sábado, 14 de noviembre de 2015

CAPÍTULO 27 
Apenas María y Teresa habían abandonado el restaurante, Celia tomó una decisión.
La joven dejó a Carlitos al mando del negocio y salió en dirección contraria a ellas. Por mucho que quisieran hacerse las valientes, sus amigas se enfrentarían a Julio, a quien ella conocía muy bien, y sabía que no aceptaría la palabra de dos mujeres, así por qué sí.
Cinco minutos después, Celia entró en casa de María y tras hablar con Margarita para preguntarle dónde estaba Gonzalo, la joven subió al cuarto de los niños.
Encontró al marido de María dándole de cenar al pequeño Martín, que parecía tener mejor aspecto pero que se negaba a probar el caldo, pues le dolía la garganta al tragar.
-Tan solo una más –le pidió Gonzalo, con paciencia; sabiendo del malestar que debía de estar pasando su hijo, y que le desgarraba el alma; sin embargo, debía comer algo para mantener las fuerzas-. Venga, ésta por… por el abuelo Alfonso.
El niño que había rehuido la cuchara, negando con la cabeza, se quedó quieto unos segundos observando con los ojos bien abiertos a su padre. Gonzalo sabía que la mención de su abuelo Alfonso era muy importante para él pues Martín pese a su corta edad recordaba al padre de María y le tenía una gran admiración.
De manera que se acercó a la cuchara y abrió la boca para tomarse el caldo. Hizo un pequeño mohín y tragó, tosiendo un poco.
Su padre le dio unas palmaditas en la espalda y dejó el tazón sobre la mesa.
Mientras, Esperanza había estado jugando con una vieja muñeca que había pertenecido a su madre y que era de sus favoritas.
-Gonzalo… -le llamó Celia, entrando en el cuarto.
El joven se volvió al escuchar a su amiga.
-Celia… ¿qué haces aquí? –preguntó, frunciendo el ceño y comenzando a preocuparse-. ¿Le ha pasado algo a María? ¿Te manda ella?
-No, no. Vamos… espero que no.
Gonzalo recostó a Martín y le colocó bien las sábanas para que el niño continuase descansando.
-¿Qué quieres decir con eso? –se acercó a ella, con gesto serio.
Celia le cogió del brazo para apartarse un poco y que los niños no se percatasen de nada.
-Verás… María ha hablado con Teresa por el asunto de Julio y los contrabandistas –le explicó a media voz-. Al parecer el pescador estaba metido en un negocio con ellos porque les ha comprado un barco nuevo –Gonzalo recordaba vagamente algo al respecto-. El caso es que precisamente, Teresa ha venido con el contrato que su esposo les ha firmado, porque no entendía los términos, y María ha visto que Julio ha puesto la casa como aval para comprar el barco; un barco que debe de pagar al completo en un plazo de un mes.
Gonzalo comprendió al instante la gravedad del asunto.
-Pero… ¿y cómo ha firmado eso? –se cruzó de brazos, pensativo-. ¿Cómo han logrado engatusarle con semejantes condiciones? Espera… ¿acaso está metido en el negocio del contrabando y pensaba pagarlo con lo que sacase de allí?
A Celia no se le había pasado aquella idea por la cabeza, sin embargo, por lo que conocía a Julio no lo veía capaz de ello.
-Creo que el asunto es más sencillo que eso, Gonzalo –le explicó la joven-. Julio apenas sabe leer y escribir, según nos ha contado Teresa, y le han estafado en sus propias narices.
El esposo de María apretó los labios en una irónica sonrisa.
-Vamos, que se ha metido en un buen lío –declaró.
Celia asintió.
-Por eso, María y Teresa han ido a hablar con él y a explicarle cómo están realmente las cosas.
Gonzalo se envaró al escucharla.
-¿Qué han ido las dos… solas? –alzó la voz. Luego se volvió a mirar a los niños por si le habían escuchado, pero vio que Martín se había quedado dormido y Esperanza seguía jugando tranquilamente-. Celia, ¿cómo es eso de que María ha ido a hablar con Julio? ¿Se ha vuelto loca? Después de cómo la ha tratado las últimas veces. Cuando la vea llegar…
-Por eso he venido a buscarte –le explicó su amiga-. No creo que le haga nada, pero… estoy segura de que no se librará de una mala contestación. Además, conociéndole, no creerá las palabras de dos mujeres. Es muy obtuso.
Gonzalo apretó los puños, consternado. Miró a sus hijos de nuevo y tomó una decisión.
-Celia sé que tienes mucho trabajo en el restaurante, pero…
-No te preocupes –le cortó ella sabiendo lo que iba a pedirle-. Yo me quedo con los dos. Ya he dejado al encargado pendiente. Además, no tendrá mucho trabajo con la poca clientela que tenemos últimamente.
Gonzalo posó su mano sobre el hombro de la joven.
-Gracias.
Se acercó a Esperanza para explicarle que debía irse.
-Cariño, padre tiene que salir un momento, pero la tita Celia se quedará con vosotros, ¿de acuerdo?
La niña levantó su inocente mirada hacia su tita y le sonrió. La joven se acercó a ella.
-Jugaremos a hacer pasteles, ¿te parece?
Esperanza asintió.
Gonzalo las dejó para acercarse a su hijo. Posó sus labios sobre su frente y comprobó, aliviado, que seguía sin fiebre.
-No tardaré, mi bien –le susurró, sabiendo que el pequeño no podía escucharle.
-Ve tranquilo –declaró Celia antes de que Gonzalo saliera del cuarto-. Estarán bien.
