CAPÍTULO 69
Las cuadras de la Casona eran un lugar
frecuentado tanto por los jornaleros como por los señores. Afortunadamente para
Bosco esa mañana no había nadie por allí. Y es que el joven necesitaba estar
solo; solo y pensar.
Después de las revelaciones de María, no
había podido pegar ojo en toda la noche. Sus recuerdos se entremezclaban con
las palabras de la joven, adquiriendo sentido y encajando a la perfección en el
puzle en que se había convertido su vida.
En un principio se había negado a creerla ya
que la historia que le contó era demasiado rocambolesca y aceptar que tenía una
familia que no sabía de su existencia. Algo que había derrumbado su mundo. Un
mundo de mentiras al fin y al cabo, porque por mucho lujo que le rodease no era
feliz. Había estado a punto de casarse con una mujer a la que no amaba y que
era simple fachada. Haber roto su compromiso con Isabel le había supuesto un
gran alivio. Empezaba a sentirse un poco más libre en aquella jaula de cristal
que la Montenegro había fabricado para él y que solo ahora era capaz de ver.
Pensar en Francisca le dolía. Hasta ese
momento había creído que el cariño que le demostraba era sincero; basado en una
bondad que solo él había visto. Ahora sabía que todo había sido un espejismo,
otra más de sus mentiras. María le había hecho recapacitar con sus verdades.
Nunca antes se había planteado por qué Silverio no había ido a buscarle cuando
Bosco siempre había sido su esclavo, su mano de obra; y la respuesta era bien
sencilla, porque sus bolsillos se llenaban del dinero de la Montenegro para
mantenerle callado.
Bosco apretó la cincha de bicho con rabia y
el caballo se encabritó. Inmediatamente, el joven trató de calmar a su caballo
acariciándole el lomo.
Unos pasos se aproximaron hasta él.
-Bosco –murmuró Inés, deteniéndose a una
distancia prudencial.
-Ahora no Inés –le suplicó a media voz. No
podía enfrentarse a ella.
-Lo siento –insistió la doncella dando un
paso más-, pero la señora te anda buscando.
El muchacho apretó los labios con rabia. La
señora, siempre la señora. Ahora veía que no podía dar un paso sin que ella se
enterase. Siempre al acecho desde las sombras, moviendo los hilos a su antojo.
¿Cómo había estado tan ciego? Todo el mundo le había avisado de las artes de la
Montenegro y sin embargo él… cegado por el agradecimiento no había querido
escucharles.
-Dile que he salido a cabalgar –dijo al fin.
En ese momento a la última persona que
deseaba ver era a Francisca Montenegro. No estaba preparado todavía para
enfrentarse a ella. Seguro que Isabel ya le había contado lo ocurrido y la doña
quería una explicación y él no estaba dispuesto a dársela.
Por su parte, Inés asintió en silencio.
Sabía que algo le pasaba y que estaba
relacionado con lo que había hablado con la señorita María la noche anterior. Desde
entonces, Bosco había cambiado. Algo en él era diferente. Su mirada segura y
fría se había vuelto más humana pero llena de tristeza. Era como si hubiese
envejecido veinte años de golpe. ¿Qué le habría dicho María para afectarle de
aquel modo?
-Bosco… -se atrevió a decir sin poder
contenerse-, puedo saber qué es lo que pasa –el joven detuvo la caricia sobre
el caballo pero no habló-. ¿Tiene que ver con la señorita María; con lo que te
dijo anoche? –Inés no sabía de qué habían hablado pero algo le decía que se trataba
del esposo de la señorita María-. Es por lo de la condena a don Gonzalo,
¿verdad? –dejó pasar unos segundos antes de continuar-. Yo no le conozco pero…
dicen que no es mala persona; todo el mundo en el pueblo le aprecia y… dicen
que es inocente de lo que se le acusa. ¿Es por eso que estás así? La señorita
María te pidió que retirases la denuncia y por eso…
-No sabes nada Inés –le cortó él con
brusquedad.
La sobrina de Candela calló de golpe. Estaba
cansada de los malos modos y gritos de Bosco.
-Es cierto, no sé nada –le contestó alzando
la voz-. Soy una pobre ignorante. Pero no por eso merezco ser tratada a patadas
como tú lo haces.
Se volvió con la intención de marcharse.
-Espera Inés –la detuvo Bosco, suavizando la
voz-. Lo siento, tienes razón. No tengo que pagar contigo mis frustraciones.
La doncella clavó sus pequeños ojos en él.
