EPÍLOGO
Durante las siguientes semanas, los
acontecimientos se precipitaron y pusieron a cada uno en su lugar.
Gonzalo le entregó al gobernador los pagarés
que demostraban que Francisca Montenegro había chantajeado al arquitecto de las
obras del ferrocarril para que el trazado pasase por sus tierras y de ese modo
ella obtendría una buena cantidad de dinero cada mes por cederlas.
Inmediatamente, don Federico mandó detener las obras y pidió un segundo informe
en el que se corroboraba la peligrosidad de la zona. El hombre pidió mil
disculpas a Gonzalo quien le dijo que no era a él a quien se las tenía que dar
sino a la familia de Germán, el muchacho que había perdido la vida por la
negligencia de los poderosos. El gobernador sabiendo que había cometido un
grave error mandó que el nuevo trazado siguiese los planos que Gonzalo le había
mostrado la primera vez y en seguida se retomaron las obras, ya con las nuevas
directrices.
Por su parte, Aurora y Conrado visitaron a
los suyos una semana después de que la hija de Tristán hubiese hecho el examen
para pasar el curso. La muchacha no estaba segura de haberlo aprobado pero a
los pocos días recibió la noticia de que gracias a la excelente calificación
que había sacado, pasaba de curso, de manera que el próximo año estudiaría tercero
en lugar de segundo como sería lo normal.
Poco después de llegar, su padre le explicó
la historia de Bosco. Al principio, Aurora no supo cómo reaccionar, sin
embargo, su buen corazón actuó por ella y aceptó a su hermano sin reservas.
Para el muchacho fue un alivio saber que ella le aceptaba. Desde un principio
había sentido una conexión especial hacia Aurora y ahora entendía por qué. Días
después, Bosco les informó de que había estado pensando que hacer con su vida
ahora que no tenía la herencia de la Montenegro para asegurarle un porvenir,
así que había decidido comenzar a estudiar una carrera. El joven amaba las
tierras y quería encauzar su vida dedicándose al cultivo de ellas, pero desde
otra perspectiva y que mejor manera que estudiando agronomía. Tristán le apoyó
en todo momento y puso a su disposición parte de su fortuna, sin embargo, el
muchacho le dijo que prefería ser el mismo quien se la pagase trabajando en la
ciudad mientras estudiaba ya que bastante había vivido del dinero de otros. Su
padre aceptó, orgulloso.
Por otro lado, su relación con Inés
avanzaba, poco a poco. Ambos sabían que habían cometido muchos errores y que si
querían comenzar algo serio tendrían que aprender a ser primero amigos y a
confiar el uno en el otro. La sobrina de Candela trabajaba junto a su tía en la
confitería y aprendía de ella el oficio. Después de tanto tiempo sufriendo, la
muchacha comenzaba por fin a ser feliz.
Mientras, Conrado aprovechó su estancia en
el pueblo para cerrar el trato con los inversores americanos y en cuanto el
dinero estuviese en su poder, comenzarían las obras de ampliación de la casa de
aguas. Y para ello necesitarían más trabajadores; por eso, Gonzalo no dudó ni
un instante en contratar a Fidel a quien don Marcial había logrado sacar del cuartelillo.
El hombre no sabía cómo agradecerle a Gonzalo todo lo que había hecho por él y
se alegró enormemente cuando además de su libertad, consiguió un buen trabajo
con el que encauzar su vida.
Unos meses después, Mauricio y Fe
contrajeron nupcias rodeados de gran parte del pueblo. Después de mucho pelear,
la doncella de la Casona había logrado que el capataz accediese a asistir a los
cursos prematrimoniales con don Anselmo. Además, sus vidas habían cambiado
desde que Fe había cambiado la cofia de la Casona por el traje blanco de la
casa de aguas, y es que la joven había aceptado el trabajo que María le había
ofrecido en el balneario, donde sería su mano derecha. Convencer a Mauricio de
que dejase la Casona fue mucho más difícil pues el hombre había trabajado
muchos años para la señora y se sentía útil a su lado ahora que todo el mundo
la había abandonado. Su esposa no quiso insistir pero se juró que tarde o
temprano saldría de allí.
Sin embargo, y a pesar de los cambios,
Puente Viejo seguía siendo el pequeño pueblo en el que el tiempo parecía no
pasar.
Meses después, una mañana de principios de
marzo, el silencio que reinaba en el salón del Jaral se podía cortar con el
filo de un cuchillo.
Tristán, Alfonso y Nicolás se miraban los
unos a los otros sin saber qué decir. Llevaban horas esperando y los nervios
comenzaban a hacer mella en ellos.
Alfonso se levantó de repente, sin poder
aguantarse.
-¡Dios mío! –se quejó-. ¿Tardarán mucho?
-¿Quieres otra copa? –le ofreció Tristán
yendo hacia el carrito de las bebidas-. Yo necesito una. Esta espera me está
matando.
Alfonso negó. Ya había tomado tres en las
últimas dos horas y no surtían efecto.
-Ya sabéis cómo son estas cosas –comentó
Nicolás, retorciéndose las manos y tratando de tranquilizarles aunque él estaba
igual de nervioso.
-Yo no aguanto más –dijo Alfonso mirando
hacia la puerta del pasillo-. Voy a subir y…
De repente el llanto de un bebé rasgó el
silencio inundando toda la casa. Un llanto incesante, lleno de vida.
-¿Lo oís? –murmuró Alfonso con los ojos brillantes
de la emoción.
