CAPÍTULO 29
Cuando María y Gonzalo regresaron a casa,
después de pasar por el cuartelillo e informar a los civiles de lo que Julio
les había contado sobre los forasteros y “el Americano”, se encontraron con que
Celia terminaba de darle la cena a Esperanza. La niña se estaba poniendo el
camisón para acostarse cuando al ver a sus padres corrió hacia ellos y se echó
en brazos de Gonzalo, que la cogió. Mientras, Martín seguía despierto aunque su
mirada denotaba el cansancio por la enfermedad.
-¿Cómo ha ido? –preguntó Celia al verles
entrar en el cuarto.
María se acercó a la cama de su hijo para
comprobar que la fiebre no le había vuelto. Suspiró aliviada al percibir su piel
tibia. El niño, que había echado de menos a su madre quiso que lo cogiese y
alargó sus delgados bracitos para que María le sacara de la cama. Ella así lo
hizo y Martín se abrazó con fuerza a su cuello.
-¿Me has echado de menos, mi bien? –le
susurró acariciándole la cabecita.
El pequeño, que apenas podía juntar dos
palabras, no dijo nada, y siguió abrazado a su madre, tratando de sentir su
calor y protección.
-No nos podemos quejar –contestó Gonzalo a
la pregunta de Celia, a la vez que acudía con Esperanza en brazos hacia su cama
para acostarla-. Julio nos ha escuchado y ya comprendemos lo que ha sucedido.
Celia frunció el ceño esperando que
continuase con la explicación, aunque antes se volvió hacia María.
-¿Os… os escuchó, a Teresa y a ti? –pareció
extrañada.
-En un principio… no –declaró María,
sentándose en una esquina de la cama, con el niño en sus brazos-. ¡Mira que es
tozudo ese hombre! No quería saber nada. Me tachó de metomentodo y poco le
faltó para echarme de su casa a patadas. Por más que le expliqué que le habían
estafado, no quería escucharme –se volvió hacia su esposo- Si no llega a venir
Gonzalo, creo que seguiría pensando que le estaba engañando.
Celia chasqueó la lengua. Llevaba tiempo
tratando con Julio y sabía lo difícil que podía llegar a ser hablar con él en
igualdad.
-Tiene una mente demasiado cerrada –se quejó
la joven-. ¿Pero lograsteis que os escuchara y entendiera cómo están las cosas?
-Sí –confirmó Gonzalo, que tenía la manita
de Esperanza entre las suyas y la niña se entretenía jugando con sus dedos-.
Además, puede leer ese contrato –el joven negó, exasperado-. ¡En menudo lío se
ha metido! Porque por mucho que cojan a esos contrabandistas, él ha firmado un
contrato que a ojos de cualquier juez es legal.
María asintió, preocupada por el destino de
Teresa.
-Esperemos que los civiles puedan hacer algo
–comentó con desgana.
-Mañana mismo iré de nuevo, a primera hora, para
contarles lo que sabemos. Hoy apenas hemos tenido tiempo para ponerles sobre su
pista –dijo Gonzalo-. Le pediré a Andrés que venga conmigo y que les cuente lo
que vio en la antigua tienda de ultramarinos la otra noche. Con su declaración
estoy seguro que tendremos pruebas de sobra para pillarles. Y si esta noche se
produce el intercambio, tal y como pensamos…
-¡Andrés! –recordó de repente Celia,
descruzando los brazos-. ¿No os lo habéis cruzado?
Gonzalo negó con la cabeza.
-No –declaró María, extrañada-. ¿Por qué lo
dices?
-Porque salió hace más de una hora de aquí y
dijo que iba a casa de Julio por si necesitabais ayuda con él.
Gonzalo y María intercambiaron una mirada de
extrañeza. Ni Andrés había aparecido en casa del pescador, ni se lo habían
encontrado a su vuelta.
-¿Y hace mucho de eso? –insistió su amigo-.
Porque igual se fue por otro camino y…
-Ya te digo que hace más de una hora que
salió de aquí –el corazón de Celia comenzó a palpitar con fuerza, preocupada
por el destino del capataz. ¿Dónde se habría metido? ¿Habría recibido noticias
sobre un empeoramiento del estado de salud de su madre y por ello no había ido
hasta la casa de Julio?
-Sí que es extraño –murmuró María, acunando
a Martín que se había quedado dormido entre sus brazos.
Sin embargo, el más preocupado era Gonzalo,
pues le conocía de sobra y sabía que sus consejos de los últimos días
pidiéndole paciencia, no habían hecho mella en su amigo. El joven tenía un mal
presentimiento y algo le decía que Andrés había ido a meterse directamente a la
boca del lobo.
-Voy a llamar a su casa –se levantó de
golpe, queriendo descartar aquella posibilidad-. A ver si está allí.
-Voy contigo –se ofreció Celia, quien
después de lo ocurrido con Andrés, no podía sino preocuparse por él.
Ambos bajaron al despacho y Gonzalo llamó
por teléfono a la casa del capataz. Sabía que no eran horas, pero si su amigo
estaba allí le contestaría él, si no, sería la mujer que cuidaba de su madre en
su ausencia.
El esposo de María sintió que la sangre se
le congelaba en las venas cuando fue doña Carmen quien le contestó al otro
lado.
-Buenas noches, ¿se encuentra Andrés? Soy
Gonzalo y querría hablar con él.
