miércoles, 25 de marzo de 2015

CAPÍTULO 68 
Aunque había intentado dormir algo, Gonzalo apenas había logrado pegar ojo pensando en lo que iba a suceder al día siguiente.
En apenas unas horas iba a ser trasladado a prisión; lejos de Puente Viejo. Don Marcial le había comunicado que sería la cárcel de Soria y no la de Madrid, en la que se encontraba Fernando Mesía. Al menos el abogado había logrado que el juez fuese benevolente en ese punto.
En el otro rincón de la celda, Fidel descansaba todavía. El pobre campesino seguiría unos días más allí, hasta conocer su sentencia. Gonzalo se sentía atado de pies y manos en cuanto a él. Ojalá pudiera hacer algo para liberarle de una condena. Por lo pronto, le había pedido a don Marcial que le defendiese el mismo y que no se preocupara por sus honorarios pues el propio Gonzalo corría con todos los gastos. El abogado había aceptado y ya se encontraba inmerso en la defensa del compañero de celda de Gonzalo.
La puerta se abrió y uno de los guardias entró.
-Tú –le dijo al joven, de mal talante-. Tienes visita.
-¿Quién? –le preguntó extrañado.
El guardia no respondió y el esposo de María le siguió hasta la otra celda.
Al entrar, la puerta se cerró tras él y solo entonces se dio cuenta de que allí se encontraba su esposa.

-María… -se sorprendió-. ¿Qué…? –su rostro se iluminó al ver a Esperanza con ella.
-No podía dejar que traértela, precisamente hoy –le dijo ella, entregándole a la niña y sabiendo que no quería que la llevase-. Sé que Esperanza te da fuerzas para seguir luchando.
El joven abrazó a su hija y le besó con infinito cariño. La pequeña se cogió del cuello de su padre con sus pequeñas manitas. Esperanza apenas balbuceaba palabras cortas y no podía expresar lo que sentía si no era a base de gestos como aquel. Durante aquellos días la niña había notado la ausencia de su progenitor y aquella era su forma de decirle cuánto le echaba de menos.
-Gracias –le dijo Gonzalo a su esposa con un nudo en la garganta-. Veros aquí es suficiente para sacar valor y continuar hasta el final.
-Un final que estoy segura está más cerca de lo que esperamos, mi vida –declaró María acercándose a él y besándolo con amor mientras le acariciaba el rostro-. Algo me dice que tengamos fe. Aun no has sido trasladado a prisión y siempre puede ocurrir algo para que eso no suceda.

-Agradezco tu optimismo, cariño. Pero si no has logrado que Bosco retire la denuncia hasta ahora… ya no lo hará.
María apretó los labios. Quería contarle todo lo que había descubierto pero sabía que no era ni el lugar ni el momento. Bosco ya conocía su verdad y tenía que asimilarla; el problema era que no había tiempo para ello y lo último que necesitaba Gonzalo en ese instante era saber que la única persona que podía quitar la denuncia y hablar con el juez para que le dejase en libertad era su propio hermano, sangre de su sangre; y hasta ahora peor enemigo.
-Pero no hablemos ahora de esas cosas –quiso cambiar él de tema-. ¿Por qué no me cuentas cómo están todos en el pueblo? Tus padres, Mariana, la abuela Rosario, Nicolás… Durante estos días han venido a verme y su apoyo ha sido muy importante para mí.
-Mis padres siguen ocupados con el tema del cultivo de viñas –le contó su esposa, acariciando la cabeza de su hija que les observaba a los dos atentamente-. Pese a que el gobernador se echó atrás en su intención de invertir, mi padre ha logrado adquirir unas vides de muy buena calidad gracias a la intervención del tío Tristán. Tendrías que verle… parece un niño con zapatos nuevos.
-Me lo creo –sonrió Gonzalo. Hablar de las cosas cotidianas que sucedían en Puente Viejo le hacía olvidar por segundos la realidad que le rodeaba y se sentía más cerca de los suyos-. ¿Y qué se sabe de Conrado y mi hermana? ¿La felicitaste ayer, tal como te pedí?

