CAPÍTULO 10
A la mañana siguiente, María aprovechó que
Gonzalo estaba recogiendo el desayuno de la mesa para darle la papilla a
Esperanza que se había levantado con hambre y había reclamado su desayuno nada
más abrir los ojos.
Gonzalo salió fuera a por más leña y regresó
minutos después.
-Este invierno va a ser crudo –comentó
acercándose al fuego de la chimenea para calentarse las manos.
-Como todos –le recordó María limpiándole la
boquita a la niña que acababa de terminarse toda la papilla. La dejó sobre la
cama y enseguida comenzó a entretenerse con la muñeca que le habían regalado
sus abuelos por Reyes.
María se acercó a la cocina a dejar el
cuenco sucio.
-¡Ay! –soltó Gonzalo de pronto.
-¿Qué sucede, Gonzalo? –acudió a su lado,
preocupada.
El joven se cogía la mano manteniendo el
gesto del rostro contraído levemente.
-No es nada –quiso tranquilizarla-. Tan solo
que he debido de clavarme una astilla al coger ese madero.
María inspeccionó la palma de la mano de
Gonzalo, con detenimiento. Tenía una zona levemente enrojecida pero no era nada
para preocuparse. Enseguida vio el trocito de astilla que se le había
incrustado en la piel y con cuidado tiró de ella.
-Ya está –le informó al momento-. No ha sido
nada. Te creía más valiente, Gonzalo...
Levantó la mirada hacia él y se encontró que
la estaba observando detenidamente, embelesado.
-¿Por qué me miras así? –le preguntó sin
comprender; turbada por la intensidad de su mirada.
Gonzalo parpadeó varias veces, volviendo a
la realidad; y soltó un leve suspiró lleno de nostalgia.
-Por nada, María –le dijo al fin-. Tan solo
me estaba acordando de otros momentos que tuvimos así.
El corazón de la joven se encogió al
recordar los instantes de los que hablaba su esposo. Recuerdos del pasado,
cuando no podían decirse con palabras lo que sentían, aunque sus miradas y sus
gestos les delataban sin remedio. Cuando el simple roce de sus manos era
suficiente para mantener vivo su amor. Un amor único, fuerte; que tuvo que
ocultarse a ojos de los demás, y que sobrevivió a todas las adversidades.
María sonrió con cierta nostalgia.
-Cómo olvidarlos –suspiró, sin poder apartar
la mirada de sus ojos-. Eran… la única manera de tenerte cerca.
Gonzalo acercó sus labios a los de ella y
los besó, con suavidad, con calma, llenándolos de calidez. María cerró los ojos
y se entregó a aquel simple roce que le llenaba el cuerpo de cosquillas dulces.
Dos golpes secos en la puerta de la cabaña
les devolvió a la realidad.
-Ya voy yo –dijo Gonzalo con la voz
entrecortada. Ella asintió en silencio, con las mejillas sonrosadas.
-Buenos días –saludó Mariana, entrando en la
casa.
Tras la esposa de Nicolás apareció su madre
con un capazo.
El rostro de Gonzalo se iluminó al ver que
aún había otra persona más con ellas. Alguien con quien todavía no había
coincido desde su regreso; y a quién había echado mucho de menos.
-¡Candela! –se abrazó a la que consideraba
casi como su madre.
-¡Martín! –le devolvió el saludo, sin poder
contener las lágrimas-. No puedo creerlo… -le miró de arriba abajo,
cerciorándose que estaba frente a ella, a la vez que una gran emoción llenaba
su corazón-. Te dimos por muerto y… gracias a Dios estás aquí.
El joven le sonrió.
-No iban a librarse de mí con tanta
facilidad, Candela –bromeó él.
La confitera le acarició el rostro con
cariño y seguidamente saludó a María.
-Cuanto me alegro de que estés bien, María
–la abrazó con fuerza-. Cuando don Anselmo nos lo contó a Emilia, Alfonso y a
mí… no podíamos creerlo. Todo lo que has debido de pasar, criatura.
