CAPÍTULO 60
Tal
como tenía previsto desde un primer momento, María acudió a la casa de aguas a
trabajar aunque lo que acababa de ocurrir no le dejó concentrarse en el papeleo
que tenía acumulado. A pesar de todo lo ocurrido con Gonzalo y que la posible
inversión de los americanos había quedado en el aire; no podían quejarse de
cómo les iba el negocio.
Las
reservas aumentaban día a día e incluso ya tenían algunas hechas para las
Navidades.
Cerca
del mediodía, Tristán y Alfonso se pasaron por el balneario. Por el brillo de
sus ojos, María supo enseguida que traían buenas noticias. Y así se lo confirmó
su padre. Terminaba de cerrar la compra de unas vides de primera calidad y en
pocos días las tendría en sus tierras, listas para plantarlas.
La
joven se alegró enormemente por él, y es que Alfonso había puesto, no solo gran
parte de su dinero en ello, sino también su ilusión.
Una
vez María hubo terminado con todo el papeleo, los tres juntos regresaron al
pueblo para recoger a Esperanza.
Nada
más entrar en la casa de comidas se encontraron con Nicolás, que como cada día
había acudido a llevarle a su cuñada la ración de leche.
-Nicolás
–le saludó Alfonso, dándole un apretón en el hombro-. ¿Cómo sigue mi hermana?
-Bien,
Alfonso –convino el fotógrafo-. Quejándose porque no la dejamos levantarse,
pero bien.
-Mándale
muchos besos de nuestra parte –intervino María-. Y dile que en cuanto tenga un
momento me pasaré a hacerle una visita.
-Así
lo haré –le respondió él, sonriéndole agradecido-. Agradecerá tu visita; ella y
tu abuela.
-¿Cómo
lo lleva Rosario? –se preocupó Tristán-. Conociéndola no parará ni un segundo.
Como si la estuviera viendo.
-Pos
no, no para –le confirmó Nicolás-. Y mira que le digo: suegra, deje eso que ya lo haré después; pero que no hay manera.
Cuando quiero darme cuenta, ya lo ha hecho ella.
-Lo
mismo hace en el Jaral –recordó María, con nostalgia-. Por mucho que
insistamos, no la haremos cambiar ya.
Nicolás
asintió.
-¿Y…
cómo sigue Gonzalo? –cambió de tema el esposo de Mariana-. ¿Está al tanto de lo
que ocurrió ayer en la iglesia?
-No
he hablado con él todavía –le explicó María-; pero don Marcial si pudo verle y
se lo dijo.
-De
momento hemos logrado que quede libre de toda sospecha –intervino Tristán-; al
menos ya no pueden acusarle de ser ese Anarquista.
-Cuando
vayáis a verle, ¿podéis decirle que nuestros pensamientos están con él? –les
pidió Nicolás.
-Por
supuesto –le confirmó la esposa de Gonzalo-. Se lo diremos; aunque él ya lo
sabe. Agradeció mucho el libro que le llevaste.
-Un
detalle sin importancia –hizo una pausa-. Tengo que continuar con la ronda de
reparto.
-¡Ay,
Nicolás! –recordó María de pronto-. ¿Puedes guardarnos dos quesos para el
Jaral? Los recogeré en cuanto pueda.
El
esposo de Mariana asintió y tras despedirse de ellos salió a la plaza.
Al
ver que Emilia no estaba por la casa de comidas pasaron a la posada, donde la
encontraron sentada en el banquito junto a Esperanza.
-Buenas
tardes madre –la saludó María mientras Alfonso se acercaba a su esposa para
darle un dulce beso.
Emilia
le notó enseguida más contento y apasionado de lo habitual.
-¡Alfonso!
–tuvo que pararle los pies su esposa, enrojeciendo-. ¡Que no estamos solos!
María
y Tristán sonrieron, divertidos.
-Mujer,
si son de casa –se quejó Alfonso-. No van a escandalizarse al ver cómo nos
queremos.
-Y
lo que nos alegramos de verles así –añadió su hija buscando la aprobación de su
tío.
-Eso
es cierto, hermana –los ojos de Tristán brillaron y se acercó a coger a
Esperanza en brazos-. Así que no te quejes.
La
niña al ver a su abuelo, no dudó en echarse en sus brazos.
-¿Os
habéis enterado de lo que ha ocurrido? –les preguntó Emilia, con preocupación-.
La pobre Quintina se ha quemado las manos.
-¿Algo
grave? –inquirió Alfonso, frunciendo el ceño.
-Pues
parece que tendrá para unos cuantos días –explicó Emilia-. Al parecer tenía un
puchero al fuego con agua y se le cayó encima.
-Sí
–corroboró María sus palabras-. Estaba en la plaza cuando sucedió todo. Con
ayuda de Inés la llevamos a la Casona para que Bosco pudiese curarle las
quemaduras.
-¿Bosco?
–inquirió Tristán, creyendo que había escuchado mal.
-Así
es –le confirmó su sobrina-. El muchacho tiene bastantes conocimientos sobre
plantas y remedios caseros. Pensamos llevarla al doctor Zabaleta pero las
quemaduras eran bastante graves e Inés dijo que Bosco podría ayudarla.
