CAPÍTULO 52
Cuando el teléfono sonó en el Jaral,
Tristán, Candela y María se miraron, preguntándose si sería el abogado con
noticias de Gonzalo. Era mediodía y estaban a punto de sentarse a la mesa a
comer.
Tristán les hizo un gesto a las dos mujeres
para que esperasen. Él atendería la llamada.
-Sí, dígame –preguntó nada más descolgar.
Candela y María esperaban con el corazón en
un puño, alguna señal, para saber de quién se trataba.
-¡Ah! –Tristán suspiró levemente-. Eres tú,
hija. Qué sorpresa. ¿Cómo…?
María y Candela no podían escuchar a Aurora
pero por el semblante del padre de Gonzalo enseguida se dieron cuenta de que
algo pasaba. Algo que no le gustó nada a Tristán.
-Espera… espera un momento Aurora… que te lo
explique –le pidió a su hija alzando la voz y tapando el auricular con una
mano. Se volvió hacia su esposa y su sobrina y les pidió si podían dejarle
solo.
Ellas asintieron y comenzaron a preparar la
mesa para la comida, pues en nada estaría lista.
Mientras, la voz de Tristán les iba llegando
al salón.
-Vamos a ver Aurora… -trataba de explicarse
él, pero era imposible. Su hija no le dejaba hablar-. Pero… ¿quién dices?... ¿QUÉ?...
¡No, ni hablar! –comenzó a alzar la voz cada vez más fuerte. El enfado de
Tristán iba en aumento-. ¡Aurora serás una mujer casada pero no voy a permitir
que… Aurora!
Candela y María se miraron extrañadas.
¿Qué estaría pasando con la hermana de
Gonzalo? Conocían su fuerte carácter y su ímpetu; algo con lo que su padre
tenía que lidiar cada dos por tres pero en ese instante Tristán estaba tan
furioso como su hija.
-¡Dile a Conrado que se ponga! –le exigió
Tristán a la joven-. ¡Aurora! -se escuchó un golpe sobre la mesa seguido de un
corto silencio-. ¿Conrado? Hola, soy Tristán. Ya me ha contado mi hija lo
ocurrido. Por favor, trata de serenarla y de convencerla para que no venga. No
ganamos nada presentándose aquí –otro silencio. Tristán debía estar escuchando
a su yerno-. Sí, sí. Lo sé y lo entiendo. Pero Martín está bien y lo último que
desearía es que su hermana dejase sus estudios, precisamente ahora, por su
culpa. ¿Puedes hacerla entrar en razón? Gracias Conrado. Te lo agradezco y
mantenme informado.
Candela dejó la sopera sobre la mesa.
-¿Sirvo ya? –le preguntó a María, creyendo
que su esposo había terminado la conversación.
-Pues…
-¡¿QUÉ?! –se escuchó a Tristán gritar de
nuevo.
Ambas se volvieron hacia el despacho y le
vieron dar grandes pasos de un lado a otro, como un león enjaulado, y con el
teléfono en la mano.
-¡No me lo puedo creer! –volvió a decir,
fuera de sí.
Candela nunca había visto de ese modo a su
esposo y se asustó. María se acercó a ella y trató de serenarla con un gesto
cómplice.
-Está bien, está bien –comentó el padre de
Gonzalo tratando de calmarse-. Trata de hacer lo que puedas… sí, sí. Te
mantendré informado en cuanto sepamos algo… Hasta luego Conrado…. Adiós.
Finalmente Tristán colgó el teléfono y soltó
un gran suspiro, liberando parte de la rabia que en ese momento sentía. Apretó
los labios y salió al salón donde le esperaban su esposa y su sobrina.
-Tío…
-¿Qué pasa, Tristán? –Candela no pudo
contenerse y se acercó a él para cogerle una mano-. ¿Qué es lo que pasa con
Aurora?
-Necesito una copa –fue lo primero que dijo
su esposo. María se apresuró a llenarle una copa de coñac a su tío-. ¡Estoy que
me llevan los demonios! ¡Maldita sea! –su sobrina le pasó la copa y éste se la llevó
a la boca y saboreó el fuerte licor. La garganta le ardió unos segundos al
igual que le ardía la impotencia que sentía-. ¡Maldita Francisca!
Candela y María cruzaron una mirada de
entendimiento. ¿La Montenegro? ¿Tenía ella que ver con lo que le pasaba a
Aurora? ¿Hasta la capital llegaban sus malas artes?
-¿Cuándo será el día que nos deje vivir
tranquilos, cuándo? –no había manera de calmar a Tristán.
-¿Qué es lo que ha hecho ahora? –se atrevió
a preguntarle su sobrina.
-La muy… -su tío se mordió la lengua para no
soltar ningún improperio. Tomó aire para narrar lo sucedido con calma-… no ha
tenido otra ocurrencia que llamar a Aurora para contarle lo ocurrido con
Gonzalo. Y ya conocéis a mi hija. Le ha faltado tiempo para mandarlo todo al
cuerno y decidir volver aquí para apoyar a su hermano.
