domingo, 19 de abril de 2015

CAPÍTULO 6
Poco después de que el primer rayo de sol despuntase tras la montaña y se colara cual ladrón por la ventana de la cabaña anunciando la llegada de un nuevo día, Gonzalo abrió los ojos. Parpadeó un par de veces, aún somnoliento y observó en silencio el rostro sereno de María, que dormía a su lado con una sonrisa en los labios. Recostó la cabeza sobre la almohada, sin poder apartar sus ojos de ella. Todavía no podía creerse que volvía a tenerla a su vera; que tan solo debía alargar la mano para acariciarla, para besarla... para sentirla. Había creído que jamás volvería a hacerlo y allí estaba, contemplando a su ángel, a María.
Como si presintiera la mirada de Gonzalo sobre ella, su esposa abrió los ojos y al ver el rostro de él, sonrió.
-No es un sueño, ¿verdad? –murmuró, alargando su mano para acariciarle la mejilla y ver que era real; que lo sucedido el día anterior no era un sueño.
Gonzalo se acercó lentamente para darle los buenos días con un dulce beso. Como siempre había hecho hasta el día en que marchó a Cuba.
Los latidos de su corazón se aceleraron de golpe, al sentir el roce de sus labios, calidos.
-¿Te parece un sueño? –musitó con el rostro pegado al de ella.
María volvió a cerrar los ojos y suspiró embriagándose de aquella felicidad recién encontrada.
-El más maravilloso, mi amor –le confesó a media voz-. Volver a levantarme y tenerte junto a mí.
-Bueno… -se acomodó un poco apoyándose sobre el codo-, lo de levantarse será un decir, porque ya es de día y es lo que deberíamos hacer.
La joven dirigió la mirada hacia la ventana y vio que su esposo tenía razón; ya era de día y tendrían que levantarse, sin embargo, no se sentía capaz de separarse de Gonzalo. La noche se le había antojado demasiado corta. Levantó un poco la cabeza hacia el camastro y vio que Esperanza seguía durmiendo plácidamente.
-Habrá que darle el desayuno –declaró él, leyéndole el pensamiento-. Seguro que se despierta hambrienta.
-Creo que anoche trajeron algo de leche –recordó María, incorporándose y miró hacia la chimenea donde apenas quedaban unos rescoldos del fuego que les había acompañado durante la noche-. Y habrá que avivar el fuego si no queremos quedarnos congelados.
Gonzalo comprendió que había llegado el momento de retomar las obligaciones y tras darle otro beso se levantó y se vistió.
-Voy a buscar más leña –le dijo-. Vuelvo enseguida.
Ella asintió, viéndole salir de la cabaña.
María aprovechó para vestirse y retirar a un lado el lecho que habían improvisado.
Justo cuando se disponía a preparar el desayuno, Gonzalo regresó cargado con varios troncos que depositó en la chimenea y volvió a encender un cálido fuego.
-Espero que con esto sea suficiente para esta mañana –comentó quitándose los restos de la corteza que la madera había dejado sobre su ropa.
María colocó dos pucheros a calentar; uno con agua y el otro con la leche para la niña. Su semblante se había ensombrecido de pronto.
Su repentino silencio, preocupó a Gonzalo. ¿Qué estaría rondando por la mente de su esposa para provocar aquel cambio?
-Mi vida –se acercó a ella-, ¿qué te sucede? ¿A qué viene esa sombra de tristeza?
María apretó los labios y mientras esperaban que el desayuno se calentase, le pidió que se sentaran.
-Me preocupa lo que esté pasando en el pueblo –le confesó con la mirada seria-. Temo… temo las represalias que pueda tomar Francisca.
Gonzalo torció el gesto de la boca.
-Supongo que… que te acusará de intento de asesinato y que habrá mandado a la guardia civil en tu busca… –y se apresuró a tranquilizarla-: pero no te preocupes por eso, María. No dejaré que nos encuentren.
-No es eso lo que me preocupa, Gonzalo –continuó ella, tomándole de la mano para coger fuerzas-. Me preocupan mis padres, la abuela Rosario, Candela… son ellos quienes tendrán que lidiar con la Montenegro por mi culpa.
