viernes, 6 de marzo de 2015

CAPÍTULO 53 
La noche había caído sobre Puente Viejo y la gente se retiraba a sus hogares a cenar.
En la Casona las criadas se apresuraban a poner la mesa mientras la señora descansaba en el sofá, tomándose un pequeño tentempié. Ese día la acompañaban Bosco, Isabel y don Federico. Los cuatro permanecían en silencio, perdidos en sus propios pensamientos. Bosco e Isabel apenas habían cruzado un par de palabras en todo el día y don Federico terminaba de llegar de un viaje relámpago a la capital.
Francisca saboreó el licor dulce y sonrió. Llevaba unos días de buen humor, algo totalmente fuera de lo común. Incluso el servicio lo había notado. Sus continuas quejas habían quedado atrás y ahora se dedicaba a mandarles la tarea sin más.
-Pa mí que la seña se ha tragao por error un saco de filicidad en escabeche –declaró Fe al bajar a la cocina  para remover el puchero que tenía en el fuego.
-A ver si revienta –soltó Inés de mal talante cogiendo los platos para la mesa.
Su amiga le lanzó una mirada de advertencia. Alguien podía escucharla e ir con el cuento a la Montenegro.

-No me mires así –le soltó la sobrina de Candela-. Más de uno aquí lo desearía.
-Aquí solo, no –la sacó de su error Fe, bajando la voz-. Que la Paca no tiene lo que se llaman enemistades de confianza. Midia comarca desea que algo malo le pase y la otra midia no movería un deo si eso ocurriese.
Inés sonrió ligeramente antes de subir de nuevo al salón.
-Bosco, querido –estaba diciendo la señora-. Llevo unos cuantos días pensando en algo –su protegido se volvió hacia ella-. Creo que sería muy buena idea que anunciaseis la fecha de vuestro enlace en la fiesta de tu cumpleaños. ¿No te parece, Isabel?
La nieta del gobernador le lanzó una mirada cargada de sorpresa. Apenas había prestado atención a sus palabras y la Montenegro había soltado aquella indirecta.
-¿Qué? –balbuceó la muchacha-. Esto…
-¿O acaso crees que no es el momento oportuno?
Bosco se volvió hacia su prometida. La relación entre ellos se había deteriorado sobremanera desde aquel día en que la muchacha se le insinuó en su cuarto. Ambos trataban de hablarse con naturalidad, sin embargo, cada vez que estaban juntos, el recuerdo de aquel rechazo se interponía entre ellos.
-Tanto Isabel como yo estamos conociéndonos aún, señora –habló Bosco, sacando a la nieta del gobernador de aquel aprieto-. Creemos que no hay prisa.
-¡Ay, mi querido Bosco! –Francisca sonrió con benevolencia-. ¡Qué poco sabes de relaciones! Para que os conozcáis no es necesario retrasar indefinidamente la fecha de vuestro enlace. Como mejor se conoce una pareja es con la convivencia, el trato diario y para ello es preciso pasar por el altar. Lo demás ya vendrá.