-Buenas noches don Gonzalo –contestó al otro
lado la buena mujer-. Andrés no se encuentra, vino hará… como una hora para
pedirme si podía quedarme con su santa madre un rato más porque él tenía algo
importante que hacer. Eso sí, me dejó dicho que si usted llamaba, le dijera que
no había podido esperar más y que iba a hacer lo que tenían previsto.
-¿Eso le dijo? –murmuró Gonzalo, llevándose
la mano a la cabeza y soltando el aire con dificultad-. Gracias doña Carmen.
Gonzalo colgó el teléfono y se quedó mirando
a Celia, tratando de asimilar lo que le había dicho doña Carmen.
-¿Qué? –le preguntó Celia, con los nervios
invadiendo su cuerpo-. ¿Qué te ha dicho? ¿Dónde está Andrés?
-Cometiendo una locura –declaró el esposo de
María, maldiciendo la poca paciencia del capataz-. Mira que le advertí que no
lo hiciera, que se esperara… pero no. ¡A saber qué ha debido pasarle para
reaccionar así!
-¡Pero vas a contarme lo que ha hecho! –le
gritó Celia sin poder contenerse.
Gonzalo se mordió el labio, tratando de
serenarse.
-Creo que ha ido a la tienda de ultramarinos
para cerciorarse de que los contrabandistas tienen allí la mercancía.
El gesto de Celia mudo de repente al
escuchar aquello.
-¿Que qué? –se llevó la mano a la boca,
sabiendo lo que significaba-. ¿Pero se ha vuelto loco?
-¿De verdad no te dijo o hizo algo que
pudiera llevarle a actuar así? –insistió el joven, pensando con rapidez lo que
había que hacer.
Celia tragó saliva. Lo único que recordaba
era el beso que le había dado antes de salir. ¿Por eso la había besado, por si
acaso ya no tenía oportunidad de hacerlo? La joven negó con la cabeza, queriendo
apartar aquel negro pensamiento de su mente. No iba a pasarle nada a Andrés,
quiso autoconvencerse de ello.
Entonces recordó sus últimas palabras.
-Lo único que me dijo antes de salir de aquí
fue que él se encargaba de todo.
Gonzalo soltó un bufido, exasperado.
Aquellas palabras solo hacían que confirmar sus peores temores.
María entró en el despacho, preocupada por
la tardanza. Martín y Esperanza ya se habían quedado dormidos y la joven había
decidido bajar.
-¿Qué habéis averiguado?
-Que ha ido a meterse a la boca del lobo
–dijo Gonzalo poniendo los brazos en jarra.
-Hay que hacer algo –intervino Celia, que no
iba a quedarse con los brazos cruzados sabiendo que Andrés podía estar en
peligro.
-Voy a ir a buscarle –decidió Gonzalo y
salió del despacho-. Y como lo encuentre allí… me va a oír.
-¡Espera! –Celia salió tras él-. Voy
contigo.
-¡Ni hablar! –se opuso el esposo de María-.
Esos tipos son demasiado peligrosos. No voy a exponerte a ti también.
María asistía al intercambio de opiniones,
con un nudo en el estómago, preocupada por lo que fuese a ocurrir.
-No puedes impedírmelo, Gonzalo –insistió la
joven-. Creo que… creo que si ha ido allí es por mi culpa. Y jamás me
perdonaría que le pasara algo.
-¿Cómo va a ser por tu culpa, Celia?
–intervino su amiga, posando la mano sobre su hombro, sin entender-. ¿Acaso le
dijiste algo?
La joven calló de repente. No podía decirle
que era un presentimiento. Quizá el hecho de haberse besado había desencadenado
aquella decisión. Posiblemente Andrés se había sentido alentado por lo ocurrido
y…
-No. No le dije nada –confesó a media voz-.
Pero siento que lo ha hecho por mí.
-Ahora no importa cuál es el motivo –les
cortó Gonzalo, que veía que cada minuto que pasaba ponía a su amigo en mayor
peligro. Se acercó a María y la cogió de las manos-. Por favor, avisa a los
civiles de lo ocurrido. Que vayan a la vieja tienda de ultramarinos cuanto
antes. Andrés no sabe nada del intercambio y debe de pensar que esta noche no
habrá nadie allí. Solo falta que lo pillen fisgando.
-¡Voy a por mis cosas! –Celia salió hacia el
cuarto de los niños a buscar su chaqueta.
-Gonzalo –María se acercó a su esposo,
preocupada-. Ten mucho cuidado, por favor.
El joven la estrechó entre sus brazos.
-Tranquila, cariño –le susurró-. No me
pasará nada. No voy a ponerme en peligro. Te lo prometo.
Le alzó el mentón y su esposa se tranquilizó
un poco al ver en sus ojos la determinación de cumplir aquellas palabras.
Acercó sus labios a los suyos y los besó.
-Te quiero –le dijo antes de que Celia se
reuniera con ellos.
-¿Vamos? –le urgió la joven desde la puerta
del salón.
Gonzalo y María intercambiaron una última
mirada antes de separarse.
La joven suspiró, preocupada. Quería pensar
que todo saldría bien. Que encontrarían a Andrés antes de que cometiera alguna
locura… sin embargo su sexto sentido le decía que el capataz ya estaba en
peligro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario