CAPÍTULO 75
Se acercaba la medianoche en el Jaral cuando
Gonzalo entró en el cuarto de Esperanza. Su hija llevaba horas durmiendo pero
él había querido ir a velar su sueño.
Se quedó unos instantes observando a su hija
en silencio. Ahora que volvía a estar en casa se daba cuenta del riesgo que
había corrido. El estar a punto de perder la felicidad que tanto le había
costado conseguir junto a María le había hecho darse cuenta de su imprudencia.
Después de la muerte de Germán se dio cuenta de que no podía quedarse de brazos
cruzados. No iba a permitir que hubiese más muertes en las obras del
ferrocarril. ¿Pero cómo detener la ambición de la Montenegro? El gobernador no
se avenía a revisar el proyecto y cada día que pasaba los trabajadores se
jugaban la vida como si de una ruleta rusa se tratase. Alguien tenía que
pararles los pies y tan solo podía hacerlo de una forma: amenazando la
tranquilidad de la señora.
Así había nacido el Anarquista.
Alargó uno de sus dedos y acarició el mentón
de la niña con dulzura.
-No te preocupes mi bien, tu padre no
volverá a poneros en peligro nunca más –murmuró, sabiendo que su hija no le
escuchaba.
Bajo la apariencia de aquel bandido, Gonzalo
había tratado de poner en jaque a la cacique y que los trabajadores se
revelasen contra ella, cosa que no había logrado. Entonces fue cuando María le
contó la relación que existía entre Bosco e Inés y vio la oportunidad de romper
la sociedad entre la Montenegro y el gobernador si la nieta de éste último se
enteraba de cuáles eran las verdaderas intenciones de su prometido. Era un plan
demasiado arriesgado y Gonzalo lo sabía, pero era lo único que se le ocurrió.
Tras echar un último vistazo a Esperanza,
salió del cuarto y volvió al suyo. María estaba sentada frente al tocador, con
el camisón ya puesto y cepillándose el cabello.
Su esposo se detuvo un instante para
contemplarla en silencio. Allí estaba la mujer que amaba con locura, la madre
de su hija, su esposa, su amante y… su salvadora.
La
joven dejó el cepillo sobre el tocador y se dio cuenta de que él la estaba
observando.
-¿Por qué me miras así? –le preguntó,
levantándose.
Gonzalo caminó hacia ella en silencio, sin
poder dejar de mirarla. Cada paso que daba lo veía más claro. Sus ojos pardos
no podían dejar de mirar los de ella; oscuros, seguros, llenos de confianza.
Ahora sabía la verdad.
Se detuvo junto a su esposa quien sintió el
corazón desbocado ante aquella mirada tan extraña. Una mezcla de admiración, orgullo,
cierto aire de incertidumbre y sobre todo amor.
-Gonzalo… ¿por qué me miras así? –le
preguntó con temor mientras sintió la calidez de sus manos sobre su cintura
cuando la rodeó para atraerla hacia él y besarla con mimo.
-Cómo no me di cuenta antes –murmuró, sonriendo.
-¿De qué? –le preguntó ella, cada vez más
asustada.
Gonzalo le colocó un mechón de pelo tras la
oreja, con cariño.
-¿Cuándo lo supiste? –le devolvió él la
pregunta.
María ladeó la cabeza.
-¿Cuándo supe el qué?
Su esposo la observó de nuevo, preguntándose
cómo podía haberlo pasado por alto. Ahora lo veía todo desde otra perspectiva.
Conocer la verdad tan solo había hecho que su amor por María creciese un poco
más.
-¿Cuándo supiste que yo era el Anarquista?
La joven tragó saliva. La pregunta le tomó
por sorpresa. Habían pasado tantas cosas en los últimos meses y ahora estaban
allí, cara a cara, poniendo por primera vez las cartas sobre la mesa. María
podía seguir fingiendo como había hecho hasta ese instante pero ya que su
esposo había decidido hablarle con sinceridad, ella también lo haría.
-Desde el mismo instante que te vi oculto
tras aquellos arbustos, cuando me espiaste en mi salida con Isabel –su
sinceridad sorprendió a Gonzalo y ella continuó, con los ojos brillándole como
dos luceros en la noche oscura-: ¿De verdad pensaste por un solo instante que
podías engañarme, cariño; que no reconocería tu mirada en cualquier parte?
-Y… ¿por qué… por qué no me lo dijiste
enseguida? –inquirió su esposo sin comprender el proceder de la joven.