-Sí –le cogió una mano. Gonzalo la tenía fría pero entre las de su esposa comenzaron a calentarse-. Le mandé besos de tu parte. En una semana va a hacer el examen y luego vendrá a vernos. Conrado parece que ha logrado hablar con los inversores americanos y tras mucho insistir le han dicho que vendrán al pueblo a ver la casa de aguas. Lo que no sabemos aun cuándo será.
-Eso es muy buena noticia –se alegró el joven quien se sentía culpable por la negativa de los inversores a hacer negocios con ellos. Parecía que las cosas volvían a su cauce en esos asuntos-. ¿Y tu tía Mariana, como sigue? Estará a punto de dar a luz. Nicolás me contó lo mal que lo está pasando estos últimos días.
-La pobre no ve la hora de tener a su hijo entre sus brazos. El médico le dijo que de un momento a otro podría ponerse ya de parto.
-En nada tendremos un primito o primita para Esperanza –volvió a mirar a su hija.
-Sí, alguien con quien pueda jugar –sonrió María contemplándole.

Gonzalo se volvió hacia ella.
-¿Y tú? –le preguntó con seriedad-. ¿Cómo estás tú, amor mío?
-Yo… -su esposa suspiró. Ni ella misma lo sabía después de tantas emociones-. Yo estoy bien. Muy bien. Por mí no tienes que preocuparte, Gonzalo.
-Lo sé. Sé que eres mucho más fuerte de lo que creemos –le acarició el rostro, embelesado. Una de las cosas que más amaba de María era su fuerza interior. Muchos la consideraban una mujer frágil, incluso sin carácter. Pero Gonzalo era quien mejor la conocía y sabía que nada de aquello era cierto y que tras aquella fachada de niña débil se ocultaba una mujer con arrestos, capaz de luchar hasta el último aliento por los suyos-. Y… quería pedirte un favor.
María ladeó la cabeza.
-Lo que quieras –le concedió, sin dejar de acariciarle el rostro.
-Sé que no querrás y que pondrás el grito en el cielo… pero me gustaría que no estuvieras presente cuando vaya a ser trasladado a prisión. No quiero que pases por ese mal trago, mi vida.
-Gonzalo, no puedes pedirme eso –respondió ella con desesperación-. Quiero estar junto a ti cuando eso suceda. No voy a dejarte solo.
-Y lo estarás –le cortó su esposo cogiéndole el mentón -. Estarás en mi mente y en mi corazón. Pero prométeme que no acudirás.
-Gonzalo…
-Prométemelo María –le exigió él.
La joven no podía hacerlo. Su corazón se negaba a dejarle solo en aquel momento. Sin embargo no podía negárselo. Sus miradas se encontraron un instante y la joven no tuvo más remedio que acceder.

-Está bien –le concedió a regañadientes-. Te lo prometo.
El joven suspiró aliviado. Lo último que deseaba era que ella le viese salir hacia la prisión. No quería que aquel recuerdo quedase en su mente.
Gonzalo la atrajo hacia sí y la besó con pasión y dulzura, una mezcla de sentimientos que despertaba en él. María le correspondió con la misma intensidad. Ojalá pudiese fundirse con él y soportar aquella condena los dos juntos, pensó la joven.
-Te quiero –murmuró Gonzalo con el corazón desbocado por ese sentimiento que le unía a María sin remedio-. No lo olvides jamás.
-Nunca mi amor –le confesó ella con la misma pasión-. Es algo que siempre llevo presente. Y tú tampoco lo olvides nunca, que pase lo que pase siempre estaré de tu lado.
Ambos se fundieron en un abrazo que contenía todo el amor que se profesaban, las promesas que se debían y sobretodo la confianza de saber que pasara lo que pasase el otro siempre estaría allí.
Poco después, María regresó al Jaral junto a Esperanza. Aún no había dejado a la niña en el suelo cuando Tristán y Candela bajaron.
-Sobrina, ¿dónde estabas? –le preguntó su tío-. Vamos a ir a ver a Martín. Queremos estar a su lado cuando sea trasladado a prisión. No voy a dejar solo a mi hijo en ese momento.
-Vengo de allí, tío –le explicó ella-. Le he llevado a Esperanza porque sé que le da fuerzas para seguir luchando.
-Has tenido buena idea –convino Candela-. Aunque la celda de un cuartelillo no es el lugar más apropiado para una niña.
-Lo sé pero no podía dejarle solo en ese momento –se defendió María.

