CAPÍTULO 53
La noche había caído sobre Puente Viejo y la
gente se retiraba a sus hogares a cenar.
En la Casona las criadas se apresuraban a
poner la mesa mientras la señora descansaba en el sofá, tomándose un pequeño
tentempié. Ese día la acompañaban Bosco, Isabel y don Federico. Los cuatro
permanecían en silencio, perdidos en sus propios pensamientos. Bosco e Isabel
apenas habían cruzado un par de palabras en todo el día y don Federico
terminaba de llegar de un viaje relámpago a la capital.
Francisca saboreó el licor dulce y sonrió.
Llevaba unos días de buen humor, algo totalmente fuera de lo común. Incluso el
servicio lo había notado. Sus continuas quejas habían quedado atrás y ahora se
dedicaba a mandarles la tarea sin más.
-Pa mí que la seña se ha tragao por error un
saco de filicidad en escabeche –declaró Fe al bajar a la cocina para remover el puchero que tenía en el fuego.
-A ver si revienta –soltó Inés de mal
talante cogiendo los platos para la mesa.
Su amiga le lanzó una mirada de advertencia.
Alguien podía escucharla e ir con el cuento a la Montenegro.
-No me mires así –le soltó la sobrina de
Candela-. Más de uno aquí lo desearía.
-Aquí solo, no –la sacó de su error Fe,
bajando la voz-. Que la Paca no tiene lo que se llaman enemistades de confianza.
Midia comarca desea que algo malo le pase y la otra midia no movería un deo si
eso ocurriese.
Inés sonrió ligeramente antes de subir de
nuevo al salón.
-Bosco, querido –estaba diciendo la señora-.
Llevo unos cuantos días pensando en algo –su protegido se volvió hacia ella-.
Creo que sería muy buena idea que anunciaseis la fecha de vuestro enlace en la
fiesta de tu cumpleaños. ¿No te parece, Isabel?
La nieta del gobernador le lanzó una mirada
cargada de sorpresa. Apenas había prestado atención a sus palabras y la Montenegro
había soltado aquella indirecta.
-¿Qué? –balbuceó la muchacha-. Esto…
-¿O acaso crees que no es el momento
oportuno?
Bosco se volvió hacia su prometida. La
relación entre ellos se había deteriorado sobremanera desde aquel día en que la
muchacha se le insinuó en su cuarto. Ambos trataban de hablarse con
naturalidad, sin embargo, cada vez que estaban juntos, el recuerdo de aquel
rechazo se interponía entre ellos.
-Tanto Isabel como yo estamos conociéndonos
aún, señora –habló Bosco, sacando a la nieta del gobernador de aquel aprieto-.
Creemos que no hay prisa.
-¡Ay, mi querido Bosco! –Francisca sonrió
con benevolencia-. ¡Qué poco sabes de relaciones! Para que os conozcáis no es
necesario retrasar indefinidamente la fecha de vuestro enlace. Como mejor se
conoce una pareja es con la convivencia, el trato diario y para ello es preciso
pasar por el altar. Lo demás ya vendrá.
Aquellas palabras de la Montenegro tan solo
podían significar una cosa, no iba a admitir un no como respuesta.
Isabel se mordió el labio inferior. Tendría
que aceptar la idea de anunciar su enlace si no quería tener a la señora
descontenta.
-Por mí no hay problema –declaró la muchacha
finalmente, fingiendo una alegre sonrisa.
Francisca sonrió, agradecida por su apoyo.
Ahora tan solo faltaba que el novio también estuviera de acuerdo.
Desde la mesa del salón, Inés había sido una
muda invitada a la conversación. Por mucho que tratase de evitarlo, seguía
doliéndole aquella situación. Bosco le había prometido romper el compromiso con
la nieta del gobernador, pero las cosas seguían como al principio y la relación
con Isabel continuaba el ritmo establecido por la Montenegro.
-Pues si a Isabel le parece bien… -comenzó a
decir Bosco a media voz-. No tengo nada más que decir.
