viernes, 27 de marzo de 2015

CAPÍTULO 70 
El sol caía sin piedad a esas horas del mediodía en los alrededores del cuartelillo. Sin embargo, Francisca no había querido perderse el traslado de su peor enemigo a prisión. Por fin después de tanta espera, en unos minutos vería a Gonzalo salir de su camino por una buena temporada. Desde que había llegado a Puente Viejo tres años atrás se había convertido en un estorbo para sus planes. Primero como sacerdote, erigiéndose como salvador de los más pobres y tiempo después, como el hijo perdido de su peor enemiga, Pepa la partera; la culpable de que Tristán se alejase de ella. Y por si no fuese suficiente, María, aquella chiquilla que ella misma había criado desde pequeña había seguido el mismo camino que su hijo, abandonándola por Martincito.
Pero afortunadamente para la Montenegro eso iba a cambiar muy pronto, pensó. Ya se encargaría más tarde de hacerle ver a María que no podía permanecer al lado de un criminal el resto de su vida y que lo mejor sería anular su matrimonio. Francisca estaba segura que tarde o temprano su ahijada regresaría a su vera y juntas criarían a Esperanza. Con el paso del tiempo, Gonzalo tan solo sería un mal recuerdo en sus vidas.
El chofer había detenido el coche junto a la misma puerta del cuartelillo, bajo unos frondosos árboles. La señora se apeó y salió con aire altivo. Le hubiese gustado que Mauricio la acompañase pero el capataz había salido a buscar a Bosco. Otro quebradero de cabeza, pensó Francisca. Desde la noche anterior, su nieto se comportaba de una manera extraña y no conocer el motivo de su cambio la ponía nerviosa. Tan solo esperaba que no tuviera que ver con su compromiso. Estaba a tan solo un mes de unir su vida para siempre con Isabel, y ella de tener al gobernador atado.
Francisca frunció el ceño al ver en el otro extremo de la puerta, para su disgusto, a su hijo Tristán y Candela del brazo. Al parecer habían ido a despedir al joven. Francisca jamás entendería qué había visto su hijo en aquella pobre infeliz.
Al ver a su madre, Tristán se detuvo y sintió como un odio irracional se despertaba en su interior. Candela se percató enseguida del cambio de su esposo y le cogió del brazo con más fuerza.
-No ha podido resistirlo –murmuró el padre de Gonzalo con rabia-. Tenía que estar presente para ver su obra.
-No le des el gusto, mi amor –repuso Candela con sensatez-. Hagamos cómo que no está aquí y apoyemos a Martín en estos momentos que es para lo que hemos venido.

-Tienes toda la razón –convino su esposo, sonriendo levemente. Si no fuese por los sabios consejos de Candela muchas veces actuaria sin pensar; sin embargo, la sensatez de su esposa le calmaba y le hacía recapacitar en los peores momentos.
Se detuvieron junto a la puerta por donde esperaban que Martín saliese de un momento a otro.
Aun no habían pasado ni cinco minutos cuando un coche de la guardia civil llegó hasta allí y aparcó cerca de la puerta. Dos hombres bajaron del automóvil y entraron en el cuartelillo. Aquel debía de ser el coche que trasladaría a Martín hasta la prisión.
-¿Has venido a despedir a tu bastardo? –le soltó Francisca a su hijo, sin poder remediarlo-. Es una lástima que hayas acogido bajo tu tutela a un criminal. Aunque ya se sabe, siendo hijo de quien era. Su sangre sentenciada incluso antes de nacer.
-¿Igual que la suya? –le retó Tristán clavando una fría mirada en ella. Candela le asió con fuerza del brazo. Lo último que necesitaban en ese instante era dar un espectáculo-. No crea que llevar su sangre es sinónimo de orgullo. La sangre de los Montenegro está más podrida que la de cualquier otro.
-Mi pobre hijo. Tan ciego como siempre. Primero con la partera y ahora… con la confitera. La verdad es que nunca has tenido buen ojo para elegir a las mujeres.
-No gaste saliva. Ya no voy a volver a caer en sus provocaciones. Hace tiempo que dejé de escucharla.
La señora iba a responderle cuando se escuchó el sonido de la puerta del cuartelillo abriéndose. Los tres se volvieron al mismo tiempo.

