domingo, 22 de marzo de 2015

CAPÍTULO 65 
María llegó al Jaral justo a tiempo para irse con Tristán y Candela. La esposa de su tío había dejado a Marujita al cargo de la confitería y a Esperanza con sus abuelos paternos en la casa de comidas, así los tres podían acudir juntos al juicio sin tener que preocuparse de otras cosas.
Ninguno de ellos lo dijo, pero la angustia y un mal presentimiento, les embargaba por dentro aunque trataban de mantener el ánimo.
Al entrar en la sala donde iba a celebrarse el juicio, los tres se quedaron parados. Vecinos y aldeanos de Puente Viejo habían acudido a la vista. Los Mirañar, padre e hijo, así como Dolores, se sentaron en el banco detrás de los Castro. Dolores le tocó un hombro a María, que se volvió, mostrando una sonrisa cortés a pesar de que en ese momento lo último que deseaba era hablar con ella.
-Que sepáis que para nosotros, Gonzalo es inocente –dijo la madre del alcalde.
-Gracias, Dolores –repuso María, volviéndose hacia el frente y dando por terminada la conversación.
La señora Mirañar insistió de nuevo con un nuevo golpecito en el hombro. María apretó los labios y volvió la cabeza.

-Sabemos que es incapaz de matar a una mosca y que si entró como un ladrón en la Casona no es que lo hiciese por maldad sino porque…¡Ay!
Su hijo, le dio un leve codazo para que callase y ella arrugó la nariz, molesta, pero le obedeció. La esposa de Gonzalo le dedicó una media sonrisa de agradecimiento a Hipólito, que le devolvió el gesto con un leve asentimiento de cabeza.
Por expreso deseo del abogado de la Montenegro, el juicio a Gonzalo iba a ser público, hasta completar aforo. Y eso solo podía significar una cosa: Francisca quería que todo el mundo conociera el veredicto. Que supieran lo que le ocurría a aquel que osaba cruzarse en su camino. La condena del esposo de María sería un aviso para el resto.
-Lo que nos faltaba –murmuró Tristán, aguantando la rabia que estaba sintiendo al ver la expectación que se había montado a su alrededor-. Lo ha hecho adrede. Piensa convertir esto en un circo. Quiere que todo el mundo vea que si es capaz de mandar a su propio nieto a prisión… qué no hará con el resto.
Candela posó una mano sobre la de su esposo, tratando de tranquilizarle.
La sala comenzó a llenarse de murmullos. Parecía que la gente ansiaba saber cuál iba a ser el destino de Gonzalo.

Poco después, el alboroto cesó de repente cuando la Montenegro y Bosco entraron en la sala. La señora avanzó hacia los primeros bancos, sabiéndose observada por los presentes.
Si las miradas matasen, la que le lanzó Tristán a su madre en ese instante la hubiese fulminado allí mismo. ¿Cómo el cariño que un hijo sentía por la mujer que le dio la vida podía esfumarse de la noche a la mañana? ¿Cómo podía el amor convertirse en odio y desprecio? Porque eso era lo que Tristán sentía por Francisca, un profundo desprecio. Ella misma había transformado el cariño y el respeto que le había tenido su hijo, en resentimiento y rabia, al acabar con la vida de Pepa y despreciar a los suyos como lo hacía.
La Montenegro apenas les miró, pasando a su lado para sentarse a la izquierda.
Solo entonces María se atrevió a mirarla. Junto a la que había considerado alguna vez como a una segunda madre, se sentaba Bosco, el hermano de Gonzalo, el gemelo de Aurora y el único que podía quitar la demanda contra su propio hermano.
La joven suspiró, manteniendo a raya la cantidad de sentimientos contradictorios que en ese momento la embargaban. Por un lado deseaba gritar allí mismo todo lo que acababa de descubrir; que todo el mundo supiese la clase de persona que era la Montenegro, capaz de pagar por mantener a su propio nieto junto a ella; engañado y alejado de su familia.
Pero María sabía que debía ser cauta y esperar. Crecer junto a ella le había hecho conocerla como nadie. De nada serviría atacarla abiertamente. Con ella las cosas funcionaban de otro modo. La Montenegro solo conocía un lenguaje y si era necesario, María lo usaría.
Acto seguido, entró el abogado de la Montenegro, Jiménez quien se colocó en el estrado de la acusación. El gesto torcido y malicioso de su rostro, sacaba de quicio a Tristán. Aquel hombre había tratado de mandar a garrote a Gonzalo ya una vez y a María a un convento; sabía que estaba deseando que, al menos esta vez, no se le escapase.

