miércoles, 1 de abril de 2015

CAPÍTULO 75 
Se acercaba la medianoche en el Jaral cuando Gonzalo entró en el cuarto de Esperanza. Su hija llevaba horas durmiendo pero él había querido ir a velar su sueño.
Se quedó unos instantes observando a su hija en silencio. Ahora que volvía a estar en casa se daba cuenta del riesgo que había corrido. El estar a punto de perder la felicidad que tanto le había costado conseguir junto a María le había hecho darse cuenta de su imprudencia. Después de la muerte de Germán se dio cuenta de que no podía quedarse de brazos cruzados. No iba a permitir que hubiese más muertes en las obras del ferrocarril. ¿Pero cómo detener la ambición de la Montenegro? El gobernador no se avenía a revisar el proyecto y cada día que pasaba los trabajadores se jugaban la vida como si de una ruleta rusa se tratase. Alguien tenía que pararles los pies y tan solo podía hacerlo de una forma: amenazando la tranquilidad de la señora.
Así había nacido el Anarquista. 
Alargó uno de sus dedos y acarició el mentón de la niña con dulzura.
-No te preocupes mi bien, tu padre no volverá a poneros en peligro nunca más –murmuró, sabiendo que su hija no le escuchaba.
Bajo la apariencia de aquel bandido, Gonzalo había tratado de poner en jaque a la cacique y que los trabajadores se revelasen contra ella, cosa que no había logrado. Entonces fue cuando María le contó la relación que existía entre Bosco e Inés y vio la oportunidad de romper la sociedad entre la Montenegro y el gobernador si la nieta de éste último se enteraba de cuáles eran las verdaderas intenciones de su prometido. Era un plan demasiado arriesgado y Gonzalo lo sabía, pero era lo único que se le ocurrió.

Tras echar un último vistazo a Esperanza, salió del cuarto y volvió al suyo. María estaba sentada frente al tocador, con el camisón ya puesto y cepillándose el cabello.
Su esposo se detuvo un instante para contemplarla en silencio. Allí estaba la mujer que amaba con locura, la madre de su hija, su esposa, su amante y… su salvadora.
 La joven dejó el cepillo sobre el tocador y se dio cuenta de que él la estaba observando.
-¿Por qué me miras así? –le preguntó, levantándose.
Gonzalo caminó hacia ella en silencio, sin poder dejar de mirarla. Cada paso que daba lo veía más claro. Sus ojos pardos no podían dejar de mirar los de ella; oscuros, seguros, llenos de confianza. Ahora sabía la verdad.

Se detuvo junto a su esposa quien sintió el corazón desbocado ante aquella mirada tan extraña. Una mezcla de admiración, orgullo, cierto aire de incertidumbre y sobre todo amor.
-Gonzalo… ¿por qué me miras así? –le preguntó con temor mientras sintió la calidez de sus manos sobre su cintura cuando la rodeó para atraerla hacia él y besarla con mimo.
-Cómo no me di cuenta antes –murmuró, sonriendo.
-¿De qué? –le preguntó ella, cada vez más asustada.
Gonzalo le colocó un mechón de pelo tras la oreja, con cariño.
-¿Cuándo lo supiste? –le devolvió él la pregunta.
María ladeó la cabeza.
-¿Cuándo supe el qué?