Aquellas palabras de la Montenegro tan solo podían significar una cosa, no iba a admitir un no como respuesta.
Isabel se mordió el labio inferior. Tendría que aceptar la idea de anunciar su enlace si no quería tener a la señora descontenta.
-Por mí no hay problema –declaró la muchacha finalmente, fingiendo una alegre sonrisa.
Francisca sonrió, agradecida por su apoyo. Ahora tan solo faltaba que el novio también estuviera de acuerdo.
Desde la mesa del salón, Inés había sido una muda invitada a la conversación. Por mucho que tratase de evitarlo, seguía doliéndole aquella situación. Bosco le había prometido romper el compromiso con la nieta del gobernador, pero las cosas seguían como al principio y la relación con Isabel continuaba el ritmo establecido por la Montenegro.
-Pues si a Isabel le parece bien… -comenzó a decir Bosco a media voz-. No tengo nada más que decir.
-Así me gusta –declaró Francisca con una sonrisa de oreja a oreja-. Este es el caballero del que me siento orgullosa. Lo prepararemos todo para que en la fiesta de tu cumpleaños anunciéis también la fecha de vuestro enlace –hizo una leve pausa-. Tan solo espero que no sea a muy largo plazo. Las cosas cuanto antes se solucionen mucho mejor.
Fe entró en el salón portando la sopera y la dejó sobre la mesa. Al ver el semblante demacrado y triste de su amiga, le dio un codazo para que reaccionase. Inés suspiró y terminó de colocar los cubiertos.
-Seña Francisca –se dirigió la doncella a la Montenegro-. La cena ya está lista. Cuando quieran pueden pasar a llenar el buche.
La Montenegro cerró los ojos y torció la boca, contrariada. A punto estuvo de recordarle a Fe que aquellas no eran formas de hablar pero decidió callar. Lo había intentado cientos de veces que hablase con propiedad, sin embargo los comentarios de la doncella continuaban siendo igual de genuinos.
Los cuatro pasaron a la mesa y tomaron asiento. Sin que nadie se percatase, Inés y Bosco cruzaron una rápida mirada. El muchacho sabía que la doncella lo había escuchado todo y que le dolía enormemente lo que terminaba de hacer. Ojalá pudiese decirle que estaba buscando la forma de romper ese maldito compromiso con Isabel y que no iba a casarse con ella aunque sus actos pareciesen indicar lo contrario.
Fe sirvió la sopa y se retiró a un lado junto a Inés por si necesitaban algo más durante la cena.
Nada más dar la primera cucharada, la Montenegro retomó la conversación.
-Casi lo olvidaba –comenzó a decir, dejando la segunda cucharada a medio camino-. Esta tarde me ha llamado el abogado Jiménez para contarme como está el caso de Gonzalo. Parece ser que ese salvadelincuentes que tiene por abogado ha presentado al juez una serie de pruebas que exculpan a mi querido nieto de ser el Anarquista.
Por primera vez, Isabel le prestó atención a la señora.

-¿Cómo? –inquirió sin poder contenerse-. ¿Cómo es eso de que ha presentado pruebas demostrando que no es ese bandido? –una fría sacudida le recorrió el cuerpo y las palabras de María Castañeda volvieron a su mente con viveza:
El verdadero Anarquista sigue suelto y no creo que le haya hecho mucha gracia que le traicionases de esa manera. Yo que tú me cuidaría mucho de pasear sola por el pueblo y sus alrededores. Nunca se sabe cuándo puede aparecer. 
-Sí –confirmó Francisca retomando la cena-. Dice que tiene un testigo… un trabajador del ferrocarril, que puede corroborar que todo fue una trampa. Jiménez dice que ese zagal ya ha prestado declaración y que el juez está valorando las pruebas que obran en su poder para decidir que va a hacer.
-¿Un trabajador del ferrocarril? –repitió Bosco-. ¿Cómo es eso?
-No sé exactamente –repuso Francisca, cansada del tema-. Luego vendrá Jiménez para informarme de lo acontecido con el juez.
-¿Le importa si asisto a esa reunión? –le pidió su protegido, interesado en lo ocurrido. A la señora le sorprendió la petición pues hasta ese momento, Bosco no había mostrado mucho interés en saber cómo iba la causa contra Gonzalo-. Me gustaría saber cómo es eso de que tiene un testigo.
Al principio, Francisca pensó en negarse, pero tras pensarlo mejor decidió que era bueno que Bosco comenzase a hacerse cargo de los asuntos importantes.
-Me parece buena idea –declaró finalmente, tomando un sorbo de la copa de vino-. Quizá podamos encontrar la manera, entre los tres, de invalidar la declaración de ese testigo que ha presentado Gonzalo.
-Sería un error enorme condenarle si es inocente –declaró don Federico hablando por primera vez-. Espero que ese juez sepa…
-Mi querido Federico –le cortó la Montenegro. No iba a permitir que en su casa alabasen a Gonzalo. Para ella era un advenedizo que, al igual que su madre había hecho con anterioridad, la había apartado de la persona que más quería: María. Y eso jamás se lo perdonaría-. Siento mucho contradecirle, pero si mi nieto está preso es porque ha cometido un delito grave, no lo olvide. Podrá presentar las pruebas que quiera y demostrar que no es ese bandido de tres al cuarto. Sin embargo, entró en mi casa, sin permiso y con la clara intención de robar. Sintiéndolo mucho no puedo dejar pasar ese agravio contra mi persona.