Gonzalo salió del cuartelillo con las manos engrilletadas, custodiado por los dos guardias civiles que habían entrado hacía un momento.
Después de tantos días encerrado allí dentro, volver a ver la luz del sol le produjo una mezcla de sosiego y temor. El joven parpadeó varias veces tratando de habituarse de nuevo a la luz. Solo cuando sus ojos volvieron a ver con cierta claridad, se dio cuenta de la presencia de su padre y de Candela.
-Martín –murmuró Tristán con un brillo de emoción.
Su hijo asintió, agradecido de verles allí.
Dio un paso hacia el coche cuando se percató que Francisca también estaba allí y que sonreía con malicia.
-Al final el tiempo pone a cada uno en su sitio, querido Martincito –le espetó su abuela-. Mira por última vez la luz del sol porque tardarás muchos años en volver a verla.
Gonzalo apretó los labios y le lanzó una mirada altiva. No le daría el gusto de verle hundido.
-Todavía no he llegado a mi destino… señora. Así que no cante victoria tan pronto.
La Montenegro soltó una carcajada, divertida.

-¿Todavía esperas un milagro? –preguntó con ironía-. ¿Quizá a ese héroe que ahora aboga por ti?
Gonzalo apretó los puños con fuerza y soltó el aire que retenía. No valía la pena seguir con aquella conversación. Dio la vuelta y siguió caminando hacia el coche junto a los dos guardias, esperando que al menos le diesen la oportunidad de despedirse de su padre y de Candela antes de ser trasladado a prisión.
Le quedaban apenas unos metros para llegar hasta ellos cuando un fuerte estruendo les hizo detenerse. Un disparo al aire. Al instante se escuchó el grito de Francisca y al volverse hacia ella vieron al enmascarado que había cogido a la señora y la retenía, cogida por detrás mientras le apuntaba a un costado con una pistola.
Los guardias civiles soltaron a Gonzalo y apuntaron al Anarquista.
-Como den un paso o disparen, no dudaré en acabar con la vida de la señora –declaró con firmeza la voz grave del enmascarado-. Es mejor que tiren las armas al suelo. ¡Ahora!
Los guardias se miraron unos segundos y asintieron lentamente. Francisca trataba de soltarse de su captor pero la presión del brazo sobre su cuello era demasiado fuerte para lograrlo.
-¡Suéltame criminal! –gritó ella, sin amilanarse.

El Anarquista comenzó a caminar hacia atrás, llevándose a la Montenegro con él, poniendo cierta distancia entre ellos y los guardias, quienes dejaron sus armas en el suelo tal como les había ordenado.
Mientras, Tristán y Candela se hicieron a un lado y Gonzalo dio un paso atrás. Pese a que ninguno sentía ni una pizca de lástima por la Montenegro, les preocupaba lo que podía ocurrir. 
-Así me gusta –decretó el enmascarado-. Y ahora usted y yo vamos a hablar… seriamente –se dirigió hacia la cacique sin soltarla.
-Yo no tengo nada que hablar con un bandido como tú –siguió lanzando improperios la madre de Tristán mientras trataba de soltarse.
Los guardias, Gonzalo, Tristán y Candela observaban la escena sin saber qué hacer. Desde la distancia apenas podían escuchar lo que hablaban entre ellos, tan solo les llegaban palabras sueltas de la Montenegro.
-Deberíamos avisar dentro –dijo uno de los guardias.
-Ya le has oído, como nos movamos no dudará en matarla –le recordó el otro-. Veamos que va a hacer.
-¡Suéltame! –volvió a gritar Francisca.

