sábado, 28 de marzo de 2015

CAPÍTULO 71 
Se dice que las malas noticias vuelan en cuanto ocurren; pues en el caso de las buenas, como lo acaecido a la salida del cuartelillo, también ocurrió lo mismo.
Candela llegó al Jaral y entró como un vendaval en el salón.
-¡María! –gritó con júbilo, esperando que la joven aun estuviese en casa-. ¡María!
La esposa de Gonzalo bajó enseguida, preocupada por las voces.
-Candela… ¿qué ocurre?
-No te lo vas a creer muchacha –le cogió las manos. Sus ojos brillaban cargados de emoción-. Es Martín… el juez ha retirado los cargos, y le deja libre.
María parpadeó varias veces, creyendo que no había escuchado bien.
-Candela… ¿está de chanza? –murmuró con el corazón latiéndole con fuerza. ¿Había escuchado bien?-. Pero… ¿cómo ha sido? ¿Qué ha pasado? –miró hacia la puerta esperando ver entrar a su esposo de un momento a otro-. ¿Y dónde está Gonzalo?

La esposa de Tristán se mordió el labio inferior mostrando una sonrisa.
-Calma –le pidió-. Ni siquiera sé muy bien lo que ha pasado porque ha sido todo un caos –le indicó el sofá y ambas se sentaron para poder contarle lo ocurrido-. Al llegar al cuartelillo para despedirle, nos encontramos con la señora, que había acudido para cerciorarse de que Gonzalo iba a ser trasladado. Tuvimos unas palabras desagradables con ella y poco después cuando Gonzalo salió de allí, para sorpresa de todos, apareció ese famoso… Anarquista y tomó a la señora como rehén.
-¿QUÉ?
-Como lo oyes –confirmó Candela, asintiendo-. El enmascarado la apartó de nosotros, y algo habló con ella. No sabemos que se dijeron aunque por la cara de la Montenegro no debía de gustarle nada. El caso es que pensábamos que iba a secuestrarla o algo peor cuando uno de los guardias salió del cuartelillo y nos dijo que el juez había revocado la sentencia a Gonzalo.
-Pero… ¿por qué motivo? –se extrañó María, sin comprender-. ¿Acaso la señora había dado la orden?

-No lo creo –negó la esposa de Tristán-. Quien quitó la denuncia fue el propio Bosco. ¿Los motivos? Los desconocemos. Tan solo nos dijo que era de justicia y le pidió disculpas a Gonzalo.
-Y el… Anarquista, ¿qué hizo entonces? –quiso saber María-. ¿Se llevó a la señora?
Candela negó con la cabeza.
-Estábamos todos tan sorprendidos por lo que acababa de hacer Bosco que nos olvidamos de ella y… y cuando quisimos darnos cuenta, el enmascarado había desaparecido y Francisca se hallaba tendida en el suelo.
María no daba crédito a lo que estaba escuchando.
-Tristán se ha quedado en el cuartelillo esperando a que pongan a Gonzalo en libertad. Yo he venido lo más rápidamente posible para contarte lo ocurrido.
María se levantó.

-Muchas gracias, Candela –se abrazó a ella, feliz y emocionada por la noticia-. Algo me decía que Gonzalo iba a salir en libertad. Mi corazón no me engañaba.
-¡Al fin las cosas comienzan a solucionarse, hija! –declaró la esposa de Tristán compartiendo la misma alegría de la joven-. Voy a la cocina para avisarles que hagan comida para cuatro –ya se marchaba cuando recordó algo-. Por cierto… ¿qué se sabe de tu tía Mariana? ¿No ibas a ir al hospital?
María se volvió hacia ella.
-Así es… me estaba preparando para ello cuando ha llegado usted –sonrió-. Iba a verla ahora mismo, pero… esperaré a Gonzalo para ir juntos.
Candela asintió.
Justo en ese instante, la campanilla de la puerta del Jaral sonó y la propia Candela fue a abrir.
-Madre –se extrañó María al ver entrar a Emilia-. ¿Qué hace usted aquí? ¿No estaba en el hospital con la tía Mariana?
-De allí vengo, cariño –declaró la esposa de Alfonso y sonrió-. Tu tía Mariana ha dado ya a luz… -Candela y María se llevaron las manos a la boca, emocionadas por la noticia-. Un niño. Tendríais que verle, es tan… tan pequeño.
-¿Y Maríana? –le preguntó Candela con un brillo de emoción en la mirada-. ¿Cómo está?