-¿Y su examen? –inquirió Candela,
preocupada-. Pero si es en apenas dos semanas. No puede dejarlo así como así.
¡No puede perder la oportunidad que se le ha presentado!
--¿Por qué crees que he discutido con ella?
Pero sabéis lo terca que es y no ha habido manera humana de que me escuchase
–volvió a tomar otro sorbo del fuerte licor-. Espero que Conrado logre
convencerla… solo le faltaría a Martín esto… Conozco a mi hijo y no se lo
perdonaría nunca; que su hermana eche por la borda un curso académico para
estar aquí junto a él.
-No se preocupe tío –habló María con
sensatez-. Estoy segura que Conrado logrará convencer a mi prima. Ya sabemos
cómo es y seguro que nada más conocer la noticia ha llamado; pero en cuanto se
serene y medite bien las cosas, se dará cuenta que de nada sirve su presencia
aquí –hizo una pausa-. Francisca lo ha
hecho a propósito. Su objetivo era ese precisamente, traer de vuelta a Aurora y
que pierda esta oportunidad tan buena que tiene de adelantar un año académico.
-¡La Montenegro, siempre la Montenegro! –se
quejó Candela, cansada de que todos los problemas tuviesen siempre el mismo
origen-. ¿Cuándo nos libraremos de ella?
-Bueno… esperemos que esto no vaya a más y
mi prima se atenga a razones.
Tristán las miró a las dos con el semblante
serio.
-Todavía hay más –sentenció a media voz-. No
contenta con avisar a Aurora, ha hecho lo propio con los inversores americanos.
-¡¿Qué?! –ahora fue María quién no pudo
contenerse-. Pero…
Candela negó con la cabeza. Las malas
noticias se les acumulaban.
-Conrado está tratando de hablar con ellos
pero no consigue contactar –explicó Tristán, ya más calmado-. Tiene miedo de
que ahora no quieran hacer negocios con nosotros.
-Eso es una tontería –se quejó su esposa-.
La casa de aguas va a las mil maravillas y en nada Gonzalo saldrá libre y todo
esto no será más que un mal recuerdo.
María fue a abrir la boca cuando el teléfono
volvió a sonar.
Tristán se apresuró a cogerlo pensando que
se trataría de su hija.
-Seguro que es Aurora que ha entrado en
razón –declaró recuperando el ánimo-. Dígame –frunció el ceño al ver que no era
su hija-. Don Marcial… sí, sí. Soy Tristán. ¿Qué noticias me tiene? –se produjo
un largo silencio mientras el esposo de Candela escuchaba atentamente al
abogado. El corazón de María se detuvo esos largos instantes, en busca de
alguna señal en el rostro de su tío que le indicara qué ocurría. Tan solo algún
gesto de asentimiento y respuestas monosilábicas que no dejaron entrever qué le
estaba contando. La última parte, Tristán la escuchó con el semblante serio,
asustando a María más de la cuenta-. Está bien. Gracias don Marcial.
Esperaremos su llamada.
La esposa de Gonzalo no pudo esperar más y
en cuanto Tristán colgó el teléfono le
preguntó.
-¿Qué le ha dicho don Marcial, tío?
Tristán estaba más sereno que antes, lo cual
no era malo.
-Al parecer el juez ya tiene todas las
pruebas en su poder y ahora va a revisarlas para ver si le concede una fianza o
no.
-¿Y qué opina don Marcial? –inquirió
Candela-. ¿Cree que lo conseguirá?
-El hombre tiene grandes esperanzas pues las
pruebas demuestran claramente que Gonzalo no es ese bandido… sin embargo…
estando la Montenegro detrás… -Tristán negó con la cabeza-, es difícil que se
libre de la denuncia por hurto y allanamiento de morada.
-Estamos en las mismas –declaró Candela
arrugando la nariz-. Nos guste o no, seguimos en manos de esa mujer.
María se mordió el labio inferior. Todo
pasaba porque Francisca retirase esa denuncia. El problema era cómo convencerla
de ello.
-María –le dijo su tío-. Don Marcial me ha
contado algo… creo que debes de saberlo.
-¿El qué? –ladeó la cabeza, preocupada. ¿Qué
más podía pasarle a Gonzalo?
-En el cuartelillo, Martín se encontró por
casualidad con Fernando Mesía –la sola mención de ese nombre hizo palidecer a
la joven-. Parece ser que le trasladaron por un asunto de papeleo y ya ha
regresado al penal.
-¿Pero pasó algo entre ellos? –quiso saber
Candela. María fue incapaz de articular palabra y escuchaba a su tío como si
estuviese muy lejos.
-Afortunadamente nada –la tranquilizó su
esposo-. Por lo que Martín le ha contado a don Marcial tan solo tuvieron un par
de palabras. Sin embargo, el abogado está preocupado porque ha estado
informándose y el de Mesía tiene bastante poder dentro de la prisión en la que
está.
-¿Y eso que quiere decir? –le preguntó
finalmente María, sintiendo un gran peso en su interior.