Gonzalo tomó aire y cogió con suavidad su rostro.
-María, desgraciadamente es algo que llevan haciendo toda la vida –le recordó con un extraño brillo de rencor en su mirada-. Francisca nunca les ha puesto las cosas fáciles. Acuérdate de cómo le quitó la confitería a Candela y la echó de allí sin ningún miramiento, tan solo porque mi padre se fijó en ella. Y todo lo que han tenido que sufrir tus pobres padres y la propia Rosario, toda su vida, bajo el yugo de la señora. No es algo que les venga de nuevo.
La joven asintió apesadumbrada.
-Lo sé, lo sé –confesó, medio avergonzada-. Ahora me doy cuenta de todo el daño que es capaz de hacer esa mujer cuando vas en contra de su voluntad. Y… por eso te pido perdón.
-Perdón… ¿por qué? –se extrañó él, sin entender.
-Por haberla defendido siempre. Por no querer abrir los ojos a la realidad, aunque en lo más profundo de mi ser sabía que tenías razón en cuanto a ella. Siempre habéis tratado de hacerme ver que Francisca no era buena persona, sin embargo yo…
-Mi amor –le cortó él, que no quería verla en aquel estado; echándose la culpa por lo ocurrido-. Francisca te crió y es normal que la defendieses…
-Pero hay cosas que son indefendibles –continuó la joven, que había abierto los ojos hacía tiempo y sin embargo, solo ahora se daba cuenta de todas las atrocidades que había cometido aquella mujer-. Me empeñé en ocultar el sol con un dedo y con ella no es posible. Quise perdonarla muchas veces, creer en su buena voluntad; sin embargo… tiene el alma tan negra que es incapaz de sentir amor.
-Bueno. Al menos ya sabes cómo es en verdad –declaró Gonzalo, orgulloso de su esposa. El cambio que había sufrido María en los últimos meses la había hecho madurar todavía más.
-Sí –asintió casi con lágrimas en los ojos-. Pero lo que de verdad me duele es todo el daño que os he podido causar al defenderla. Es eso lo que no puedo perdonarme. ¿Lo entiendes?
Gonzalo asintió, comprendiendo que su buen corazón le hacía preocuparse por los demás, sin remedio; algo que admiraba en ella.
-Además –continuó María-; es tanto lo que tengo que agradecerles a mis padres, a Candela, a la abuela Rosario… a todos. Si no hubiese sido por su apoyo yo… no sé cómo habría salido del pozo en el que me encontré cuando te creí muerto –pasó la mano por la mejilla de Gonzalo-, tuve que sacar fuerzas de ellos para seguir luchando por Esperanza –se volvió hacia el camastro donde la niña continuaba dormida-. No podía fallarle… aunque lo que realmente deseaba era dejarme morir para reunirme contigo.
Gonzalo tragó el nudo de emoción que se le había formado en la garganta. Imaginaba el dolor tan grande que había tenido que padecer María al creerle muerto; él al menos, en la lejanía, sabía que ellas continuaban vivas; pero para su esposa, creerle muerto, pensando que nunca más volverían a encontrarse, había tenido que ser una auténtica pesadilla.
Tratando de aliviar un poco aquel frío que solo los malos recuerdos provocaban en el corazón, Gonzalo la besó de nuevo.
-Lo siento mucho, mi vida –le susurró él-. Siento mucho haberte hecho pasar este calvario.
-Ahora ya no importa –quiso reconfortarle la joven, cuyo latido se aceleró, dichoso de nuevo-. Cualquier sacrificio ha valido la pena si ahora te tengo de nuevo junto a mí.
Gonzalo apoyó la frente en la de ella y cerró los ojos un instante, dejando que sus pensamientos se serenaran; algo que solo la presencia de María lograba.
La joven cogió el rostro de su esposo entre sus manos y se acercó a sus labios para besarle. Eran muchos los besos que se debían. Y nunca serían suficientes para expresar el amor que sentían.