-¿Y
fuiste con ellas a la Casona? –quiso saber Emilia, sin poder ocultar su
malestar-. Habérmelo dicho y habría ido en tu lugar. Si la doña te llega a ver
allí no habría dudado en echarte con cajas destempladas.
-Lo
sé, madre. Pero afortunadamente no estaba y no tuve que enfrentarme a ella.
-Aun
así –le dijo su tío, molesto-. Después del encontronazo que tuvimos ayer, ha
sido una temeridad acudir a la casa.
-Lo
he hecho por Quintina –se defendió María, alzando la voz-. Además, no le tengo
miedo a doña Francisca. ¿Qué podía hacerme? ¿Echarme de la Casona? No es que me
importe mucho, la verdad.
-Pero…
¿no ves que retándola de ese modo lo único que consigues es perjudicar a
Gonzalo? –le recordó su padre, quien llevaba años sufriendo los caprichos de la
Montenegro.
-Está
bien –les concedió la joven, viendo que no iban a descansar hasta que les
tranquilizase-. No volveré a ir, ¿es eso lo que quieren escuchar?
Los
tres se miraron, sin entender a qué venía aquel arranque de furia.
-Cariño,
si te lo decimos es por tu bien –Emilia trató de quitarle hierro al asunto, y
se acercó a su hija para acariciarle el rostro.
-Lo
sé madre –María aceptó el gesto-. Pero sé cuidarme sola. Y más de la señora.
Además, si no hubiese ido con Quintina no hubiera descubierto que…
Se
detuvo en seco al darse cuenta que no podía contarles lo de Bosco. No sin
pruebas. Además, ni ella misma estaba segura que sus sospechas fueran ciertas; antes
debía comprobarlo y poner sus ideas en orden.
-¿El
qué? –quiso saber Alfonso-. ¿Qué has descubierto?
-Que
Bosco conocía a la vieja Tula –respondió ella-. Fue ella quien le enseñó todo
lo que sabe sobre plantas y remedios. Me contó que la buena mujer le crió de
pequeño como si se tratase de su propio nieto.
-Qué
casualidad –dijo Alfonso-. Y qué poco se le pegó su bondad, todo sea dicho.
María
se mordió el labio inferior. Si quería comenzar a investigar aquel era el
momento oportuno.
-Y
hablando de doña Tula… tío Tristán, recuerda si Pepa la visitó antes de morir.
Tristán
frunció el ceño. ¿A qué venía hablar de Pepa en aquel momento?
-Pues…
no lo sé –murmuró su suegro-. ¿Por qué lo preguntas?
-Porque
Bosco mencionó algo sobre los emplastos para las quemaduras y me dio a entender
que fue Pepa quien se lo enseñó a doña Tula.
-No
me extrañaría –Tristán sonrió, con nostalgia-. Pepa sabía mucho sobre
cataplasmas y demás cosas.
-Lo
extraño sería que mi amiga no conociera algo –añadió Emilia con un brillo en
los ojos al recordar a la que fuera su mejor amiga-. No se le escapaba ni una.
Y todo lo apuntaba en su cuaderno de hierbas.
-Me
hubiese gustado conocerla –añadió María.
-Te
quería mucho, cariño –le dijo su madre-. Y estaría encantada de tenerte como
nuera.
-¿Y
todo lo que sabía lo aprendió por sí sola? –siguió con el interrogatorio la
joven.
-La
gran mayoría de las cosas, sí –le contó Tristán, pues al fin y al cabo era
quien mejor la había conocido-. Desde muy pequeña transitó los caminos junto a
la Balmes, de quien aprendió todo lo que sabía sobre nacimientos y partos, así
como gran parte de esa medicina tradicional. A doña Tula la conoció tiempo
después, cuando ya era una reputada partera, conocida por estos lares.
-Seguro
que ella habría sabido ver cuando una mujer espera varias criaturas –habló
María en voz alta.
Emilia
la miró sin comprender a qué venía aquello. De pronto tuvo un presentimiento.
-María,
hija, ¿no estarás de nuevo en cinta?
La
joven enrojeció, levemente. Su madre había confundido sus palabras.
-No
madre –la sacó de su error rápidamente pues ya se imaginaba a los tres
contentos con la noticia-. Lo decía por una de las hijas de Josefina
–improvisó-, la Leocadia, que está esperando y dice que serán gemelos y anda
preocupada porque no sabe cómo les sacará adelante. Ya sabe que no están en muy
buena situación ahora.
Emilia
se serenó tras escucharla.
-A
quien le hubiese gustado tener gemelos era a Pepa –intervino Tristán con una
sonrisa-. Nunca lo dijimos, pero era uno de nuestros anhelos.
A
María se le formó un nudo en la garganta. Si su tío supiese… Pero, ¿saber el
qué? Lo que María sospechaba era tan solo eso, una sospecha, sin pruebas que
demostrasen lo que intuía. Llevaba toda la mañana con la misma idea rondándole
por la cabeza. Todo indicaba que Bosco era… ni siquiera se atrevía a pensarlo
pues era tan improbable… sin embargo lo que sabía de él… la fecha de su
nacimiento… su edad… y ahora esos tres lunares en la espalda. Los mismos
lunares que Gonzalo, Aurora, Esperanza y… Pepa.
María
no podía quedarse con la duda, debía de averiguar si sus sospechas eran ciertas
o no. Y tenía que hacerlo cuanto antes.
CONTINUARÁ...
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