María se separó un poco de él. Había muchas
cosas que tenían que aclarar y había llegado el momento de hacerlo.
-¿Acaso habría servido de algo? –le cogió de
la mano para que la acompañase hasta uno de los sofás donde tomaron asiento-.
Si no te dije nada fue porque quise saber cuáles eran en realidad tus
intenciones. Aquella noche, cuando regresé del paseo, estuve tentada de
decírtelo. Pero lo pensé mejor y callé. Ni siquiera te conté mi conversación
con Isabel. Sabía que era lo que querías saber y si te lo decía no llegaría a
conocer nunca qué planes tenías en realidad.
-Intuiste que el Anarquista iría a por ti
–sentenció Gonzalo, comprendiendo el proceder de María; le conocía tan bien que
no había podido ocultarle nada.
-No exactamente –le cogió de la mano-. Debo
de reconocer que cuando me “secuestraste” me asusté y me enfadé a partes
iguales –sonrió al recordar aquel momento en que la rabia se apoderó de ella-.
Estuve a punto de estallar allí mismo, Gonzalo, de echarte en cara todo lo que
estabas haciendo. Pero… te conozco lo suficiente como para saber que no habría
logrado nada montándote un numerito. Tenía que ser cauta y averiguar qué era lo
que querías; y para ello debía de hacerte creer que no sabía quién se
encontraba tras el Anarquista.
-Y tampoco me contaste nada de tus
encuentros con él… bueno, conmigo –recordó su esposo, un poco confuso.
María ladeo la cabeza mientras fruncía el
ceño.
-Digamos que… te lo merecías –repuso
acariciándole la mano-. Además, contándotelo no sacaba nada. Necesitaba que el
Anarquista confiase en mí; supe que si quería hacerte desistir de tus planes de
venganza contra la señora, tenía que convencerle a él.
-Al final resultaste ser más lista que yo
–repuso Gonzalo, sin poder ocultar su admiración por ella. Acercó su mano al
rostro de ella y sintió la tibieza de su mejilla-. ¿Y cómo supiste que iría a
por Isabel Ramírez?
María negó con una gran sonrisa en los
labios.
-Porque te conozco perfectamente, mi amor
–le explicó con calma-. Aunque debo de reconocer que no las tenía todas
conmigo, pero después de que el Anarquista preguntase tanto por su relación con
Bosco y que pretendía que Isabel rompiera con él… pensé que su siguiente paso sería
acercarse a ella y comprobar por sí mismo si estaba o no en lo cierto.
Él asintió, comprendiendo su razonamiento.
-En un principio Isabel no quiso escucharme
–le contó Gonzalo, tomando la palabra. María asintió-. Tal como tú misma
dijiste, no pretendía abandonar a Bosco. Sin embargo le di… un pequeño empujón
–su esposa le lanzó una mirada interrogativa-. Le dije que le pusiera a prueba
y vería si estaba enamorada de ella o no. Al parecer lo hizo y el resultado no
fue de su agrado. De manera que acudió al Anarquista para cerrar el trato con
él: ella conseguía los pagarés de la Montenegro y cuando se los presentase al
gobernador, éste rompería todo compromiso entre su nieta y Bosco, quedando ella
libre y sin que nadie supiera cuales eran los verdaderos motivos de esa
ruptura.
-Era un buen trato –declaró su esposa tras
escucharle atentamente-. Isabel se libraba de ser la comidilla de toda la
comarca. Nadie habría descubierto nunca la verdad.
-Efectivamente –corroboró Gonzalo-. Sin
embargo…
-… sin embargo yo estaba en lo cierto, ¿no
es así? –continuó María recordando la de veces que previno al Anarquista en
cuanto a los motivos de la muchacha-. Isabel no era de fiar. Ya te dije que se
movía por venganza y eso la volvía peligrosa. No quisiste hacerme caso y…
-Tomé en cuenta tus advertencias –le cortó
su esposo-. Yo tampoco terminaba de fiarme de ella y por ello fui dejando
“pistas falsas” como el papel con las indicaciones para llegar a la cabaña.
Distorsioné la letra para que nadie la reconociese en el hipotético caso de que
Isabel entregara la misiva a los civiles –María asintió en silencio. Poco a
poco todas las piezas iban encajando en el puzle.
-Al igual que la carta que recibiste tú con
las indicaciones del Anarquista para entrar en la Casona –afirmó la joven,
comprendiendo las cosas.
Gonzalo asintió.
