CAPÍTULO 68
Aunque había intentado dormir algo, Gonzalo
apenas había logrado pegar ojo pensando en lo que iba a suceder al día
siguiente.
En apenas unas horas iba a ser trasladado a
prisión; lejos de Puente Viejo. Don Marcial le había comunicado que sería la
cárcel de Soria y no la de Madrid, en la que se encontraba Fernando Mesía. Al
menos el abogado había logrado que el juez fuese benevolente en ese punto.
En el otro rincón de la celda, Fidel
descansaba todavía. El pobre campesino seguiría unos días más allí, hasta conocer
su sentencia. Gonzalo se sentía atado de pies y manos en cuanto a él. Ojalá
pudiera hacer algo para liberarle de una condena. Por lo pronto, le había
pedido a don Marcial que le defendiese el mismo y que no se preocupara por sus
honorarios pues el propio Gonzalo corría con todos los gastos. El abogado había
aceptado y ya se encontraba inmerso en la defensa del compañero de celda de
Gonzalo.
La puerta se abrió y uno de los guardias
entró.
-Tú –le dijo al joven, de mal talante-.
Tienes visita.
-¿Quién? –le preguntó extrañado.
El guardia no respondió y el esposo de María
le siguió hasta la otra celda.
Al entrar, la puerta se cerró tras él y solo
entonces se dio cuenta de que allí se encontraba su esposa.
-María… -se sorprendió-. ¿Qué…? –su rostro
se iluminó al ver a Esperanza con ella.
-No podía dejar que traértela, precisamente
hoy –le dijo ella, entregándole a la niña y sabiendo que no quería que la
llevase-. Sé que Esperanza te da fuerzas para seguir luchando.
El joven abrazó a su hija y le besó con infinito
cariño. La pequeña se cogió del cuello de su padre con sus pequeñas manitas.
Esperanza apenas balbuceaba palabras cortas y no podía expresar lo que sentía
si no era a base de gestos como aquel. Durante aquellos días la niña había
notado la ausencia de su progenitor y aquella era su forma de decirle cuánto le
echaba de menos.
-Gracias –le dijo Gonzalo a su esposa con un
nudo en la garganta-. Veros aquí es suficiente para sacar valor y continuar
hasta el final.
-Un final que estoy segura está más cerca de
lo que esperamos, mi vida –declaró María acercándose a él y besándolo con amor
mientras le acariciaba el rostro-. Algo me dice que tengamos fe. Aun no has
sido trasladado a prisión y siempre puede ocurrir algo para que eso no suceda.
-Agradezco tu optimismo, cariño. Pero si no
has logrado que Bosco retire la denuncia hasta ahora… ya no lo hará.
María apretó los labios. Quería contarle
todo lo que había descubierto pero sabía que no era ni el lugar ni el momento.
Bosco ya conocía su verdad y tenía que asimilarla; el problema era que no había
tiempo para ello y lo último que necesitaba Gonzalo en ese instante era saber
que la única persona que podía quitar la denuncia y hablar con el juez para que
le dejase en libertad era su propio hermano, sangre de su sangre; y hasta ahora
peor enemigo.
-Pero no hablemos ahora de esas cosas –quiso
cambiar él de tema-. ¿Por qué no me cuentas cómo están todos en el pueblo? Tus
padres, Mariana, la abuela Rosario, Nicolás… Durante estos días han venido a
verme y su apoyo ha sido muy importante para mí.
-Mis padres siguen ocupados con el tema del
cultivo de viñas –le contó su esposa, acariciando la cabeza de su hija que les
observaba a los dos atentamente-. Pese a que el gobernador se echó atrás en su
intención de invertir, mi padre ha logrado adquirir unas vides de muy buena
calidad gracias a la intervención del tío Tristán. Tendrías que verle… parece
un niño con zapatos nuevos.