-¿Sabes? Tú no eras así Bosco. No sé cómo
has podido convertirte en esto… un ser déspota, que humilla sin consideración,
sin pararse a pensar el daño que puede hacerle a la gente. Cuando nos conocimos
en el bosque creí ver en ti a una persona diferente, un muchacho noble y de
buenos sentimientos; pero veo que me equivoqué. ¿Y sabes que es lo peor de
todo? Que tú sabes lo que es vivir en tus propias carnes la crueldad de la
gente porque tu tío lo fue contigo, y ahora tú lo eres con los demás. Te has
convertido en alguien como la señora y tu tío Silverio. Ambos pueden estar
orgullosos del monstruo que han creado.
Las palabras de Inés calaron hondamente en
Bosco y mucho más cuando esas verdades salían de la boca de la persona a la que
más quería.
-Tienes razón –declaró él, con inmensa
tristeza-. Soy un monstruo. Ahora lo sé –cogió uno de los taburetes que había
allí cerca y se sentó, abatido-. Me han convertido, y yo les he dejado hacerlo,
en un títere –alzó la mirada hacia ella. Sus ojos estaban bañados en lágrimas-.
María me contó la verdad sobre mi origen, quienes son mis padres y… lo peor de
todo es que la señora siempre lo ha sabido.
Inés palideció al escucharle pero no dijo
nada. Dejó que el muchacho se desahogase, que soltara toda la rabia que veía en
su mirada.
-Ella sabía que era mi abuela y… y no me lo
dijo. Durante este último año me ha hecho creer que su cariño hacia mí era puro
agradecimiento por haberla salvado aquella tarde; sin embargo… no era así. Si
me acogió bajo su protección tan solo fue porque sabía que por mis venas corre
su misma sangre. Ha dejado que viviese en la oscuridad, sin decirme quienes
eran mi familia. ¿Cómo crees que me siento al saber todo el daño que les he
hecho? –gritó furioso consigo mismo-. Mi… mi propio hermano está en prisión por
mi culpa.
-¿Eres su nieto? –murmuró la sobrina de
Candela, sorprendida por la revelación. Ahora comprendía la devoción con que la
señora le trataba. Tan solo por un familiar, sangre de su sangre, era capaz de
hacer algo así.
-Así es –confirmó Bosco, avergonzado de los
lazos que le unían a ella-. Hijo de don Tristán Castro y Pepa Balmes, la
partera. Hermano de Gonzalo y gemelo de Aurora. ¿Con qué cara crees que puedo
mirarles ahora, sabiendo la verdad? Son mi familia. Mis padres y mis hermanos y
yo… jamás me perdonarán el haberles hecho tanto daño. Jamás.
El muchacho enterró su rostro entre sus
manos.
Inés sintió lástima por él. Ahora comprendía
que su mundo, todo lo que le rodeaba acababa de venirse abajo. Lo que Bosco
necesitaba era tiempo para asimilar todo lo ocurrido.
Se acercó a él y le rozó el brazo con
cariño.
-Lo siento. Siento mucho que estés pasando
por todo esto, pero… es mejor que supieras la verdad. ¿No crees?
Bosco levantó la cabeza. Tenía el rostro
bañado en lágrimas.
-¿Sabes que es lo que más me atormenta? Que
he mandado a mi propio hermano a prisión. Y ella lo sabía, y ha dejado que lo
hiciera –escupió con rabia, refiriéndose a la Montenegro-. Cada vez que me ha
hecho enfrentarme a ellos, cada mentira que me ha contado… todo ha sido para
alejarme de mi verdadera familia… para abrir una brecha insalvable entre
nosotros. ¿Cómo puedo perdonarle eso? Dime cómo se hace, porque no puedo.
Inés se mordió el labio, pensativa. La
maldad de la señora no tenía límite ni redención posible.
-Puede que la Montenegro no tenga ya
salvación –dijo de pronto Inés-, sin embargo… tú sí. Te has dado cuenta de todo
el daño que has hecho y estás arrepentido de ello.
-¿Y de qué me sirve? –le cortó con los
ánimos destrozados-. El arrepentimiento no sacará a Gonzalo de prisión.
-Puede que sí, Bosco –repuso Inés con un
brillo en los ojos-. En tus manos está sacarle de allí y hacer justicia. No
dejes que pague por un error del que está arrepentido. Deja de ser un
Montenegro y actúa como un verdadero Castro.
Después de la oscuridad en la que había
vivido durante tanto tiempo, Bosco comenzó a ver un rayo de luz al final del
túnel.
Se había convertido en alguien que él mismo
detestaba y quería cambiar eso. Quería volver a ser el muchacho humilde y de
buenos sentimientos de antaño.
Y para ello lo más difícil era dar el primer
paso. Un primer paso que le acercaría a la redención y que estaba dispuesto a
dar cuanto antes.
CONTINUARÁ...
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