CAPÍTULO 64
A la hora señalada, Fe y María se
encontraron a la salida del pueblo, junto a la vieja cruz del camino que
llevaba a Munia.
María había llegado con diez minutos de
antelación y para su sorpresa, la doncella ya estaba allí, mirando en todas las
direcciones, con ansiedad.
-¡Ay señita! –dijo nada más verla-. Menos
mal que ya ha llegao porque hace una miaja que hi ha pasao un pastor con cuatro
cabras y casi mi atacan.
-¿Las cabras? –se preocupó María.
-Nooo –alargó la palabra Fe-. Los perros
asesinos que li acompañaban al pastor. Cinco llevaba; di esos que les cuelga el
moquillo de la boca y miran a una como si fuese el menú de Navidad. Casi me
subo arriba del árbol del miedo que he pasao.
-Lo siento, Fe –se disculpó María
sintiéndose culpable porque la doncella estaba allí por ella.
Fe hizo un gesto con la mano tratando de
quitarle importancia.
-He dicho “casi” –aclaró; y sonrió
divertida, como si hubiese hecho una travesura-. Unos cachorrillos de peluche
no son ná pa asustarme de verdad –se acercó a ella-. Tenía que haberles vistío,
les he ladrao más fuerte que ellos y san escondio muerticos de miedo tras las
cabras.
María no pudo ocultar una sonrisa tras la
ocurrencia de su joven cómplice.
Acto seguido, la esposa de Gonzalo le indicó
hacia donde iban. María no sabía exactamente dónde se encontraba la cabaña de
Silverio, pero se hacía una idea aproximada de la zona donde podían buscar.
La noche anterior se había hecho con uno de
los mapas de la comarca que su tío Tristán guardaba en el despacho del Jaral.
Lo primero que había localizado fue la vieja cabaña de doña Tula, situada un
poco al norte de la peña de los muertos. Sabía que en aquel rincón debía de estar
la cabaña del tío de Bosco; además de estar muy cerca del refugio de los
anarquistas que cogieron a la Montenegro cuando se echó al monte.
-¿Y ande vamos? –le preguntó Fe mientras
María ojeaba el mapa una vez más para cerciorarse que estaban cogiendo la senda
correcta-. Porque servidora no puede ausentarme hasta la eternidá de la Casona.
Como a la seña le dé por buscarme y vea que no estoy… me puede caer la que no
está escrita.
-No te preocupes Fe –trató de tranquilizarla
María-. En el supuesto caso de que eso pasase y la Montenegro llegara a echarte
de la Casona, yo te daría trabajo sin pensarlo.
El rostro de Fe se iluminó de repente.
-¿Lo deice de verdad, señita? –su entusiasmo
se reflejó en el brillo de sus ojos al escuchar el ofrecimiento de María; tanto
que parecía a punto de aceptar-. ¿Y por
un casualidad de esas, ande sería, en… los Jarales o en las aguas milagrosas?
-Donde tú quisieras –añadió la esposa de
Gonzalo.
-¡Ay! –juntó las manos emocionada-. Pos la
elección no es fácil. Porque en los Jarales sé que vería to los días caras
alegres y no de funeralas como en la Casona pro… faenar en la casa de las aguas
milagrosas… -su mirada se iluminó llena de picardía.
-– Tenemos que ir por ahí -le cortó María deteniéndose; y señaló el
bosque que tenían a su derecha.
-¿Por ai? –repitió la doncella con estupor-.
Pro… si ai no hay ná. Solo árboles y animalillos y… ¿señita está segura de que
ese mapa está bien? Mire que igual ha cogio el norte pol sur y acabamos en los
Madriles.
-Estoy segura, Fe –siguió María con voz
segura-. Tras este bosque se encuentra la peña de los muertos y es ahí donde
tenemos que ir.
-Pos… llamándose asín no sé yo si es buena
idea acercarse mucho –la voz le tembló ligeramente-. Que una quiere seguir
vivita pal día de su matrimoniado.
-No te preocupes, Fe que llegarás. Vamos. No
nos va a pasar nada, te lo prometo –la joven cogió a la doncella del brazo para
retomar el paso.
Sin mucho convencimiento, Fe siguió a María
a través de la maleza y dejando la senda de Munia.
Durante un rato caminaron en silencio. María
concentrada en el mapa que llevaba y Fe mirando a su alrededor, escuchando cualquier
sonido extraño.
-Mire que una es valiente, que hay que tener
arrestos pa aguantar to los días los gritos de la Paca; pro llevo tanto tiempo
en la ciudad que tanto bosque y plantita me dan alergias –dijo Fe de pronto,
mirando las copas de los árboles con temor.
-No creo que falte ya mucho –musitó María,
viendo que se acercaban al cauce del río.