-No vale la pena recordarlo, Candela –le
cortó la joven con seriedad.
-Tienes razón, hija –le sonrió ella; y se
volvió hacia Gonzalo-. Pero, ¿cómo estáis? ¿Y Esperanza?
María le indicó el rincón donde la niña
permanecía, jugando con lo poco que tenía, y Candela se acercó a abrazar a la
pequeña que enseguida reconoció a la mujer que tanto la había cuidado.
Por su parte, Rosario colocó un cuenco con
agua al fuego.
-Prepararé café que hace bastante frío –les
comunicó la abuela mientras Mariana les enseñaba lo que les habían llevado.
-Candela –se acercó Gonzalo a ella después
de haber preparado los vasos para el café-. María me contó ayer lo que pasó con
Aurora en mi ausencia –la viuda de su padre asintió con pesar-. ¿Cómo se
encuentra? Y quiero la verdad.
La mujer tragó saliva.
-Está bien –le tranquilizó-. Y tenemos
muchas esperanzas de que consiga engañar al tribunal para que no la manden a prisión.
Gonzalo se mordió el interior del labio,
conteniendo la rabia que le embargaba al pensar en que no podía acudir al lado
de su hermana para apoyarla.
-Ojalá pudiese estar a su lado –masculló en
voz alta-. Si no fuese por…
-No te preocupes, Martín –le acarició el
brazo mientras sostenía a la niña con el otro-. Tu hermana nos tiene a todos
nosotros para apoyarla.
-Lo sé; lo sé Candela –le concedió el joven
que no se conformaba con aquello pues no era su naturaleza quedarse de brazos
cruzados con las injusticias y mucho menos si le afectaban directamente-. Pero
soy su hermano y mi lugar sería estar junto a ella; y por culpa de la
Montenegro es que estamos así: ella tratando de engañar a un tribunal para que
no la envíen a prisión y… -miró a María que seguía conversando con su tía,
ajena a ellos-… y nosotros escondidos como criminales cuando es Francisca quien
debería ir a prisión por intentar matarme.
Candela apretó los labios, sin saber qué
decirle. El joven tenía razón y no encontraba las palabras para sosegarle.
Por su parte, María no pudo esperar y le
preguntó a Mariana por lo sucedido la noche anterior.
-Tita –la miró con seriedad-. ¿Cómo fue la
reunión anoche?
Mariana miró a cada uno de los presentes,
sintiendo sus miradas clavadas en ella, atentos a sus palabras. Candela y
Rosario no habían podido acudir pero ya estaban al tanto de todo.
-Veréis –comenzó con calma después de dejar
el último plato sobre la mesa y guardaba el capazo en un rincón-, creemos que
si la Montenegro ha pensado relajar la vigilancia sobre la zona, es el momento
adecuado para organizar vuestra huida. Don Pedro solo espera instrucciones para
darle pistas falsas a la señora. Sabemos que aunque él no le dijese nada, bien
podría enterarse de nuestra reunión, así que hemos pensado que mejor que sea él
mismo quién le informe del encuentro –Gonzalo asintió en silencio; tenía el
ceño fruncido, pensando en qué pasos dar a continuación.
-Lo mejor sería huir hacia el norte
–intervino el joven, y miró a su esposa-, hacia Vigo.
María supo lo que eso significaba. No lo
habían hablado pero Gonzalo daba por hecho que había que salir del país, rumbo
a América, para reunirse con su hermano, en Cuba.
-Eso es peligroso, Martín –intervino
Rosario, que ya tenía el café listo y sirvió un vaso a cada uno. Candela se dio
cuenta de que Esperanza se había quedado dormida en sus brazos y la dejó sobre
el jergón-. Para ello tendríais que coger el tren de Munia y la guardia civil
de seguro que está vigilando la estación.