-Necesitaba una coartada por si las cosas no
salían como había planeado e Isabel me traicionaba; tal como ocurrió –continuó
él arrugando la nariz. Contarle la verdad a María significaba una verdadera
liberación-. La noche anterior me presenté ante Gervasio vestido del Anarquista
y le pedí que me entregase la misiva al día siguiente en el Jaral; nadie debía
saber la verdad, tenía que decirme que algo ocurría en la casa de aguas y así
podría salir de casa sin levantar sospechas. Sabía que era todo muy arriesgado.
Incluso que mi padre o tú misma querríais acompañarme y por ello os dije que
llamaseis a los civiles, para ganar tiempo.
-¿Y las ropas que llevabas esa noche? –le
cortó ella-. Porque no eran las mismas que solías llevar.
-Más “pistas falsas” –confesó él alzando una
ceja con picardía-. Todo aquel que había visto al Anarquista sabía cómo eran
sus vestimentas –hizo una leve pausa-. Tú misma me preguntaste en prisión por
ellas, ¿lo recuerdas?
María asintió en silencio.
-Fue un alivio saber que no eran las mismas.
Era una de las pruebas que te exculpaban –se quedó pensativa unos instantes-.
Pero cometiste un pequeño error… con todo ello quedabas exonerado de ser el
Anarquista pero habías cometido un delito. Habías entrado en casa de la
Montenegro para robar unos papeles.
-Sabía que el riesgo que corría era mucho,
mi vida –le acarició el rostro de nuevo, pidiéndole perdón por lo sucedido-. Y
por ello te pido perdón. Pero cada vez que pensaba en esos pobres trabajadores
que se jugaban la vida a diario por mi culpa… no podía quedarme con los brazos
cruzados.
María comprendía sus razones. Pero había
puesto en riesgo su libertad y con ella la felicidad de su familia.
-El precio que ibas a pagar por tratar de
salvarles era demasiado caro –le echó en cara.
Gonzalo tragó saliva.
-Lo sé… y por ello también tracé un plan con
Nicolás para obligar a Francisca a retirar la demanda en mi contra.
-Conozco el plan –dijo su esposa de
repente-. Después de que te detuviesen, estuve pensando dónde podrías guardar
las cosas del Anarquista. Necesitabas un lugar que nadie conociera. Sabía que
la cabaña no era segura. Isabel habría avisado a los civiles de su ubicación y
ya estaría registrada; así que debía de existir otro lugar. Un lugar que solo
tú conocieras. Y entonces lo tuve claro: nuestro cobertizo. ¿Qué mejor
escondite que aquel que solo tú y yo conocíamos? Una tarde acudí allí en busca
de las pruebas que podrían inculparte y me encontré con Nicolás. Al principio
él estaba tan sorprendido como yo de encontrarnos pero supe que su presencia
allí solo debía deberse a una cosa: conocía tu secreto. De manera que le dije
que también estaba al tanto y me contó cuál era vuestro plan para obligar a
Francisca a retirar la denuncia: el Anarquista volvería a amenazarla en público,
pero esta vez sus amenazas irían dirigidas a alguien que ella estimase, a
Bosco.
-Jugué con fuego, lo reconozco –confesó
Gonzalo, negando con la cabeza-. No sabía hasta qué punto la señora estimaba a
su protegido pero solo yendo a por él, ella podía echarse atrás.
-Aún así sigo pensando que era muy
arriesgado –le echó en cara ella-. Ya viste cuando iban a trasladarte a prisión
que por mucho que le insistí en que retirase la denuncia sino quería que su
protegido pagase las consecuencias, la Montenegro se negó. Tan solo cuando la
amenacé con revelarle a Bosco su verdadero origen fue cuando cambió de opinión.
Gonzalo alzó la mirada hacia ella y sonrió
orgulloso al recordar aquel momento.
-¿De qué te ríes? –le preguntó María sin
comprender a que venía su gesto.
-Pues de lo valiente que fuiste, mi amor –le
acarició con suavidad la mejilla-. Y de lo orgulloso que estoy de ti. Jamás
hubiese imaginado que tras aquel disfraz de Anarquista que cogió a la señora
como rehén cuando iban a trasladarme a prisión, te encontrabas tú.
María enrojeció débilmente.
-No tuve más opción –le confesó mordiéndose
el labio inferior-. Al enterarme de que Nicolás estaba junto a Mariana y que no
podría acudir a la salida del cuartelillo no pensé en otra cosa que todo iba a
salir mal y que tú esperabas al Anarquista para que te salvase.