-Muy cansada, como es normal –dijo Emilia volviéndose hacia su cuñada-. Pero feliz por tener ya a su Juanito entre sus brazos.
-¿Juanito? –pareció extrañarse María.
-Sí –la voz de Emilia se quebró emocionada y unas lágrimas le saltaron de sus hermosos ojos-. Como su hermano. Tendríais que ver a Rosario… está tan… feliz. Su primer nieto varón y se llama como su hijo.
-Y Nicolás estará que no se lo cree –pensó Candela en voz alta.
-No se ha separado de ella ni un solo momento –confirmó Emilia. Ladeó la cabeza y al ver que eran casi las dos, se sorprendió-. Tengo que regresar a la casa de comidas a ayudar a tu padre, en cuanto nació Juanito marchó allí para preparar todo para la celebración.
-Pues que prepare más comida y bebida –le dijo María con una sonrisa, pícara. Su madre frunció el ceño sin entender-. Tenemos mucho que celebrar hoy. Gonzalo ha sido puesto en libertad.
-¿Y eso? –el rostro de Emilia palideció, sorprendida.
Candela le explicó a grandes rasgos lo ocurrido en las afueras del cuartelillo. A cada gesto, su cuñada movía la cabeza lentamente, sin poder dar crédito a lo que escuchaba.
-Y ahora solo falta esperar que regresen a casa –terminó de decir María.
-Si ya lo dicen, cariño. Cuando la felicidad entra en una casa hay que agarrarla bien agarrada –le dio un beso a María-. Ojalá pudiese esperarme para darle la bienvenida pero Alfonso se estará subiendo por las paredes sin saber qué preparar. Dile a Gonzalo que nos vemos esta tarde en la casa de comidas para celebrarlo.
-Así lo haré, madre.
Después de que Emilia marchase al pueblo, Candela fue a la cocina y María subió arriba a por Esperanza.
Momentos después de regresar al salón y dejar a la niña sobre el sofá jugando con su muñeca favorita se escuchó la puerta del Jaral abrirse de nuevo. María se volvió al escuchar los pasos y su corazón se olvidó unos segundos de latir al ver entrar a Gonzalo en el salón.

Apenas tuvo tiempo de sonreírle y se echó en sus brazos, con total entrega.
-Mi vida –musitó, abrazada a él con fuerza.
Gonzalo la envolvió entre sus fuertes brazos. No podía creerse que estuviera allí de nuevo, en casa, con su familia.
-Al fin en casa –cerró los ojos y aspiró el dulce aroma del cabello de su esposa-. Creía que…
-No digas nada, Gonzalo –le calló ella besándole con pasión.
Ambos se olvidaron por un instante de todo cuanto les rodeaba y se entregaron a ese beso, como si fuese el primero. Un beso que sabía a reencuentro, a promesas hechas en la distancia y sobre todo a felicidad.
Tras Gonzalo, su padre tosió suavemente, incómodo.
La pareja se separó, avergonzada. Con la emoción del reencuentro, María no se había dado cuenta de que su esposo no venía solo. Gonzalo se limpió el labio, ocultando la turbación de su rostro.
-Lo siento, tío Tristán –declaró ella, con las mejillas sonrosadas pero sin separarse de su Gonzalo a quien tenía cogido por la cintura-. No le había visto.

