miércoles, 18 de noviembre de 2015

CAPÍTULO 31 
Celia seguía con la mirada fija en la puerta blanca y apenas había parpadeado un par de veces en la última media hora. Su mente la traicionaba, empeñándose, una y otra vez, en rememorar lo ocurrido la noche anterior.
Andrés cayendo al suelo como si fuera un muñeco de trapo. Andrés sonriéndole por última vez antes de cerrar los ojos. En ese momento su corazón se olvidó de latir, temiendo lo peor.
Lo siguiente que ocurrió estaba en su mente como un sueño borroso. Gonzalo había vuelto enseguida con el doctor, que inmediatamente se puso a atender al herido. El esposo de María apartó a Celia, que apenas opuso resistencia, dejando al doctor hacer su trabajo. Ni siquiera se atrevía a preguntarle si… si Andrés seguía con vida.
Los acontecimientos se sucedieron con rapidez: el capataz fue trasladado con presteza al dispensario donde el doctor se ocupó de él. Desde entonces… silencio.
Gonzalo y Celia llevaban horas esperando a que el médico saliera de la sala y que les dijera cómo estaba Andrés.
Gonzalo no había querido dejar a su amiga sola en aquel momento y mandó una nota a María para contarle lo ocurrido. Sabía que su esposa estaría tan nerviosa como ellos y que seguramente tampoco habría pegado ojo durante toda la noche.
Dos civiles se personaron poco después de llegar para tratar de aclarar las cosas. Sin embargo, Celia no fue capaz de decir gran cosa. La joven seguía consternada y dejaron la declaración para otro momento.
Gonzalo aprovechó para enterarse de cómo estaban las cosas con los contrabandistas detenidos. Uno de los guardias le contó que, tal como les habían dicho, aquellos hombres se habían reunido en la cala de San Juan con el llamado “el Americano”, uno de los contrabandistas más buscados en la isla de Cuba. Habían apresado a la mayoría, sin embargo un grupo de forasteros había logrado huir, aunque finalmente los había apresado en la trifulca con Andrés. Ahora todos ellos estaban en los calabozos del cuartelillo a la espera de ser trasladados a La Habana donde serían juzgados. El guardia estaba seguro que les caería una buena cantidad de años en prisión, sino algo mucho peor.
Después le pidió a Gonzalo que cuando les fuese posible acudieran al cuartelillo a prestar declaración para la documentación del caso.
Desde entonces, Celia y Gonzalo no habían vuelto a hablar con nadie. El doctor seguía en la sala, atendiendo a Andrés junto a un par de enfermeras. Una de ellas había salido hacía un rato pero no permitió que le preguntaran nada.
El esposo de María trató de animar a Celia diciéndole que si seguían allí era porque Andrés estaba vivo y debían aferrarse a esa idea.
Sin embargo, su amiga no le contestó. Las últimas palabras del capataz resonaban una y otra vez en su mente: “Entonces me doy por satisfecho” le había dicho. La joven tragó saliva al recordarlas por enésima vez. ¿Habían sonado a despedida? Celia se negaba a creerlo.
Cuando apenas pasaban un par de minutos de las siete de la mañana, la puerta se abrió por fin y el doctor salió con la bata azul manchada de sangre.
Gonzalo y Celia se levantaron con rapidez y se acercaron a él.
-¿Cómo está Andrés? –quiso saber su amigo.
El médico se secó el sudor de la frente.
-Ha sido laborioso pero está fuera de peligro.
Celia soltó un respiro, cargado de alivio, y Gonzalo la abrazó, contento por la noticia.
-Hemos tenido suerte –continuó el doctor-. La herida ha sido limpia y no ha dañado ningún órgano vital. Además es un chico muy fuerte y en unos cuantos días estará como nuevo. Si la operación se ha alargado más de la cuenta ha sido porque he tenido que hacerle una transfusión.
-Gracias doctor –Gonzalo le tendió la mano.
-¿Podemos verle? –habló Celia, por primera vez. Apenas le salía la voz después de tanto tiempo sin hablar.
El médico torció el gesto. Iba a decirle que sería mejor esperar, pero al ver la ansiedad que anidaba en su mirada, se lo pensó mejor.
-Está bien. Pero solo un par de minutos. Necesita descansar. La enfermera sigue con él. En cuanto ella salga, podrán entrar a verle.
Ambos asintieron.
Así que diez minutos después, los dos entraron en el cuarto.
Andrés estaba acostado sobre una cama, con los ojos cerrados.
Su rostro mostraba una palidez poco normal, pero supusieron que después de haber estado al borde de la muerte era normal.
La enfermera les había indicado que no le atosigasen pues acababa de despertar de la operación y todavía quedaba rastro de la anestesia.
