CAPÍTULO 50
Mientras don Marcial continuaba moviendo
todos los hilos posibles para sacar a Gonzalo del cuartelillo, María tuvo que
hacerse cargo junto con Tristán de la casa de aguas. Conrado les había avisado
que los americanos llegarían en pocos días al pueblo, de manera que todo debía
de estar a punto para su visita, puesto que seguían con los planes iniciales a
pesar de la detención de Gonzalo porque esperaban que el joven saliese lo antes
posible.
Tristán y su sobrina acordaron no comentar
con Aurora y su esposo lo ocurrido. No querían preocuparles porque sabían que
en cuanto se enterasen, su primera reacción sería acudir junto a ellos para
darles su apoyo, y la hermana de Gonzalo lo último que necesitaba en ese
momento era una preocupación más. Aurora estaba preparando un examen muy
importante puesto que sus notas durante el curso habían sido tan buenas que sus
profesores la habían animado a presentarse a un examen que tendría lugar a
principios de Septiembre y que si lo aprobaba pasaría a tercer curso inmediatamente.
Por su parte, Candela tenía tanto trabajo en la confitería que había tenido que contratar a una muchacha para que la ayudase, y es que en pocas semanas se celebrarían las fiestas del pueblo en honor a San Mamerto y la gente andaba ya preparándolo todo.
Por su parte, Candela tenía tanto trabajo en la confitería que había tenido que contratar a una muchacha para que la ayudase, y es que en pocas semanas se celebrarían las fiestas del pueblo en honor a San Mamerto y la gente andaba ya preparándolo todo.
María acudió temprano a la casa de comidas
para dejar a Esperanza al cuidado de su madre. Desde que la abuela Rosario vivía en la granja
con Mariana y Nicolás, la muchacha debía buscar a algún familiar para que le
cuidase la niña mientras ella iba a trabajar.
Al entrar en la casa de comidas encontró a
su madre hablando con Nicolás que había ido a llevarle, como cada día, a su
cuñada la caja de leche recién ordeñada.
-¿Y cómo sigue la tita Mariana? –le preguntó
María al esposo de su tía mientras Emilia cogía a su nieta en brazos.
-Muy delicada–declaró Nicolás, sin ocultar
su preocupación-. Pero siguiendo las indicaciones del doctor Zabaleta seguro
que todo irá bien. Tu abuela Rosario no la deja levantarse de la cama para nada
y… yo trato de tenerlas a las dos como a unas reinas.
-A ver si tengo un rato y paso a verla –dijo
María, sabiendo que lo tenía complicado-. Entre Gonzalo, el balneario y la
casa…
-¿Y cómo está el asunto de Gonzalo? –intervino
su madre visiblemente preocupada-.¿Sabéis ya algo?
-No mucho, madre –María no pudo ocultar su
pesar. La joven deseaba que en cualquier instante el abogado les trajera buenas
noticias, pero de momento, los implicados seguían declarando y la respuesta a
la petición de una fianza seguía en el aire.
-Ya verás como pronto se soluciona esto
–trató de infundirle ánimos Emilia, acariciándole un brazo-. Todos sabemos que
Gonzalo es inocente y si necesita que alguien vaya a declarar a su favor no
tenéis nada más que pedirlo.
-Precisamente ayer me escapé un ratillo para
hacerle una visita –declaró Nicolás-. Gonzalo y tú os habéis portado tan bien
con nosotros que qué menos que ir a ofrecerle nuestro apoyo.
-Muchas gracias, Nicolás –le dijo María,
sonriéndole-. Estoy segura que agradeció el gesto. Las horas allí se le deben
de hacer eternas.
-Pues sí, el pobre estaba bastante aburrido,
pa qué engañarte –añadió el fotógrafo-. Pero le vi muy bien de ánimos y eso es
lo que cuenta.
-Gonzalo es un muchacho de espíritu fuerte y
estoy segura que este contratiempo no hará mella en él –intervino Emilia,
convencida de ello-. Ya veréis que dentro de poco esto solo será un mal
recuerdo.
Nicolás vio la hora que era y se despidió de
ellas porque aún tenía bastantes repartos que realizar antes de regresar a la
granja.