-Me lo creo –sonrió Gonzalo. Hablar de las
cosas cotidianas que sucedían en Puente Viejo le hacía olvidar por segundos la
realidad que le rodeaba y se sentía más cerca de los suyos-. ¿Y qué se sabe de
Conrado y mi hermana? ¿La felicitaste ayer, tal como te pedí?
-Sí –le cogió una mano. Gonzalo la tenía
fría pero entre las de su esposa comenzaron a calentarse-. Le mandé besos de tu
parte. En una semana va a hacer el examen y luego vendrá a vernos. Conrado
parece que ha logrado hablar con los inversores americanos y tras mucho
insistir le han dicho que vendrán al pueblo a ver la casa de aguas. Lo que no sabemos
aun cuándo será.
-Eso es muy buena noticia –se alegró el
joven quien se sentía culpable por la negativa de los inversores a hacer
negocios con ellos. Parecía que las cosas volvían a su cauce en esos asuntos-.
¿Y tu tía Mariana, como sigue? Estará a punto de dar a luz. Nicolás me contó lo
mal que lo está pasando estos últimos días.
-La pobre no ve la hora de tener a su hijo
entre sus brazos. El médico le dijo que de un momento a otro podría ponerse ya
de parto.
-En nada tendremos un primito o primita para
Esperanza –volvió a mirar a su hija.
-Sí, alguien con quien pueda jugar –sonrió
María contemplándole.
Gonzalo se volvió hacia ella.
-¿Y tú? –le preguntó con seriedad-. ¿Cómo
estás tú, amor mío?
-Yo… -su esposa suspiró. Ni ella misma lo
sabía después de tantas emociones-. Yo estoy bien. Muy bien. Por mí no tienes
que preocuparte, Gonzalo.
-Lo sé. Sé que eres mucho más fuerte de lo
que creemos –le acarició el rostro, embelesado. Una de las cosas que más amaba
de María era su fuerza interior. Muchos la consideraban una mujer frágil,
incluso sin carácter. Pero Gonzalo era quien mejor la conocía y sabía que nada
de aquello era cierto y que tras aquella fachada de niña débil se ocultaba una
mujer con arrestos, capaz de luchar hasta el último aliento por los suyos-. Y…
quería pedirte un favor.
María ladeó la cabeza.
-Lo que quieras –le concedió, sin dejar de
acariciarle el rostro.
-Sé que no querrás y que pondrás el grito en
el cielo… pero me gustaría que no estuvieras presente cuando vaya a ser
trasladado a prisión. No quiero que pases por ese mal trago, mi vida.
-Gonzalo, no puedes pedirme eso –respondió
ella con desesperación-. Quiero estar junto a ti cuando eso suceda. No voy a
dejarte solo.
-Y lo estarás –le cortó su esposo cogiéndole
el mentón -. Estarás en mi mente y en mi corazón. Pero prométeme que no
acudirás.
-Gonzalo…
-Prométemelo María –le exigió él.
La joven no podía hacerlo. Su corazón se
negaba a dejarle solo en aquel momento. Sin embargo no podía negárselo. Sus
miradas se encontraron un instante y la joven no tuvo más remedio que acceder.
-Está bien –le concedió a regañadientes-. Te
lo prometo.
El joven suspiró aliviado. Lo último que
deseaba era que ella le viese salir hacia la prisión. No quería que aquel
recuerdo quedase en su mente.
Gonzalo la atrajo hacia sí y la besó con
pasión y dulzura, una mezcla de sentimientos que despertaba en él. María le
correspondió con la misma intensidad. Ojalá pudiese fundirse con él y soportar
aquella condena los dos juntos, pensó la joven.
-Te quiero –murmuró Gonzalo con el corazón
desbocado por ese sentimiento que le unía a María sin remedio-. No lo olvides
jamás.
-Nunca mi amor –le confesó ella con la misma
pasión-. Es algo que siempre llevo presente. Y tú tampoco lo olvides nunca, que
pase lo que pase siempre estaré de tu lado.
Ambos se fundieron en un abrazo que contenía
todo el amor que se profesaban, las promesas que se debían y sobretodo la
confianza de saber que pasara lo que pasase el otro siempre estaría allí.