De pronto, un seco golpe en la puerta les hizo envararse. Sus ojos se encontraron, temerosos. ¿Quién sería? ¿Les habrían encontrado? La primera reacción de María fue ir a proteger a Esperanza mientras Gonzalo le pedía con un gesto que no hiciese ruido.
-¡María, Gonzalo! –dijo la voz de Emilia después de unos segundos de angustia-. Abrid que somos Rosario y yo.
María soltó el aire contenido y su esposo se apresuró a abrir la puerta de la cabaña.
Inmediatamente después, Emilia y Rosario entraron.
La madre de María, que portaba un capazo con comida, fue la primera en saludar a su yerno con un débil beso y pasó a ver a su hija. Cuando Rosario tuvo a Gonzalo frente a él, el rostro de la buena mujer dejó traslucir la emoción que sentía al tenerle de nuevo.
-¿No va a saludarme, Rosario? –le preguntó él, consciente del tiempo que había pasado desde la última vez que se vieron, además la abuela de su esposa seguía sorprendida al saberle vivo.
Sin poder articular palabra, Rosario le abrazó, dejando que las lágrimas se le escapasen de los ojos y rodaran por las mejillas.
-¡Ay señor! –logró musitar al fin, entre los brazos de Gonzalo-. ¡Ay mi niño! ¡Estás vivo!
-Así es, Rosario –certificó él, sonriéndole con dulzura; la abuela de María era una de las personas a quién Gonzalo más quería y respetaba en el mundo. Rosario era la abuela que nunca había tenido-. Y espero que por muchos años.
-Lo que hemos llorado por ti –le confesó ella, apartándose del joven y mirándole como si todavía no pudiera creerlo-. Cada vez que veía a María y a Esperanza y me las imaginaba sin ti, yo… -rompió a llorar de nuevo.
-No piense más en ello, abuela –su nieta se acercó a ellos y besó a su abuela, a quien había echado mucho de menos durante todo ese tiempo-. Ya ha pasado todo.
La madre de Alfonso se abrazó a su nieta.
-Ahora lo entiendo todo, María –le dijo y la miró con orgullo-. Algo me decía que tenías motivos muy importantes para hacer lo que hiciste.
-Lo siento mucho, abuela –le cortó ella, recordando lo duro que fue engañarlas, a ella y a Candela, y decirles que se marchaba a vivir a la Casona porque el recuerdo de Gonzalo era demasiado doloroso; además tuvo que ser fuerte y no derrumbarse cuando les explicó los falsos motivos por los que dejaba a Esperanza en el Jaral con ellas. Pero no había tenido más remedio que hacerlo así, y no se arrepentía de su decisión. Dejar a Esperanza con los suyos había sido lo más acertado de aquel plan-. No podía decirles la verdad, ¿lo entiende? No quería ponerles en peligro a ustedes también.
Rosario asintió, orgullosa de su nieta porque sus miedos a que María hubiese vuelto a confiar en la Montenegro habían sido un espejismo. Ahora sabía que la joven nunca más se dejaría manipular por la señora.
-¿Y dónde está Esperanza? –preguntó su abuela, queriendo ver a la niña.
Emilia sostenía a su nieta que acababa de despertarse y aún tenía sus pequeños ojitos medio cerrados. Rosario cogió a su bisnieta y la besó efusivamente.
Emilia aprovechó para explicarle a su hija los víveres que les llevaban: algunos guisos que tan solo debían calentar, verduras y fruta fresca y pan recién horneado por Candela; así como una botella de vino para acompañar las frías noches y leche recién ordeñada para Esperanza.
-Gracias madre –María guardó las cosas en la pequeña cocina mientras Gonzalo se encargaba de alimentar el fuego y preparar el desayuno para Esperanza.
Rosario acunaba a la niña para mantenerla calmada y que no reclamase su comida.
Una vez estuvo todo listo, se sentaron alrededor de la mesa y María pudo darle el biberón a la niña.
-Pero cuenten… ¿cómo están las cosas por el pueblo? –preguntó la joven sin poder contenerse por más tiempo.
Rosario y su nuera cruzaron una mirada de preocupación.
-Pues tal como temíamos, Francisca no ha tardado nada en acusarte de intentar matarla y… -Emilia se detuvo, sin saber cómo continuar.