Tratando de no hacer mucho ruido para perturbarle, se acercaron a él. El joven abrió los ojos y sonrió débilmente.
-Hola –logró decir, con voz pastosa.
Celia se situó a su derecha, tapándole los rayos de sol que en ese momento entraban por la ventana.
-Menudo susto nos has dado –le dijo Gonzalo, situándose al otro lado-. Eres un cabezota. Mira que te lo dije, no os metáis en problemas que son gente peligrosa. ¿Querías hacerte el héroe? –aunque trataba de parecer enfadado, su voz le delató. Ver a su amigo fuera de peligro era la mejor noticia que había recibido en las últimas horas y no podía enfadarse con él.
-He estado a punto de morir y lo primero que se te ocurre es echarme la bronca –bromeó el capataz, con dificultad.
-Tiene razón –intervino Celia, defendiéndole. Quería cogerle de la mano pero no se atrevía-. Si hizo lo que hizo fue por mí.
Andrés se volvió a mirarla. La luz del sol iluminaba su contorno y apenas le dejaba verle el rostro. Un rostro que conocía a la perfección.
-Pareces un ángel… una aparición –bromeó él-. ¿Acaso he muerto y estoy en el cielo?
La joven se ruborizó.
-¡Anda, adulador! –quiso quitarle importancia ella, aunque en su interior se había sentido halagada por el agasajo-. En tu estado y aún tienes ganas de bromear.
Gonzalo les miró a ambos y se dio cuenta de que su presencia allí estaba de más. Ya sabía que su amigo estaba fuera de peligro. Ahora podía dejarlo en manos de Celia. Quizá si él se marchaba, la joven podría quedarse con Andrés más tiempo. Además, deseaba regresar a casa con María y los niños.
-Bueno… como ya veo que te encuentras bien y que estás en buenas manos; me marcho a casa.
Andrés asintió.
-Gracias por todo –le dijo el capataz.
Su amigo le sonrió y posó la mano sobre su brazo.
-No hay de qué. Tú habrías hecho lo mismo por mí.
Levantó la mirada hacia Celia y tras despedirse de ambos, salió del cuarto.
La joven buscó una silla y la acercó a la cama.
-Me has dado un susto de muerte –le dijo a Andrés, sentándose a su lado. Solo entonces se atrevió a rozar sus dedos, manteniendo la mirada en ellos-. Creí que…
-¿Cómo iba a dejarte sola, mujer? –la interrumpió él, que pese al dolor que sentía por los puntos y lo cansado que se encontraba, no quería dormirse. Prefería quedarse mirando a Celia-. Eso nunca. No te será tan fácil deshacerte de mí.
Ella sonrió levemente, y alzó sus ojos hacia él. Unos ojos que por primera vez habían abandonado su escondite y se mostraban tal y cómo eran: dulces e inocentes.
-Gracias –dijo ella de pronto.
El capataz trató de girarse en la cama.
-Gracias, ¿por qué?
-Ya sabes –ladeó la cabeza, avergonzada-. Por haberme salvado. Si no hubieses estado allí, esos tipos…
-Esos tipos nada –le cortó de nuevo él-. Si esto –señaló su costado herido-, ha sido para impresionarte. Estoy seguro que tú te hubieses defendido perfectamente.
-¡Ya! –se mordió el labio, emocionada-. Vamos, que has querido hacerte el héroe, ¿no?
Andrés alzó una ceja, en tono burlón.
-Tenía que ganar puntos para que me hicieras caso.
Sus dedos jugueteaban con los de él.
-No necesitabas ganar puntos conmigo –le confesó ella, alargando su mano para acariciarle el rostro.
Andrés sonrió. No podía existir mejor medicina para curarse que tener a Celia a su vera.
Sus miradas se encontraron y hablaron el mismo idioma. No necesitaron de palabras para expresar lo que sentían.
La joven se levantó levemente de la silla y acercó sus labios a los del capataz para besarle.
-Que sea la última vez que me haces sufrir así, sino sabrás quién es la verdadera Celia –susurró la joven, apoyando su frente en la de él.
-¡Dios mío! Acabo de darme cuenta de que te temo mucho más a ti que a esos bandidos.
Ella sonrió ante su comentario.
-Haces bien –dijo antes de volver a besarle-. No sabes dónde te vas a meter.
Andrés levantó la mirada, como si estuviese pensando.
-Mmmmm… me gustan los retos –declaró con una mirada pícara.
Celia le abrazó y entonces el joven hizo un gesto de dolor.
-¡Lo siento, lo siento! –se disculpó ella, preocupada.
-Vas a tener que recompensarme muy bien por tanto sufrimiento –le dijo, sintiendo una punzada en el costado. Pero no le importaba. Ahora estaba con Celia.
Había valido la pena pasar por todo lo vivido si la recompensaba que le esperaba era estar junto a ella.
La joven le dio un beso en la frente. Hacía tanto tiempo que no se sentía de nuevo así… tan viva, que le parecía un sueño.

Un sueño maravilloso.

CONTINUARÁ...

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