jueves, 26 de marzo de 2015

CAPÍTULO 69 
Las cuadras de la Casona eran un lugar frecuentado tanto por los jornaleros como por los señores. Afortunadamente para Bosco esa mañana no había nadie por allí. Y es que el joven necesitaba estar solo; solo y pensar.
Después de las revelaciones de María, no había podido pegar ojo en toda la noche. Sus recuerdos se entremezclaban con las palabras de la joven, adquiriendo sentido y encajando a la perfección en el puzle en que se había convertido su vida.
En un principio se había negado a creerla ya que la historia que le contó era demasiado rocambolesca y aceptar que tenía una familia que no sabía de su existencia. Algo que había derrumbado su mundo. Un mundo de mentiras al fin y al cabo, porque por mucho lujo que le rodease no era feliz. Había estado a punto de casarse con una mujer a la que no amaba y que era simple fachada. Haber roto su compromiso con Isabel le había supuesto un gran alivio. Empezaba a sentirse un poco más libre en aquella jaula de cristal que la Montenegro había fabricado para él y que solo ahora era capaz de ver.
Pensar en Francisca le dolía. Hasta ese momento había creído que el cariño que le demostraba era sincero; basado en una bondad que solo él había visto. Ahora sabía que todo había sido un espejismo, otra más de sus mentiras. María le había hecho recapacitar con sus verdades. Nunca antes se había planteado por qué Silverio no había ido a buscarle cuando Bosco siempre había sido su esclavo, su mano de obra; y la respuesta era bien sencilla, porque sus bolsillos se llenaban del dinero de la Montenegro para mantenerle callado.
Bosco apretó la cincha de bicho con rabia y el caballo se encabritó. Inmediatamente, el joven trató de calmar a su caballo acariciándole el lomo.
Unos pasos se aproximaron hasta él.

-Bosco –murmuró Inés, deteniéndose a una distancia prudencial.
-Ahora no Inés –le suplicó a media voz. No podía enfrentarse a ella.
-Lo siento –insistió la doncella dando un paso más-, pero la señora te anda buscando.
El muchacho apretó los labios con rabia. La señora, siempre la señora. Ahora veía que no podía dar un paso sin que ella se enterase. Siempre al acecho desde las sombras, moviendo los hilos a su antojo. ¿Cómo había estado tan ciego? Todo el mundo le había avisado de las artes de la Montenegro y sin embargo él… cegado por el agradecimiento no había querido escucharles.
-Dile que he salido a cabalgar –dijo al fin.
En ese momento a la última persona que deseaba ver era a Francisca Montenegro. No estaba preparado todavía para enfrentarse a ella. Seguro que Isabel ya le había contado lo ocurrido y la doña quería una explicación y él no estaba dispuesto a dársela.
Por su parte, Inés asintió en silencio.
Sabía que algo le pasaba y que estaba relacionado con lo que había hablado con la señorita María la noche anterior. Desde entonces, Bosco había cambiado. Algo en él era diferente. Su mirada segura y fría se había vuelto más humana pero llena de tristeza. Era como si hubiese envejecido veinte años de golpe. ¿Qué le habría dicho María para afectarle de aquel modo?
-Bosco… -se atrevió a decir sin poder contenerse-, puedo saber qué es lo que pasa –el joven detuvo la caricia sobre el caballo pero no habló-. ¿Tiene que ver con la señorita María; con lo que te dijo anoche? –Inés no sabía de qué habían hablado pero algo le decía que se trataba del esposo de la señorita María-. Es por lo de la condena a don Gonzalo, ¿verdad? –dejó pasar unos segundos antes de continuar-. Yo no le conozco pero… dicen que no es mala persona; todo el mundo en el pueblo le aprecia y… dicen que es inocente de lo que se le acusa. ¿Es por eso que estás así? La señorita María te pidió que retirases la denuncia y por eso…
-No sabes nada Inés –le cortó él con brusquedad.
La sobrina de Candela calló de golpe. Estaba cansada de los malos modos y gritos de Bosco.
-Es cierto, no sé nada –le contestó alzando la voz-. Soy una pobre ignorante. Pero no por eso merezco ser tratada a patadas como tú lo haces.
Se volvió con la intención de marcharse.
-Espera Inés –la detuvo Bosco, suavizando la voz-. Lo siento, tienes razón. No tengo que pagar contigo mis frustraciones.
La doncella clavó sus pequeños ojos en él.
-¿Sabes? Tú no eras así Bosco. No sé cómo has podido convertirte en esto… un ser déspota, que humilla sin consideración, sin pararse a pensar el daño que puede hacerle a la gente. Cuando nos conocimos en el bosque creí ver en ti a una persona diferente, un muchacho noble y de buenos sentimientos; pero veo que me equivoqué. ¿Y sabes que es lo peor de todo? Que tú sabes lo que es vivir en tus propias carnes la crueldad de la gente porque tu tío lo fue contigo, y ahora tú lo eres con los demás. Te has convertido en alguien como la señora y tu tío Silverio. Ambos pueden estar orgullosos del monstruo que han creado.

