miércoles, 4 de marzo de 2015

CAPÍTULO 52 
Cuando el teléfono sonó en el Jaral, Tristán, Candela y María se miraron, preguntándose si sería el abogado con noticias de Gonzalo. Era mediodía y estaban a punto de sentarse a la mesa a comer.
Tristán les hizo un gesto a las dos mujeres para que esperasen. Él atendería la llamada.
-Sí, dígame –preguntó nada más descolgar.
Candela y María esperaban con el corazón en un puño, alguna señal, para saber de quién se trataba.
-¡Ah! –Tristán suspiró levemente-. Eres tú, hija. Qué sorpresa. ¿Cómo…?
María y Candela no podían escuchar a Aurora pero por el semblante del padre de Gonzalo enseguida se dieron cuenta de que algo pasaba. Algo que no le gustó nada a Tristán.

-Espera… espera un momento Aurora… que te lo explique –le pidió a su hija alzando la voz y tapando el auricular con una mano. Se volvió hacia su esposa y su sobrina y les pidió si podían dejarle solo.
Ellas asintieron y comenzaron a preparar la mesa para la comida, pues en nada estaría lista.
Mientras, la voz de Tristán les iba llegando al salón.
-Vamos a ver Aurora… -trataba de explicarse él, pero era imposible. Su hija no le dejaba hablar-. Pero… ¿quién dices?... ¿QUÉ?... ¡No, ni hablar! –comenzó a alzar la voz cada vez más fuerte. El enfado de Tristán iba en aumento-. ¡Aurora serás una mujer casada pero no voy a permitir que… Aurora!
Candela y María se miraron extrañadas.
¿Qué estaría pasando con la hermana de Gonzalo? Conocían su fuerte carácter y su ímpetu; algo con lo que su padre tenía que lidiar cada dos por tres pero en ese instante Tristán estaba tan furioso como su hija.
-¡Dile a Conrado que se ponga! –le exigió Tristán a la joven-. ¡Aurora! -se escuchó un golpe sobre la mesa seguido de un corto silencio-. ¿Conrado? Hola, soy Tristán. Ya me ha contado mi hija lo ocurrido. Por favor, trata de serenarla y de convencerla para que no venga. No ganamos nada presentándose aquí –otro silencio. Tristán debía estar escuchando a su yerno-. Sí, sí. Lo sé y lo entiendo. Pero Martín está bien y lo último que desearía es que su hermana dejase sus estudios, precisamente ahora, por su culpa. ¿Puedes hacerla entrar en razón? Gracias Conrado. Te lo agradezco y mantenme informado.
Candela dejó la sopera sobre la mesa.
-¿Sirvo ya? –le preguntó a María, creyendo que su esposo había terminado la conversación.
-Pues…
-¡¿QUÉ?! –se escuchó a Tristán gritar de nuevo.
Ambas se volvieron hacia el despacho y le vieron dar grandes pasos de un lado a otro, como un león enjaulado, y con el teléfono en la mano.

-¡No me lo puedo creer! –volvió a decir, fuera de sí.
Candela nunca había visto de ese modo a su esposo y se asustó. María se acercó a ella y trató de serenarla con un gesto cómplice.
-Está bien, está bien –comentó el padre de Gonzalo tratando de calmarse-. Trata de hacer lo que puedas… sí, sí. Te mantendré informado en cuanto sepamos algo… Hasta luego Conrado…. Adiós.
Finalmente Tristán colgó el teléfono y soltó un gran suspiro, liberando parte de la rabia que en ese momento sentía. Apretó los labios y salió al salón donde le esperaban su esposa y su sobrina.
-Tío…
-¿Qué pasa, Tristán? –Candela no pudo contenerse y se acercó a él para cogerle una mano-. ¿Qué es lo que pasa con Aurora?
-Necesito una copa –fue lo primero que dijo su esposo. María se apresuró a llenarle una copa de coñac a su tío-. ¡Estoy que me llevan los demonios! ¡Maldita sea! –su sobrina le pasó la copa y éste se la llevó a la boca y saboreó el fuerte licor. La garganta le ardió unos segundos al igual que le ardía la impotencia que sentía-. ¡Maldita Francisca!
Candela y María cruzaron una mirada de entendimiento. ¿La Montenegro? ¿Tenía ella que ver con lo que le pasaba a Aurora? ¿Hasta la capital llegaban sus malas artes?
-¿Cuándo será el día que nos deje vivir tranquilos, cuándo? –no había manera de calmar a Tristán.
-¿Qué es lo que ha hecho ahora? –se atrevió a preguntarle su sobrina.
-La muy… -su tío se mordió la lengua para no soltar ningún improperio. Tomó aire para narrar lo sucedido con calma-… no ha tenido otra ocurrencia que llamar a Aurora para contarle lo ocurrido con Gonzalo. Y ya conocéis a mi hija. Le ha faltado tiempo para mandarlo todo al cuerno y decidir volver aquí para apoyar a su hermano.
-¿Y su examen? –inquirió Candela, preocupada-. Pero si es en apenas dos semanas. No puede dejarlo así como así. ¡No puede perder la oportunidad que se le ha presentado!
--¿Por qué crees que he discutido con ella? Pero sabéis lo terca que es y no ha habido manera humana de que me escuchase –volvió a tomar otro sorbo del fuerte licor-. Espero que Conrado logre convencerla… solo le faltaría a Martín esto… Conozco a mi hijo y no se lo perdonaría nunca; que su hermana eche por la borda un curso académico para estar aquí junto a él.
-No se preocupe tío –habló María con sensatez-. Estoy segura que Conrado logrará convencer a mi prima. Ya sabemos cómo es y seguro que nada más conocer la noticia ha llamado; pero en cuanto se serene y medite bien las cosas, se dará cuenta que de nada sirve su presencia aquí  –hizo una pausa-. Francisca lo ha hecho a propósito. Su objetivo era ese precisamente, traer de vuelta a Aurora y que pierda esta oportunidad tan buena que tiene de adelantar un año académico.