-Ahora ya la tengo donde siempre he querido… está a mi merced y si no quiere que su secreto se sepa, hará lo que voy a decirle.
-Yo no recibo órdenes de nadie –murmuró tratando de quitarse la presión del cuello pues cada vez se le hacía más difícil respirar-. Y mucho menos de alguien que esconde su rostro como una sabandija.
El Anarquista soltó una sonora carcajada.
-No me haga reír… señora. Quizá lo haya aprendido de usted, que sabe muy bien lo que es esconder su verdadero rostro. Es la peor alimaña que existe sobre la tierra y tan solo se mueve por intereses.
-Cómo te atreves…
-Pero vayamos al grano que no tenemos todo el día –le cortó con voz gruesa-. Ahora mismo va a retirar la denuncia contra Gonzalo Valbuena si no quiere que su más preciado secreto salga a la luz.
-¡Jamás! –se revolvió como una sanguijuela pero el enmascarado la tenía bien cogida y no cesó en su presión-. Ese miserable se pudrirá en prisión por muchos años.
-Señora, no tengo todo el día –insistió su captor con ironía y perdiendo la paciencia, ya que sabía que tarde o temprano los guardias darían la voz de alarma u otros saldrían del cuartelillo y entonces las cosas se le complicarían en gordo-, retire la denuncia contra el señor Castro ahora mismo o todo el mundo conocerá quién es la verdadera Francisca Montenegro; y no hablo por hablar, créame.

-¿Vas a secuestrarme? –le preguntó, tratando de girar la cabeza para mirarle a los ojos-.  No tendrás agallas. Todos los de tú calaña sois escoria que solo sabe hablar y…
-No tiente su suerte, Francisca –le cortó, perdiendo la paciencia y con un ojo puesto en los civiles, quienes de momento continuaban quietos, tal como les había ordenado-. Yo no soy como el resto de los bandidos. No le gustaría probar mis métodos.
-Jamás quitaré la denuncia, ya puedes apretar ese gatillo de una vez por todas. ¿A qué esperas?
-Eso le gustaría, ¿verdad? –soltó una risita-. Sin embargo no es mi estilo ensuciarme las manos con gente que no lo merece. Pero sé cuál es su punto débil y no opinará lo mismo si la bala va dirigida hacia él. ¿O me equivoco?
El semblante de la Montenegro cambió de golpe. El Anarquista estaba amenazándola con matar a Bosco… a su nieto.
-¡No lo harás! ¡Esto es entre tú y yo! ¡Él no tiene nada que ver!
-Pues retire la denuncia contra el señor Castro si no quiere que su… nieto sepa quién es usted en realidad. Apuesto lo que quiera que le encantaría saber que su “adorada señora” ha estado ocultándole la verdad sobre su origen. ¿Cómo cree que reaccionará Bosco al saber que es su abuela y que se lo ha estado ocultando todo este tiempo?
Por primera vez, Francisca se vio entre la espada y la pared. Su más preciado secreto era conocido por aquel hombre. ¿Cómo sabía que Bosco era su nieto? No, bajo ningún concepto el muchacho podía enterarse jamás de la verdad; después de todo lo que había hecho para separarle de su familia, Bosco no podía saber aquello.
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-Está bien –le concedió con rabia y frustración, viéndose descubierta por un simple bandido-. Quitaré la denuncia contra Gonzalo. ¿Satisfecho?
La presión del Anarquista cedió un poco.
-¿Ve cómo al final nos hemos entendido, señora? Y más le vale cumplir con ello; sino, ya sabe quién se enterará de quién es su familia. ¿Estamos? –Francisca asintió levemente, derrotada y humillada. No podía perder a Bosco, a él no-. La soltaré e irá dentro a decirle al juez que retira los cargos contra el señor Castro y que quiere que le suelte inmediatamente.
Antes de que Francisca volviese a asentir, un guardia civil salió corriendo del cuartelillo y al ver lo que estaba sucediendo se detuvo de golpe. Sacó su fusil pero el Anarquista le vio las intenciones.
-¡Suelta ese arma si no quieres que le vuele la cabeza! –le gritó, sosteniendo con fuerza su arma sobre un costado de la Montenegro.
El guardia civil no tuvo más remedio que obedecer y alzando la voz dijo:
-¡Traigo una orden de dentro! ¡Una orden del juez! El señor Gonzalo Valbuena no va a ser trasladado a prisión. La denuncia contra él ha sido retirada y el juez ha revocado la sentencia.
El cuerpo del Anarquista se relajó a la vez que la Montenegro apretaba los labios con fuerza. ¡El juez la había traicionado! ¿Quién era él para dejar en libertad a Gonzalo sin su consentimiento?

