CAPÍTULO 31
Celia seguía con la mirada fija en la puerta
blanca y apenas había parpadeado un par de veces en la última media hora. Su
mente la traicionaba, empeñándose, una y otra vez, en rememorar lo ocurrido la
noche anterior.
Andrés cayendo al suelo como si fuera un
muñeco de trapo. Andrés sonriéndole por última vez antes de cerrar los ojos. En
ese momento su corazón se olvidó de latir, temiendo lo peor.
Lo siguiente que ocurrió estaba en su mente
como un sueño borroso. Gonzalo había vuelto enseguida con el doctor, que inmediatamente
se puso a atender al herido. El esposo de María apartó a Celia, que apenas
opuso resistencia, dejando al doctor hacer su trabajo. Ni siquiera se atrevía a
preguntarle si… si Andrés seguía con vida.
Los acontecimientos se sucedieron con
rapidez: el capataz fue trasladado con presteza al dispensario donde el doctor
se ocupó de él. Desde entonces… silencio.
Gonzalo y Celia llevaban horas esperando a que
el médico saliera de la sala y que les dijera cómo estaba Andrés.
Gonzalo no había querido dejar a su amiga
sola en aquel momento y mandó una nota a María para contarle lo ocurrido. Sabía
que su esposa estaría tan nerviosa como ellos y que seguramente tampoco habría
pegado ojo durante toda la noche.
Dos civiles se personaron poco después de
llegar para tratar de aclarar las cosas. Sin embargo, Celia no fue capaz de
decir gran cosa. La joven seguía consternada y dejaron la declaración para otro
momento.
Gonzalo aprovechó para enterarse de cómo
estaban las cosas con los contrabandistas detenidos. Uno de los guardias le
contó que, tal como les habían dicho, aquellos hombres se habían reunido en la
cala de San Juan con el llamado “el Americano”, uno de los contrabandistas más
buscados en la isla de Cuba. Habían apresado a la mayoría, sin embargo un grupo
de forasteros había logrado huir, aunque finalmente los había apresado en la
trifulca con Andrés. Ahora todos ellos estaban en los calabozos del cuartelillo
a la espera de ser trasladados a La Habana donde serían juzgados. El guardia
estaba seguro que les caería una buena cantidad de años en prisión, sino algo
mucho peor.
Después le pidió a Gonzalo que cuando les
fuese posible acudieran al cuartelillo a prestar declaración para la
documentación del caso.
Desde entonces, Celia y Gonzalo no habían vuelto
a hablar con nadie. El doctor seguía en la sala, atendiendo a Andrés junto a un
par de enfermeras. Una de ellas había salido hacía un rato pero no permitió que
le preguntaran nada.
El esposo de María trató de animar a Celia
diciéndole que si seguían allí era porque Andrés estaba vivo y debían aferrarse
a esa idea.
Sin embargo, su amiga no le contestó. Las
últimas palabras del capataz resonaban una y otra vez en su mente: “Entonces me doy por satisfecho” le había
dicho. La joven tragó saliva al recordarlas por enésima vez. ¿Habían sonado a
despedida? Celia se negaba a creerlo.
Cuando apenas pasaban un par de minutos de
las siete de la mañana, la puerta se abrió por fin y el doctor salió con la
bata azul manchada de sangre.
Gonzalo y Celia se levantaron con rapidez y
se acercaron a él.
-¿Cómo está Andrés? –quiso saber su amigo.
El médico se secó el sudor de la frente.
-Ha sido laborioso pero está fuera de
peligro.
Celia soltó un respiro, cargado de alivio, y
Gonzalo la abrazó, contento por la noticia.
-Hemos tenido suerte –continuó el doctor-.
La herida ha sido limpia y no ha dañado ningún órgano vital. Además es un chico
muy fuerte y en unos cuantos días estará como nuevo. Si la operación se ha
alargado más de la cuenta ha sido porque he tenido que hacerle una transfusión.
-Gracias doctor –Gonzalo le tendió la mano.
-¿Podemos verle? –habló Celia, por primera
vez. Apenas le salía la voz después de tanto tiempo sin hablar.
El médico torció el gesto. Iba a decirle que
sería mejor esperar, pero al ver la ansiedad que anidaba en su mirada, se lo
pensó mejor.
-Está bien. Pero solo un par de minutos.
Necesita descansar. La enfermera sigue con él. En cuanto ella salga, podrán
entrar a verle.
Ambos asintieron.
Así que diez minutos después, los dos
entraron en el cuarto.
Andrés estaba acostado sobre una cama, con
los ojos cerrados.
Su rostro mostraba una palidez poco normal,
pero supusieron que después de haber estado al borde de la muerte era normal.
La enfermera les había indicado que no le
atosigasen pues acababa de despertar de la operación y todavía quedaba rastro
de la anestesia.
Tratando de no hacer mucho ruido para
perturbarle, se acercaron a él. El joven abrió los ojos y sonrió débilmente.
