viernes, 20 de noviembre de 2015

CAPÍTULO 33 
A mitad mañana, Gonzalo acudió a la hacienda para encontrarse con don Jorge, un hombre de mediana edad, que aparentaba tener diez años menos. Su porte elegante se asemejaba más a la de un terrateniente que a la de un científico; si no fuese por sus pequeñas y redondas gafas, nadie hubiese dicho que el hombre pasaba gran parte de su tiempo en unos laboratorios.
Gonzalo le encontró en el patio trasero de la finca, donde uno de los mozos le estaba ensillando un caballo.
-Don Jorge –le saludó el joven, dándole la mano-. Siento mucho el retraso. Se me complicaron las cosas.
-No se preocupe, don Gonzalo –le disculpó el hombre, que mostraba una agradable sonrisa en su rostro-. He estado entretenido visitando la hacienda. Jamás pensé que podía tener tantos rincones… ocultos.
-Sí –afirmó él, sabiendo a lo que se refería. Casablanca era tan grande que bien podría pasar por un pueblo entero-. Incluso yo, que ya llevo tiempo aquí, a veces aún me pierdo. ¿Iba a salir a dar un paseo a caballo?
-Doña Sara me dijo que usted andaría ocupado por la mañana, así que pensé en darme una vuelta por las fincas, para ver cómo habían adelantado con la siembra.
-Le acompaño pues –declaró Gonzalo, y le hizo un gesto a otro mozo de cuadras para que ensillase a su caballo-. Así podremos verlas juntos.
El científico asintió, conforme. Era mejor que se las mostrara Gonzalo quien estaba al día de los asuntos.
-He escuchado algo sobre su capataz –declaró el hombre, cogiendo las riendas del caballo-. Me ha parecido entender que anoche tuvo un pequeño altercado. Espero que nada de gravedad.
El esposo de María apretó los labios. Antes de salir de casa había llamado al dispensario y la enfermera le había dicho que Andrés estaba descansando. Al parecer Celia se había marchado, pero había dejado dicho que volvería cuanto antes.
-Fue apuñalado por unos maleantes –le explicó a grandes rasgos-. Pero afortunadamente ya se encuentra fuera de peligro. Eso sí, tendrá que guardar reposo unos días, antes de regresar a su trabajo.
-Vaya, cuanto lo siento –lo lamentó don Jorge, con sinceridad-. Me parece un joven con los pies en la tierra y muy formal. La maldad de los hombres siempre se ceba con quien no debe.
-Así es –corroboró Gonzalo sus palabras.
El mozo de cuadras salió con Cerbero ya listo y le pasó las riendas al joven que enseguida montó sobre su caballo. El científico hizo lo propio y ambos salieron de la hacienda para dirigirse hacia las tierras más cercanas al mar, aquellas que habían sido sembradas y corrían el riesgo de la salinización.
Durante el trayecto, Gonzalo le explicó a don Jorge las medidas que habían estado tomando durante su ausencia. Tal como les había recomendado, habían realizado inspecciones y análisis casi a diario. Andrés se había ocupado personalmente de recoger las muestras y llevarlas a analizar. Hasta el momento los niveles de sal eran los indicados, sin embargo la temporada de mareas altas se acercaba y todo indicaba que ese año iban a ser más altas que en años anteriores. Los últimos análisis mostraban un pequeño aumento en las concentraciones salinas, aunque todavía estaban dentro de los límites y no había que temer por las cosechas.
Lo sencillo habría sido no cultivar aquellas tierras tan cercanas al mar, sin embargo, el no hacerlo supondría una gran pérdida para la producción de caña de azúcar; de manera que habían tenido que arriesgarse, y ahora estaban en aquella encrucijada.
Por fin llegaron a la última finca y detuvieron a los caballos. Ambos bajaron de ellos y mientras Gonzalo se encargaba de mantener las riendas, don Jorge se acercó a inspeccionar con mirada crítica la planta que comenzaba a brotar. Sus manos tocaron el tallo que asomaba con vergüenza sobre la tierra.
-De momento… parece que crece con fuerza –declaró, mostrando una media sonrisa-. Será una buena cosecha –se levantó y se volvió hacia Gonzalo que había permanecido a la espera de que el científico le dijese si traía buenas noticias o no-. ¿Han abonado la tierra tal como les indiqué?