El joven asintió, agradecido y salió en pos de María. Tan solo esperaba que no cometiera ninguna locura, como enfrentarse abiertamente a Julio. Aunque conociéndola, y con su carácter, a Gonzalo le parecía que pedía un milagro.
Apenas diez minutos después de la marcha de Gonzalo, alguien tocó a la puerta del cuarto.
-Adelante –dijo Celia, pensando que sería Margarita.
Sin embargo, y para su sorpresa, se trataba de Andrés. El capataz no pudo ocultar su sorpresa al verla allí. Claramente esperaba ver a Gonzalo.
-Hola –saludó el joven, quitándose el sombrero, algo azorado.
-Andrés –murmuró ella, levantándose del rincón donde estaba con Esperanza-. ¿Qué haces aquí? ¿Buscabas a Gonzalo?
-Así es –le confirmó el capataz dando unos pasos hacia ella. Alzó la mirada por encima de su hombro en dirección a la cama del niño-. ¿Cómo sigue?
Celia se volvió a mirarle.
-Está mejor –le dijo-. Hoy ya no ha tenido fiebre, y… dicen que es gracias a tus consejos.
-¿A mí? –se sorprendió él, mostrando una sonrisa-. Será gracias a los remedios de mi abuela.
-Bueno, pero eres tú quien los recuerda –insistió ella, sin poder evitar sentir cierta admiración por el joven-. El doctor Sánchez no sabe que le hemos puesto las compresas con arcilla; y según me comentó María esta mañana cuando me pasé a preguntar por él, el doctor les había dicho que era muy extraño que la fiebre se hubiese marchado tan pronto pues lo normal es un periodo de dos a tres días.
-Los remedios naturales en ocasiones son muy útiles –comentó el capataz, tratando de quitarse importancia-. Me alegro que nuestro ahijado esté recuperándose.
Celia se volvió hacia él.
-¿Y… para qué buscabas a Gonzalo? –preguntó a bocajarro. Enseguida se dio cuenta de su indiscreción y trató de solucionarlo-. Disculpa, no es de mi incumbencia.
-No te preocupes –le quitó importancia Andrés, sonriendo; aunque no lo reconocería, una de las cosas que más le gustaban de Celia era su impulsividad-. Venía a decirle que Jorge Ramírez acaba de llegar a la hacienda –Celia frunció el ceño, puesto que aquel nombre no le decía nada-. Se trata del científico que está analizando las tierras de las fincas para buscar una solución a la salinización.
La joven asintió en silencio.
-Pues… ha ido a buscar a María. Espero que no tarde.
-¿A María? –se extrañó él-. ¿No estaba aquí?
Celia soltó el aire contenido. Llevaba rato nerviosa y necesitaba desahogarse con alguien. Además, según tenía entendido, Andrés estaba enterado de todo.
Tras pensarlo unos segundos, decidió contarle lo que habían averiguado esa tarde. El capataz asentía a sus palabras. A medida que Celia le fue contando cómo estaban las cosas, el semblante de Andrés se endureció.
-Y Gonzalo ha ido a buscarla pues teme que Julio pueda ofenderla o algo… peor.
-¿Y… dónde se supone que ha ido a buscarla?
-Pues… con las prisas ni le he dicho; supongo que a la playa donde tiene el barco Julio –pensó Celia con rapidez. Se volvió hacia la ventana y vio que ya había anochecido-. Aunque quizá haya ido a su casa –negó con la cabeza, cada vez más alterada-. No sé.
-Tranquila –Andrés la cogió de los hombros para que la joven se serenase-. No te preocupes. Iré a casa de Julio por si necesita ayuda. Aunque no lo creo. Gonzalo es una persona muy capaz y sabe cómo manejar estos temas.
El capataz se quedó pensativo unos segundos.
-¿En qué piensas? –le preguntó ella, sabiendo que algo le rondaba por la cabeza.
-En que… -negó enérgicamente-. En nada. Que… que no tienes de qué preocuparte. Quédate aquí con los niños, y yo me encargo de todo.
-Ojalá pudiera ir contigo –confesó Celia, mirando a Esperanza que se había levantado y ahora estaba inmersa con un imaginario postre-. Pero… ten cuidado, por favor –le pidió, sin ocultar su preocupación.
Andrés asintió en silencio y dio media vuelta para marcharse. Sin embargo, se detuvo un instante, y regresó sobre sus pasos.
Sin mediar palabra con Celia, cogió su rostro entre sus manos y la besó.
Al principio, la joven se sorprendió por aquel arrebato, pero inmediatamente, se dejó llevar por lo que su corazón le pedía y se entregó a aquel beso, como si fuese el último.
Un beso dulce y cálido que supo a promesas. Un beso que contenía todo el sentimiento que les embargaba y que llevaban tiempo acallando y que había explosionado sin remedio.
Cuando Andrés la soltó, la joven sintió los latidos de su corazón acelerados. Celia abrió los ojos, tratando de recuperarse del momento.
-No te preocupes –le susurró él con renovados ánimos-. Todo saldrá bien. Te lo prometo.
El joven dio media vuelta y salió del cuarto con paso rápido.
Celia se quedó parada en medio del cuarto, sin saber qué hacer. Se llevó la mano a los labios y sonrió débilmente. Aun sentía el cosquilleo del beso en sus labios. Un beso que había logrado derruir el último muro que había levantado para proteger a su corazón. Un corazón que ya tenía dueño.

CONTINUARÁ...



2 comentarios:

  1. Me sigues sorprendiendo Mel,esperando a leer la continuacion.Esta muy interesante.Muchas gracias por hacernos pasar estos ratitos!!!.

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