-Así me gusta –declaró Francisca con una
sonrisa de oreja a oreja-. Este es el caballero del que me siento orgullosa. Lo
prepararemos todo para que en la fiesta de tu cumpleaños anunciéis también la
fecha de vuestro enlace –hizo una leve pausa-. Tan solo espero que no sea a muy
largo plazo. Las cosas cuanto antes se solucionen mucho mejor.
Fe entró en el salón portando la sopera y la
dejó sobre la mesa. Al ver el semblante demacrado y triste de su amiga, le dio
un codazo para que reaccionase. Inés suspiró y terminó de colocar los
cubiertos.
-Seña Francisca –se dirigió la doncella a la
Montenegro-. La cena ya está lista. Cuando quieran pueden pasar a llenar el
buche.
La Montenegro cerró los ojos y torció la
boca, contrariada. A punto estuvo de recordarle a Fe que aquellas no eran formas
de hablar pero decidió callar. Lo había intentado cientos de veces que hablase
con propiedad, sin embargo los comentarios de la doncella continuaban siendo
igual de genuinos.
Los cuatro pasaron a la mesa y tomaron
asiento. Sin que nadie se percatase, Inés y Bosco cruzaron una rápida mirada.
El muchacho sabía que la doncella lo había escuchado todo y que le dolía
enormemente lo que terminaba de hacer. Ojalá pudiese decirle que estaba
buscando la forma de romper ese maldito compromiso con Isabel y que no iba a
casarse con ella aunque sus actos pareciesen indicar lo contrario.
Fe sirvió la sopa y se retiró a un lado
junto a Inés por si necesitaban algo más durante la cena.
Nada más dar la primera cucharada, la
Montenegro retomó la conversación.
-Casi lo olvidaba –comenzó a decir, dejando
la segunda cucharada a medio camino-. Esta tarde me ha llamado el abogado
Jiménez para contarme como está el caso de Gonzalo. Parece ser que ese
salvadelincuentes que tiene por abogado ha presentado al juez una serie de pruebas
que exculpan a mi querido nieto de ser el Anarquista.
Por primera vez, Isabel le prestó atención a
la señora.
-¿Cómo? –inquirió sin poder contenerse-.
¿Cómo es eso de que ha presentado pruebas demostrando que no es ese bandido? –una
fría sacudida le recorrió el cuerpo y las palabras de María Castañeda volvieron
a su mente con viveza:
El
verdadero Anarquista sigue suelto y no creo que le haya hecho mucha gracia que
le traicionases de esa manera. Yo que tú me cuidaría mucho de pasear sola por
el pueblo y sus alrededores. Nunca se sabe cuándo puede aparecer.
-Sí –confirmó Francisca retomando la cena-.
Dice que tiene un testigo… un trabajador del ferrocarril, que puede corroborar
que todo fue una trampa. Jiménez dice que ese zagal ya ha prestado declaración
y que el juez está valorando las pruebas que obran en su poder para decidir que
va a hacer.
-¿Un trabajador del ferrocarril? –repitió
Bosco-. ¿Cómo es eso?
-No sé exactamente –repuso Francisca,
cansada del tema-. Luego vendrá Jiménez para informarme de lo acontecido con el
juez.
-¿Le importa si asisto a esa reunión? –le
pidió su protegido, interesado en lo ocurrido. A la señora le sorprendió la
petición pues hasta ese momento, Bosco no había mostrado mucho interés en saber
cómo iba la causa contra Gonzalo-. Me gustaría saber cómo es eso de que tiene
un testigo.
Al principio, Francisca pensó en negarse,
pero tras pensarlo mejor decidió que era bueno que Bosco comenzase a hacerse
cargo de los asuntos importantes.
-Me parece buena idea –declaró finalmente,
tomando un sorbo de la copa de vino-. Quizá podamos encontrar la manera, entre
los tres, de invalidar la declaración de ese testigo que ha presentado Gonzalo.