-Pues que más vale que Martín no vaya a
parar a esa misma cárcel si es condenado porque entonces su vida podría
peligrar.
Aquellas palabras cayeron sobre la esposa de
Gonzalo como una losa. Un sudor frío se apoderó de ella nublando sus sentidos.
Se tambaleó un poco y rápidamente su tío Tristán la cogió para que no cayese al
suelo redonda y la sentó en la silla. Su rostro se volvió tan blanco como la
cera, perdiendo el sonrosado que normalmente lucían sus mejillas.
Candela se apresuró a servirle un vaso de
agua, que María bebió a sorbos pequeños. Poco a poco fue recobrándose de la
impresión.
-Sí es que es normal –se quejó la esposa de
Tristán-. Con tanta cosa sobre tus espaldas tenía que salir de un momento a
otro.
-Ya me encuentro mucho mejor –trató de
tranquilizarles María, a media voz-. Ha sido…
-… ha sido que apenas duermes ni comes –le
cortó su tío, que aunque no decía nada, sabía de sobras lo mal que lo estaba
pasando la joven y lo que sufría-; Martín y Esperanza te necesitan con fuerzas,
María. Ahora mismo vas a tomarte el caldo que ha preparado Candela y luego te
subes al cuarto a descansar.
-Pero… la casa de aguas…
-No hay peros que valgan –se impuso Tristán,
tomando asiento junto a ella mientras su esposa servía la comida-. Yo me
encargo esta tarde del balneario y tú descansas. ¿Estamos?
La joven no quiso comenzar una disputa con
su tío; de manera que asintió, obediente.
Lo cierto era que en los últimos días entre
las preocupaciones por Gonzalo, Esperanza y sacar adelante la casa de aguas,
apenas había tenido un momento de sosiego.
Después de comer, María subió a su cuarto y
se echó en la cama. Sin duda alguna necesitaba descansar. Los párpados le
pesaban enormemente. Deseaba dormirse y que al despertar, Gonzalo estuviera a
su lado colmándola de besos y caricias. Alargó la mano al otro lado del lecho
pero lo halló frío. Echaba tanto de menos la tibieza de su presencia a su lado,
su sonrisa diciéndole que todo iba a estar bien…
No podía seguir así, sin hacer nada.
De repente, María se incorporó. Había tomado
una decisión.
Salió del cuarto y tras echarle un vistazo a
Esperanza, quien dormía plácidamente en su cama, bajó al salón. Antes de
entrar, escuchó atentamente, cerciorándose que ni Candela ni Tristán estaban allí.
Ambos debían haber bajado a los jardines del Jaral para dar un paseo, como
solían hacer después de comer. No quería dar explicaciones de dónde iba.
Salió de la casa tratando de no hacer ruido
y sus pasos se encaminaron con seguridad hacia un lugar que conocía muy bien.
El latido de su corazón se aceleró a medida
que se acercaba allí. Afortunadamente el verano seguía siendo caluroso y los
trabajadores que podía encontrarse por el camino estaban en sus casas, todavía.
Sin embargo no podía fiarse, así que se mantuvo en todo momento en alerta.
Al llegar al lugar se detuvo y cogió aire
antes de abrir la puerta del cobertizo. Se produjo un sonoro chirrido que
pareció rasgar el silencio que la envolvía.
María se quedó un segundo en el umbral
observando el interior de aquel lugar. Estaba todo tal como lo recordaba. La
mesa vieja en el rincón, los dos taburetes a punto de desplomarse en medio de
aquel reducido espacio y las vigas carcomidas por el paso del tiempo.
Apretó los labios y tomó aire de nuevo,
respirando el olor a paja mojada.
Allí era donde se encontraba con el
Anarquista.
Dio un paso y cerró la puerta tras de sí. En
realidad no sabía bien por qué estaba en aquel lugar. Había sido un pálpito,
una premonición… ¿Qué buscaba? ¿Dónde buscar exactamente?
María paseó su mirada, inquisitiva por toda
la estancia en busca de alguna señal que le indicase que algo estaba fuera de
lugar; algo a lo que aferrarse. Sabía que era imposible… sin embargo, su sexto
sentido le gritaba que no se rindiese y que si estaba allí era por una buena
razón.
Dejó de pensar y se puso a revisar cada
rincón en busca de lo que había ido a buscar. Quizá se equivocaba pero debía de
intentarlo. No podía quedarse de brazos cruzados sin hacer nada por Gonzalo
cuando era posible que ella tuviese la solución al alcance de la mano.
Tan absorta estaba en el registro que no
escuchó los pasos que se acercaban al otro lado de la puerta.
María se volvió de golpe al escuchar el
sordo chirrido de la puerta abrirse de nuevo.
Sus latidos se detuvieron de golpe y sintió
la boca seca al ver al intruso, plantado en el umbral, tan sorprendido como
ella.
Tan solo fue capaz de dar unos pasos
titubeantes hacia él mientras el corazón volvía a bombearle con fuerza.
-¿Tú?
CONTINUARÁ...
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