-¡La Montenegro, siempre la Montenegro! –se quejó Candela, cansada de que todos los problemas tuviesen siempre el mismo origen-. ¿Cuándo nos libraremos de ella?
-Bueno… esperemos que esto no vaya a más y mi prima se atenga a razones.
Tristán las miró a las dos con el semblante serio.
-Todavía hay más –sentenció a media voz-. No contenta con avisar a Aurora, ha hecho lo propio con los inversores americanos.
-¡¿Qué?! –ahora fue María quién no pudo contenerse-. Pero…
Candela negó con la cabeza. Las malas noticias se les acumulaban.
-Conrado está tratando de hablar con ellos pero no consigue contactar –explicó Tristán, ya más calmado-. Tiene miedo de que ahora no quieran hacer negocios con nosotros.
-Eso es una tontería –se quejó su esposa-. La casa de aguas va a las mil maravillas y en nada Gonzalo saldrá libre y todo esto no será más que un mal recuerdo.
María fue a abrir la boca cuando el teléfono volvió a sonar.
Tristán se apresuró a cogerlo pensando que se trataría de su hija.
-Seguro que es Aurora que ha entrado en razón –declaró recuperando el ánimo-. Dígame –frunció el ceño al ver que no era su hija-. Don Marcial… sí, sí. Soy Tristán. ¿Qué noticias me tiene? –se produjo un largo silencio mientras el esposo de Candela escuchaba atentamente al abogado. El corazón de María se detuvo esos largos instantes, en busca de alguna señal en el rostro de su tío que le indicara qué ocurría. Tan solo algún gesto de asentimiento y respuestas monosilábicas que no dejaron entrever qué le estaba contando. La última parte, Tristán la escuchó con el semblante serio, asustando a María más de la cuenta-. Está bien. Gracias don Marcial. Esperaremos su llamada.
La esposa de Gonzalo no pudo esperar más y en cuanto Tristán  colgó el teléfono le preguntó.
-¿Qué le ha dicho don Marcial, tío?
Tristán estaba más sereno que antes, lo cual no era malo.
-Al parecer el juez ya tiene todas las pruebas en su poder y ahora va a revisarlas para ver si le concede una fianza o no.
-¿Y qué opina don Marcial? –inquirió Candela-. ¿Cree que lo conseguirá?
-El hombre tiene grandes esperanzas pues las pruebas demuestran claramente que Gonzalo no es ese bandido… sin embargo… estando la Montenegro detrás… -Tristán negó con la cabeza-, es difícil que se libre de la denuncia por hurto y allanamiento de morada.
-Estamos en las mismas –declaró Candela arrugando la nariz-. Nos guste o no, seguimos en manos de esa mujer.
María se mordió el labio inferior. Todo pasaba porque Francisca retirase esa denuncia. El problema era cómo convencerla de ello.
-María –le dijo su tío-. Don Marcial me ha contado algo… creo que debes de saberlo.
-¿El qué? –ladeó la cabeza, preocupada. ¿Qué más podía pasarle a Gonzalo?
-En el cuartelillo, Martín se encontró por casualidad con Fernando Mesía –la sola mención de ese nombre hizo palidecer a la joven-. Parece ser que le trasladaron por un asunto de papeleo y ya ha regresado al penal.

