CAPÍTULO 9
Poco rato después, la cena ya estaba lista y
ambos se sentaron a comer, en un silencio algo extraño. Y es que las noticias
que les habían llevado, tenían a María pensativa.
-Andas muy callada, María –le dijo Gonzalo,
preocupado, mientras se servía un poco de la tortilla de patata que les habían
llevado para cenar-. ¿Qué estás barruntando?
Su esposa levantó la mirada hacia él. Una
mirada seria.
-Estaba pensando en lo que nos han dicho
Mariana y Nicolás –le confesó dejando el cubierto sobre la mesa-. Eso de que
Francisca quiere que creamos que relaja la vigilancia para que nos confiemos y caigamos
en su trampa…
-No te preocupes, amor mío –trató de
tranquilizarla Gonzalo, cogiéndola de la mano y besándosela con cariño-;
sabremos aprovechar el momento exacto para marcharnos sin problemas. Nunca nos
encontrará, te lo prometo.
Las palabras de su esposo no lograron el
efecto que él esperaba pues María había estado pensando en otra solución; una
que les alejase para siempre del peligro que suponía la Montenegro, cortándolo
de raiz para siempre.
-Verás Gonzalo… -comenzó a decirle entre
titubeos-. He estado pensando que… que deberíamos hacer algo más.
El joven frunció el ceño sin comprender.
-Ya conoces a Francisca –miró de reojo a
Esperanza y supo que lo que había pensado era la única solución posible para
ser felices para siempre-. No se dará por vencida nunca si sabe que sigo viva.
Moverá Roma con Santiago buscándonos y… descubrirá también que su plan para
acabar con tu vida, falló y que sigues vivo –posó la otra mano sobre la de él;
necesitaba que comprendiese cuales eran sus razones para llevar a cabo el plan
que se le había ocurrido-. No quiero tener que pasarme el resto de mi vida
pendiente de ella, de si sigue nuestros pasos; temiendo que nos encuentre allá
donde vayamos. No quiero vivir con miedo, ni mucho menos… ni mucho menos que
nuestros hijos crezcan con ese filo sobre sus cabezas. No quiero para ellos
todo el sufrimiento que padecimos nosotros. Quiero que crezcan libres y
felices, sin una Montenegro que quiera dictar sus caminos. ¿Lo entiendes,
Gonzalo?
Él ladeó la cabeza.
-Jamás dejaré que eso suceda, cariño
–replicó con seriedad él; cogió un trozo de pan y lo cortó-. La Montenegro
nunca nos encontrará.
María negó con la cabeza.
-No Gonzalo. No se rendirá nunca y…
conociéndola… nos encontrará. Tan solo hay una solución a todo esto.
-¿Qué es lo que propones, María? –preguntó
con seriedad, intuyendo qué pensaba hacer.
-Debemos anticiparnos a sus planes y hacerle
creer que hemos caído en su trampa –dijo al fin. Sus ojos brillaron con una
determinación inusual. Gonzalo vio en ella que estaba dispuesta a llevar a cabo
su plan, le gustase o no a él.
-¿Y cómo? –insistió su esposo, sin
convencimiento. Dejó el cuchillo sobre la mesa. Las palabras de su esposa
habían hecho que perdiese el apetito-. ¿Cómo piensas hacer para que se olvide
de vosotras?
-Haciéndole creer que estamos muertas
–sentenció María-. Solo así se olvidará de nosotras.
El rostro de Gonzalo palideció al escuchar
aquello; incluso un leve escalofrío recorrió su cuerpo a pesar del cálido fuego
que ardía en la chimenea y que caldeaba el ambiente de la cabaña.
-¿Y… y has pensado cómo hacerlo? –quiso
saber él, conociendo de antemano la respuesta; aunque por el tono escéptico de
su voz, su esposa supo que no iba a estar de acuerdo.
-María asintió despacio. Había tenido tiempo
para pensar en ello.
-¿Recuerdas cuando Fernando se tiró al río
con Esperanza? ¿Cuándo les dimos por muertos? –Gonzalo alzó la cabeza, temiendo
lo peor; pero dejó que continuase hablando-. Luego supimos que en realidad
nunca había saltado y que se había escondido en un saliente para que pensáramos
que sí habían caído al río –hizo una leve pausa para que su esposo asimilara lo
que iba a proponerle-. Quiero que Francisca piense lo mismo. Le haremos creer
que viéndome acorralada, prefiero la muerte antes que ir a prisión y me
arrojaré al río con Esperanza. Creerá que no hemos sobrevivido, ni la niña ni
yo, y podremos marcharnos libres.
-¡Ni lo sueñes, María! –Gonzalo se levantó
de golpe, sobresaltando a Esperanza que estaba sobre el camastro-. ¡No voy a
dejar que ni tú ni la niña os lancéis al río! ¡Eso es una muerte segura!
La joven se levantó con calma y acudió a su
lado para tranquilizarlo.
-Gonzalo, no voy a lanzarme de verdad, y ni
mucho menos llevaré a Esperanza –le explicó con seriedad-. Me ocultaré en la
cueva que usó Fernando para hacerle creer que sí me he tirado al río. Esperaré
allí oculta hasta que se marchen y luego me reuniré con vosotros para marcharnos
¿Lo entiendes?