El hermano de Tristán asintió.
-Hemos usado todos los minerales que nos dijo –le confirmó con seriedad-, en las concentraciones indicadas. El nitrógeno de cada dos días, y hemos mantenido los niveles de fósforo y potasio.
Don Jorge asintió, satisfecho.
-Siendo así, no creo que haya ningún problema –bajó sus grandes ojos azules hacia el suelo-. Ahora bien… -alzó la mirada hacia Gonzalo-. Vayamos a lo que realmente nos preocupa: la alta concentración de sodio que puede echar a perder todo el trabajo.
-¿Ha encontrado la solución? –le preguntó Gonzalo, sin poder contenerse. De la respuesta del científico dependía el futuro de la hacienda.
-Creo que sí –afirmó con una sonrisa llena de orgullo-. Tras varios ensayos y semanas de duro trabajo de investigación, puedo asegurarle que tenemos el remedio para neutralizar las altas concentraciones de sodio. Además, la solución no requiere de grandes aportes económicos.
Gonzalo ladeó la cabeza, sorprendido. Aquello sí que era una gran noticia.
-El exceso de sodio en las tierras cercanas al mar se soluciona abonando los campos con las concentraciones de azufre adecuadas.
-¿Azufre? –se extrañó el joven. ¿Tan solo había que abonar los campos con azufre? ¡No podía ser tan sencillo!
-Así es, don Gonzalo –certificó don Jorge, secándose el sudor de la frente, y es que el sol seguía sin dar tregua-. Tan simple como eso. Abonando las tierras con azufre neutralizarán la salinización y la cosecha podrá seguir su curso sin problema alguno.
-Pero… ¿el azufre no será malo a largo plazo para las tierras? –preguntó, todavía sin poder creerse que fuera tan fácil.
-Para nada –le quitó importancia el científico, negando con la cabeza. Se acercó al joven y posó la mano sobre su hombro-. No se preocupe. Si siguen las recomendaciones que les daré, todo saldrá bien. La cosecha de caña de azúcar del año que viene está salvada, créame.
-¡Esto es una magnífica noticia! –Gonzalo no podía ocultar su alegría-. ¡Tenemos que celebrarlo!
-Me encantaría –convino don Jorge; y su se ensombreció-. Pero debo volver a La Habana esta misma tarde. El barco para América sale mañana a primera hora y he de embarcar temprano.
-¿Se marcha a América? –Gonzalo se extrañó por la noticia. Hasta dónde él sabía, don Jorge tenía sus laboratorios en la propia Habana.
-A dar una conferencia en una de las universidades de Nueva York –dijo, tratando de no parecer demasiado orgulloso por ello-. Se han enterado de este último avance y quieren que les explique cómo hay que hacerlo –Gonzalo asintió-. Pero no se preocupe, antes de irme le dejaré un informe detallado de las concentraciones que deben suministrar y la frecuencia con que hay que hacerlo. Además, si tienen algún problema pueden ponerse en contacto con mis laboratorios en La Habana, que mis ayudantes estarán al pendiente… por si acaso.
-Muchísimas gracias, don Jorge –declaró Gonzalo, sin poder ocultar la alegría que le embargaba-. Y no piense que olvidamos sus honorarios –apuntó con seriedad-. Díganos a cuánto asciende todo y le haré un cheque para que pueda cobrarlo en el banco.
-Ya hablaremos de esos asuntos –le interrumpió el buen hombre-. El dinero es importante, como no, pero para un verdadero científico es mucho más la satisfacción de haber logrado su propósito.
Tras estas palabras, ambos volvieron a subir a sus caballos y regresaron a la hacienda. Gonzalo tenía que mandarle un telegrama a Tristán cuanto antes para contarle las últimas novedades y don Jorge recoger sus cosas para regresar a la capital.
Parecía que por fin las cosas iban por buen camino. Las cosechas iban a salvarse y Andrés se recuperaría en unos días. Tan solo quedaba por solucionar el asunto de Julio. Y aquello no pintaba muy bien.

A media tarde, María llegó al restaurante de Celia. No estaba segura de sí encontraría allí a su amiga, pero de todos modos, necesitaba salir de casa, aunque solo fueran unos minutos y respirar aire puro. Se llevó consigo a Esperanza, puesto que la niña llevaba más días que ella encerrada en casa y comenzaba a irritarse. Sin embargo, Martín no estaba recuperado del todo y prefirió dejarlo al cuidado de Adelita, aunque solo fuera un par de horas.
