jueves, 2 de abril de 2015

EPÍLOGO 
Durante las siguientes semanas, los acontecimientos se precipitaron y pusieron a cada uno en su lugar.
Gonzalo le entregó al gobernador los pagarés que demostraban que Francisca Montenegro había chantajeado al arquitecto de las obras del ferrocarril para que el trazado pasase por sus tierras y de ese modo ella obtendría una buena cantidad de dinero cada mes por cederlas. Inmediatamente, don Federico mandó detener las obras y pidió un segundo informe en el que se corroboraba la peligrosidad de la zona. El hombre pidió mil disculpas a Gonzalo quien le dijo que no era a él a quien se las tenía que dar sino a la familia de Germán, el muchacho que había perdido la vida por la negligencia de los poderosos. El gobernador sabiendo que había cometido un grave error mandó que el nuevo trazado siguiese los planos que Gonzalo le había mostrado la primera vez y en seguida se retomaron las obras, ya con las nuevas directrices.
Por su parte, Aurora y Conrado visitaron a los suyos una semana después de que la hija de Tristán hubiese hecho el examen para pasar el curso. La muchacha no estaba segura de haberlo aprobado pero a los pocos días recibió la noticia de que gracias a la excelente calificación que había sacado, pasaba de curso, de manera que el próximo año estudiaría tercero en lugar de segundo como sería lo normal.
Poco después de llegar, su padre le explicó la historia de Bosco. Al principio, Aurora no supo cómo reaccionar, sin embargo, su buen corazón actuó por ella y aceptó a su hermano sin reservas. Para el muchacho fue un alivio saber que ella le aceptaba. Desde un principio había sentido una conexión especial hacia Aurora y ahora entendía por qué. Días después, Bosco les informó de que había estado pensando que hacer con su vida ahora que no tenía la herencia de la Montenegro para asegurarle un porvenir, así que había decidido comenzar a estudiar una carrera. El joven amaba las tierras y quería encauzar su vida dedicándose al cultivo de ellas, pero desde otra perspectiva y que mejor manera que estudiando agronomía. Tristán le apoyó en todo momento y puso a su disposición parte de su fortuna, sin embargo, el muchacho le dijo que prefería ser el mismo quien se la pagase trabajando en la ciudad mientras estudiaba ya que bastante había vivido del dinero de otros. Su padre aceptó, orgulloso.
Por otro lado, su relación con Inés avanzaba, poco a poco. Ambos sabían que habían cometido muchos errores y que si querían comenzar algo serio tendrían que aprender a ser primero amigos y a confiar el uno en el otro. La sobrina de Candela trabajaba junto a su tía en la confitería y aprendía de ella el oficio. Después de tanto tiempo sufriendo, la muchacha comenzaba por fin a ser feliz.
Mientras, Conrado aprovechó su estancia en el pueblo para cerrar el trato con los inversores americanos y en cuanto el dinero estuviese en su poder, comenzarían las obras de ampliación de la casa de aguas. Y para ello necesitarían más trabajadores; por eso, Gonzalo no dudó ni un instante en contratar a Fidel a quien don Marcial había logrado sacar del cuartelillo. El hombre no sabía cómo agradecerle a Gonzalo todo lo que había hecho por él y se alegró enormemente cuando además de su libertad, consiguió un buen trabajo con el que encauzar su vida.
Unos meses después, Mauricio y Fe contrajeron nupcias rodeados de gran parte del pueblo. Después de mucho pelear, la doncella de la Casona había logrado que el capataz accediese a asistir a los cursos prematrimoniales con don Anselmo. Además, sus vidas habían cambiado desde que Fe había cambiado la cofia de la Casona por el traje blanco de la casa de aguas, y es que la joven había aceptado el trabajo que María le había ofrecido en el balneario, donde sería su mano derecha. Convencer a Mauricio de que dejase la Casona fue mucho más difícil pues el hombre había trabajado muchos años para la señora y se sentía útil a su lado ahora que todo el mundo la había abandonado. Su esposa no quiso insistir pero se juró que tarde o temprano saldría de allí.
Sin embargo, y a pesar de los cambios, Puente Viejo seguía siendo el pequeño pueblo en el que el tiempo parecía no pasar.
Meses después, una mañana de principios de marzo, el silencio que reinaba en el salón del Jaral se podía cortar con el filo de un cuchillo.
Tristán, Alfonso y Nicolás se miraban los unos a los otros sin saber qué decir. Llevaban horas esperando y los nervios comenzaban a hacer mella en ellos.
Alfonso se levantó de repente, sin poder aguantarse.
-¡Dios mío! –se quejó-. ¿Tardarán mucho?
-¿Quieres otra copa? –le ofreció Tristán yendo hacia el carrito de las bebidas-. Yo necesito una. Esta espera me está matando.
Alfonso negó. Ya había tomado tres en las últimas dos horas y no surtían efecto.
-Ya sabéis cómo son estas cosas –comentó Nicolás, retorciéndose las manos y tratando de tranquilizarles aunque él estaba igual de nervioso.
-Yo no aguanto más –dijo Alfonso mirando hacia la puerta del pasillo-. Voy a subir y…
De repente el llanto de un bebé rasgó el silencio inundando toda la casa. Un llanto incesante, lleno de vida.
-¿Lo oís? –murmuró Alfonso con los ojos brillantes de la emoción.
Tristán dejó la copa de coñac que se había servido sobre la mesa.
-Sí –confirmó el padre de Gonzalo con un nudo en la garganta y el corazón desbordado.
Tristán se acercó a Alfonso y se abrazaron emocionados. Luego fue Nicolás el que abrazó a los dos.
Mientras, arriba, en el cuarto de María y Gonzalo el doctor Zabaleta se estaba lavando las manos en una palangana llena de agua después de haber asistido a María en el parto.