-¿Y qué, madre? –inquirió María, preocupada-. ¿Qué sucede? ¿Ha hecho algo contra ustedes?
-No, no –se apresuró a sacarla de su error-. Es solo que… también te acusó de haber sido tú quien mató a Leonardo.
Su hija levantó el mentón y frunció el ceño. Si esperaban ver en ella sorpresa, no la encontraron. María se temía algo así. Lo que pudiese hacer la Montenegro ya no le sorprendía lo más mínimo.
-No se preocupe, madre –la tranquilizó-. Desgraciadamente conocemos ya a Francisca y sabemos de lo que es capaz. Le ha venido muy bien que intentase matarla para cargarme el muerto.
Gonzalo le cogió la mano, mostrándole su apoyo incondicional y ella le devolvió una leve sonrisa, agradecida por el gesto.
-Ayer tarde, Candela cerró la confitería y se quedó en el Jaral esperando a que todo el asunto estallase –intervino Rosario con gesto serio-. Sabíamos que vendrían a buscar a Lucas para que la atendiesen; tal como sucedió.
-¿Lucas? –inquirió Gonzalo sin comprender de quién hablaban.
-El compañero de estudios de Aurora en Madrid –le explicó María sin entrar en detalles-, está en Puente Viejo –se volvió hacia su madre-, por favor, continúe, madre.
-Pues como os decía, en cuanto la Montenegro pudo hablar, te acusó de intentar matarla a ella y de haberlo logrado con el falso Tristán. Inmediatamente la guardia civil junto con don Pedro, se personaron en el Jaral, buscándote.
En este punto, María y Gonzalo se miraron, asustados.
-Obviamente, nos opusimos al registro –intervino Rosario, recordando el apuro del momento-. No íbamos a levantar sospechas; y tras dejarles claro que no teníamos nada que ocultar, dejamos que mirasen en cada estancia.
-Me imagino que Aurora pondría el grito en el cielo –dijo Gonzalo, sabiendo cómo era su hermana.
-Ya la conoces, hijo –confesó Rosario sin mirarle a los ojos-. El caso es que del Jaral pasaron a la posada.
-De igual manera nos mostramos indignados y mientras la guardia civil realizaba el registro, mantuvimos con don Pedro y don Anselmo una conversación sobre lo preocupados que estábamos por ti –Emilia le sonrió a su hija-, y por Esperanza. Ambas solas por estos montes, en pleno invierno.
María sonrió, agradecida a ambas mujeres por todo lo que habían hecho por ellos.
-¿Y qué pasó después, suegra? –preguntó el esposo de María.
Emilia tragó saliva y continuó la historia, no sin antes echar una mirada a su suegra.
-En cuanto se marcharon de la posada me presenté en la Casona para soltarle a la Montenegro todo lo que me comía por dentro.
María ladeó la cabeza.
-Madre, no tenía porque haberlo hecho. Sabe que no vale la pena humillarse ante ella.
-Y no lo hice, María –la sacó de su error-. Le dije todo lo que pienso de ella, de sus mentiras y de sus tretas; le dejé bien claro que no íbamos a permitir que nada malo te pasara, y… le exigí saber dónde estabas tú y la niña.
Gonzalo frunció el ceño, sin comprender.
-Era la mejor manera de hacerle creer que no sabíamos nada de ti –le explicó Emilia, concluyendo su parte de la historia.
-Fue muy arriesgado, Emilia –le riñó Rosario con gesto furibundo-. Bastante tenemos ya con todo para que encima fueras a alterarla aún más.
-Rosario, sabe cómo es la señora –se defendió su nuera-. Le da lo mismo que te humilles como que le grites. Y esta vez no iba a dejar que las cosas quedasen de este modo. Bastante le supliqué cuando abandonó a María en aquel convento a su suerte; y todo para qué, para que se aliase con el malnacido del de Mesía con la sola intención de quedarse con mi nieta –el dolor hablaba por boca de Emilia. La Montenegro le había hecho demasiado daño a su familia y no dejaría que volviese a dirigir la vida de los suyos. Nunca más-. Esta vez quiero que sepa que mi hija no está sola, que tiene una familia que la ayudará en lo que pueda y que no me importa ir contra la guardia civil o contra el mismísimo gobernador –miró a su hija y a Gonzalo y su gesto se suavizó al verles juntos de nuevo-. No dejaremos que os encuentre. Os lo prometo.