-¿Pero pasó algo entre ellos? –quiso saber Candela. María fue incapaz de articular palabra y escuchaba a su tío como si estuviese muy lejos.
-Afortunadamente nada –la tranquilizó su esposo-. Por lo que Martín le ha contado a don Marcial tan solo tuvieron un par de palabras. Sin embargo, el abogado está preocupado porque ha estado informándose y el de Mesía tiene bastante poder dentro de la prisión en la que está.
-¿Y eso que quiere decir? –le preguntó finalmente María, sintiendo un gran peso en su interior.
-Pues que más vale que Martín no vaya a parar a esa misma cárcel si es condenado porque entonces su vida podría peligrar.
Aquellas palabras cayeron sobre la esposa de Gonzalo como una losa. Un sudor frío se apoderó de ella nublando sus sentidos. Se tambaleó un poco y rápidamente su tío Tristán la cogió para que no cayese al suelo redonda y la sentó en la silla. Su rostro se volvió tan blanco como la cera, perdiendo el sonrosado que normalmente lucían sus mejillas.
Candela se apresuró a servirle un vaso de agua, que María bebió a sorbos pequeños. Poco a poco fue recobrándose de la impresión.
-Sí es que es normal –se quejó la esposa de Tristán-. Con tanta cosa sobre tus espaldas tenía que salir de un momento a otro.
-Ya me encuentro mucho mejor –trató de tranquilizarles María, a media voz-. Ha sido…
-… ha sido que apenas duermes ni comes –le cortó su tío, que aunque no decía nada, sabía de sobras lo mal que lo estaba pasando la joven y lo que sufría-; Martín y Esperanza te necesitan con fuerzas, María. Ahora mismo vas a tomarte el caldo que ha preparado Candela y luego te subes al cuarto a descansar.
-Pero… la casa de aguas…
-No hay peros que valgan –se impuso Tristán, tomando asiento junto a ella mientras su esposa servía la comida-. Yo me encargo esta tarde del balneario y tú descansas. ¿Estamos?
La joven no quiso comenzar una disputa con su tío; de manera que asintió, obediente.
Lo cierto era que en los últimos días entre las preocupaciones por Gonzalo, Esperanza y sacar adelante la casa de aguas, apenas había tenido un momento de sosiego.
Después de comer, María subió a su cuarto y se echó en la cama. Sin duda alguna necesitaba descansar. Los párpados le pesaban enormemente. Deseaba dormirse y que al despertar, Gonzalo estuviera a su lado colmándola de besos y caricias. Alargó la mano al otro lado del lecho pero lo halló frío. Echaba tanto de menos la tibieza de su presencia a su lado, su sonrisa diciéndole que todo iba a estar bien…
No podía seguir así, sin hacer nada. 
De repente, María se incorporó. Había tomado una decisión.
Salió del cuarto y tras echarle un vistazo a Esperanza, quien dormía plácidamente en su cama, bajó al salón. Antes de entrar, escuchó atentamente, cerciorándose que ni Candela ni Tristán estaban allí. Ambos debían haber bajado a los jardines del Jaral para dar un paseo, como solían hacer después de comer. No quería dar explicaciones de dónde iba.
Salió de la casa tratando de no hacer ruido y sus pasos se encaminaron con seguridad hacia un lugar que conocía muy bien.
El latido de su corazón se aceleró a medida que se acercaba allí. Afortunadamente el verano seguía siendo caluroso y los trabajadores que podía encontrarse por el camino estaban en sus casas, todavía. Sin embargo no podía fiarse, así que se mantuvo en todo momento en alerta.

Al llegar al lugar se detuvo y cogió aire antes de abrir la puerta del cobertizo. Se produjo un sonoro chirrido que pareció rasgar el silencio que la envolvía.
María se quedó un segundo en el umbral observando el interior de aquel lugar. Estaba todo tal como lo recordaba. La mesa vieja en el rincón, los dos taburetes a punto de desplomarse en medio de aquel reducido espacio y las vigas carcomidas por el paso del tiempo.
Apretó los labios y tomó aire de nuevo, respirando el olor a paja mojada.
Allí era donde se encontraba con el Anarquista.
Dio un paso y cerró la puerta tras de sí. En realidad no sabía bien por qué estaba en aquel lugar. Había sido un pálpito, una premonición… ¿Qué buscaba? ¿Dónde buscar exactamente?
María paseó su mirada, inquisitiva por toda la estancia en busca de alguna señal que le indicase que algo estaba fuera de lugar; algo a lo que aferrarse. Sabía que era imposible… sin embargo, su sexto sentido le gritaba que no se rindiese y que si estaba allí era por una buena razón.
Dejó de pensar y se puso a revisar cada rincón en busca de lo que había ido a buscar. Quizá se equivocaba pero debía de intentarlo. No podía quedarse de brazos cruzados sin hacer nada por Gonzalo cuando era posible que ella tuviese la solución al alcance de la mano.
Tan absorta estaba en el registro que no escuchó los pasos que se acercaban al otro lado de la puerta.
María se volvió de golpe al escuchar el sordo chirrido de la puerta abrirse de nuevo.

Sus latidos se detuvieron de golpe y sintió la boca seca al ver al intruso, plantado en el umbral, tan sorprendido como ella.
Tan solo fue capaz de dar unos pasos titubeantes hacia él mientras el corazón volvía a bombearle con fuerza.

-¿Tú?

CONTINUARÁ...

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