Tristán sonrió.
-¿Y Candela? –preguntó para cambiar de tema.
-En la cocina, avisando a las criadas de que tenemos un comensal más en la mesa –sus ojos se clavaron en los de Gonzalo, perdiéndose en ese infinito mar que él le regalaba.
-Voy con ella.
María agradeció el gesto. Sabía que tan solo era una excusa para dejarles asolas y que pudiesen disfrutar en la intimidad del reencuentro.
Aun no estaría en las escaleras cuando Gonzalo volvió a atraerla hacia sí y la besó de nuevo, saboreando la suave piel de sus labios y la tibieza que desprendían sus mejillas con cada caricia.
-Sabes que no voy a soltarte, ¿verdad? –murmuró el joven, con el corazón desbocado de tanta dicha.
-Bueno… -María le acarició los hombros-. Supongo que no soy a la única que has echado de menos, ¿no? –se hizo a un lado y entonces el rostro de Gonzalo se iluminó al ver a Esperanza.
Se acercó a su hija y la cogió en brazos.
-Mi pequeña –la abrazó y colmó de besos-. Lo siento mucho, mi bien. Siento mucho haberos dejado solas a tu madre y a ti durante estos días –se volvió hacia María y le tendió una mano para que fuese a su lado-. Te prometo que nunca más volveré a separarme de vosotras.
Su esposa asintió levemente.
-Más te vale, Gonzalo Valbuena –entrecerró los ojos queriendo parecer enfadada aunque su corazón danzaba alegre y dichoso-. Porque la próxima vez…
Por tercera vez ese día, la campanilla de la puerta sonó. Matilde, la criada fue a abrir, y poco después Rosario entraba en el salón.
El rostro de la abuela de María mostraba la felicidad de sentirse abuela de nuevo.

-María, hija… -habló nada más entrar. La buena mujer se quedó a mitad camino al ver a Gonzalo-. ¡Ay… ay mi niño! ¡Mi niño!
El joven dejó a Esperanza en brazos de su esposa y se abrazó a una emocionada Rosario, que no daba crédito a lo que veía.
-No llore Rosario –le pidió Gonzalo, sintiendo las lágrimas de la buena mujer corriendo por sus mejillas-. Ya estoy de nuevo en casa.
-Lloro de la emoción, Martín –le cogió el rostro entre sus manos huesudas y surcadas de arrugas pero que contenían el cariño y la calidez de quien sabía amar como lo hacía Rosario-. No me lo puedo creer… ¿cómo es que estás aquí, libre?
Gonzalo le contó lo que había sucedido con la aparición del Anarquista y la posterior llegada de Bosco.
-¿Qué le habrá hecho cambiar de opinión? –se preguntó Rosario en voz alta, sin dar crédito a ello-. ¿No os parece extraño que vaya en contra de la voluntad de la Montenegro?
-La verdad es que sí –convino Gonzalo, sin soltar las manos de la abuela de su esposa-. Y que incluso llegase a pedirme perdón. Nunca entenderé cómo funciona la mente de ese muchacho.
-Quizá se haya dado cuenta de quién es la señora en realidad y no quiera ser cómo ella –declaró María de pronto.
Su abuela se encogió de hombros. No tenía la respuesta para ello.
-¿Y Mariana? –cambió de tema Gonzalo-. Me ha dicho mi padre que se había puesto de parto.