De repente se detuvieron a la vera de un
gran lago.
-¡Virgen de la paloma! –Fe se santiguó al
ver tanta agua-. ¿Sa roto el río?
-Es un lago –le explicó María.
De repente el grito lastimero de un lobo
rompió el silencio. Ambas se quedaron quietas, esperando a ver qué pasaba. Al
instante, otro llanto le contestó.
-Debemos de estar rodeas. He vistío sus ojos
observándonos de lejos, dispuestos a atacarnos en cuantico nos descuidemos. No
deje que vean el miedo en sus ojos. Ciérrelos, asín no podrán olerlo –la
doncella se pegó a María, mirando en todas direcciones.
-No te asustes Fe –musitó la esposa de
Gonzalo con tranquilidad-. Esta es zona de lobos pero no nos harán nada –se
volvió para regresar al bosque-. Vamos, debemos estar ya cerca.
Fe la siguió, pegada a ella; lo último que
quería era perderse.
Poco después, mientras la doncella seguía
atenta a cualquier ruido extraño, María se detuvo de golpe y Fe tropezó con
ella.
-¡Sshhhh! –le ordenó María que no hiciese
ruido.
Ella obedeció y su mirada se posó en una
gran cabaña que se alzaba en medio del bosque, rodeada de altos árboles. Frente
a la casa se hallaba un hombre no muy alto, encorvado y vestido con harapos. En
una mano portaba una botella de vino mientras con la otra mano agarraba fuertemente
un hacha con la que cortaba los grandes troncos de madera que tenía apilados
frente a él. Entre corte y corte le daba un trago a la botella.
-Señita… -musitó Fe entre dientes.
-¿Qué pasa? –María se volvió hacia ella.
-Es… es ese –balbuceó con el corazón
latiéndole con fuerza-. Ese hombre es el menesteroso que estuvo de visita en la
Casona.
-¿Estás completamente segura? –insistió
María, sabiendo que de aquella confirmación dependía muchas cosas.
-Como para olviarse una de esos ojos y esa
pose –recordó al mismo tiempo que un escalofrío le recorrió el cuerpo-. Ese fue
el hombre que habló con la Paca en su despacho.
María volvió su mirada hacia él,
observándole con detenimiento. Sus movimientos rudos, sus pasos tambaleantes y
el gesto arrugado de su rostro. Todo indicaba que aquel hombre estaba borracho.
Aunque estaban a cierta distancia y ocultas tras la maleza, desde su escondite
podían oírle lanzar improperios sin sentido.
-O está majara o se ha pispao una… -dijo Fe.
-Vamos –le dijo María, dando media vuelta-.
Ya tenemos lo que queríamos.
-¿Ah, sí? –se extrañó Fe-. ¿Y… se pueide
saber qué queríamos?
La esposa de Gonzalo se detuvo y apretó los
labios.
-Ese hombre de ahí es el tío de Bosco –le
explicó entre murmullos-. No es un hombre muy sociable pero estuve indagando
donde podía encontrarle y me indicaron este lugar.
Fe asintió, perpleja.
-Un momento… Ese hombre vino a ver a la Paca
antes de que llegase el señorito Bosco a la Casona. ¿La seña Paca y el señor
tío de Bosco se conocían de anterioridad?
María asintió, levemente.
-¿Y la seña Paca saibe que su protegio es el
sobrino de este… hombre?
-¿Y qué crees, Fe? –le devolvió la pregunta
María, para quien la respuesta era bien clara.
-Pos… conociendo a la Paca que no se le
escapa una y es mu avispá… pos sí.
La esposa de Gonzalo sonrió, satisfecha.
-Es hora de regresar a casa –dijo María,
viendo que comenzaba a hacerse tarde.
Ambas dieron dos pasos hacia atrás, mirando
por última vez a Silverio, que continuaba cortando leña y dando tumbos. Entonces,
de repente, Fe tropezó y cayó hacia atrás, soltando un débil gritito;
suficiente para poner en alerta al tío de Bosco.
María ayudó a la doncella a levantarse y
solo entonces se dieron cuenta que su caída se debía a que había tropezado con
un montículo alargado de tierra.
María paseó una mirada horrorizada hasta el
otro extremo del montículo, donde sus ojos oscuros se detuvieron sobre dos
palos que formaban una cruz.
-¡Virgen de…! –Fe no pudo terminar la frase,
tan sorprendida como estaba-. Esto es una…
-Sí… una tumba –musitó María con el frío
recorriéndole el cuerpo. No podía dejar de mirar uno de los dos palos, donde
había unas muescas grabadas toscamente.
Fe se acercó, con pasos dubitativos, hasta
la cruz y leyó el rótulo.