El joven lo entendía, pero no compartía su
plan. Era demasiado peligroso. No iba a dejar que María se expusiese de ese
modo. Algo podría salir mal y… No quería ni pensar en aquella posibilidad.
-No, María. No –se negó en redondo-. No permitiré
que lo hagas. Así que quítate esa idea absurda de la cabeza.
La joven no quiso insistir. Sabía que en ese
momento no lograría hacerle cambiar de opinión. Sin embargo, conocía a Gonzalo
y tarde o temprano vería que su plan era la única salida que tenían; le gustase
o no.
-Terminemos de cenar –le pidió ella,
regresando a la mesa-. A Esperanza ya se le cierran los ojos y quiero dormirla.
Gonzalo relajó el gesto de su rostro y miró
a su hija, que se había recostado. No tardaría en quedarse dormida, pensó.
-No te preocupes –le dijo a su esposa,
acercándose a la niña, que alargó los brazos cuando su padre la cogió-. Termina
de cenar tranquila, ya me encargo yo de ella –miró a su hija y sonrió
levemente-. No dejaremos que nada te pase, ¿verdad, mi bien? Francisca jamás te
pondrá una mano encima.
Esperanza no entendía a su padre pero se
acurrucó en el hueco que había entre su pecho y su brazo y minutos después cayó
en un profundo sueño mientras Gonzalo la acunaba.
María observó la escena con ternura. Gonzalo
y Esperanza eran su vida, su mayor tesoro y lucharía por mantenerlos junto a
ella al precio que fuese.
Después de terminar de cenar, recogerlo todo
y dejar a Esperanza dormida sobre la cama, Gonzalo colocó el lecho que habían
improvisado junto al fuego para que el calor les envolviese esa noche.
María se sentó junto a él y se recostó sobre
su hombro, mirando las llamas que danzaban sobre el fuego y que se reflejaban
en sus pupilas. El corazón de Gonzalo palpitaba con fuerza y su esposa lo
sentía a través de su mano, posada sobre su pecho desnudo. Un latido que
aceleraba el suyo propio, llenándola de vida, porque durante los meses que
había creído que estaba muerto, también su corazón había dejado de vivir.
-¿Te encuentras bien, mi vida? –Gonzalo bajó
un poco la cabeza para poder mirar a su esposa que sin darse cuenta se había
abrazado con fuerza a él, quien le recolocó un mechón negro tras la oreja.
María levantó la cabeza y le miró a los
ojos, quedando atrapada en la calidez de su mirada. Finalmente asintió.
Gonzalo le acarició con la yema del dedo la
fina línea de su mentón, antes de besarla con suavidad. Ella cerró los ojos y
aceptó la tibieza de sus labios.
-Me parece mentira tenerte otra vez entre
mis brazos –le confesó él con los ojos entrecerrados, mientras sus emociones le
traicionaban-. Creí que no volveríamos a estar así nunca.
-Ni yo, Gonzalo –declaró ella con la boca
seca-. Te confieso que anoche tenía miedo de quedarme dormida y que al
despertar fuese todo un sueño –le acarició el rostro, comprobando que era real;
que él estaba a su lado-. No podría soportarlo.
-Eso no volverá a pasar, amor mío –quiso
tranquilizarla Gonzalo, que entendía perfectamente su temor, pues él también lo
había sentido-. No volveré a separarme nunca más de vosotras.
María se separó un poco y volvió a mirarle.
-Ni yo dejaré que lo hagas, Gonzalo Valbuena
–declaró con determinación. Sus ojos brillaron de una manera extraña. Había
cometido el error de dejarle ir a Cuba solo. No volvería a hacerlo nunca más-. Nuestros
destinos están unidos, hagamos lo que hagamos. Y juntos permaneceremos hasta el
final.
Gonzalo se acercó de nuevo a su rostro,
quedando a tan solo unos centímetros de sus labios.
Los labios de María se curvaron en una
sonrisa llena de felicidad. Su esposo la besó suavemente, queriendo prolongar
aquel momento de dicha. Sus corazones comenzaron a latir al mismo compás,
danzando al unísono; como un solo ser.
Sus sentidos se llenaron de emociones,
desbordadas por sus sentimientos, que habían permanecido tanto tiempo dormidos
que ahora tan solo querían recuperar el tiempo perdido. Le robaron los segundos
a la noche para escribir su amor con caricias sobre la piel, con besos que
sabían a deseo y palabras que susurraban promesas por cumplir.
El fuego siguió ardiendo en la chimenea, con
fuerza, durante toda la noche; y solo cuando comenzó a despuntar el sol, se
convirtió en rescoldos humeantes. Sin embargo, el fuego que ardía en los
corazones de María y Gonzalo, seguía intacto, fuerte, creciendo día a día,
alimentado por su amor. Ese amor que había superado toda clase de obstáculos
gracias a la confianza y al respeto que se profesaban el uno al otro.
CONTINUARÁ...
CONTINUARÁ...
No hay comentarios:
Publicar un comentario