-Sí –le contó una emocionada Rosario cuyos ojos rejuvenecieron de pronto al hablar de su hija-. Ha dado a luz hace un par de horas. Un Juanito. Ella y Nicolás están tan felices…
-Me alegro mucho –añadió Gonzalo-. En cuanto pueda me gustaría ir a verles.
-Al menos al padre de la criatura podrás verle esta tarde en la casa de comidas –explicó la abuela-. Van a celebrarlo allí.
-Mi madre ha pasado a decírnoslo –intervino María, apoyándose en su hombro-. Y quiere que vayamos para celebrar también tu puesta en libertad.
Su esposo asintió con una sonrisa.
Al darse cuenta de que se le había hecho tarde, Rosario se despidió de ellos volviendo a besar a Gonzalo. La buena mujer tan solo había vuelto para recoger algo de ropa pero tenía que regresar al lado de su hija para que Nicolás fuese a la casa de comidas, como mandaba la tradición puentevejina, a celebrar con todo el pueblo el nacimiento de su hijo.
Una vez a solas de nuevo, Gonzalo observó embelesado a su esposa.
-No puedo creerlo –dijo al verla junto a Esperanza que se había empeñado en destrozar un papel-. Al fin con mis preciosas niñas.
-Ya te dije que había que tener fe –le recordó María, volviendo junto a él. Ambos se quedaron unos segundos mirando a Esperanza-. ¿Puedo preguntarte algo? –Gonzalo asintió-. ¿Es cierto lo que me contó Candela, que el Anarquista cogió a Francisca como rehén?

-Así fue –le confirmó su esposo con seriedad-. Lo que no sabemos es de qué hablaron, pero a la señora no debió de hacerle mucha gracia por sus negativas y su semblante pálido del final.
-Qué casualidad que justo apareciese cuando ibas a ser trasladado a prisión –opinó ella, pensando en voz alta-. La otra vez, a la salida de la iglesia ya le exigió que retirase la demanda contra ti y… ahora justo aparece en el último momento; parece como si fuese tu ángel de la guarda.
-Es algo que jamás llegaré a entender –Gonzalo se encogió de hombros-. Aunque en realidad ha sido Bosco quien ha retirado la demanda. Es a él a quién debería agradecerle mi libertad. ¿Por qué crees que cambió de opinión? No creo que a la Montenegro le haya hecho mucha gracia.
María se mordió el labio. Todavía no podía decirle la verdad a Gonzalo. El origen de Bosco era un tema demasiado delicado y prefería que estuvieran todos juntos para hablarlo en familia.
-Puede que algo le haya hecho abrir los ojos y ver más allá de lo que la señora le ha mostrado hasta ahora –razonó la joven con aire misterioso-. Pero… dejemos de hablar ahora de ello –se volvió hacia él y le besó de nuevo-. Tenemos mucho que celebrar hoy; así que ve a darte un baño, cámbiate y baja a comer. Yo iré a ayudar a Candela a poner la mesa. Luego iremos a la casa de comidas.

Gonzalo le dedicó una de sus miradas suplicantes. María entendió enseguida que era lo que quería y negó con una sonrisa, y con gran esfuerzo; pues en ese instante habría corrido junto a él.
-Ya habrá tiempo para eso, bandido –le susurró al oído mientras volvía a darle otro beso-. Tenemos toda la vida por delante.
-Eso nunca se sabe –razonó Gonzalo con sensatez, atrayéndola hacia él.
-Yo sí –declaró ella mirándole fijamente a los ojos-. Porque mientras estemos juntos, el mañana nunca existe, siempre será hoy. Y el ahora lo vivimos unidos. Así que hazte a la idea de que vas a pasar el resto de tu vida junto a mí, y feliz. 
Gonzalo casi se asustó al ver la confianza con que hablaba.
-No me puedo negar, ¿verdad? –preguntó con cierta ironía.
María entrecerró los ojos.
-Gonzalo Valbuena, parece que no recuerdes las promesas que nos hicimos el día de nuestro enlace: juraste amarme hasta el fin de tus días y yo estar junto a ti por toda la eternidad. ¿Acaso vas a incumplirlas?
Su esposo alzó la cabeza, pensativo mientras posaba sus manos sobre la cintura de ella.
-María Castañeda, te temo más a ti que a la ira de Dios –le susurró al oído.
La joven cerró los ojos y sonrió, dichosa.

Después de todo lo sucedido en los últimos días las cosas volvían a su cauce. Tenía de nuevo a Gonzalo junto a ella y esta vez no dejaría que su felicidad volviese a estar en peligro.
No lo consentiría nunca más.
 CONTINUARÁ... 








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