María y su madre se encaminaron hacia la
posada cuando Alfonso entró en la taberna con malos humos, sin mediar palabra y
dando un fuerte portazo. Los pocos aldeanos que allí se encontraban le miraron
extrañados. Emilia y su hija se volvieron al verle entrar en la posada.
-Alfonso, mi amor, ¿qué sucede? –inquirió su
esposa, asustada por su reacción.
-¡¿Qué va a pasar, Emilia?! ¡Lo de siempre!
–le gritó sin darse cuenta de que alguien podía escucharle. La rabia que sentía
le había hecho perder la paciencia y los buenos modos-. ¡La maldita Francisca
Montenegro!
María y su madre se miraron de reojo.
-¿Qué ha hecho ahora? –le preguntó su hija,
torciendo la boca hastiada.
-¿Qué ha hecho? –repitió su padre alzando
cada vez más la voz-. La muy… -se tragó el apelativo-, ha conseguido que don
Federico se eche atrás en el negocio de los vinos. Ya no hay acuerdo con el
gobernador.
-¿Y eso por qué? –Emilia ladeó la cabeza
mientras dejaba a Esperanza en el suelo; y es que la niña se había asustado al
escuchar a su abuelo gritar y no dejaba de patalear-. ¿Qué razones te ha dado
si según dijiste estaba muy contento con el acuerdo?
-¿Es por Gonzalo, verdad? –intervino María,
sabiendo la respuesta de antemano.
Su padre asintió, apesadumbrado. Lo último
que quería era que su hija se sintiera culpable por la negativa de aquel hombre
a hacer negocios con él.
-Dice que no sería bueno para su reputación
que se relacionase su apellido con un bandido –escupió el esposo de Emilia,
recobrando la serenidad; aunque por dentro, la impotencia continuaba
carcomiéndole-. Evidentemente le he dicho que mi yerno es inocente y que todas
las acusaciones que se vierten sobre él son mentira.
-¿Y qué te ha respondido? –insistió la madre
de María, comenzando a enfadarse ella también.
-Que eso tendrá que dictaminarlo la
justicia, pero que por lo pronto no va a cerrar ningún negocio con nosotros.
-Habrase visto tamaña tontería –saltó su
esposa, mirando a su hija que agradeció el apoyo que le brindaban sus padres.
Emilia se volvió hacia Alfonso-. Pues cuando quiera volver a invertir, entonces
le dices que ni hablar.
Su esposo se quedó callado y ella percibió
que le ocultaba algo más.
-¿Qué pasa, Alfonso? –insistió la hija de
Raimundo-. ¿Qué más te ha dicho?
-No vale la pena recordarlo, cariño –se
excusó él; lo que provocó que su esposa se pusiera más a la defensiva y le
lanzase una mirada que lo decía todo.
-Alfonso, dínoslo –le exigió.
-Está bien –declaró al fin-. No creo que
vuelva a hacer negocios con nosotros porque la Montenegro le ha puesto al tanto
de nuestros antecedentes familiares.
-¿Qué antecedentes familiares? –le preguntó
María, sin entender.
-Le habló de Sebastián –sentenció su padre,
esperando la reacción de su esposa-. Le contó lo de la conservera y que años
después la secuestró y trató de matarla.
Emilia sintió como la sangre le hervía por
todo el cuerpo. Francisca Montenegro siempre sabía dónde dar y cuándo hacerlo para
provocar el mayor daño posible.
Su hija posó la mano sobre su hombro para
darle su apoyo. Hacía tiempo que había abierto los ojos y sabía de las
artimañas de la cacique. Ya nunca más volvería a confiar en ella y todo el
cariño que un día sintió hacia la que consideró como una segunda madre, se
había vuelto indiferencia.
-No se haga mala sangre, madre –le dijo su
hija-. Ya la conoce. Sabe que no tiene miramientos para con nadie –se volvió
hacia su padre-. Y si el gobernador no quiere hacer negocios con nosotros, es
su problema. Mi esposo saldrá pronto libre y quedará demostrado que es
inocente.
Sus padres la miraron con orgullo. Desde que
había dejado de estar bajo el influjo de la Montenegro, habían recuperado la
relación con su hija y ahora sí podían decir que eran una familia.
