CAPÍTULO 63
Todavía no despuntaba el sol cuando María
salió del Jaral bajo una capa que la cubría por completo.
Apenas había podido pegar ojo en toda la
noche dándole vueltas a lo que iba a suceder ese día. Por un lado, el juez que
llevaba el caso de Gonzalo iba a decidir si le mandaba a prisión o le dejaba
libre. Nadie quería decirlo abiertamente, pero ya sabían de antemano cual iba a
ser el veredicto de éste, puesto que la Montenegro estaba detrás y ella ya
había decido el destino de Gonzalo.
Por otra parte, María había quedado con Fe
para confirmar sus sospechas. Y de hacerlo, tendría en su poder la llave para
salvar a Gonzalo.
-Solo diez minutos –rezongó la voz pastosa
del guardia al abrirle la celda y cederle el paso al interior.
-Eran veinte –le rebatió María sin
amilanarse-. Le he pagado lo suficiente para ello.
Dentro de la celda oscura, el corazón de
Gonzalo dio un brinco al escuchar la voz de María. El joven se levantó del
banco con rapidez deseando verla entrar cuanto antes y estrecharla entre sus
brazos.
-Está bien –le concedió el guardia a
regañadientes. Sus ojos tenían un brillo malicioso que a María le repugnaba-.
Veinte minutos, pero ni uno más.
La joven entró en la celda y la puerta se
cerró tras ella.
Gonzalo no tardó ni dos segundos en atraerla
hacia él y abrazarla con fuerza. Su esposa se dejó envolver por su calidez y
sus fuertes brazos. Unos brazos que añoraba cada noche.
-¿Qué haces aquí otra vez, mi vida? –le
preguntó. Y aunque quería que sonara a reproche, el tono ansioso de su voz le
delató.
-No iba a dejarte solo, precisamente hoy, mi
amor –le dijo antes de besarle con pasión. Una pasión que se le desbordaba con
cada gesto.
El joven bebió de su boca, saciando las
ansias que tenía de ella mientras sus manos la retenían entre sus brazos. Unos
brazos que eran el refugio de María y al cual no estaba dispuesta a renunciar
jamás. Solo la cercanía de ella y su apoyo le daban las fuerzas al joven para
seguir luchando.
-Gonzalo –le dijo su esposa con el corazón
latiéndole desbordado-. He venido a decirte que pase lo que pase siempre estaré
a tu lado.
Su esposo asintió con cierto pesar.
-Ambos sabemos lo que va a pasar hoy
–declaró él mientras le acariciaba sus suaves manos. Las manos de la mujer que
amaba-. No tengo muchas posibilidades de quedar en libertad, por no decir
ninguna. Las amenazas de ese Anarquista no han hecho ningún efecto en la señora
–sus labios se curvaron en una especie de sonrisa-. Aunque eso ya lo sabíamos.
María apretó los labios, mordiéndose la
lengua. Ojalá pudiera decirle que no tenía por qué ser así. Que ella había
encontrado la manera de sacarle de allí, pero que necesitaba tiempo para
demostrarlo. Pero no quería darle esperanzas antes de tiempo.
-Las amenazas en vano no afectan a la señora
–dijo María con un extraño brillo en sus ojos.
Gonzalo frunció el ceño. ¿Qué rondaba por la
mente de su esposa?
-María… ¿no estarás pensando en hacer una
locura?
-¡¿Qué?! –pareció horrorizarse ella-. No,
Gonzalo. Tan solo hablaba en voz alta.
Su esposo asintió sin mucho convencimiento.
-Anoche a última hora vino a verme don
Marcial –cambió de tema el joven-. Vino a ponerme sobre aviso –tomó aire antes
de decírselo-: La Montenegro pide diez años de prisión para mí.
A María se le heló la sangre al mismo tiempo
que sentía un volcán de emociones en su interior. La rabia la invadió de
pronto.
-¿Cómo puede…? –casi gritó, furiosa con
ella.
-Tranquila, mi vida –dijo Gonzalo,
cogiéndola por los brazos para que le mirase a los ojos. Tan solo su cálida mirada
logró apaciguarla y hacerle pensar con claridad-. Igual el juez es benevolente
y tiene en cuenta que no tengo antecedentes y que todo fue una trampa. Don
Marcial tratará por todos los medios de hacerle ver que no lo hice con mala
intención.