-Aquí pone… Tu… Tu…la… eso, Tula –se volvió
hacia María-. ¿Conoce… bueno, conocía a alguien con ese nombre?
Una lágrima solitaria se deslizó por la
mejilla de la esposa de Gonzalo que parecía incapaz de reaccionar. ¿Doña Tula…
muerta? No podía creerlo. ¿Desde cuándo?
Los pasos vacilantes de Silverio se
escucharon demasiado cerca. Solo entonces, María y Fe reaccionaron, ocultándose
tras unos matorrales, justo en el instante en el que el tío de Bosco llegaba al
lugar.
-¿Quién anda ahí? –bociferó de mal talante.
Las dos mujeres contuvieron la respiración,
esperando que no las descubriese tras los arbustos de la derecha. El hombre dio
unos pasos más, dubitativo y arrastrando los pies. Hasta el escondite les llegó
el olor a vino y ambas arrugaron la nariz.
De repente, la mirada inhumana de Silverio
se detuvo en la tumba.
-¿Has sido tú vieja Tula? –rezongó con odio-.
¿Acaso piensas que mandándome a tus fantasmas vas a darme miedo? –bebió de la
botella un trago y después escupió sobre su tumba-. ¡Ya puedes mandarme a todos
tus antepasados que no vas a lograr volverme loco, vieja bruja! –otro trago de
vino. De repente, se agachó para sentarse a la vera del montículo de tierra.
María y Fe se miraron, sin saber qué hacer.
-Sabes, vieja Tula –continuó Silverio con su
monólogo-, es una lástima que no quisieras mantener el pico cerrado. Ahora
mismo si te hubieses avenido a buenas, estaríamos los dos disfrutando de la
vida, como dos viejos amigos –levantó la botella como si brindase con el aire y
volvió a darle otro trago-. Pero te perdió el sentimentalismo por esa tal… Pepa
–al escuchar el nombre de la madre de Gonzalo, el corazón de María se detuvo-.
Te empeñaste en que el muchacho tenía que estar con los suyos, en su casa y no
me dejaste de otra que cortar por lo sano… -negó con la cabeza-. Sabes que no
me diste otra opción, ¿verdad? Yo no soy un asesino pero… no me dejaste de otra
–bebió de nuevo. Al parecer sentía más remordimientos de lo que quería
aparentar-. ¿Recuerdas qué día es hoy?
Aunque creas que no lo recuerdo… hoy es el cumpleaños de mi sobrino. ¿Cómo iba
a olvidar el día en que la Clarita le encontró en el bosque? Seguro que su
abuelita le habrá montado una fiesta de esas que se dan ellos… por to lo alto
con sus amigos estiraos. Tú y yo también podríamos haber ido. ¿Nos hubiese
dejao entrar la “señora”? –bajó la mirada para verse las ropas harapientas y
sucias-. Yo aún estoy algo decente… -y se volvió hacia la cruz-.Y mírate tú…
bajo tierra –soltó una amarga carcajada que le acabó provocando un ataque de
tos-. Al menos a mí me quedan las miajas que la “señora” me da casa mes –se
recostó sobre el montículo-. ¿Crees que debería pedirle más cuartos por mi
silencio? –dio un último trago de vino y apoyó la cabeza sobre la tierra-. Ya
lo pensaré.
Segundos después sus ronquidos inundaron el
lugar. Solo entonces, María y Fe se atrevieron a salir de su escondite.
-Menua melopera lleva –dijo la doncella
observándole de reojo-. Este duerme la mona hasta mañana o pasao.
-Vamos Fe –María la cogió del brazo para
marcharse-. Ya hemos perdido demasiado tiempo aquí y ya tenemos lo que hemos
venido a buscar.
Fe no le preguntó nada porque no era
necesario. Ambas habían escuchado las mismas palabras de Silverio.
En su estado de embriaguez el tío de Bosco
acababa de dejar claro qué había sucedido con Tula y quién estaba detrás de
todo.
María ya tenía en su poder las pruebas que
necesitaba.
Alzó la mirada al cielo y vio el sol
luciendo en todo lo alto. Tragó saliva. En apenas unas horas, Gonzalo se
sentaría en el banquillo a esperar que el juez dictase sentencia.
CONTINUARÁ...
Hola ya me habia topado con tu historia, pero recien se me ha ocurrido darte un comentario, lo estas haciendo muy bien y me ha gustado tanto que me la estoy guardando en la computadora, y vamos que me gustaria que Gonzalo Martin saliera de la carcel para regresar con Maria.
ResponderEliminarHola Camila, me alegro que te guste y muchas gracias. Sigue hasta el final que ya queda poco, y te aseguro que te va a encantar ;)
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