La campana de la iglesia sonó en ese
instante y María dio un respingo.
-Ya se me ha hecho tarde –les informó-. El
tío Tristán estará en la casa de aguas esperándome con el papeleo.
-Ve tranquila, cariño –contestó Emilia,
buscando a Esperanza que estaba sentada en el pequeño banco jugando con una
muñeca-. Nosotros nos ocupamos de la niña.
María se despidió de sus padres con un beso
y salió a la plaza.
A esas horas la gente andaba atareada de
compras por los puestos de frutas, comida y utensilios para la casa y las
tierras.
María se dirigió hacia la calle que llevaba
a las afueras del pueblo cuando vio llegar a Isabel a la plaza. La esposa de
Gonzalo se detuvo de golpe y apretó los puños, conteniendo la rabia que
comenzaba a embargarla. La nieta del gobernador también la vio e inmediatamente
cambió de rumbo pues sus pasos la llevaban al encuentro de María, y decidió
detenerse en uno de los puestos de la plaza con una sonrisa de oreja a oreja.
La esposa de Gonzalo observó el cambio de la prometida de Bosco. Sin pensarlo
dos veces, la joven se dirigió hacia el mismo puesto.
Al verla venir, Isabel giró la cabeza, como
si no la hubiese visto.
-Buenos días –la saludó María con la cabeza
bien alta-. ¿Ya ni me saludas, Isabel? ¿Acaso tu… conciencia te lo impide?
La nieta del gobernador se volvió hacia ella
y antes de contestarle miró de reojo a la mujer que le estaba atendiendo. La
pobre vendedora al notar su fría mirada, bajó la cabeza y le tendió el
cucurucho de frutos secos que acababa de comprarle Isabel.
-Mi conciencia está muy tranquila… querida
María –repuso mientras le daba unas monedas a la vendedora-. ¿Puede decir lo
mismo el criminal de tu esposo? Qué engañados nos tenía a todos con esa carita
de niño bueno.
María comprendió lo que Isabel pretendía:
sacarla de sus casillas y que armase un escándalo. Pero no iba a darle el gusto.
La cogió del brazo, con delicadeza pero con
decisión y la apartó del gentío que seguía absorto en sus quehaceres y no se
dieron cuenta de lo que ocurría. Isabel se desasió de ella, al llegar a la
esquina del colmado.
-Gonzalo no es ningún criminal –le defendió
María, sin alzar la voz-, y muy pronto quedará demostrado. Sé que todo esto ha
sido un plan para hundirle. Incluso me atrevería a decir que lo habéis fraguado
entre la Montenegro y tú. Pero no os saldréis con la vuestra.
-Abre los ojos de una vez, María –le espetó
la prometida de Bosco, sin miramientos-. Tu querido esposo es el famoso
Anarquista que ha mantenido en vilo a media comarca.
María negó con la cabeza y sonrió. Si lo que
pretendía la nieta del gobernador era hacerle dudar de Gonzalo, estaba
perdiendo el tiempo.
-Ya comprendo lo que ocurre –bajó la voz
María, pues en ese instante, Dolores Mirañar salió del colmado a barrer la
calle-. No puedes ver que dos personas sean felices; que se amen de verdad ¿es
eso, no? Son celos porque Bosco no te querrá nunca como Gonzalo me quiere a mí.
-¡Eso es mentira! –gritó Isabel entre
dientes. Sus hermosos ojos verdes refulgieron llenos de furia-. ¡Bosco me ama y
muy pronto nos casaremos!
-Tú y yo sabemos que eso no es verdad –bajó
la voz la esposa de Gonzalo-. Bosco está contigo solo por conveniencia, porque
se lo ordenó Francisca; y no soportas que los demás seamos felices.
-Qué me vais a importar a mí tu esposo y tú
–le espetó Isabel con rabia. De repente una sonrisa maliciosa se dibujó en su
rostro-. ¿Sabes que me besó mientras se hacía pasar por el Anarquista? –y
añadió en tono burlón: Ya ves, cuanto te quiero.
Las palabras de Isabel dejaron a María sin
habla. En ese instante recordó la última vez que había visto al enmascarado,
cuando siguió a la prometida de Bosco hasta la cabaña y espió sus pasos. Los
recuerdos de aquella tarde se volvieron tan vívidos que parecía estar allí
mismo en ese instante.
Sin embargo, los hechos no habían sido tal
como decía Isabel. Sí, ella había tratado de acercarse al Anarquista y besarle
pero él le había rechazado. Hasta ese punto de maldad llegaban las mentiras de
la muchacha.
María levantó la mirada hacia ella.
-No creas ni por un momento que vas a
zaherirme o hacer que dude de Gonzalo –le espetó con total seguridad-. Confío
en él ciegamente; y nada de lo que digas o hagas hará que cambie de opinión.
-¡Cuan ciega estás, María! –insistió la muchacha,
sonriendo con malicia.
-Yo que tú sonreiría menos y me preocuparía
más por lo que pueda pasar.
-¿Me estás amenazando? –la prometida de
Bosco cambió la sonrisa por un gesto serio y le lanzó una mirada retadora-. A
mí nadie me…
-¿No lo entiendes, verdad? –le cortó María,
viendo cierto temor en sus ojos-. No es ninguna amenaza; solo te digo que mi
esposo no es ese bandido, al que dices haber besado. El verdadero Anarquista
sigue suelto y no creo que le haya hecho mucha gracia que le traicionases de
esa manera. Yo que tú me cuidaría mucho de pasear sola por el pueblo y sus
alrededores. Nunca se sabe cuándo puede aparecer.
Por primera vez, Isabel sintió miedo. Un
miedo que dejó asomar débilmente en su mirada y que trató de ocultar
revistiéndolo de odio.
-Solo estás tratando de asustarme –soltó
entre titubeos-. Pero no lo conseguirás. Sé muy bien quién es el Anarquista, y
aunque no quieras verlo…
-Gonzalo tiene pruebas que demuestran su
inocencia –la cortó María, sin miramientos-. Testigos de que el enmascarado le
tendió una trampa y una misiva que lo demuestra. Y no solo eso; tú que
estuviste presente en su detención igual te diste cuenta, pero las ropas que
llevaba mi esposo no son las mismas que usa ese bandido.
El rostro de Isabel perdió el poco color que
tenía. Ahora comprendía qué era aquello que le había llamado la atención la
noche en que el Anarquista entró en la Casona para robar en la caja fuerte del
despacho: las ropas eran algo diferentes. Entonces, con todo el revuelo que se
formó no se dio cuenta de ello pero ahora que María lo mencionaba comprendió
que tenía razón.
Un escalofrío recorrió su cuerpo de arriba
abajo. ¿Y si era cierto y el esposo de María no era ese bandido? ¿Y si el
propio Anarquista había mandado a otro en su lugar porque temía ser
descubierto? Entonces… María tenía razón y su seguridad estaba en peligro.
Las
dudas comenzaron a tejer un manto negro sobre su mente e Isabel no podía
permitirse llevar por el pánico.
-Ya sé lo que pretendes –reaccionó la nieta
del gobernador-. Pero no lo conseguirás. Tu esposo es ese bandido y se pudrirá
en la cárcel durante una larga temporada; mientras, yo me casaré con el hombre
que sí me quiere, Bosco. De manera que despierta de ese sueño tuyo de una vez
por todas, y deja de ser una patética ilusa.
-¿Ilusa? –repitió María sin que las palabras
de Isabel le afectasen lo más mínimo-. Ilusa no. Lo que hay entre Gonzalo y yo
es amor verdadero, basado en la confianza mutua. Algo que tú jamás sabrás lo
que significa, ni lo que te hace sentir –la joven suspiró levemente-. Y ahora
tengo que dejarte. Ya se me ha hecho demasiado tarde y tengo asuntos mucho más
importantes que resolver.
Sin esperar a que Isabel le respondiera,
María, con una sonrisa victoriosa dibujada en la boca, se encaminó hacia las
afueras del pueblo dirigiendo sus pasos hacia la casa de aguas donde
seguramente su tío Tristán la estaría esperando desde hacía un buen rato.
CONTINUARÁ
CONTINUARÁ
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