez la luz del
sol porque tardarás muchos años en volver a verla.
Gonzalo apretó los labios y le lanzó una
mirada altiva. No le daría el gusto de verle hundido.
-Todavía no he llegado a mi destino… señora.
Así que no cante victoria tan pronto.
La Montenegro soltó una carcajada,
divertida.
-¿Todavía esperas un milagro? –preguntó con
ironía-. ¿Quizá a ese héroe que ahora aboga por ti?
Gonzalo apretó los puños con fuerza y soltó
el aire que retenía. No valía la pena seguir con aquella conversación. Dio la
vuelta y siguió caminando hacia el coche junto a los dos guardias, esperando
que al menos le diesen la oportunidad de despedirse de su padre y de Candela
antes de ser trasladado a prisión.
Le quedaban apenas unos metros para llegar
hasta ellos cuando un fuerte estruendo les hizo detenerse. Un disparo al aire. Al
instante se escuchó el grito de Francisca y al volverse hacia ella vieron al
enmascarado que había cogido a la señora y la retenía, cogida por detrás
mientras le apuntaba a un costado con una pistola.
Los guardias civiles soltaron a Gonzalo y
apuntaron al Anarquista.
-Como den un paso o disparen, no dudaré en
acabar con la vida de la señora –declaró con firmeza la voz grave del
enmascarado-. Es mejor que tiren las armas al suelo. ¡Ahora!
Los guardias se miraron unos segundos y
asintieron lentamente. Francisca trataba de soltarse de su captor pero la
presión del brazo sobre su cuello era demasiado fuerte para lograrlo.
-¡Suéltame criminal! –gritó ella, sin
amilanarse.
El Anarquista comenzó a caminar hacia atrás,
llevándose a la Montenegro con él, poniendo cierta distancia entre ellos y los
guardias, quienes dejaron sus armas en el suelo tal como les había ordenado.
Mientras, Tristán y Candela se hicieron a un
lado y Gonzalo dio un paso atrás. Pese a que ninguno sentía ni una pizca de
lástima por la Montenegro, les preocupaba lo que podía ocurrir.
-Así me gusta –decretó el enmascarado-. Y
ahora usted y yo vamos a hablar… seriamente –se dirigió hacia la cacique sin
soltarla.
-Yo no tengo nada que hablar con un bandido
como tú –siguió lanzando improperios la madre de Tristán mientras trataba de
soltarse.
Los guardias, Gonzalo, Tristán y Candela
observaban la escena sin saber qué hacer. Desde la distancia apenas podían
escuchar lo que hablaban entre ellos, tan solo les llegaban palabras sueltas de
la Montenegro.
-Deberíamos avisar dentro –dijo uno de los
guardias.
-Ya le has oído, como nos movamos no dudará
en matarla –le recordó el otro-. Veamos que va a hacer.
-¡Suéltame! –volvió a gritar Francisca.
-Ahora ya la tengo donde siempre he querido…
está a mi merced y si no quiere que su secreto se sepa, hará lo que voy a
decirle.
-Yo no recibo órdenes de nadie –murmuró
tratando de quitarse la presión del cuello pues cada vez se le hacía más
difícil respirar-. Y mucho menos de alguien que esconde su rostro como una
sabandija.
El Anarquista soltó una sonora carcajada.
-No me haga reír… señora. Quizá lo haya
aprendido de usted, que sabe muy bien lo que es esconder su verdadero rostro.
Es la peor alimaña que existe sobre la tierra y tan solo se mueve por
intereses.
-Cómo te atreves…
-Pero vayamos al grano que no tenemos todo
el día –le cortó con voz gruesa-. Ahora mismo va a retirar la denuncia contra
Gonzalo Valbuena si no quiere que su más preciado secreto salga a la luz.
-¡Jamás! –se revolvió como una sanguijuela
pero el enmascarado la tenía bien cogida y no cesó en su presión-. Ese
miserable se pudrirá en prisión por muchos años.
-Señora, no tengo todo el día –insistió su
captor con ironía y perdiendo la paciencia, ya que sabía que tarde o temprano
los guardias darían la voz de alarma u otros saldrían del cuartelillo y
entonces las cosas se le complicarían en gordo-, retire la denuncia contra el
señor Castro ahora mismo o todo el mundo conocerá quién es la verdadera
Francisca Montenegro; y no hablo por hablar, créame.
-¿Vas a secuestrarme? –le preguntó, tratando
de girar la cabeza para mirarle a los ojos-. No tendrás agallas. Todos los de tú calaña
sois escoria que solo sabe hablar y…
-No tiente su suerte, Francisca –le cortó,
perdiendo la paciencia y con un ojo puesto en los civiles, quienes de momento
continuaban quietos, tal como les había ordenado-. Yo no soy como el resto de
los bandidos. No le gustaría probar mis métodos.
-Jamás quitaré la denuncia, ya puedes
apretar ese gatillo de una vez por todas. ¿A qué esperas?
-Eso le gustaría, ¿verdad? –soltó una
risita-. Sin embargo no es mi estilo ensuciarme las manos con gente que no lo
merece. Pero sé cuál es su punto débil y no opinará lo mismo si la bala va
dirigida hacia él. ¿O me equivoco?
El semblante de la Montenegro cambió de
golpe. El Anarquista estaba amenazándola con matar a Bosco… a su nieto.