-Gracias, Emilia –le agradeció su yerno-. Gracias por arriesgarse de ese modo. Enfrentarse a ella sabiendo lo que nos jugamos…
-Llevaba mucho tiempo con esa espina clavada, Gonzalo –le confesó la madre de María que no se arrepentía de lo que había hecho-. A nosotros ya no puede hacernos más daño del que nos hizo en su día –miró de nuevo a su hija; la Montenegro les había arrebatado la infancia de María. No dejaría que a ellos les pasara lo mismo con Esperanza-; y no dejaremos que haga lo mismo con vosotros.
-Lo que ahora me preocupa es la presencia de la guardia civil en Puente Viejo –comentó de pronto Gonzalo, y se volvió hacia su esposa-. Con ellos rondando por el pueblo, las posibles vías de escape estarán más controladas que nunca. Lo vamos a tener bastante difícil para salir de aquí.
-Bueno, por el momento, lo que tenemos que hacer es esperar –declaró Rosario, con cautela. En sus brazos, Esperanza se había dormido de nuevo-. Veamos cuál es el próximo movimiento de la Montenegro. Por ahora sabemos que se la llevan los demonios por no haber encontrado aún a María y a Esperanza.
-Esta noche volveremos para traeros más provisiones –Emilia se levantó de la mesa-. Ahora será mejor que regresemos a casa para no levantar sospechas. He dejado a Alfonso encargado de la casa de comidas y de la posada pero será mejor que vuelva con él.
María se levantó para coger a Esperanza de los brazos de Rosario. La niña apenas se inmutó por el cambio y siguió durmiendo.
-Vosotros tan solo debéis cuidaros y evitar salir mucho al exterior –convino la abuela de María-. Aunque esta zona es de difícil acceso y no creo que la guardia civil se interne tanto en el bosque, es mejor ser cautos.
Gonzalo se acercó a la buena mujer.
-Rosario, antes de que se marche, quería preguntarle por Candela y mi hermana, ¿cómo están?
-Bien –contestó Rosario, algo incómoda-. Están bien. No tienes que preocuparte por ellas.
-Lo que me extraña es que conociendo a Aurora no haya venido con usted. ¿Cómo ha logrado convencerla de que permaneciese en el Jaral?
Tras Gonzalo, María se volvió a mirarles después de dejar a Esperanza sobre la cama. Al ver el gesto incómodo de su abuela comprendió lo que sucedía: Aurora no sabía nada al respeto. Posiblemente la habían mantenido al margen porque todavía estaba recuperándose de lo ocurrido y no querían provocarle una recaída si se enteraba del regreso de su hermano.
-Ya la conoces –salió Emilia en ayuda de su suegra-. Estaba deseando venir a veros pero… pero hemos logrado convencerla de lo peligroso que era para vosotros que nos viesen a todos salir del pueblo.

Gonzalo pareció aceptar la explicación y no insistió. Sin embargo, María sabía que había llegado el momento de contarle a su esposo lo ocurrido con Aurora en los últimos meses. Y cuanto antes lo hiciese, mejor. Gonzalo tenía derecho a saberlo.

CONTINUARÁ...

3 comentarios:

  1. Me encanta como escribes :) oye cuando termines esta podrias hacer una segunda parte del anarquista o de esta es que me encantas como escribes y la del anarquista me encanto y podrias hacer la segunda parte es mi opinion , un beso

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  2. Hola Sara. Muchas gracias!!! Me alegro que te guste. Algo se me ocurrirá ;) ideas hay bastantes. La segunda parte del Anarquista está en marcha, pero hay que madurar bien la idea ;) al igual que una continuación de éste. Las dos están en marcha ;)
    Un beso para ti también.

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  3. Gracias por contestarme , pues entoces no dudes que la leeré encantada

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