-Sería un error enorme condenarle si es
inocente –declaró don Federico hablando por primera vez-. Espero que ese juez
sepa…
-Mi querido Federico –le cortó la
Montenegro. No iba a permitir que en su casa alabasen a Gonzalo. Para ella era
un advenedizo que, al igual que su madre había hecho con anterioridad, la había
apartado de la persona que más quería: María. Y eso jamás se lo perdonaría-.
Siento mucho contradecirle, pero si mi nieto está preso es porque ha cometido
un delito grave, no lo olvide. Podrá presentar las pruebas que quiera y
demostrar que no es ese bandido de tres al cuarto. Sin embargo, entró en mi
casa, sin permiso y con la clara intención de robar. Sintiéndolo mucho no puedo
dejar pasar ese agravio contra mi persona.
Don Federico no insistió. Tenía
preocupaciones más importantes. Si bien era cierto que el hijo de Tristán le
parecía un joven incapaz de cometer los actos de los que se le acusaban,
también había que recordar que le habían pillado abriendo la caja fuerte de la
Casona con la intención de robar algo.
-Y… si no es él ese… ese bandido –insistió
Isabel, cada vez más nerviosa-. ¿Eso quiere decir que el verdadero Anarquista
sigue suelto?
-Querida, estás temblando –se preocupó su
abuelo viendo el miedo reflejado en su rostro-. No tienes que temer nada. Aquí
estás protegida. Ya ves la seguridad que tenemos en la Casona. Ese bandido, si
sigue suelto no será tan insensato de meterse aquí con toda la vigilancia que
hay.
-No, no se trata de eso –se apresuró a
decir; no quería que se dieran cuenta de que estaba mintiendo-. Es que… hoy he
tenido un encontronazo en el pueblo con María Castañeda y me ha dejado mal
cuerpo –se excusó la muchacha-. Siento mucho lo que voy a decirle doña
Francisca, pero su ahijada se ha comportado conmigo como una auténtica
verdulera. Me ha acusado delante de todo el pueblo de haber metido al ladrón de
su esposo en prisión. ¡Menuda vergüenza más grande me ha hecho pasar! ¿Qué
culpa voy a tener yo si su esposo es un delincuente?
Francisca apretó los labios, molesta; no por
el comentario de Isabel sino porque una vez más, María defendía a Gonzalo a
capa y espada, frente a todo el mundo, sin importarle las habladurías de la
gente y dejándola a ella en mal lugar.
En un rincón, Fe e Inés intercambiaron una
mirada cómplice ante las acusaciones de Isabel. Por lo poco que conocían a
María, ambas sabían que la prometida de Bosco estaba mintiendo descaradamente.
La esposa de Gonzalo jamás se comportaría de esa forma y mucho menos dando un
espectáculo frente a todo el mundo. Enseguida se dieron cuenta de que lo único
que pretendía la nieta del gobernador era dejar mal a la joven frente a los
presentes.
La Montenegro chasqueó la lengua,
visiblemente contrariada.
-No te preocupes, Isabel –la disculpó-.
Desgraciadamente, desde que María dejó esta casa se ha convertido en una
persona que ya no recuerda la educación que le di, desinteresadamente –soltó un
suspiro de lamento-. Si ya lo dice el dicho: cría cuervos que te sacarán los
ojos. Con lo que yo he querido a esa niña y que ahora… -negó con la cabeza-. En
fin… prefiero no pensar en ella y dedicar todos mis esfuerzos y cariños a quienes
realmente se lo merecen, que sois Bosco y tú. Así que no quiero caras tristes
que tenemos mucho que celebrar; el diecinueve cumpleaños de Bosco y la fecha de
vuestra boda.
Ambos le devolvieron a la señora una sonrisa
forzada. Bosco no podía verla triste. Le debía todo lo que era y de la
Montenegro solo había recibido parabienes. ¿Cómo darle otro disgusto como el de
María? Su corazón se encontraba dividido entre dos aguas. Por un lado deseaba poder
complacer la promesa que le había hecho a Inés. Quería pasar el resto de su
vida con ella. Sabía que junto a Isabel nunca sería feliz. Sin embargo, si no
se casaba con ella estaría traicionando la confianza de la señora.