Las palabras de Inés calaron hondamente en Bosco y mucho más cuando esas verdades salían de la boca de la persona a la que más quería.
-Tienes razón –declaró él, con inmensa tristeza-. Soy un monstruo. Ahora lo sé –cogió uno de los taburetes que había allí cerca y se sentó, abatido-. Me han convertido, y yo les he dejado hacerlo, en un títere –alzó la mirada hacia ella. Sus ojos estaban bañados en lágrimas-. María me contó la verdad sobre mi origen, quienes son mis padres y… lo peor de todo es que la señora siempre lo ha sabido.
Inés palideció al escucharle pero no dijo nada. Dejó que el muchacho se desahogase, que soltara toda la rabia que veía en su mirada.
-Ella sabía que era mi abuela y… y no me lo dijo. Durante este último año me ha hecho creer que su cariño hacia mí era puro agradecimiento por haberla salvado aquella tarde; sin embargo… no era así. Si me acogió bajo su protección tan solo fue porque sabía que por mis venas corre su misma sangre. Ha dejado que viviese en la oscuridad, sin decirme quienes eran mi familia. ¿Cómo crees que me siento al saber todo el daño que les he hecho? –gritó furioso consigo mismo-. Mi… mi propio hermano está en prisión por mi culpa.
-¿Eres su nieto? –murmuró la sobrina de Candela, sorprendida por la revelación. Ahora comprendía la devoción con que la señora le trataba. Tan solo por un familiar, sangre de su sangre, era capaz de hacer algo así.
-Así es –confirmó Bosco, avergonzado de los lazos que le unían a ella-. Hijo de don Tristán Castro y Pepa Balmes, la partera. Hermano de Gonzalo y gemelo de Aurora. ¿Con qué cara crees que puedo mirarles ahora, sabiendo la verdad? Son mi familia. Mis padres y mis hermanos y yo… jamás me perdonarán el haberles hecho tanto daño. Jamás.
El muchacho enterró su rostro entre sus manos.
Inés sintió lástima por él. Ahora comprendía que su mundo, todo lo que le rodeaba acababa de venirse abajo. Lo que Bosco necesitaba era tiempo para asimilar todo lo ocurrido.
Se acercó a él y le rozó el brazo con cariño.
-Lo siento. Siento mucho que estés pasando por todo esto, pero… es mejor que supieras la verdad. ¿No crees?
Bosco levantó la cabeza. Tenía el rostro bañado en lágrimas.
-¿Sabes que es lo que más me atormenta? Que he mandado a mi propio hermano a prisión. Y ella lo sabía, y ha dejado que lo hiciera –escupió con rabia, refiriéndose a la Montenegro-. Cada vez que me ha hecho enfrentarme a ellos, cada mentira que me ha contado… todo ha sido para alejarme de mi verdadera familia… para abrir una brecha insalvable entre nosotros. ¿Cómo puedo perdonarle eso? Dime cómo se hace, porque no puedo.
Inés se mordió el labio, pensativa. La maldad de la señora no tenía límite ni redención posible.
-Puede que la Montenegro no tenga ya salvación –dijo de pronto Inés-, sin embargo… tú sí. Te has dado cuenta de todo el daño que has hecho y estás arrepentido de ello.

-¿Y de qué me sirve? –le cortó con los ánimos destrozados-. El arrepentimiento no sacará a Gonzalo de prisión.
-Puede que sí, Bosco –repuso Inés con un brillo en los ojos-. En tus manos está sacarle de allí y hacer justicia. No dejes que pague por un error del que está arrepentido. Deja de ser un Montenegro y actúa como un verdadero Castro.
Después de la oscuridad en la que había vivido durante tanto tiempo, Bosco comenzó a ver un rayo de luz al final del túnel.
Se había convertido en alguien que él mismo detestaba y quería cambiar eso. Quería volver a ser el muchacho humilde y de buenos sentimientos de antaño.
Y para ello lo más difícil era dar el primer paso. Un primer paso que le acercaría a la redención y que estaba dispuesto a dar cuanto antes.
CONTINUARÁ...



 


No hay comentarios:

Publicar un comentario