Al momento, una de las puertas del fondo se abrió y dos guardias civiles precedieron a Gonzalo. Las miradas de todos los presentes se posaron en él. El hijo de Tristán mantuvo la cabeza alta, sin avergonzarse de nada porque en su corazón sabía que era inocente y que lo demostraría.
Al verle, el rostro de María se iluminó y le dedicó una sonrisa. Su esposo la recibió como el mejor de los regalos. Todo iría bien, se dijo. Luego, mientras se sentaba en el banquillo de los acusados junto a su abogado, sus ojos se detuvieron dos segundos en su padre y Candela. Temía haberles decepcionado, ese era su gran pesar. Sin embargo, el cariño de ambos era incondicional y se lo demostraban cada  día, apoyándole sin reservas ni reproches.
Pocos segundos después, la misma puerta volvió a abrirse y esta vez entró un hombre alto, ataviado con la túnica negra característica del jurado. Los presentes se levantaron para recibir al juez quien tomó asiento tras el estrado del fondo.
El hombre comenzó a pasar el montón de papeles que tenía sobre la mesa, ojeándolas con el ceño fruncido.
-Se abre la causa contra don Gonzalo Valbuena –declaró el juez levantando la mirada hacia el acusado-. Pesa sobre él una demanda por allanamiento de morada; que tuvo lugar el catorce de agosto en la casa de la señora Francisca Montenegro. La acusación particular pide una pena de diez años de prisión y la defensa su absolución. ¿Cómo se declara el acusado?

Gonzalo se levantó del asiento. Se sabía el centro de atención de los presentes y con total serenidad dijo:
-Inocente, señoría.
El joven volvió a sentarse.
El proceso no había sido largo. En una primera vista, a puerta cerrada, el juez había aceptado las pruebas que le eximían de ser el Anarquista. Nadie podía acusarle de ello. Sin embargo, la denuncia de la Montenegro era otro asunto y tanto ella como Jiménez habían decidido que la vista fuese pública y rápida. De manera que el juez llevaba días tomando declaración a los testigos, y las posibles pruebas tomadas en cuenta. Tan solo quedaba dar un veredicto.
-Habiendo escuchado los testimonios presentados por ambas partes, así como analizado las pruebas pertinentes, este jurado declara al acusado… culpable de intrusión.

Gonzalo cerró los ojos y apretó los labios. Siempre había sabido que sus opciones eran prácticamente nulas. Francisca le tenía en sus manos y no iba a dejarle marchar con facilidad. Sin embargo, siempre quedaba una pequeña esperanza, una luz, que en su caso tenía dos nombres: el de su esposa y el de su hija, y que le había mantenido hasta ese momento en pie.
El joven quiso mirar a María, pero sabía que si lo hacía se derrumbaría. Ella era su pilar, su mayor apoyo; y acababa de decepcionarla.
Por su parte, María notó como el latido de su corazón se detenía unos segundos. Su última esperanza de que Gonzalo saliese libre sin que tuviese que intervenir acababa de esfumarse. Soltó el aire contenido y la rabia la inundó por completo. Se volvió hacia la Montenegro que observaba al juez con gesto altivo y satisfecho. La joven apretó los puños y se juró que muy pronto aquella sonrisa se borraría del rostro de Francisca.
Los murmullos de la gente comenzaron de pronto, al escuchar la sentencia, a la vez que el juez continuaba su discurso.
-Por tanto y a petición de la defensa, condeno al acusado a diez años de prisión, que comenzará a cumplir a partir de mañana. Se levanta la sesión.