-Gonzalo, puede que lo que voy a decirte te
parezca extraño, pero… tengo como un pálpito, una sensación extraña de que algo
sucederá y…
-¿Cómo la otra vez? –le cortó él, con una
sonrisa nostálgica en los ojos-. Cuando en el último momento me salvaste de
morir en el garrote.
María recordó aquel momento, más de dos años
atrás, cuando estaba en sus manos salvarle la vida y no lo dudó ni un instante,
dejando en entredicho su reputación; algo que a ella no le importaba lo más
mínimo cuando la vida del hombre al que amaba corría peligro.
-Si estuviese en mi mano volver a salvarte
no dudes ni por un instante que lo haría –le reveló con total seguridad.
¿Era posible que un amor tan grande como el
que ambos sentían pudiese crecer aún más? Gonzalo supo en ese momento que sí.
Cada gesto y promesa que se hacían, fortalecía su unión.
El joven le agradeció sus palabras con un
suave beso.
-¿Puedes hacerme un favor? –le pidió
entonces él.
Su esposa se echó hacia atrás y asintió en
silencio.
-Quiero que felicites a Aurora de mi parte
–le dijo Gonzalo-. Hoy es su cumpleaños. ¿Acaso lo has olvidado?
Con tantas cosas en la cabeza apenas había
tenido tiempo para pensar en ello. Sin embargo, Gonzalo no lo había pasado por
alto.
La mención de Aurora le hizo recordar a
Bosco, quien también cumplía años ese día; como su hermana, se dijo María.
-No te preocupes por eso –le contestó ella,
acariciándole el rostro. Le dolía hacerlo porque quizá fuese una de las últimas
veces que pudiera hacerlo, pensó por un instante, aunque enseguida desechó
aquel mal pensamiento de su mente-. Hoy lo haré por ti. Pero mañana serás tú
mismo quien la felicite.
Su esposo ladeó la cabeza, agradecido por su
constancia.
-¡Ah!, antes de que se me olvide –recordó el
joven de pronto-. Ayer después de que te marchases, hablé con mi compañero de
celda, Fidel, ¿recuerdas que te hablé de él? –María asintió-. Pues resulta que
ya sé por qué está aquí dentro. Se metió en una pelea en una taberna… nada más
y nada menos que con el tío de Bosco.
-¿Con Silverio? –María se puso en alerta.
Gonzalo asintió.
-Fidel me ha contado que ese hombre no es de
fiar y que en el último año ha estado malgastando grandes cantidades de dinero
en las partidas de cartas. Y… me pregunto cómo alguien que malvive en el bosque
tiene tantos cuartos. He estado dándole vueltas al asunto y tan solo se me
ocurre que el dinero venga del mismo Bosco; que sea él quien se lo dé a su tío
en pago por el tiempo que le cuidó. ¿Podría ser?
María apretó los labios. Sus pensamientos
iban en otra dirección. Los recuerdos que Bosco tenía de su tío no eran
precisamente buenos. No creía que el muchacho se sintiese en deuda con aquel
hombre.
Sin embargo sí había alguien que podía
haberle estado pagando ese dinero. Alguien que quería tenerle con la boca
cerrada. Alguien a quien Silverio había visitado para hablarle del origen de Bosco.
-A lo mejor –convino María. No podía
contarle sus sospechas.
Antes, tenía que cerciorarse de que aquel
hombre que había visitado a la señora era el mismo que había estado maltratando
a Bosco durante tantos años. Y ahí entraba en juego Fe. Solo ella podía
confirmárselo. En unas horas saldrían de dudas. Y tan solo entonces tendría en
su poder toda la información que requería para actuar en consecuencia.
Los débiles rayos del sol asomaron por la
ventana alta de la celda. Estaba amaneciendo y María debía regresar al Jaral
antes de que notasen su ausencia.
-En unas horas tendremos un veredicto
–sentenció Gonzalo, ajeno a los pensamientos de su esposa.
Ella le observó unos segundos en silencio.
Pese a que ambos sabían cuál iba a ser ese veredicto, ninguno se mostró
nervioso, como si intuyesen que el destino tenía guardada una última carta. Y
que ésta sería la decisiva en la partida que estaban jugando.
-Tengo que marcharme. Vendré con tu padre y
Candela al juicio.
-Dale un beso a Esperanza. Dile…
María asintió en silencio, con un nudo en la
garganta. No eran necesarias las palabras.
Se acercó a él y volvió a besarle, dejando
sobre sus labios la muda promesa de que pasara lo que pasase, sus destinos
estaban unidos para siempre.
CONTINUARÁ...
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