Don Federico no insistió. Tenía preocupaciones más importantes. Si bien era cierto que el hijo de Tristán le parecía un joven incapaz de cometer los actos de los que se le acusaban, también había que recordar que le habían pillado abriendo la caja fuerte de la Casona con la intención de robar algo.
-Y… si no es él ese… ese bandido –insistió Isabel, cada vez más nerviosa-. ¿Eso quiere decir que el verdadero Anarquista sigue suelto?
-Querida, estás temblando –se preocupó su abuelo viendo el miedo reflejado en su rostro-. No tienes que temer nada. Aquí estás protegida. Ya ves la seguridad que tenemos en la Casona. Ese bandido, si sigue suelto no será tan insensato de meterse aquí con toda la vigilancia que hay.
-No, no se trata de eso –se apresuró a decir; no quería que se dieran cuenta de que estaba mintiendo-. Es que… hoy he tenido un encontronazo en el pueblo con María Castañeda y me ha dejado mal cuerpo –se excusó la muchacha-. Siento mucho lo que voy a decirle doña Francisca, pero su ahijada se ha comportado conmigo como una auténtica verdulera. Me ha acusado delante de todo el pueblo de haber metido al ladrón de su esposo en prisión. ¡Menuda vergüenza más grande me ha hecho pasar! ¿Qué culpa voy a tener yo si su esposo es un delincuente?
Francisca apretó los labios, molesta; no por el comentario de Isabel sino porque una vez más, María defendía a Gonzalo a capa y espada, frente a todo el mundo, sin importarle las habladurías de la gente y dejándola a ella en mal lugar.
En un rincón, Fe e Inés intercambiaron una mirada cómplice ante las acusaciones de Isabel. Por lo poco que conocían a María, ambas sabían que la prometida de Bosco estaba mintiendo descaradamente. La esposa de Gonzalo jamás se comportaría de esa forma y mucho menos dando un espectáculo frente a todo el mundo. Enseguida se dieron cuenta de que lo único que pretendía la nieta del gobernador era dejar mal a la joven frente a los presentes.
La Montenegro chasqueó la lengua, visiblemente contrariada.
-No te preocupes, Isabel –la disculpó-. Desgraciadamente, desde que María dejó esta casa se ha convertido en una persona que ya no recuerda la educación que le di, desinteresadamente –soltó un suspiro de lamento-. Si ya lo dice el dicho: cría cuervos que te sacarán los ojos. Con lo que yo he querido a esa niña y que ahora… -negó con la cabeza-. En fin… prefiero no pensar en ella y dedicar todos mis esfuerzos y cariños a quienes realmente se lo merecen, que sois Bosco y tú. Así que no quiero caras tristes que tenemos mucho que celebrar; el diecinueve cumpleaños de Bosco y la fecha de vuestra boda.
Ambos le devolvieron a la señora una sonrisa forzada. Bosco no podía verla triste. Le debía todo lo que era y de la Montenegro solo había recibido parabienes. ¿Cómo darle otro disgusto como el de María? Su corazón se encontraba dividido entre dos aguas. Por un lado deseaba poder complacer la promesa que le había hecho a Inés. Quería pasar el resto de su vida con ella. Sabía que junto a Isabel nunca sería feliz. Sin embargo, si no se casaba con ella estaría traicionando la confianza de la señora.
Poco después, Fe bajó a la cocina a por los postres cuando se abrió la puerta que llevaba al jardín. Al volverse, a punto estuvo la doncella de tirar la bandeja al suelo.

