domingo, 29 de marzo de 2015

CAPÍTULO 72 
La noche comenzaba a caer en Puente Viejo como un manto de oscuridad. La misma oscuridad que en ese momento brillaba en los ojos de Francisca Montenegro.
La señora entró en la Casona hecha una furia. En apenas unos minutos todos sus planes se habían venido abajo. Había estado tan cerca de deshacerse de Gonzalo… lo había tenido en sus manos y… ese maldito Anarquista se había entrometido en su camino.
En ese instante no sabía a quién detestaba más, si a Gonzalo o al Anarquista.
Y por si fuera poco, Bosco, su protegido, la había traicionado.
-¡BOSCO! –gritó sin consideración alguna. Su voz resonó por toda la casa.
Bajo, en la cocina, Fe tembló al escuchar a la señora e Inés se levantó de golpe de la mesa. Ambas doncellas se miraron aterrorizadas. Aquello no pintaba nada bien. Menos mal que no estaban arriba sino la ira de la señora habría caído sobre ellas de lleno.
-¡BOSCO! –repitió.

Entró en el salón y le encontró sentado en el sofá, con una copa de coñac entre las manos y mirando el oscuro líquido, sin parpadear.
Francisca lanzó su abrigo sobre la butaca y se detuvo a su lado.
-Te estoy llamando –insistió ella sin miramientos-, ¿acaso no me has escuchado?
Bosco no respondió.
La furia de la Montenegro iba y venía como oleadas en un mar embravecido.
-Creo que estaría bien que me dieses una explicación a lo que has hecho –le exigió la señora-.¿Por qué has quitado la demanda contra Gonzalo? ¿Quién te ha dicho que lo hicieras?
El muchacho parpadeó y bebió de la copa como si no hubiese escuchado a la Montenegro.
-Es un buen coñac –declaró, saboreando el fuerte licor-. Lástima que esté podrido… -se volvió hacia ella quien dio un paso atrás al ver la fría mirada que le lanzó su nieto-. Tan podrido como usted.
Aquellas palabras fueron dardos de hielo para Francisca.
-¿Qué…? –logró decir, sintiendo un escalofrío recorriendo su cuerpo-. A qué viene eso, Bosco.
-Lo sabe perfectamente –se levantó del sofá y dejó la copa sobre la mesilla.
La serenidad con la que hablaba era tan terrorífica que la Montenegro habría preferido que le hablase a gritos.

-Solo sé que me has traicionado –insistió ella con voz temblorosa-. Después de todo lo que te he dado… y me lo pagas así, liberando a mi enemigo. ¿Por qué lo has hecho?
-Porque era lo justo –respondido él, sin dudar-. Porque no iba a permitir que me utilizase para vengarse de mi… de mi hermano.
Francisca dio un paso atrás, tambaleándose. La palabra “hermano” resonaba en su mente como un mal presagio. El peor de todos.
-¿Por... por qué le has llamado así? –musitó con la boca seca.
-Porque a las cosas hay que llamarlas por su nombre… abuela, ¿o no es así? –dio un paso hacia ella tratando de controlar la ira que le invadía.
-No sé de qué me estás hablando, Bosco –trató de hacerse la víctima.
Bosco se preguntaba cómo podía seguir mintiéndole de aquella manera tan descarada.
-Sí, si lo sabe –le cortó él. Su voz destilaba rabia y frustración a partes iguales-. Siempre lo ha sabido. Y no trate de negarlo. Lo sé… todo. El tiempo de las mentiras y los engaños se terminó, ya nunca volverá a engatusarme con sus buenas palabras. Ahora sé la clase de persona que se esconde bajo esa apariencia de mujer desvalida.
-No sé quién te ha llenado la cabeza con esas historias –insistió Francisca viendo cómo la gran mentira que había fabricado para retener a su nieto a su lado se desmoronaba como un castillo de naipes.
-No trate de negarlo –repuso con calma-. ¿Cómo he podido estar tan ciego? –negó con la cabeza-. Ahora lo entiendo todo… Sabiendo quien era, me apartó de mi verdadera familia sin importarle mis sentimientos; tan solo quería alejarme de ellos y que les odiase… ¡me puso en su contra! ¡ES UN MONSTRUO!
Francisca sintió una punzada en el corazón.
-Lo hice por tu bien –se defendió al ver que de nada iba a servirle negar lo evidente. Dio un paso hacia su nieto-. Quería protegerte de ellos. No les conoces, Bosco; son unos embaucadores, mentirosos que en cuanto puedan te apuñalan por la espalda.
-Esos son sus métodos, no los de ellos –le reprochó el muchacho que ya no iba a creer una más de sus mentiras-. Usted sabía la verdad de mi origen y me la ocultó. Si sus intenciones hubiesen sido buenas me lo habría contado; y habría dejado que yo mismo decidiera con quién quería estar: con mi padre y mis hermanos o… o con usted. Pero no me dio esa opción. Eligió por mí, y no tenía ningún derecho a hacerlo.