-Hola –logró decir, con voz pastosa.
Celia se situó a su derecha, tapándole los
rayos de sol que en ese momento entraban por la ventana.
-Menudo susto nos has dado –le dijo Gonzalo,
situándose al otro lado-. Eres un cabezota. Mira que te lo dije, no os metáis
en problemas que son gente peligrosa. ¿Querías hacerte el héroe? –aunque
trataba de parecer enfadado, su voz le delató. Ver a su amigo fuera de peligro
era la mejor noticia que había recibido en las últimas horas y no podía
enfadarse con él.
-He estado a punto de morir y lo primero que
se te ocurre es echarme la bronca –bromeó el capataz, con dificultad.
-Tiene razón –intervino Celia,
defendiéndole. Quería cogerle de la mano pero no se atrevía-. Si hizo lo que
hizo fue por mí.
Andrés se volvió a mirarla. La luz del sol
iluminaba su contorno y apenas le dejaba verle el rostro. Un rostro que conocía
a la perfección.
-Pareces un ángel… una aparición –bromeó él-.
¿Acaso he muerto y estoy en el cielo?
La joven se ruborizó.
-¡Anda, adulador! –quiso quitarle
importancia ella, aunque en su interior se había sentido halagada por el
agasajo-. En tu estado y aún tienes ganas de bromear.
Gonzalo les miró a ambos y se dio cuenta de
que su presencia allí estaba de más. Ya sabía que su amigo estaba fuera de
peligro. Ahora podía dejarlo en manos de Celia. Quizá si él se marchaba, la
joven podría quedarse con Andrés más tiempo. Además, deseaba regresar a casa
con María y los niños.
-Bueno… como ya veo que te encuentras bien y
que estás en buenas manos; me marcho a casa.
Andrés asintió.
-Gracias por todo –le dijo el capataz.
Su amigo le sonrió y posó la mano sobre su
brazo.
-No hay de qué. Tú habrías hecho lo mismo
por mí.
Levantó la mirada hacia Celia y tras
despedirse de ambos, salió del cuarto.
La joven buscó una silla y la acercó a la
cama.
-Me has dado un susto de muerte –le dijo a
Andrés, sentándose a su lado. Solo entonces se atrevió a rozar sus dedos,
manteniendo la mirada en ellos-. Creí que…
-¿Cómo iba a dejarte sola, mujer? –la
interrumpió él, que pese al dolor que sentía por los puntos y lo cansado que se
encontraba, no quería dormirse. Prefería quedarse mirando a Celia-. Eso nunca.
No te será tan fácil deshacerte de mí.
Ella sonrió levemente, y alzó sus ojos hacia
él. Unos ojos que por primera vez habían abandonado su escondite y se mostraban
tal y cómo eran: dulces e inocentes.
-Gracias –dijo ella de pronto.
El capataz trató de girarse en la cama.
-Gracias, ¿por qué?
-Ya sabes –ladeó la cabeza, avergonzada-.
Por haberme salvado. Si no hubieses estado allí, esos tipos…
-Esos tipos nada –le cortó de nuevo él-. Si
esto –señaló su costado herido-, ha sido para impresionarte. Estoy seguro que
tú te hubieses defendido perfectamente.
-¡Ya! –se mordió el labio, emocionada-.
Vamos, que has querido hacerte el héroe, ¿no?
Andrés alzó una ceja, en tono burlón.
-Tenía que ganar puntos para que me hicieras
caso.
Sus dedos jugueteaban con los de él.
-No necesitabas ganar puntos conmigo –le
confesó ella, alargando su mano para acariciarle el rostro.
Andrés sonrió. No podía existir mejor
medicina para curarse que tener a Celia a su vera.
Sus miradas se encontraron y hablaron el
mismo idioma. No necesitaron de palabras para expresar lo que sentían.
La joven se levantó levemente de la silla y
acercó sus labios a los del capataz para besarle.
-Que sea la última vez que me haces sufrir
así, sino sabrás quién es la verdadera Celia –susurró la joven, apoyando su
frente en la de él.
-¡Dios mío! Acabo de darme cuenta de que te
temo mucho más a ti que a esos bandidos.
Ella sonrió ante su comentario.
-Haces bien –dijo antes de volver a
besarle-. No sabes dónde te vas a meter.
Andrés levantó la mirada, como si estuviese
pensando.
-Mmmmm… me gustan los retos –declaró con una
mirada pícara.
Celia le abrazó y entonces el joven hizo un
gesto de dolor.
-¡Lo siento, lo siento! –se disculpó ella,
preocupada.
-Vas a tener que recompensarme muy bien por
tanto sufrimiento –le dijo, sintiendo una punzada en el costado. Pero no le
importaba. Ahora estaba con Celia.
Había valido la pena pasar por todo lo
vivido si la recompensaba que le esperaba era estar junto a ella.
La joven le dio un beso en la frente. Hacía
tanto tiempo que no se sentía de nuevo así… tan viva, que le parecía un sueño.
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