-¡No lo harás! ¡Esto es entre tú y yo! ¡Él
no tiene nada que ver!
-Pues retire la denuncia contra el señor
Castro si no quiere que su… nieto sepa quién es usted en realidad. Apuesto lo
que quiera que le encantaría saber que su “adorada señora” ha estado
ocultándole la verdad sobre su origen. ¿Cómo cree que reaccionará Bosco al
saber que es su abuela y que se lo ha estado ocultando todo este tiempo?
Por primera vez, Francisca se vio entre la
espada y la pared. Su más preciado secreto era conocido por aquel hombre. ¿Cómo
sabía que Bosco era su nieto? No, bajo ningún concepto el muchacho podía
enterarse jamás de la verdad; después de todo lo que había hecho para separarle
de su familia, Bosco no podía saber aquello.
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-Está bien –le concedió con rabia y frustración,
viéndose descubierta por un simple bandido-. Quitaré la denuncia contra
Gonzalo. ¿Satisfecho?
La presión del Anarquista cedió un poco.
-¿Ve cómo al final nos hemos entendido,
señora? Y más le vale cumplir con ello; sino, ya sabe quién se enterará de
quién es su familia. ¿Estamos? –Francisca asintió levemente, derrotada y
humillada. No podía perder a Bosco, a él no-. La soltaré e irá dentro a decirle
al juez que retira los cargos contra el señor Castro y que quiere que le suelte
inmediatamente.
Antes de que Francisca volviese a asentir,
un guardia civil salió corriendo del cuartelillo y al ver lo que estaba
sucediendo se detuvo de golpe. Sacó su fusil pero el Anarquista le vio las
intenciones.
-¡Suelta ese arma si no quieres que le vuele
la cabeza! –le gritó, sosteniendo con fuerza su arma sobre un costado de la
Montenegro.
El guardia civil no tuvo más remedio que
obedecer y alzando la voz dijo:
-¡Traigo una orden de dentro! ¡Una orden del
juez! El señor Gonzalo Valbuena no va a ser trasladado a prisión. La denuncia
contra él ha sido retirada y el juez ha revocado la sentencia.
El cuerpo del Anarquista se relajó a la vez
que la Montenegro apretaba los labios con fuerza. ¡El juez la había
traicionado! ¿Quién era él para dejar en libertad a Gonzalo sin su
consentimiento?
-¿Por qué ha cambiado de opinión el señor
juez? –preguntó Tristán sin comprender aquello.
El guardia se volvió hacia él.
Antes de que pudiese hablar, la puerta del
cuartelillo volvió a abrirse y para sorpresa de todos, Bosco salió de allí.
-He sido yo –le dijo a Tristán, sin
atreverse a mirarle a los ojos. No estaba preparado todavía para enfrentarse a
su padre.
Entonces vio la escena que se estaba
desarrollando a lo lejos. Su primera reacción fue de sorpresa, pero enseguida
se esfumó. Veinticuatro horas antes no habría dudado ni un segundo en salir
corriendo a socorrer a la señora… ahora tan solo sentía indiferencia por ella.
Ni siquiera le preocupaba lo que aquel individuo pudiese hacerle.
Desde su posición, Francisca no daba crédito
a lo que estaba viendo. El propio Bosco había retirado la denuncia. Pero… ¿por
qué?
-Era de justicia –dijo el muchacho
contestando a la pregunta de su padre. Se volvió hacia Gonzalo-. Lo siento.
El esposo de María asintió sin poder
creérselo. ¿Qué había sucedido para que Bosco cambiase de opinión?
El protegido de la Montenegro echó un último
vistazo hacia la señora antes de regresar al interior del cuartelillo para
terminar de firmar unos papeles.
Mientras todos seguían sorprendidos ante lo
ocurrido, el enmascarado aprovechó el momento.
-Ve lo fácil que ha sido –le dijo el
Anarquista a la oreja-. Al menos Bosco aún conserva algo de humanidad; cosa que
usted perdió hace mucho tiempo.
Después de decir esto, echó a un lado a la
Montenegro y desapareció tras unos arbustos con rapidez.
Solo entonces la guardia civil pareció
recordar que el bandido tenía retenida a la señora. Al ver que había
desaparecido de su campo de visión, los dos guardias corrieron hacia allí y
vieron a la Montenegro tratando de levantarse. Uno de ellos quiso ayudarla,
pero ella, con su habitual altivez le apartó de malos modos. El otro corrió
tras los árboles, a tiempo de ver al Anarquista alejarse, a lo lejos, al galope,
con un caballo negro.
Gonzalo tenía que regresar dentro para que
su puesta en libertad se hiciese efectiva.
Tristán y Candela no podían creérselo aún;
seguían consternados. Todo había sucedido demasiado rápido y necesitarían
tiempo para asimilarlo, aunque la felicidad que les embargaba en ese instante
no podía compararse con nada. Gonzalo por fin era libre.
Mientras, Francisca regresó a su auto,
humillada y malhumorada por cómo habían cambiado las cosas en apenas unos
minutos, Tristán se acercó a su hijo y le cogió por el cuello, acariciándole la
nuca.
-Vamos hijo. Hay mucho que celebrar.
Candela se reunió con ellos y entraron de
nuevo al cuartelillo para formalizar su puesta en libertad.
Gonzalo tan solo tenía un pensamiento en su
mente, pronto volvería a reunirse con María y Esperanza.
CONTINUARÁ...
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