-Señita María –musitó echando un ojo a la parte de arriba de la escalera-. ¿Qué… que hiace aquí? Mire que como la Paca la pille en sus dominios…
-Fe –le cortó María con urgencia-. Necesito hablar con Inés, sin demora.
-¿Con la Inés? –negó enérgicamente con la cabeza mientras dejaba la bandeja sobre la mesa-. Eso no lo veo mu posible. La Inés está arriba, sirviendo la mesa. ¿Cómo va servidora  a decirle que se venga abajo pa atenderla a usted? ¡No, no! –volvió a negarse-. La seña Francisca nos pillaría inmediatito y el pejiritate que montaría.
-¡Por favor, Fe! –le suplicó María con un brillo de desesperación en la mirada-. Es muy importante que hable con ella.
La doncella se mordió el interior del labio. María siempre se había portado muy bien con ella y quería ayudarla.
-Está bien –claudicó al final-. Veré que puedo hacer. Pero no le prometo na, que las cosas por aquí andan lo que si dice revueltas.

La esposa de Gonzalo frunció el ceño y a punto estuvo de preguntarle a la sirvienta qué sucedía. Sin embargo prefirió esperar. Era mucho más importante que lograra trasmitirle a Inés el mensaje.
Mientras Fe subía arriba, María se quedó en la cocina y su mirada paseó por aquella estancia que tan bien conocía. Resultaba extraño verse de nuevo allí, donde tantos ratos había pasado de pequeña junto a su tita Mariana, escuchando sus cuentos y sus historias. La Casona, que había sido su hogar y ahora era un lugar casi extraño.
De repente, sus ojos se posaron en un rincón, donde se acumulaban una serie de cajas apiladas. María miró de reojo hacia la escalera. No se escuchaba ningún movimiento, así que se acercó y abrió una de ellas. En su interior encontró algunos adornos y guirnaldas. ¿Pensaba la Montenegro montar otra fiesta? ¿Con qué motivo?
Un sentimiento de impotencia comenzó a embargarla. Mientras en el Jaral todos sufrían la ausencia de Gonzalo, en la Casona se celebraban fiestas.
La puerta de arriba se abrió y se escucharon los pasos de alguien bajando las escaleras. María regresó junto a la mesa, a tiempo de ver a Inés.
-Señorita María –se sorprendió la sobrina de Candela-. ¿Qué… qué hace aquí?
-Tengo que hablar contigo Inés –le pidió la joven con la desesperación pintada en su rostro-. Es urgente. No me habría atrevido a venir si no lo fuese.
La sobrina de Candela echó una mirada hacia arriba. Ahora entendía la orden de Fe de bajar a la cocina a recoger la fregada antes.