Bosco dio media vuelta con la intención de marcharse.
-¿Qué piensas hacer? –le preguntó su abuela, temiendo sus acciones.
-Lo que debí haber hecho hace mucho tiempo –contestó volviéndose hacia ella. La determinación de su mirada no dejaba lugar a dudas y Francisca lo supo enseguida: le había perdido para siempre-. Volver con los míos.
-¡No te atreverás! –le retó mostrando por primera vez ante él su verdadero rostro; el de una mujer vengativa que no perdonaba-. Si das un paso hacia el Jaral te prometo que volveré a poner la denuncia contra Gonzalo, y esta vez nadie podrá evitar que vaya a prisión.
Su nieto dio un paso hacia ella. Un paso sereno.
-No lo hará –afirmó con rotundidad-. ¿Y sabe por qué? Porque si va contra ellos la acusaré del asesinato de la vieja Tula.
-¿De qué me estás hablando? –sintió el miedo recorriendo su cuerpo.
-De que Silverio mató a la vieja Tula porque sabía quién era yo e iba a contárselo a los Castro. Si eso sale a la luz, su asesinato le salpicará de lleno, me encargaré de ello; de que todo el mundo sepa que fue cómplice de la muerte de una pobre mujer.
-No podrás hacer nada contra mí –se defendió ella-. Tengo a los mejores abogados de mi parte, los jueces hacen lo que yo les ordeno. Jamás podrás involucrarme en esa muerte. Soy Francisca Montenegro.
-No tiente a su suerte. No sabe lo que es capaz de hacer una bolsa de cuartos en los bolsillos indicados –le recordó él.
-No te atreverás…
-Olvídese de denunciar a mi hermano y yo me olvidaré de todo lo que he visto a su lado, abuelita.
El muchacho dio media vuelta y salió del salón dejando a Francisca derrotada y sola.
Bosco conocía demasiados secretos. Secretos que si salían a la luz la hundirían para siempre.
La Montenegro cogió la copa de la que había bebido Bosco y la lanzó contra la pared con rabia. El cristal se rompió en cientos de pedazos. De igual manera que terminaba de romperse aquel mundo de mentiras que había creado para retener a su nieto a su lado. Francisca miro a su alrededor, la sala estaba en semipenumbra y vacía. Sintió el silencio que la rodeada y supo que en adelante sería su único compañero.
Bosco llegó al jardín y solo entonces se atrevió a soltar el aire que había contenido. Enfrentarse a la señora no había sido sencillo. Sus sentimientos le traicionaban; había vivido muchos meses junto a ella, sintiendo su protección y cariño. ¿Cómo se olvidaba aquello de un solo plumazo? ¿Había algo de verdad en aquel cariño que decía sentir por él, o tan solo era porque le tenía de su parte?
-Bosco –murmuró Inés, tras él.
El muchacho se volvió y vio a la doncella a tan solo unos pasos. Tan solo ella era verdad. Solo con Inés había podido ser él mismo.
-¿Te encuentras bien?
-He tenido momentos mejores –bromeó, sentándose.
-Si pudiese hacer algo…