-Eso tiene fácil solución –declaró con
demasiada seriedad sin atreverse a mirar a su esposo. Cogió uno de los vasos y
bebió un sorbo para tomar fuerzas. Por mucho que se había negado a seguir su
plan, María lo tenía claro: solo había un camino para salir de Puente Viejo sin
levantar sospechas-. La guardia civil no nos buscará en la estación de Munia si
piensan que Esperanza y yo hemos muerto.
-María no… -comenzó a decir Gonzalo,
enfadándose por insistir en ello. Dejó su vaso, ya vacío, sobre la mesa.
Rosario, Candela y Mariana asistían en
silencio a la pequeña disputa, sin entender lo que sucedía.
-¿Qué es lo que pasa? –intervino Rosario con
el gesto contrariado.
-Es mejor que vayamos fuera y les contaré
–dijo su nieta mirando a su hija. No quería levantar la voz y que Esperanza se
despertara.
Los cinco salieron al exterior, donde la
mañana era fría. Rosario se llevó su vaso de café para calentarse allí fuera, y
tomó asiento en un tronco caído. María se sentó a su lado sin atreverse a mirar
a Gonzalo, que seguía sus pasos en silencio y se detuvo junto a Mariana y
Candela. El joven no había dicho nada pero María sabía que estaba en contra de
su decisión.
-Gonzalo, sabes que es la única solución –retomó
la conversación María, tratando de hacerle entrar en razón; y se volvió hacia
las tres mujeres para que escuchasen su plan-. Todos aquí conocemos a Francisca
Montenegro, y sabemos que mientras crea que sigo viva, no cejará en su empeño
de buscarme para encarcelarme de por vida. No quiero vivir con miedo allá donde
vaya; ni que mis hijos crezcan con esa desazón –Gonzalo se cruzó de brazos,
escuchando de nuevo las mismas razones que María le había expuesto la noche
anterior. Mal que le pesase, su esposa estaba en lo cierto; sin embargo no
quería ceder en aquello-. Por ello he pensado en tenderle una trampa a
Francisca. Le haremos creer que ha logrado encontrarnos antes de que pueda huir
y que en mi desesperación por todo lo ocurrido, prefiero morir antes de ver a
mi hija bajo su yugo. Por ello usaremos el mismo señuelo que Fernando Mesía
utilizó con nosotros: me tiraré al río desde lo alto de la Garganta del Diablo
y solo así creerá que he muerto junto a mi hija.
Candela y Mariana intercambiaron una mirada,
aterradas por la propuesta de la joven, mientras
que Rosario se quedó muda, sin saber que decir.
Gonzalo no pudo más e intervino, buscando el
apoyo para convencer a María de que su plan era una locura.
-Es demasiado arriesgado, vamos, dígaselo
usted, Rosario.
-Gonzalo, no hay otra manera de librarnos de
Francisca y de las autoridades –insistió su esposa-. Solo si nos creen a los
tres muertos podremos escapar y vivir en paz.
-Pero habrá otra manera –Gonzalo no quería
dar su brazo a torcer. Bajo ningún concepto podía dejar que su esposa se
expusiera de aquella forma.
-Dime cuál –le exigió María, cada vez más
segura de que era la única forma de salir de Puente Viejo sin levantar
sospechas-. Soy toda oídos.
-Pero no podemos poner la vida de la niña en
peligro, María –intervino Candela, por primera vez; poniendo cordura al asunto.
-No la pondremos, Candela –la tranquilizó
ella, que había pensado en todos los detalles-. No me lanzaré con Esperanza en
brazos. Sino con un bulto con sus ropas.
-Pero… -Rosario había escuchado en silencio
hasta el momento, perpleja y asustada-. ¿Y si te despeñas, María?
-Saltaré a un saliente –le explicó su nieta
con calma. La mirada escéptica de Gonzalo no ayudaba en nada pero continuó
adelante sabiendo que tarde o temprano daría su consentimiento-. Lanzaré mi
ropa y el arrullo al río y me esconderé en la cueva que Fernando Mesía nos
descubrió. No correré ningún peligro.