Su esposo la observó de nuevo, preguntándose cómo podía haberlo pasado por alto. Ahora lo veía todo desde otra perspectiva. Conocer la verdad tan solo había hecho que su amor por María creciese un poco más.
 -¿Cuándo supiste que yo era el Anarquista?
La joven tragó saliva. La pregunta le tomó por sorpresa. Habían pasado tantas cosas en los últimos meses y ahora estaban allí, cara a cara, poniendo por primera vez las cartas sobre la mesa. María podía seguir fingiendo como había hecho hasta ese instante pero ya que su esposo había decidido hablarle con sinceridad, ella también lo haría.
-Desde el mismo instante que te vi oculto tras aquellos arbustos, cuando me espiaste en mi salida con Isabel –su sinceridad sorprendió a Gonzalo y ella continuó, con los ojos brillándole como dos luceros en la noche oscura-: ¿De verdad pensaste por un solo instante que podías engañarme, cariño; que no reconocería tu mirada en cualquier parte?
-Y… ¿por qué… por qué no me lo dijiste enseguida? –inquirió su esposo sin comprender el proceder de la joven.
María se separó un poco de él. Había muchas cosas que tenían que aclarar y había llegado el momento de hacerlo.
-¿Acaso habría servido de algo? –le cogió de la mano para que la acompañase hasta uno de los sofás donde tomaron asiento-. Si no te dije nada fue porque quise saber cuáles eran en realidad tus intenciones. Aquella noche, cuando regresé del paseo, estuve tentada de decírtelo. Pero lo pensé mejor y callé. Ni siquiera te conté mi conversación con Isabel. Sabía que era lo que querías saber y si te lo decía no llegaría a conocer nunca qué planes tenías en realidad.
-Intuiste que el Anarquista iría a por ti –sentenció Gonzalo, comprendiendo el proceder de María; le conocía tan bien que no había podido ocultarle nada.
-No exactamente –le cogió de la mano-. Debo de reconocer que cuando me “secuestraste” me asusté y me enfadé a partes iguales –sonrió al recordar aquel momento en que la rabia se apoderó de ella-. Estuve a punto de estallar allí mismo, Gonzalo, de echarte en cara todo lo que estabas haciendo. Pero… te conozco lo suficiente como para saber que no habría logrado nada montándote un numerito. Tenía que ser cauta y averiguar qué era lo que querías; y para ello debía de hacerte creer que no sabía quién se encontraba tras el Anarquista.

-Y tampoco me contaste nada de tus encuentros con él… bueno, conmigo –recordó su esposo, un poco confuso.
María ladeo la cabeza mientras fruncía el ceño.
-Digamos que… te lo merecías –repuso acariciándole la mano-. Además, contándotelo no sacaba nada. Necesitaba que el Anarquista confiase en mí; supe que si quería hacerte desistir de tus planes de venganza contra la señora, tenía que convencerle a él.
-Al final resultaste ser más lista que yo –repuso Gonzalo, sin poder ocultar su admiración por ella. Acercó su mano al rostro de ella y sintió la tibieza de su mejilla-. ¿Y cómo supiste que iría a por Isabel Ramírez?
María negó con una gran sonrisa en los labios.
-Porque te conozco perfectamente, mi amor –le explicó con calma-. Aunque debo de reconocer que no las tenía todas conmigo, pero después de que el Anarquista preguntase tanto por su relación con Bosco y que pretendía que Isabel rompiera con él… pensé que su siguiente paso sería acercarse a ella y comprobar por sí mismo si estaba o no en lo cierto.
Él asintió, comprendiendo su razonamiento.
-En un principio Isabel no quiso escucharme –le contó Gonzalo, tomando la palabra. María asintió-. Tal como tú misma dijiste, no pretendía abandonar a Bosco. Sin embargo le di… un pequeño empujón –su esposa le lanzó una mirada interrogativa-. Le dije que le pusiera a prueba y vería si estaba enamorada de ella o no. Al parecer lo hizo y el resultado no fue de su agrado. De manera que acudió al Anarquista para cerrar el trato con él: ella conseguía los pagarés de la Montenegro y cuando se los presentase al gobernador, éste rompería todo compromiso entre su nieta y Bosco, quedando ella libre y sin que nadie supiera cuales eran los verdaderos motivos de esa ruptura.