Al llegar al restaurante se lo encontró medio vacío, como venía siendo habitual. Sabía que después de desmantelar a aquel grupo de contrabandistas, la clientela volvería al lugar, pues el resto de las tabernas de Santa Marta ya no podrían comprar el ron a buen precio y tendrían que conformarse con el de baja calidad. Era cuestión de tiempo que el restaurante de Celia recobrase su ambiente y a sus clientes.
La joven dueña salió en ese momento de la trastienda. Ambas amigas se saludaron con un beso en la mejilla.
-¿Cómo te encuentras? –quiso saber María, sentando a Esperanza sobre uno de los taburetes de la barra.
-Cansada –confesó Celia, a quien se le notaban las ojeras bajo sus hermosos ojos; sin embargo mostró una de sus mejores sonrisas-. Aunque feliz porque Andrés está fuera de peligro.
-Creía que estarías con él en el dispensario –confesó María.
-No es bueno agobiarle. Es mejor que descanse. Luego cuando cierre iré a verle y quizá me quede a pasar la noche, por si necesita algo.
María ladeó la cabeza. ¿Se había perdido algo o su amiga se estaba comportando como si fuera la prometida del capataz?
-Esta mañana le mandé una nota a doña Gloria para que estuviese tranquila –confesó la esposa de Gonzalo, preocupada por la madre de Andrés-. ¡Pobre mujer! Sin fuerzas para salir de casa y su hijo ingresado en el dispensario.
-Antes de comer me he pasado por su casa –declaró Celia, sin atreverse a mirarla-. Le he explicado lo sucedido y le he asegurado que está bien y que no tiene que preocuparse por él. Doña Carmen se está ocupando de ella, pero aun así también le he dejado algo de comida hecha.
-Me parece bien. Luego mandaré a Margarita con algo para la cena. No es justo que doña Carmen se ocupe de todo mientras podamos ayudarlas.
Celia se apresuró a secar un par de vasos.
-Por cierto… -añadió María-. A doña Gloria, ¿no le ha extrañado verte en su casa?
-¿Por qué?
-No sé –se encogió de hombros-. Porque… porque te comportas como si fueras la prometida de Andrés.
Celia enrojeció de golpe al escuchar aquellas palabras, lo cual confirmaba que María tenía parte de razón.
-Así que no me equivoco –sonrió la esposa de Gonzalo-. Ya puedes desembuchar todo.
-No hay mucho que contar –declaró a media voz, mirando fijamente a Esperanza pues no se atrevía a hacerlo con María; avergonzada de haber sucumbido al amor cuando había declarado abiertamente que nunca más lo haría.
-¿Cómo qué no? –se extrañó su amiga, que la cogió del brazo y la obligó a salir de detrás de la barra, donde al parecer se sentía más segura. Ambas se sentaron en la mesa más cercana-. Ahora mismo me lo vas a relatar todo, punto por punto.
-¡No seas cotilla, María! –le reprochó su amiga, sabiendo que su interés no se debía a ello, sino porque se preocupaba por ella.
-¿Ahora no vas a contarme nada? –se hizo la ofendida la joven, cruzándose de brazos. Le lanzó una ojeada a su hija que permanecía sobre el taburete de la barra y jugaba con un par de palillos que había encontrado, ajena a la conversación. María se volvió hacia Celia-. Creía que éramos amigas.
-Y lo somos –se apresuró a decirle, soltando un suspiro de resignación-. Está bien. Te lo contaré. Pero júrame que no te vas a burlar de mí.
-Prometido –declaró María levantando la mano derecha. Se echó hacia delante y cogió la mano de su amiga-. Desembucha.
-Ayer, cuando Andrés fue a buscar a Gonzalo a vuestra casa y no os encontró… pues… antes de ir a buscaros…que en realidad no llegó a ir a casa de Julio porque cambió de idea y…
-¡Celia! –le cortó su amiga, viendo que se iba por las ramas.
-… me besó –declaró la joven a la vez que sus mejillas tomaban un color rosado-. Ya lo he dicho.
María apretó los labios, aguantando la risa; aunque la noticia le agradó en gordo.
-¿Y…?