-Te esperamos –dijo Tristán tras mirar el reloj. Quedaba media hora para que Gonzalo fuese trasladado a prisión-. ¿Por qué no dejas a Esperanza con Matilde? No creo que sea buena idea llevarla con nosotros.
-Gonzalo me ha pedido que no vaya a despedirle a la salida –les explicó la joven-. No quiere que nos llevemos ese recuerdo.
Su tío asintió en silencio.
-Pobre muchacho –dijo Candela con pesar-. No quiero ni imaginarme lo que debe de estar pasando en este momento.
La campanilla de la puerta sonó de repente y una de las criadas salió a abrir.
Un mozo de apenas catorce años entró en la sala.
-Celestino, ¿qué haces tú aquí? –se extrañó Candela al ver al hijo del zapatero.
-Siento mucho molestar, doña Candela, pero me manda la seño Rosario pa avisarles que la Mariana lleva horas de parto y que ha sio trasladada al hospital de la Puebla. Me ha dicho, que ella y don Nicolás están junto a la Mariana y por eso me ha mandao a mí pa informarles.
-Muchas gracias Celestino –repuso Tristán.
El muchacho iba a marcharse pero María le detuvo.
-Espera –buscó en su bolsito y sacó una monedas-. Toma, y gracias por venir a decírnoslo.

El joven enrojeció al ver las tres monedas que María le había dado y sonrió agradecido antes de salir del Jaral.
-Será mejor que vayamos cuanto antes a apoyar a Gonzalo y luego saldremos hacia la Puebla –dijo Tristán.
-Sí, será lo mejor –Candela estuvo de acuerdo con él-. No me gustaría dejar a Rosario sola en estos momentos. Lleva muchos días bregando con todo. Y Nicolás… no quiero ni imaginarme cómo estará… hecho un manojo de nervios. Conociéndole, no habrá dejado a Mariana sola ni un instante –de repente una pregunta cruzó por la mente de Candela-. ¿Lo sabrán tus padres, María?
La joven pensaba con rapidez.
-Ahora mismo llamo al colmado y le pido a Quintina que me pase con ellos –decidió María-. Ustedes vayan con Gonzalo. Yo dejo a Esperanza con Matilde y en cuanto pueda me acercaré al hospital para estar con ellos.
Tristán y Candela marcharon hacia el cuartelillo sin demora.
María se quedó unos instantes con la mirada puesta en el despacho. Se acercó allí y llamó al colmado. Quintina le informó que tanto Emilia como Alfonso ya habían salido hacia el hospital. La esposa de Gonzalo se lo agradeció y colgó.
Apoyó las manos sobre el escritorio. Su semblante parecía cansado. Demasiadas emociones juntas en los últimos días y todo se complicaba.
Esperanza acudió hasta allí con pasos cortitos y dubitativos.
-Ma-má –musitó enseñándole una muñeca.

La mirada de María brilló como nunca antes lo había hecho. Un brillo de determinación nacido desde lo más profundo de su ser.
-Vamos mi niña –cogió a la pequeña en brazos y subió con ella al cuarto.
CONTINUARÁ...


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