-¿Por qué ha cambiado de opinión el señor juez? –preguntó Tristán sin comprender aquello.
El guardia se volvió hacia él.
Antes de que pudiese hablar, la puerta del cuartelillo volvió a abrirse y para sorpresa de todos, Bosco salió de allí.
-He sido yo –le dijo a Tristán, sin atreverse a mirarle a los ojos. No estaba preparado todavía para enfrentarse a su padre.
Entonces vio la escena que se estaba desarrollando a lo lejos. Su primera reacción fue de sorpresa, pero enseguida se esfumó. Veinticuatro horas antes no habría dudado ni un segundo en salir corriendo a socorrer a la señora… ahora tan solo sentía indiferencia por ella. Ni siquiera le preocupaba lo que aquel individuo pudiese hacerle.
Desde su posición, Francisca no daba crédito a lo que estaba viendo. El propio Bosco había retirado la denuncia. Pero… ¿por qué?
-Era de justicia –dijo el muchacho contestando a la pregunta de su padre. Se volvió hacia Gonzalo-. Lo siento.
El esposo de María asintió sin poder creérselo. ¿Qué había sucedido para que Bosco cambiase de opinión?
El protegido de la Montenegro echó un último vistazo hacia la señora antes de regresar al interior del cuartelillo para terminar de firmar unos papeles.
Mientras todos seguían sorprendidos ante lo ocurrido, el enmascarado aprovechó el momento.
-Ve lo fácil que ha sido –le dijo el Anarquista a la oreja-. Al menos Bosco aún conserva algo de humanidad; cosa que usted perdió hace mucho tiempo.
Después de decir esto, echó a un lado a la Montenegro y desapareció tras unos arbustos con rapidez.
Solo entonces la guardia civil pareció recordar que el bandido tenía retenida a la señora. Al ver que había desaparecido de su campo de visión, los dos guardias corrieron hacia allí y vieron a la Montenegro tratando de levantarse. Uno de ellos quiso ayudarla, pero ella, con su habitual altivez le apartó de malos modos. El otro corrió tras los árboles, a tiempo de ver al Anarquista alejarse, a lo lejos, al galope, con un caballo negro.
Gonzalo tenía que regresar dentro para que su puesta en libertad se hiciese efectiva.
Tristán y Candela no podían creérselo aún; seguían consternados. Todo había sucedido demasiado rápido y necesitarían tiempo para asimilarlo, aunque la felicidad que les embargaba en ese instante no podía compararse con nada. Gonzalo por fin era libre.

Mientras, Francisca regresó a su auto, humillada y malhumorada por cómo habían cambiado las cosas en apenas unos minutos, Tristán se acercó a su hijo y le cogió por el cuello, acariciándole la nuca.
-Vamos hijo. Hay mucho que celebrar.

Candela se reunió con ellos y entraron de nuevo al cuartelillo para formalizar su puesta en libertad.

Gonzalo tan solo tenía un pensamiento en su mente, pronto volvería a reunirse con María y Esperanza.

CONTINUARÁ...

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