-Era un buen trato –declaró su esposa tras escucharle atentamente-. Isabel se libraba de ser la comidilla de toda la comarca. Nadie habría descubierto nunca la verdad.
-Efectivamente –corroboró Gonzalo-. Sin embargo…
-… sin embargo yo estaba en lo cierto, ¿no es así? –continuó María recordando la de veces que previno al Anarquista en cuanto a los motivos de la muchacha-. Isabel no era de fiar. Ya te dije que se movía por venganza y eso la volvía peligrosa. No quisiste hacerme caso y…
-Tomé en cuenta tus advertencias –le cortó su esposo-. Yo tampoco terminaba de fiarme de ella y por ello fui dejando “pistas falsas” como el papel con las indicaciones para llegar a la cabaña. Distorsioné la letra para que nadie la reconociese en el hipotético caso de que Isabel entregara la misiva a los civiles –María asintió en silencio. Poco a poco todas las piezas iban encajando en el puzle.
-Al igual que la carta que recibiste tú con las indicaciones del Anarquista para entrar en la Casona –afirmó la joven, comprendiendo las cosas.
Gonzalo asintió.
-Necesitaba una coartada por si las cosas no salían como había planeado e Isabel me traicionaba; tal como ocurrió –continuó él arrugando la nariz. Contarle la verdad a María significaba una verdadera liberación-. La noche anterior me presenté ante Gervasio vestido del Anarquista y le pedí que me entregase la misiva al día siguiente en el Jaral; nadie debía saber la verdad, tenía que decirme que algo ocurría en la casa de aguas y así podría salir de casa sin levantar sospechas. Sabía que era todo muy arriesgado. Incluso que mi padre o tú misma querríais acompañarme y por ello os dije que llamaseis a los civiles, para ganar tiempo.
-¿Y las ropas que llevabas esa noche? –le cortó ella-. Porque no eran las mismas que solías llevar.
-Más “pistas falsas” –confesó él alzando una ceja con picardía-. Todo aquel que había visto al Anarquista sabía cómo eran sus vestimentas –hizo una leve pausa-. Tú misma me preguntaste en prisión por ellas, ¿lo recuerdas?
María asintió en silencio.
-Fue un alivio saber que no eran las mismas. Era una de las pruebas que te exculpaban –se quedó pensativa unos instantes-. Pero cometiste un pequeño error… con todo ello quedabas exonerado de ser el Anarquista pero habías cometido un delito. Habías entrado en casa de la Montenegro para robar unos papeles.

-Sabía que el riesgo que corría era mucho, mi vida –le acarició el rostro de nuevo, pidiéndole perdón por lo sucedido-. Y por ello te pido perdón. Pero cada vez que pensaba en esos pobres trabajadores que se jugaban la vida a diario por mi culpa… no podía quedarme con los brazos cruzados.
María comprendía sus razones. Pero había puesto en riesgo su libertad y con ella la felicidad de su familia.
-El precio que ibas a pagar por tratar de salvarles era demasiado caro –le echó en cara.
Gonzalo tragó saliva.
-Lo sé… y por ello también tracé un plan con Nicolás para obligar a Francisca a retirar la demanda en mi contra.
-Conozco el plan –dijo su esposa de repente-. Después de que te detuviesen, estuve pensando dónde podrías guardar las cosas del Anarquista. Necesitabas un lugar que nadie conociera. Sabía que la cabaña no era segura. Isabel habría avisado a los civiles de su ubicación y ya estaría registrada; así que debía de existir otro lugar. Un lugar que solo tú conocieras. Y entonces lo tuve claro: nuestro cobertizo. ¿Qué mejor escondite que aquel que solo tú y yo conocíamos? Una tarde acudí allí en busca de las pruebas que podrían inculparte y me encontré con Nicolás. Al principio él estaba tan sorprendido como yo de encontrarnos pero supe que su presencia allí solo debía deberse a una cosa: conocía tu secreto. De manera que le dije que también estaba al tanto y me contó cuál era vuestro plan para obligar a Francisca a retirar la denuncia: el Anarquista volvería a amenazarla en público, pero esta vez sus amenazas irían dirigidas a alguien que ella estimase, a Bosco.
-Jugué con fuego, lo reconozco –confesó Gonzalo, negando con la cabeza-. No sabía hasta qué punto la señora estimaba a su protegido pero solo yendo a por él, ella podía echarse atrás.
-Aún así sigo pensando que era muy arriesgado –le echó en cara ella-. Ya viste cuando iban a trasladarte a prisión que por mucho que le insistí en que retirase la denuncia sino quería que su protegido pagase las consecuencias, la Montenegro se negó. Tan solo cuando la amenacé con revelarle a Bosco su verdadero origen fue cuando cambió de opinión.
Gonzalo alzó la mirada hacia ella y sonrió orgulloso al recordar aquel momento.
-¿De qué te ríes? –le preguntó María sin comprender a que venía su gesto.
-Pues de lo valiente que fuiste, mi amor –le acarició con suavidad la mejilla-. Y de lo orgulloso que estoy de ti. Jamás hubiese imaginado que tras aquel disfraz de Anarquista que cogió a la señora como rehén cuando iban a trasladarme a prisión, te encontrabas tú.
María enrojeció débilmente.
-No tuve más opción –le confesó mordiéndose el labio inferior-. Al enterarme de que Nicolás estaba junto a Mariana y que no podría acudir a la salida del cuartelillo no pensé en otra cosa que todo iba a salir mal y que tú esperabas al Anarquista para que te salvase.