-Y… se marchó. Pero luego, cuando volvimos a encontrarnos en la tienda de ultramarinos… volvimos a besarnos.
En esta ocasión, María ya no pudo reprimir una sonrisa de felicidad.
-Fue entonces cuando llegaron esos…delincuentes y le apuñalaron a traición –escupió con rabia-. Creí que le habían matado y… sentí que algo dentro de mí se moría con él.
María le apretó la mano.
-Eso es amor, Celia –le confirmó, dichosa por su amiga.
-¿Tú crees? No sé…
-Por supuesto –insistió ella, que conocía aquel sentimiento mejor que nadie-. Cuando quieres a alguien y piensas que le vas a perder… algo dentro de ti se desgarra, sufre… sientes un intenso dolor que te oprime el pecho y te impide respirar. Es eso lo que te sucedió al verle herido, ¿verdad?
Los ojos de Celia se llenaron de lágrimas al recordar aquel instante en que pensó que Andrés había muerto.
-Fue muy extraño, porque ni siquiera cuando Ricardo me traicionó sentí un dolor igual –le confesó la joven-. Me di cuenta de que si él no estaba junto a mí, nada tenía sentido. Que nada me importaba.
María tragó saliva al escucharla hablar así. Ella misma sabía por lo que Celia había pasado porque había vivido en sus propias carnes la ausencia de Gonzalo, cuando le creyó muerto para siempre. Un dolor demasiado intenso, que si no hubiese sido porque Esperanza la necesitaba, se hubiese dejado morir con el solo propósito de reunirse con él.
-Pero bueno… afortunadamente está fuera de peligro –le recordó la esposa de Gonzalo-. Y ahora…
María esperó una respuesta por parte de Celia.
-Ahora… supongo que… que somos algo más que amigos –murmuró-. Aunque no lo hemos hablado pero… esta mañana nos volvimos a besar.
-Me parece a mí que se aproxima una boda… y no la veo muy lejos –declaró María, divertida.
-¡No digas tonterías! –saltó su amiga.
-¡La que no quería saber nada de matrimonios, ni de hombres, ni…! Ya te veo con un vestido de novia.
-No corras tanto –insistió Celia, que veía que todo a su alrededor sucedía demasiado deprisa y temía precipitarse-. De momento, esperemos a que se recupere lo antes posible. Luego ya… ya veremos si quiere tener algo serio conmigo.
-¿Qué si quiere? –se sorprendió la joven-. Pero sí aquí la que no se decidía eras tú.
-¡No me pongas más nerviosa de lo que ya estoy! –saltó Celia, levantándose de la mesa.
María no quiso insistir. Entendía que tuviese sus reticencias. Aunque había dado ya el paso más importante: reconocer lo que sentía por Andrés. El capataz había logrado lo impensable: le había robado el corazón a la joven, derruyendo la coraza que había construido para que no volvieran a hacerle daño. Con paciencia y mostrándole el suyo propio, había conseguido acceder a ella.
-Y… cambiando de tema –María regresó a la barra. Esperanza quiso bajar del taburete y su madre la ayudó, dejándola que entrase en la trastienda donde tenía algún juguete escondido-. También había venido por si aparecía Teresa… pero ya veo que no ha acudido.
-Hoy no le tocaba turno –le explicó Celia-. Con el restaurante funcionando a medio rendimiento, le dije que tan solo la necesitaría un par de días a la semana. Lo siento.
-No te preocupes –la disculpó María, comprendiendo las razones de su amiga-. Tan solo quería saber cómo le han ido las cosas con Julio.
-¿Le dijisteis que Teresa había continuado con las clases?
-No –María frunció el ceño-. Pero supongo que algo se olerá. Aunque ahora lo que me preocupa es cómo van a salir del problema que tienen. Porque si bien es cierto que han cogido a los contrabandistas, también es cierto que hay un contrato firmado. Habrá que hablar con los civiles y ver si se puede hacer algo. Ahora mismo Gonzalo debe de estar prestando declaración en el cuartelillo. A ver si consigue averiguar algo.
-Esperemos que todo salga bien y que Teresa y Julio no pierdan su casa –Celia retomó sus quehaceres tras la barra.
-Esperemos –repitió María, sin tenerlo tan claro.

Muy pronto sabrían a qué atenerse.

CONTINUARÁ...

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