-Señor juez… -trató de hablar don Marcial-. Exijo una revisión del caso…
El juez se levantó y salió de la sala sin escuchar las palabras del hermano de don Anselmo.
-Mi querido Marcial –siseó la voz de Jiménez tras él-. No te esfuerces. Esta vez nada puede salvar a tu cliente.
El abogado de la Montenegro le dedicó una sonrisa victoriosa y se dirigió hacia su cliente. La señora le sonrió agradecida por sus servicios.
-Gonzalo… -don Marcial no sabía que podía decirle al joven en aquel momento. Sabía lo cruel e injusto que era aquello.
-No se preocupe, don Marcial –dijo él con entereza-. Sé que ha hecho todo lo que ha podido. No tengo nada que reprocharle. Ambos sabíamos lo que iba a suceder.
-No me rendiré –contestó su abogado con determinación-. Impugnaré este juicio. Todos sabemos que ha sido amañado.
Gonzalo se lo agradeció, asintiendo levemente. En ese momento, su padre y Candela se acercaron a abrazarle.
-No dejaremos que se salgan con la suya, Martín –le prometió Tristán, tratando de mantener el tipo. Se volvió hacia don Marcial-. ¿Podemos impugnar? Todo el mundo sabe que esto ha sido un circo, que mi madre ha comprado al juez.
-Me pondré inmediatamente con el papeleo le informó el abogado mientras Candela abrazaba a Gonzalo.

-Estamos contigo, hijo –trató de infundirle ánimos.
-Lo sé, Candela –le sonrió él.
En cuanto María llegó hasta él se abrazó con fuerza a su esposo.
-María…
-¡Sssshhhh! –le calló ella-. Ha ganado esta batalla… de momento. Confía en mí. No dejaré que esta condena llegue a término.
-¿Cómo...? –se extrañó Gonzalo, preocupado-. No quiero que te humilles antes ella. Ya…
-No voy a darle ese gusto –le cortó ella con un brillo de determinación en su mirada-. Te sacaré de aquí.
-No prometas lo que no puedes cumplir –dijo la voz de la Montenegro tras ella. María se volvió con la mirada retadora-. Es mejor que te vayas haciendo a la idea de que los próximos diez años tendrás que visitar… al bueno para nada de tu esposo en prisión. Claro que siempre te puede quedar la opción de pedir la nulidad matrimonial y rehacer tu vida –su mirada inhumana y cargada de desprecio se dirigió hacia Gonzalo-. Si de verdad la quisieras no la enterrarías en vida.

Sin poder aguantarlo más, Tristán se encaró con ella. No iba a permitir más insultos.
La gente les observaba desde sus asientos, compungidos.
-Algún día todo ese odio que atesora en su interior se volverá contra usted. Ahora veo que su maldad no tiene límites –su hijo no pudo resistirse y se dirigió hacia Bosco que estaba a su lado-. Es una lástima que no seas capaz de ver la clase de mujer que es. Si sigues a su lado, terminarás como ella: solo.
-No le escuches, Bosco –dijo Francisca sosteniéndole la mirada a su hijo. Aunque jamás lo admitiría, sus palabras se clavaban como puñales en su corazón-. Está tan lleno de rencor que no sabe lo que dice. Vámonos. Hoy tenemos mucho que celebrar.
-Sí –gritó María con seriedad; y todos se volvieron hacia ella-. Será mejor que se marche. Aquí ya ha hecho todo lo que tenía que hacer. Regrese a su casa y celebre… mientras pueda hacerlo. Nunca se sabe cuándo las cosas pueden cambiar.

-¿Me estás amenazando? –se encaró la señora con ella. No podía creer que aquella chiquilla a la que tanto había mimado de pequeña, la tratase ahora de aquel modo.
-No –declaró la joven. Sus ojos brillaban de manera extraña. Tanto que asustaron a la señora-. Ese no es mi estilo… es el suyo.
Se volvió hacia su esposo y le cogió el rostro entre las manos.
-Te quiero –le susurró-. Eso no lo olvides nunca. Y lograremos sacarte de aquí.
Se acercó a él y le besó, sellando así su promesa.
La Montenegro había dejado pasar la última oportunidad para redimirse.

Había llegado el momento de que María moviese ficha.

CONTINUARÁ...

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