-Así que no te lo pensaste dos veces –continuó su esposo con un nudo en la garganta-, y te pusiste mis ropas de enmascarado.
-He de confesarte que estaba muerta de miedo. No sabía si tendría el valor suficiente para coger a Francisca como rehén y… -María se estremeció al recordar el mal tragó que había pasado en aquel momento. Había tenido los arrestos suficientes para amenazar a la que fue su madrina y todo por Gonzalo.
-Lo hiciste muy bien, cariño –declaró su esposo con un brillo especial en su mirada-. Estoy muy orgulloso de ti.
María suspiró levemente.
-Tan solo espero que no vuelvas a hacerme pasar nunca más por una situación semejante.
-Te lo prometo mi vida –se apresuró a decirle él acercándose más a ella-. El Anarquista no volverá.
María se abrazó a Gonzalo con fuerza, acariciándole la nuca.
-He pasado tanto miedo estas semanas, creyendo que no volveríamos a estar así, juntos de nuevo.
-Eso no ocurrirá María –la tranquilizó su esposo estrechándola entre sus brazos.
Ella asintió.
De repente pareció recordar algo más.
-Todavía hay algo que no tengo claro, Gonzalo.
-Dime.
-¿Cómo lo hiciste en la iglesia y en la Casona para que nadie te descubriese?
Él joven suspiró.
-Verás… en la iglesia fue relativamente sencillo –comenzó a contarle-. Conozco cada rincón de ella, para algo fui sacerdote, allí mismo. El pasillo que conduce a la sacristía tiene un armario que está atascado; bueno, en realidad es una puerta que conduce directamente al coro. Había dejado allí las cosas y solo tuve que ponérmelas.

-Pero Mauricio y sus hombres inspeccionaron el lugar y no encontraron ningún pasadizo secreto ni nada por el estilo –recordó su esposa.
-Porque la entrada está en el propio órgano –explicó el joven-. El mueble está tan derruido que nadie se atrevería a tocarle ni un tablón por miedo a que se le viniese encima. Por eso no lo encontraron.
-¿Y don Anselmo, no se dio cuenta de tu ausencia en ese tiempo?
Gonzalo negó con la cabeza.
-Justo cuando regresaba para buscarle, me lo encontré en el pasillo e hice como que iba a buscarle entonces. El pobre jamás imaginó nada.
Ahora todas las piezas comenzaban a encajar a la perfección.
-¿Y en la Casona? –quiso saber su esposa, sin ocultar su interés-. Porque allí la vigilancia era mayor y llegamos juntos. ¿Cómo lo hiciste?
-Si lo logré allí fue gracias a la ayuda de Nicolás –confesó Gonzalo recordando aquel instante en que el marido de Mariana se presentó en la casa de aguas para hablarle de ello-. Él fue el único que se dio cuenta en la iglesia de que podía haber sido yo fácilmente y… bueno, me reconoció. Pensé que pondría el grito en el cielo pero nada más lejos de la realidad. Me dijo que contase con él para lo que fuese menester. Le tiene tanto aprecio a la Montenegro como nosotros, por todo lo que hizo sufrir a tu tía Mariana; además tenía clavada la espinita de cuando les negó el viaje de novios.
-Así que él entró las ropas junto al material fotográfico –concluyó la joven, recordando aquella noche en la pedida de mano de la nieta del gobernador cuando se lo encontraron trabajando.
-Luego solo tuvimos que quitar la luz para crear el pequeño caos y aprovechar esos instantes de incertidumbre para volver a dejar las ropas entre sus cosas.
María asintió. Ahora todo quedaba claro.
-Ahora… ¿puedo preguntarte yo una cosa? –la interrogó él.
-¿El qué?
-Tu último encuentro con el Anarquista… -Gonzalo tragó saliva, indeciso-. Estuviste a punto de besarle.