-Así que no te lo pensaste dos veces
–continuó su esposo con un nudo en la garganta-, y te pusiste mis ropas de
enmascarado.
-He de confesarte que estaba muerta de
miedo. No sabía si tendría el valor suficiente para coger a Francisca como
rehén y… -María se estremeció al recordar el mal tragó que había pasado en
aquel momento. Había tenido los arrestos suficientes para amenazar a la que fue
su madrina y todo por Gonzalo.
-Lo hiciste muy bien, cariño –declaró su
esposo con un brillo especial en su mirada-. Estoy muy orgulloso de ti.
María suspiró levemente.
-Tan solo espero que no vuelvas a hacerme
pasar nunca más por una situación semejante.
-Te lo prometo mi vida –se apresuró a
decirle él acercándose más a ella-. El Anarquista no volverá.
María se abrazó a Gonzalo con fuerza,
acariciándole la nuca.
-He pasado tanto miedo estas semanas,
creyendo que no volveríamos a estar así, juntos de nuevo.
-Eso no ocurrirá María –la tranquilizó su
esposo estrechándola entre sus brazos.
Ella asintió.
De repente pareció recordar algo más.
-Todavía hay algo que no tengo claro,
Gonzalo.
-Dime.
-¿Cómo lo hiciste en la iglesia y en la
Casona para que nadie te descubriese?
Él joven suspiró.
-Verás… en la iglesia fue relativamente
sencillo –comenzó a contarle-. Conozco cada rincón de ella, para algo fui
sacerdote, allí mismo. El pasillo que conduce a la sacristía tiene un armario
que está atascado; bueno, en realidad es una puerta que conduce directamente al
coro. Había dejado allí las cosas y solo tuve que ponérmelas.
-Pero Mauricio y sus hombres inspeccionaron
el lugar y no encontraron ningún pasadizo secreto ni nada por el estilo
–recordó su esposa.
-Porque la entrada está en el propio órgano
–explicó el joven-. El mueble está tan derruido que nadie se atrevería a
tocarle ni un tablón por miedo a que se le viniese encima. Por eso no lo
encontraron.
-¿Y don Anselmo, no se dio cuenta de tu
ausencia en ese tiempo?
Gonzalo negó con la cabeza.
-Justo cuando regresaba para buscarle, me lo
encontré en el pasillo e hice como que iba a buscarle entonces. El pobre jamás
imaginó nada.
Ahora todas las piezas comenzaban a encajar
a la perfección.
-¿Y en la Casona? –quiso saber su esposa,
sin ocultar su interés-. Porque allí la vigilancia era mayor y llegamos juntos.
¿Cómo lo hiciste?
-Si lo logré allí fue gracias a la ayuda de
Nicolás –confesó Gonzalo recordando aquel instante en que el marido de Mariana
se presentó en la casa de aguas para hablarle de ello-. Él fue el único que se
dio cuenta en la iglesia de que podía haber sido yo fácilmente y… bueno, me
reconoció. Pensé que pondría el grito en el cielo pero nada más lejos de la
realidad. Me dijo que contase con él para lo que fuese menester. Le tiene tanto
aprecio a la Montenegro como nosotros, por todo lo que hizo sufrir a tu tía
Mariana; además tenía clavada la espinita de cuando les negó el viaje de
novios.
-Así que él entró las ropas junto al
material fotográfico –concluyó la joven, recordando aquella noche en la pedida
de mano de la nieta del gobernador cuando se lo encontraron trabajando.
-Luego solo tuvimos que quitar la luz para
crear el pequeño caos y aprovechar esos instantes de incertidumbre para volver
a dejar las ropas entre sus cosas.
María asintió. Ahora todo quedaba claro.
-Ahora… ¿puedo preguntarte yo una cosa? –la
interrogó él.
-¿El qué?
-Tu último encuentro con el Anarquista…
-Gonzalo tragó saliva, indeciso-. Estuviste a punto de besarle.
-De besarte –le rectificó ella-. Jamás
besaría otros labios que no fueran los tuyos, Gonzalo.
El joven se levantó del sofá y la cogió de
la mano.
-Ni yo tampoco, mi vida –le confesó él
mientras ella se levantaba.
-Ya –declaró con ambigüedad.
-¿No me crees? –se extrañó Gonzalo.
María se alejó un poco y caminó hacia la
cama.
-Te vi con Isabel en la cabaña –confesó sin
mirarle. Recordar aquel momento no era de su agrado. Cuando vio a la nieta del
gobernador acercándose a su esposo con intención de seducirle, tuvo que hacer
acopio de todas sus fuerzas para no interrumpir el encuentro. Se volvió hacia
Gonzalo-. Intentó besarte.