Poco después, Fe bajó a la cocina a por los
postres cuando se abrió la puerta que llevaba al jardín. Al volverse, a punto
estuvo la doncella de tirar la bandeja al suelo.
-Señita María –musitó echando un ojo a la
parte de arriba de la escalera-. ¿Qué… que hiace aquí? Mire que como la Paca la
pille en sus dominios…
-Fe –le cortó María con urgencia-. Necesito
hablar con Inés, sin demora.
-¿Con la Inés? –negó enérgicamente con la
cabeza mientras dejaba la bandeja sobre la mesa-. Eso no lo veo mu posible. La
Inés está arriba, sirviendo la mesa. ¿Cómo va servidora a decirle que se venga abajo pa atenderla a
usted? ¡No, no! –volvió a negarse-. La seña Francisca nos pillaría inmediatito y
el pejiritate que montaría.
-¡Por favor, Fe! –le suplicó María con un
brillo de desesperación en la mirada-. Es muy importante que hable con ella.
La doncella se mordió el interior del labio.
María siempre se había portado muy bien con ella y quería ayudarla.
-Está bien –claudicó al final-. Veré que
puedo hacer. Pero no le prometo na, que las cosas por aquí andan lo que si dice
revueltas.
La esposa de Gonzalo frunció el ceño y a
punto estuvo de preguntarle a la sirvienta qué sucedía. Sin embargo prefirió
esperar. Era mucho más importante que lograra trasmitirle a Inés el mensaje.
Mientras Fe subía arriba, María se quedó en
la cocina y su mirada paseó por aquella estancia que tan bien conocía.
Resultaba extraño verse de nuevo allí, donde tantos ratos había pasado de
pequeña junto a su tita Mariana, escuchando sus cuentos y sus historias. La
Casona, que había sido su hogar y ahora era un lugar casi extraño.
De repente, sus ojos se posaron en un
rincón, donde se acumulaban una serie de cajas apiladas. María miró de reojo
hacia la escalera. No se escuchaba ningún movimiento, así que se acercó y abrió
una de ellas. En su interior encontró algunos adornos y guirnaldas. ¿Pensaba la
Montenegro montar otra fiesta? ¿Con qué motivo?
Un sentimiento de impotencia comenzó a
embargarla. Mientras en el Jaral todos sufrían la ausencia de Gonzalo, en la
Casona se celebraban fiestas.
La puerta de arriba se abrió y se escucharon
los pasos de alguien bajando las escaleras. María regresó junto a la mesa, a
tiempo de ver a Inés.
-Señorita María –se sorprendió la sobrina de
Candela-. ¿Qué… qué hace aquí?
-Tengo que hablar contigo Inés –le pidió la
joven con la desesperación pintada en su rostro-. Es urgente. No me habría
atrevido a venir si no lo fuese.
La sobrina de Candela echó una mirada hacia
arriba. Ahora entendía la orden de Fe de bajar a la cocina a recoger la fregada
antes.
-Está bien –le concedió-. Pero solo unos
minutos. Supongo que Fe sabrá cómo apañárselas sola.
María asintió, mostrando una sincera media
sonrisa.
Ambas tomaron asiento.
-Sé que lo que voy a pedirte puede resultar
complicado –comenzó María-, pero no lo haría sino fuera realmente necesario
–tomó aire y lo soltó-: Necesito que me consigas un momento para hablar con
Bosco.
-¿Qué? –se sorprendió Inés-. Pero…
-De verdad que es muy importante que consiga
hablar con él –le cortó la joven, con un deje de desesperación en su voz-. Si
trato de hacerlo directamente, se negará; eso si no llega antes a oídos de la
Montenegro y será mucho peor –pensó en voz alta.
La sobrina de Candela apretó los labios. Sabía
que María tenía razón y que si iba directamente a Bosco este no querría
escucharla.
-¿Pero por qué yo? –le preguntó Inés, sin comprender.