Tristán dejó la copa de coñac que se había
servido sobre la mesa.
-Sí –confirmó el padre de Gonzalo con un
nudo en la garganta y el corazón desbordado.
Tristán se acercó a Alfonso y se abrazaron
emocionados. Luego fue Nicolás el que abrazó a los dos.
Mientras, arriba, en el cuarto de María y
Gonzalo el doctor Zabaleta se estaba lavando las manos en una palangana llena
de agua después de haber asistido a María en el parto.
-No se preocupe –le dijo el doctor a Emilia
en la antesala-. Tanto el niño como la madre están en perfecto estado. No ha
habido ningún tipo de complicaciones y ambos están bien.
-Muchas gracias doctor –le agradeció
Candela, con lágrimas en los ojos mientras le tendía una toalla.
-Lo que ahora deben de descansar que ha sido
un parto largo y María debe de estar agotada –le indicó el bueno hombre
quitándose la bata blanca con la que había estado trabajando.
-De eso ya nos encargamos nosotras –confirmó
Emilia echando una ojeada por encima del hombro del doctor.
María descansaba sobre la cama con el bebé
en brazos. Gonzalo estaba junto a ella y no podía dejar de mirarles.
-Es tan pequeño –murmuró el orgulloso
padre-. Ya ni me acordaba que eran así.
-Esperanza también lo fue –le recordó María
con una sonrisa en los labios. Estaba exhausta pero la felicidad que sentía en
ese instante le daba fuerzas para seguir despierta. Cogió la pequeña manita de
su hijo con uno de los dedos-. Nuestro primer hijo varón.
Gonzalo asintió, acariciándole su sonrosado
rostro.
-¿Cómo le llamaremos? –le preguntó a su
esposa sin apartar la mirada del pequeño.
-Le llamaremos como a su padre… Martín
–respondió volviéndose hacia él.
Gonzalo la miró, sorprendido.
-Martín –murmuró, sin poder creérselo. Aquel
nombre que le devolvía a su infancia en Puente Viejo; que traía de vuelta el
niño que había sido antes de convertirse en Gonzalo, el hombre-. Martín Castro
Castañeda. Suena bien, ¿no?
-Suena de guinda, amor mío –confirmó su
esposa cuyo rostro irradiaba felicidad.
Gonzalo sonrió y acercó sus labios a los de
ella para felicitarla y agradecerle todo lo que le había dado. Un beso que encerraba
palabras de amor, promesas y complicidad.
La puerta del cuarto se abrió y Tristán y
Alfonso entraron con cautela.
-Nos ha dicho Rosario que ya podíamos subir
–declaró el esposo de Candela-. ¿Podemos verlos?
-Solo un momento y luego la dejan descansar
–les recordó el doctor Zabaleta que ya había recogido sus cosas.
-¿Qué ha sido? –preguntó Alfonso sin poder
contenerse-. ¿Están los dos bien?
-Sí, amor mío –le tranquilizó Emilia
cogiéndole de la mano-. María y el niño están perfectamente.
-¿Un niño? –repitió Tristán sin dar crédito.
-Así es, cariño –le confirmó Candela,
abrazándose a él-. Un nieto.
La puerta se abrió de nuevo y mientras el
doctor salía del cuarto, Rosario y Mariana entraron. La abuela de María había
ido a buscar a su hija al cuarto de Esperanza donde habían estado manteniendo a
la niña ocupada con los juegos porque reclamaba ver a sus padres.
La hermana de Alfonso llevaba al pequeño
Juanito en brazos. El niño ya tenía los ocho meses y en nada caminaría. Nicolás
que había permanecido en un segundo plano se acercó a su esposa y le dio un
beso a su hijo en la cabeza.
Entre las piernas de todos, sin que nadie
pudiese hacer nada, se coló una personita que corrió hasta la cama de sus
padres.
-¡Esperanza! –Gonzalo cogió a su hija en brazos
y la abrazó.
-Mi niña –María alargó la mano para
acariciarle el brazo-. ¿Quieres conocer a tu hermanito?
Su hija se echó hacia delante para ver mejor
al nuevo miembro de la familia. Su mirada inocente se posó en el rostro de su
hermano. Sus grandes ojos pardos revelaban la bondad de su alma así como las
ansias de descubrir algo nuevo.
Sin que nadie le dijese nada, Esperanza se
acercó al pequeño Martín y le dio un suave beso en la mejilla.
-¿Sabes cómo se llama? –le preguntó su
madre, observándola con un nudo en la garganta, llena de emoción.
La niña negó con la cabeza.
-Martín –habló su padre-. Se llama Martín.
-Mar-tín –repitió ella y una sonrisa iluminó
su pequeño rostro-. Mar-tín.
María y Gonzalo se miraron, llenos de dicha.
Cada día su amor crecía más y más y la llegada de su hijo no hacía sino
fortalecer su unión. Sus labios volvieron a juntarse. Al igual que sus almas
que ya eran solo una desde hacía mucho tiempo.
En ese instante, nadie de los presentes
quiso interrumpir la escena. Ya llegaría el momento de felicitarles por el
nacimiento del niño.
Ahora tocaba dejarles disfrutar de la dicha
por la que tanto habían luchado.
FIN
Preciosa historia, esperando el siguiente relato.
ResponderEliminarPreciosa historia, esperando el siguiente relato.
ResponderEliminarPrecioso final para una gran Historia!!!!! Muchas gracias
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