Su esposo se sorprendió. ¿María le había
espiado aquella vez? Se acercó a ella.
-Cariño, cariño, lo siento –se disculpó por
algo que no había hecho pero que sentía en la obligación de hacerlo-. Jamás la
hubiese besado. Y no lo hice. ¿Lo sabes, verdad? La detuve a tiempo.
-Lo sé, Gonzalo. Sé que la rechazaste y que
por eso te traicionó –suspiró aliviada-. Confío demasiado en ti. Sé que me
quieres sobre todas las cosas y que jamás me engañarías, pero… ver a otra
queriendo… -negó con la cabeza alejando aquel horrible pensamiento de su
mente-. Prométeme que nunca…
Gonzalo cogió el rostro de María entre sus
manos, acariciándole con los dedos la línea del mentón. Sus ojos brillaban
llenos de amor.
-Nunca –le dijo él-. Te lo prometo. Soy tuyo
amor mío. Al igual que tú eres mía.
María se abrazó con fuerza a Gonzalo que la
rodeó con su brazo por la cintura.
-Por toda la eternidad –le susurró ella
perdiéndose en sus ojos pardos antes de besarle con pasión.
Los secretos entre ellos se habían acabado.
De nuevo volvían a caminar de la mano hacia el futuro que se les presentaba
lleno de proyectos que llevar a cabo.
Los días que habían pasado separados sirvieron
para que comprendieran que eran uno solo y que afrontarían cualquier adversidad
unidos.
Esa noche sus cuerpos volvieron a ser un
único ser, hecho de besos y caricias, de promesas y reencuentros, de pasión y
ternura, de miradas y de palabras que renovaban su entrega.
El amanecer les sorprendió abrazados, con
las manos entrelazadas y con sus corazones latiendo a un solo ritmo, el que
marcaba su amor.
Gonzalo bajó la cabeza para mirar el hermoso
rostro de María quien jugueteaba con sus dedos.
Al sentirse observada, levantó la mirada
hacia él y sonrió. Su esposo se aproximó a ella y rozó su nariz con la suya
antes de depositar un último beso sobre sus cálidos labios.
-Te quiero –le recordó él recorriendo la
piel de su labio con la yema del dedo.
-Y yo a ti, amor mío –dijo ella sintiendo aun
el sabor de su dulce boca.
Gonzalo miró hacia la ventana y vio el
primer rayo de sol salir por el horizonte.
-Se nos ha hecho de día.
De repente María recordó algo.
-Gonzalo –se mordió el labio; después de
todo lo ocurrido en los últimos días lo había olvidado por completo pero había
llegado el momento de contarle el último secreto que faltaba por revelar y que
les cambiaría la vida-. Hay algo que todavía no te he dicho.
Al ver el semblante preocupado de María se
estremeció.
-¿Qué ocurre?
Ella le miró emocionada.
-Estoy embarazada.
CONTINUARÁ...
Me encanta , precioso capitulo. Que va a haber baby boom en pv solo faltan tristan y candela no jajja
ResponderEliminarayyyy, creo que es lo más bonito que he leído nunca, me encanta este capitulo Melita ;)
ResponderEliminarMi mas gran enhorabuena ,por este magnifico relato,me desperto el interes por leer!!! Me lo he pasado bomba,las ilustraciones ,que decir "preciosas imagenes".Deseando seguir leyendo cositas tan buenas!!!!!
ResponderEliminarMuchas gracias a tod@s. Me alegro que hayáis disfrutado.
ResponderEliminarQUÉ MARAVILLA!!! Ya decía yo que si el Anarquista había logrado cautivar a María sólo podía ser por una razón, jejeje
ResponderEliminarque sepas que me ha encantado la historia entera y este capítulo en particular. Fascinada y enamorada de tu forma de escribir!!!
deseando estoy que comiences a publicar la siguiente historia en la que, ¡por fin! sabremos qué pasó en los momentos que la serie se empeñó en dejar en off. Estoy segura de que me encantará. Lo único malo es que sea cada dos días... con el ansia viva estoy... jajaja
lo dicho MIL GRACIAS!!!! Un placer leerte
Muchísimas gracias!!! Te aseguro que no te decepcionará el OFF. No están largo como el Anarquista, una tercera parte, pero con mucho amor y sentimientos a flor a piel. Se acabó el sufrir.
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