-No te preocupes –le cortó rápidamente-. Es suficiente con que estés aquí. Tu sola presencia me reconforta. Gracias.
La sobrina de Candela no supo que responderle. Hacía tiempo que no la trataba con aquella familiaridad.
-Hemos… escuchado los gritos –le confesó temiendo haber metido la pata-. A la señora no le ha hecho mucha gracia lo que has hecho, ¿verdad?
Él se encogió de hombros.
-En este momento ella es mi última preocupación –declaró con la mirada fija en la fría piedra de la columna del jardín-. Ahora solo tengo cabeza para pensar en… en mi verdadera familia. Después de cómo les he tratado y de todo el daño que les he hecho… ¿con qué cara me presento ante ellos? Sé que jamás me perdonarán.
Inés se acercó a él y rompió la distancia que les separaba posando una mano en la del muchacho.
-No les conozco mucho, pero creo que si les hablas con el corazón, sabrán entenderte –expuso-. Tienes una visión de ellos totalmente distorsionada por las mentiras de la señora. ¿No crees qué es hora de que comiences a hacerte tus propias opiniones de la gente? Todo lo que conoces de Puente Viejo lo has visto hasta el momento a través de los ojos de la Montenegro, no tienes una visión propia de lo que te rodea.
Bosco asintió en silencio.
Inés tenía razón. Francisca había creado una burbuja perfecta en la que había vivido hasta ese momento. Lo más difícil había sido darse cuenta de que debía romperla y salir al exterior para vivir su propia experiencia.
-Gracias… de nuevo –repitió el muchacho.
-No tienes por qué dármelas –se retiró la doncella, avergonzada-. Yo también quería darte las gracias… -Bosco frunció el ceño-, por haberme defendido delante de la señorita Isabel.
-Debí haberlo hecho hace mucho –le quitó importancia él-. Ni siquiera debí aceptar comprometerme con ella. Por cierto, ¿dónde está? No la he visto esta tarde.
-¿No lo sabes? –se extrañó Inés-. Después de vuestra discusión, hizo la maleta y se marchó. Ni siquiera ha hablado con la señora. Pidió al chofer que la llevase a la estación de Munia y se marchó lanzando toda serie de improperios y maldiciendo al pueblo entero.
Realmente era algo que a Bosco no le preocupaba; su mente tenía otras prioridades.
-¿Qué vas a hacer ahora, Inés?
La muchacha entrecerró los ojos, sin entender a qué se refería.
-¿Qué voy a hacer con qué?
-Me refiero a si te vas a quedar aquí en la Casona o…
-No puedo irme, Bosco –le cortó casi con miedo, dando un paso atrás.
El muchacho se levantó para acercarse a ella.
-¿Por qué no? ¿Qué te retiene aquí?
Inés tragó saliva. No podía contarle la verdad; aun no estaba preparada para hacerlo.

-Yo…
-¿Es por esto? –sacó una pequeña bolsita del bolsillo y se la tendió-. Ábrela. Te pertenece.
La doncella no sabía qué había allí dentro. Con manos temblorosas abrió la bolsita de tela y se encontró con las joyas que habían pertenecido a su madre y que la señora había encontrado entre sus cosas.
-¿Cómo…?
-Estaban en la caja fuerte de la Montenegro. Ella no suele guardarlas ahí. En un principio pensé que se tratarían de las de Isabel pero recordé que hace unos días se las pidió a la señora porque quería lucirlas en mi cumpleaños.
-Pero yo… ¿Cómo sabes que son mías?
Se acercó más a ella y le cogió de la mano.
-Porque no soy tan bobo como parece. Lo siento, Inés. Debí de habértelas devuelto antes, cuando descubrí que la señora te mantenía retenida aquí con sus amenazas pero… no quería que te marchases. He sido un egoísta, lo sé. Y comprenderé que no puedas perdonármelo nunca. Ahora son tuyas de nuevo y eres libre para ir dónde quieras.
La sobrina de Candela volvió a cerrar la bolsita. Por fin nada la retenía allí. Bosco acababa de regalarle su libertad. Podría marcharse cuando quisiera de la Casona. La Montenegro ya no tenía con qué chantajearla.
-¿Qué vas a hacer tú? ¿Vas a quedarte aquí con la señora pese a todo lo que has descubierto?
Bosco suspiró levemente y miró al cielo. La noche estrellada que tan bien conocía. Aquel era el mejor techo bajo el que había dormido.

-Ya no podría quedarme –declaró él, clavando en ella sus ojos. Unos ojos que poco a poco iban recobrando la humanidad que le había sido arrebatada-. No sé todavía qué voy a hacer con mi vida. Pero hay algo que ya no admite demora y que tendré que enfrentar esta misma noche. Por eso quería pedirte un último favor.

-Dime.

-Quiero que me acompañes a un lugar.
CONTINUARÁ...

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