-Está bien –le concedió-. Pero solo unos minutos. Supongo que Fe sabrá cómo apañárselas sola.
María asintió, mostrando una sincera media sonrisa.
Ambas tomaron asiento.
-Sé que lo que voy a pedirte puede resultar complicado –comenzó María-, pero no lo haría sino fuera realmente necesario –tomó aire y lo soltó-: Necesito que me consigas un momento para hablar con Bosco.
-¿Qué? –se sorprendió Inés-. Pero…
-De verdad que es muy importante que consiga hablar con él –le cortó la joven, con un deje de desesperación en su voz-. Si trato de hacerlo directamente, se negará; eso si no llega antes a oídos de la Montenegro y será mucho peor –pensó en voz alta.
La sobrina de Candela apretó los labios. Sabía que María tenía razón y que si iba directamente a Bosco este no querría escucharla.
-¿Pero por qué yo? –le preguntó Inés, sin comprender.
-Porque eres la única que puede conseguirlo –le explicó María-. Sé que a ti te escuchará. Si le pides que me atienda unos minutos…
Inés se levantó de golpe.
-No serviría de nada –sentenció la muchacha-. Entre Bosco y yo no hay… las cosas no están bien. Él va a casarse con la señorita Isabel y por mucho que yo le dijese de hablar con usted, no accedería.
-¿No vas ni siquiera a intentarlo? –inquirió María, decepcionada por la respuesta. Sabía lo egoísta que estaba siendo pidiéndole a la sobrina de Candela aquel enorme favor, pero la desesperación al ver a Gonzalo entre rejas no le dejaba otra opción-. Ya no es por mí, Inés. Sabes que mi esposo está siendo acusado de algo que no ha hecho. ¿Acaso no harías lo que fuera si te encontrases en mi situación? ¿Qué pasaría si fuese Bosco el acusado injustamente? ¿Moverías cielo y tierra por sacarle de prisión o te quedarías con los brazos cruzados esperando que el juez lo sentenciase?
-¡Usted no lo entiende! –gritó Inés, sobrepasada por los reproches de María-. Justo antes de que la guardia civil viniese a detener a su esposo, Bosco por fin se había decidido a romper su compromiso con la nieta del gobernador. Lo vi en su mirada. Estaba determinado a hacerlo. Pero todo se complicó y ahora… ¿Cómo voy a pedirle algo cuando hace unos minutos acaba de reivindicar su intención de casarse con la señorita Isabel? Lo que me está pidiendo es demasiado. No puedo hacerlo.
María supo que había sido injusta con ella.
-Te entiendo –musitó, perdiendo la última oportunidad que le quedaba-. No debí pedírtelo. Lo siento.
La joven suspiró levemente y se dirigió hacia la puerta de salida. Ya encontraría la manera de hablar con el protegido de la señora.
-Espere –la detuvo Inés. María se volvió hacia ella-. Está bien. Hablaré con él.
El rostro de la esposa de Gonzalo se iluminó. Volvió sobre sus pasos y sin pensárselo dos veces abrazó a la muchacha.
-Gracias, Inés –le dijo con un nudo en la garganta-. Muchas gracias. Sé lo difícil que resulta para ti…
-No le prometo nada –le cortó la sobrina de Candela. Si había accedido a ayudar a María era porque sabía que ella en su lugar hubiese hecho lo mismo-. Hace días que no hablo con él y no sé...
María comprendió lo que quería decir. Sin embargo le valía con que lo intentase. Algo le decía que solo Inés lograría acceder a él.
-Y ahora márchese, por favor –le pidió la doncella escuchando la voz de Fe a lo lejos. Su compañera estaría a punto de bajar-. No vayamos a meternos en problemas con la señora.
La esposa de Gonzalo asintió.
-Una última cosa –se volvió desde la puerta al recordar algo-. He visto esas cajas del rincón. ¿Acaso hay alguna celebración próxima?
Inés miró las cajas.
-La semana que viene es el cumpleaños de Bosco –le informó la doncella-. La señora quiere celebrarlo por todo lo alto su decimonoveno cumpleaños –hizo una pausa al recordar la otra parte de la noticia-. Y quiere que aproveche para fijar la fecha de su boda con Isabel.
-No sabía que cumplía los años ahora –confesó María, algo sorprendida. Realmente nunca se había parado a pensar en ello.

-Sí, el veintiuno de agosto –le confirmó Inés-. Cumplirá diecinueve años.
La esposa de Gonzalo frunció el ceño. Ese día había otra persona que también cumplía años y casualmente los mismos que Bosco: su prima Aurora.
María quedó sorprendida por la casualidad; sin embargo no comentó nada. Era ya tarde y debía regresar a casa. Salió de la cocina de la Casona por el jardín y se adentró en la noche camino del Jaral donde la esperaba Esperanza ya dormida.
CONTINUARÁ...




No hay comentarios:

Publicar un comentario