-Porque eres la única que puede conseguirlo
–le explicó María-. Sé que a ti te escuchará. Si le pides que me atienda unos
minutos…
Inés se levantó de golpe.
-No serviría de nada –sentenció la
muchacha-. Entre Bosco y yo no hay… las cosas no están bien. Él va a casarse
con la señorita Isabel y por mucho que yo le dijese de hablar con usted, no
accedería.
-¿No vas ni siquiera a intentarlo? –inquirió
María, decepcionada por la respuesta. Sabía lo egoísta que estaba siendo
pidiéndole a la sobrina de Candela aquel enorme favor, pero la desesperación al
ver a Gonzalo entre rejas no le dejaba otra opción-. Ya no es por mí, Inés.
Sabes que mi esposo está siendo acusado de algo que no ha hecho. ¿Acaso no
harías lo que fuera si te encontrases en mi situación? ¿Qué pasaría si fuese
Bosco el acusado injustamente? ¿Moverías cielo y tierra por sacarle de prisión
o te quedarías con los brazos cruzados esperando que el juez lo sentenciase?
-¡Usted no lo entiende! –gritó Inés,
sobrepasada por los reproches de María-. Justo antes de que la guardia civil
viniese a detener a su esposo, Bosco por fin se había decidido a romper su
compromiso con la nieta del gobernador. Lo vi en su mirada. Estaba determinado
a hacerlo. Pero todo se complicó y ahora… ¿Cómo voy a pedirle algo cuando hace
unos minutos acaba de reivindicar su intención de casarse con la señorita
Isabel? Lo que me está pidiendo es demasiado. No puedo hacerlo.
María supo que había sido injusta con ella.
-Te entiendo –musitó, perdiendo la última
oportunidad que le quedaba-. No debí pedírtelo. Lo siento.
La joven suspiró levemente y se dirigió
hacia la puerta de salida. Ya encontraría la manera de hablar con el protegido
de la señora.
-Espere –la detuvo Inés. María se volvió
hacia ella-. Está bien. Hablaré con él.
El rostro de la esposa de Gonzalo se
iluminó. Volvió sobre sus pasos y sin pensárselo dos veces abrazó a la
muchacha.
-Gracias, Inés –le dijo con un nudo en la
garganta-. Muchas gracias. Sé lo difícil que resulta para ti…
-No le prometo nada –le cortó la sobrina de
Candela. Si había accedido a ayudar a María era porque sabía que ella en su
lugar hubiese hecho lo mismo-. Hace días que no hablo con él y no sé...
María comprendió lo que quería decir. Sin
embargo le valía con que lo intentase. Algo le decía que solo Inés lograría
acceder a él.
-Y ahora márchese, por favor –le pidió la
doncella escuchando la voz de Fe a lo lejos. Su compañera estaría a punto de
bajar-. No vayamos a meternos en problemas con la señora.
La esposa de Gonzalo asintió.
-Una última cosa –se volvió desde la puerta
al recordar algo-. He visto esas cajas del rincón. ¿Acaso hay alguna
celebración próxima?
Inés miró las cajas.
-La semana que viene es el cumpleaños de
Bosco –le informó la doncella-. La señora quiere celebrarlo por todo lo alto su
decimonoveno cumpleaños –hizo una pausa al recordar la otra parte de la
noticia-. Y quiere que aproveche para fijar la fecha de su boda con Isabel.
-No sabía que cumplía los años ahora
–confesó María, algo sorprendida. Realmente nunca se había parado a pensar en
ello.
-Sí, el veintiuno de agosto –le confirmó
Inés-. Cumplirá diecinueve años.
La esposa de Gonzalo frunció el ceño. Ese
día había otra persona que también cumplía años y casualmente los mismos que
Bosco: su prima Aurora.
María quedó sorprendida por la casualidad;
sin embargo no comentó nada. Era ya tarde y debía regresar a casa. Salió de la
cocina de la Casona por el jardín y se adentró en la noche camino del Jaral
donde la esperaba Esperanza ya dormida.
CONTINUARÁ...
No hay comentarios:
Publicar un comentario