Poco después, María regresó al Jaral junto a
Esperanza. Aún no había dejado a la niña en el suelo cuando Tristán y Candela
bajaron.
-Sobrina, ¿dónde estabas? –le preguntó su
tío-. Vamos a ir a ver a Martín. Queremos estar a su lado cuando sea trasladado
a prisión. No voy a dejar solo a mi hijo en ese momento.
-Vengo de allí, tío –le explicó ella-. Le he
llevado a Esperanza porque sé que le da fuerzas para seguir luchando.
-Has tenido buena idea –convino Candela-.
Aunque la celda de un cuartelillo no es el lugar más apropiado para una niña.
-Lo sé pero no podía dejarle solo en ese
momento –se defendió María.
-Te esperamos –dijo Tristán tras mirar el
reloj. Quedaba media hora para que Gonzalo fuese trasladado a prisión-. ¿Por
qué no dejas a Esperanza con Matilde? No creo que sea buena idea llevarla con
nosotros.
-Gonzalo me ha pedido que no vaya a
despedirle a la salida –les explicó la joven-. No quiere que nos llevemos ese
recuerdo.
Su tío asintió en silencio.
-Pobre muchacho –dijo Candela con pesar-. No
quiero ni imaginarme lo que debe de estar pasando en este momento.
La campanilla de la puerta sonó de repente y
una de las criadas salió a abrir.
Un mozo de apenas catorce años entró en la
sala.
-Celestino, ¿qué haces tú aquí? –se extrañó
Candela al ver al hijo del zapatero.
-Siento mucho molestar, doña Candela, pero
me manda la seño Rosario pa avisarles que la Mariana lleva horas de parto y que
ha sio trasladada al hospital de la Puebla. Me ha dicho, que ella y don Nicolás
están junto a la Mariana y por eso me ha mandao a mí pa informarles.
-Muchas gracias Celestino –repuso Tristán.
El muchacho iba a marcharse pero María le
detuvo.
-Espera –buscó en su bolsito y sacó una
monedas-. Toma, y gracias por venir a decírnoslo.
El joven enrojeció al ver las tres monedas
que María le había dado y sonrió agradecido antes de salir del Jaral.
-Será mejor que vayamos cuanto antes a
apoyar a Gonzalo y luego saldremos hacia la Puebla –dijo Tristán.
-Sí, será lo mejor –Candela estuvo de
acuerdo con él-. No me gustaría dejar a Rosario sola en estos momentos. Lleva
muchos días bregando con todo. Y Nicolás… no quiero ni imaginarme cómo estará…
hecho un manojo de nervios. Conociéndole, no habrá dejado a Mariana sola ni un
instante –de repente una pregunta cruzó por la mente de Candela-. ¿Lo sabrán
tus padres, María?
La joven pensaba con rapidez.
-Ahora mismo llamo al colmado y le pido a
Quintina que me pase con ellos –decidió María-. Ustedes vayan con Gonzalo. Yo
dejo a Esperanza con Matilde y en cuanto pueda me acercaré al hospital para
estar con ellos.
Tristán y Candela marcharon hacia el
cuartelillo sin demora.
María se quedó unos instantes con la mirada
puesta en el despacho. Se acercó allí y llamó al colmado. Quintina le informó
que tanto Emilia como Alfonso ya habían salido hacia el hospital. La esposa de
Gonzalo se lo agradeció y colgó.
Apoyó las manos sobre el escritorio. Su
semblante parecía cansado. Demasiadas emociones juntas en los últimos días y
todo se complicaba.
Esperanza acudió hasta allí con pasos
cortitos y dubitativos.
-Ma-má –musitó enseñándole una muñeca.
La mirada de María brilló como nunca antes
lo había hecho. Un brillo de determinación nacido desde lo más profundo de su
ser.
-Vamos mi niña –cogió a la pequeña en brazos
y subió con ella al cuarto.
CONTINUARÁ...
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