-De besarte –le rectificó ella-. Jamás besaría otros labios que no fueran los tuyos, Gonzalo.
El joven se levantó del sofá y la cogió de la mano.
-Ni yo tampoco, mi vida –le confesó él mientras ella se levantaba.
-Ya –declaró con ambigüedad.
-¿No me crees? –se extrañó Gonzalo.
María se alejó un poco y caminó hacia la cama.
-Te vi con Isabel en la cabaña –confesó sin mirarle. Recordar aquel momento no era de su agrado. Cuando vio a la nieta del gobernador acercándose a su esposo con intención de seducirle, tuvo que hacer acopio de todas sus fuerzas para no interrumpir el encuentro. Se volvió hacia Gonzalo-. Intentó besarte.
Su esposo se sorprendió. ¿María le había espiado aquella vez? Se acercó a ella.
-Cariño, cariño, lo siento –se disculpó por algo que no había hecho pero que sentía en la obligación de hacerlo-. Jamás la hubiese besado. Y no lo hice. ¿Lo sabes, verdad? La detuve a tiempo.
-Lo sé, Gonzalo. Sé que la rechazaste y que por eso te traicionó –suspiró aliviada-. Confío demasiado en ti. Sé que me quieres sobre todas las cosas y que jamás me engañarías, pero… ver a otra queriendo… -negó con la cabeza alejando aquel horrible pensamiento de su mente-. Prométeme que nunca…
Gonzalo cogió el rostro de María entre sus manos, acariciándole con los dedos la línea del mentón. Sus ojos brillaban llenos de amor.
-Nunca –le dijo él-. Te lo prometo. Soy tuyo amor mío. Al igual que tú eres mía.
María se abrazó con fuerza a Gonzalo que la rodeó con su brazo por la cintura.
-Por toda la eternidad –le susurró ella perdiéndose en sus ojos pardos antes de besarle con pasión.
Los secretos entre ellos se habían acabado. De nuevo volvían a caminar de la mano hacia el futuro que se les presentaba lleno de proyectos que llevar a cabo.

Los días que habían pasado separados sirvieron para que comprendieran que eran uno solo y que afrontarían cualquier adversidad unidos.
Esa noche sus cuerpos volvieron a ser un único ser, hecho de besos y caricias, de promesas y reencuentros, de pasión y ternura, de miradas y de palabras que renovaban su entrega.
El amanecer les sorprendió abrazados, con las manos entrelazadas y con sus corazones latiendo a un solo ritmo, el que marcaba su amor.
Gonzalo bajó la cabeza para mirar el hermoso rostro de María quien jugueteaba con sus dedos.
Al sentirse observada, levantó la mirada hacia él y sonrió. Su esposo se aproximó a ella y rozó su nariz con la suya antes de depositar un último beso sobre sus cálidos labios.

-Te quiero –le recordó él recorriendo la piel de su labio con la yema del dedo.
-Y yo a ti, amor mío –dijo ella sintiendo aun el sabor de su dulce boca.
Gonzalo miró hacia la ventana y vio el primer rayo de sol salir por el horizonte.
-Se nos ha hecho de día.
De repente María recordó algo.
-Gonzalo –se mordió el labio; después de todo lo ocurrido en los últimos días lo había olvidado por completo pero había llegado el momento de contarle el último secreto que faltaba por revelar y que les cambiaría la vida-. Hay algo que todavía no te he dicho.

Al ver el semblante preocupado de María se estremeció.
-¿Qué ocurre?
Ella le miró emocionada.
-Estoy embarazada.
CONTINUARÁ...

6 comentarios:

  1. Me encanta , precioso capitulo. Que va a haber baby boom en pv solo faltan tristan y candela no jajja

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  2. ayyyy, creo que es lo más bonito que he leído nunca, me encanta este capitulo Melita ;)

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  3. Mi mas gran enhorabuena ,por este magnifico relato,me desperto el interes por leer!!! Me lo he pasado bomba,las ilustraciones ,que decir "preciosas imagenes".Deseando seguir leyendo cositas tan buenas!!!!!

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  4. Muchas gracias a tod@s. Me alegro que hayáis disfrutado.

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  5. QUÉ MARAVILLA!!! Ya decía yo que si el Anarquista había logrado cautivar a María sólo podía ser por una razón, jejeje

    que sepas que me ha encantado la historia entera y este capítulo en particular. Fascinada y enamorada de tu forma de escribir!!!

    deseando estoy que comiences a publicar la siguiente historia en la que, ¡por fin! sabremos qué pasó en los momentos que la serie se empeñó en dejar en off. Estoy segura de que me encantará. Lo único malo es que sea cada dos días... con el ansia viva estoy... jajaja

    lo dicho MIL GRACIAS!!!! Un placer leerte

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  6. Muchísimas gracias!!! Te aseguro que no te decepcionará el OFF. No están largo como el Anarquista, una tercera parte, pero con mucho amor y sentimientos a flor a piel. Se acabó el sufrir.

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