-No se preocupe –le dijo el doctor a Emilia en la antesala-. Tanto el niño como la madre están en perfecto estado. No ha habido ningún tipo de complicaciones y ambos están bien.

-Muchas gracias doctor –le agradeció Candela, con lágrimas en los ojos mientras le tendía una toalla.
-Lo que ahora deben de descansar que ha sido un parto largo y María debe de estar agotada –le indicó el bueno hombre quitándose la bata blanca con la que había estado trabajando.
-De eso ya nos encargamos nosotras –confirmó Emilia echando una ojeada por encima del hombro del doctor.
María descansaba sobre la cama con el bebé en brazos. Gonzalo estaba junto a ella y no podía dejar de mirarles.
-Es tan pequeño –murmuró el orgulloso padre-. Ya ni me acordaba que eran así.
-Esperanza también lo fue –le recordó María con una sonrisa en los labios. Estaba exhausta pero la felicidad que sentía en ese instante le daba fuerzas para seguir despierta. Cogió la pequeña manita de su hijo con uno de los dedos-. Nuestro primer hijo varón.
Gonzalo asintió, acariciándole su sonrosado rostro.
-¿Cómo le llamaremos? –le preguntó a su esposa sin apartar la mirada del pequeño.

-Le llamaremos como a su padre… Martín –respondió volviéndose hacia él.
Gonzalo la miró, sorprendido.
-Martín –murmuró, sin poder creérselo. Aquel nombre que le devolvía a su infancia en Puente Viejo; que traía de vuelta el niño que había sido antes de convertirse en Gonzalo, el hombre-. Martín Castro Castañeda. Suena bien, ¿no?
-Suena de guinda, amor mío –confirmó su esposa cuyo rostro irradiaba felicidad.
Gonzalo sonrió y acercó sus labios a los de ella para felicitarla y agradecerle todo lo que le había dado. Un beso que encerraba palabras de amor, promesas y complicidad.

La puerta del cuarto se abrió y Tristán y Alfonso entraron con cautela.
-Nos ha dicho Rosario que ya podíamos subir –declaró el esposo de Candela-. ¿Podemos verlos?
-Solo un momento y luego la dejan descansar –les recordó el doctor Zabaleta que ya había recogido sus cosas.
-¿Qué ha sido? –preguntó Alfonso sin poder contenerse-. ¿Están los dos bien?
-Sí, amor mío –le tranquilizó Emilia cogiéndole de la mano-. María y el niño están perfectamente.
-¿Un niño? –repitió Tristán sin dar crédito.

-Así es, cariño –le confirmó Candela, abrazándose a él-. Un nieto.
La puerta se abrió de nuevo y mientras el doctor salía del cuarto, Rosario y Mariana entraron. La abuela de María había ido a buscar a su hija al cuarto de Esperanza donde habían estado manteniendo a la niña ocupada con los juegos porque reclamaba ver a sus padres.
La hermana de Alfonso llevaba al pequeño Juanito en brazos. El niño ya tenía los ocho meses y en nada caminaría. Nicolás que había permanecido en un segundo plano se acercó a su esposa y le dio un beso a su hijo en la cabeza.
Entre las piernas de todos, sin que nadie pudiese hacer nada, se coló una personita que corrió hasta la cama de sus padres.
-¡Esperanza! –Gonzalo cogió a su hija en brazos y la abrazó.
-Mi niña –María alargó la mano para acariciarle el brazo-. ¿Quieres conocer a tu hermanito?
Su hija se echó hacia delante para ver mejor al nuevo miembro de la familia. Su mirada inocente se posó en el rostro de su hermano. Sus grandes ojos pardos revelaban la bondad de su alma así como las ansias de descubrir algo nuevo.
Sin que nadie le dijese nada, Esperanza se acercó al pequeño Martín y le dio un suave beso en la mejilla.
-¿Sabes cómo se llama? –le preguntó su madre, observándola con un nudo en la garganta, llena de emoción.

La niña negó con la cabeza.
-Martín –habló su padre-. Se llama Martín.
-Mar-tín –repitió ella y una sonrisa iluminó su pequeño rostro-. Mar-tín.
María y Gonzalo se miraron, llenos de dicha. Cada día su amor crecía más y más y la llegada de su hijo no hacía sino fortalecer su unión. Sus labios volvieron a juntarse. Al igual que sus almas que ya eran solo una desde hacía mucho tiempo.
En ese instante, nadie de los presentes quiso interrumpir la escena. Ya llegaría el momento de felicitarles por el nacimiento del niño.
Ahora tocaba dejarles disfrutar de la dicha por la que tanto habían luchado.
FIN




3 comentarios:

  1. Preciosa historia, esperando el siguiente relato.

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  2. Preciosa historia, esperando el siguiente relato.

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  3. Precioso final para una gran Historia!!!!! Muchas gracias

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