Decirlo en voz alta le daba el valor para
seguir adelante con el plan aunque en su interior temía por el peligro que
suponía lanzarse desde aquella altura. Pero no podían verla flaquear ahora que
casi les había convencido.
-Dicho así parece coser y cantar, María
–declaró Mariana que siempre había sido la más temerosa en aquellos asuntos-,
pero… si algo sale mal y caes a esas aguas heladas no… no sobrevivirás.
Las palabras de su tía parecieron congelar
el ambiente. Todos eran conscientes del peligro y esa era la razón principal a
la que se agarraba Gonzalo para negarse.
-María, no me he agarrado a la vida con uñas
y dientes para venir a ver cómo la pierdes tú –le dijo Gonzalo, cada vez más
alterado.
No le gustaba nada el rumbo que estaba
tomando aquella conversación. Había creído que las tres mujeres le darían la
razón de inmediato pero estaba viendo como los argumentos de María estaban
convenciéndolas de que lanzarse desde lo alto de la Garganta del Diablo para
que la diesen por muerta era la mejor solución posible.
-Estaré bien, Gonzalo –le miró a los ojos
pidiéndole que le apoyase en su plan. Lo necesitaba a su lado en ese instante-.
Iremos antes a prepararlo todo y no habrá problemas.
-Tal vez no debamos fingir tu muerte –su
esposo trató de quitarle la idea de la cabeza por última vez, sabiendo de
antemano que no lo lograría-. Con escaparnos será suficiente María. Nos
instalaremos en cualquier país de América y jamás nos encontrarán.
-¿Y Francisca? –le recordó ella-. Sabes que
removerá cielo y tierra. América no está lo suficientemente lejos de ella, ya lo
has visto. Así que no nos queda otra, Gonzalo. Hemos de hacerlo.
El joven no insistió más al ver que
finalmente, Candela, Rosario y Mariana apoyaban el plan de María.
-A tus padres no les va a hacer ninguna
gracia –dijo su abuela con sensatez-. Bastante han tenido que renunciar en esta
vida por culpa de la Montenegro para que ahora les digas que tendrán que fingir
vuestra pérdida y llorar vuestra muerte.
-Lo entenderán, abuela –la tranquilizó
María. Alfonso y Emilia siempre la habían apoyado. Le costaría convencerles de
su estrategia, sí, pero sabía que al final accederían; y más si era por la
felicidad de los tres.
-Hablaré con Nicolás para que venga a veros
y le contéis cómo pensáis hacerlo –dijo Mariana-. Es más fácil que se encargue
él de todo a que lo haga mi hermano. La guardia civil no les quita el ojo de
encima y no queremos que sospechen de sus idas y venidas.
María asintió, conforme.
-Candela –habló Gonzalo con gesto serio-.
Avise a Conrado. Nos vendrá bien su ayuda.
La viuda de su padre asintió.
María al escuchar a su esposo, creyó que al
fin había comprendido que su idea era buena. Buscó en su mirada la aprobación y
el apoyo que necesitaba; sin embargo, solo halló desacuerdo. La joven apretó
los labios; Gonzalo no iba a ponerle las cosas fáciles y se lo vio en la
mirada, poco después, cuando las tres mujeres se despidieron de ellos para
regresar al pueblo.
-Gonzalo… -comenzó con voz suplicante.
-Voy adentro –respondió él, cortante-. No
quiero que Esperanza se despierte y no nos vea junto a ella.
La joven le siguió con la mirada. Su corazón
se estremecía cuando discutía con Gonzalo. No le gustaba aquella sensación que
parecía alejarles. María era consciente de que las peleas entre las parejas
eran inevitables pues no siempre se estaba de acuerdo, y tenían diferentes
puntos de vista que debían solventar mediante el diálogo.
Tan solo esperaba que a Gonzalo no le durase
mucho el enfado.
CONTINUARÁ...
CONTINUARÁ...
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