CAPÍTULO 11
Pasaron la mañana sin dirigirse la palabra,
ocupados en diferentes quehaceres; preparando los víveres para el viaje y
racionándolos para los días que les quedaban en el pueblo; trayendo más leña
para mantener el fuego encendido y arreglando una de las ventanas por las que
se colaba el frío durante la noche.
María
no insistió con su esposo pues quería dejar un tiempo prudencial para que
Gonzalo recapacitase y pensara en que ella tenía razón. Sin embargo, cuando se
acercó la hora de la comida y Gonzalo no acudió, excusándose en que no tenía
hambre, la joven no tuvo más remedio que ir tras él. No podían seguir en
aquella situación.
-Gonzalo… -musitó ella al verle en un claro cerca
del río donde había ido a recoger agua. La joven llevaba a Esperanza en brazos
y la niña solo quería que su madre la dejara en el suelo-. Gonzalo… deja eso
para luego; es hora de comer y…
-Comeré luego, María –le cortó con sequedad,
sin detenerse mientras seguía llenando los dos cubos que había llevado consigo-.
El día es corto y hay que aprovechar ahora para recoger el agua. Es mejor que
regreséis a la cabaña, no vaya a resfriarse Esperanza.
Su esposa levantó levemente el mentón,
conteniéndose. Sus palabras tan solo eran excusas vacías para no enfrentarse a
ella porque sabía que terminarían discutiendo.
-No voy a irme sin aclarar esto –se plantó
María, consciente de lo arriesgado que era sacarle el tema, pero no lo
aguantaba más-. Sé que estás molesto conmigo porque no quieres que salte desde
la Garganta del Diablo.
Gonzalo se detuvo, volviéndose hacia ella.
-No es eso, María –le confesó dejando el
cubo lleno en el suelo y se acercó a la joven. Su gesto tosco se relajó-. No
estoy enfadado –le aclaró-, pero no comparto tu idea. Me sigue pareciendo muy
arriesgado cuando no hay necesidad de exponerse así al peligro. ¿Has pensando por
un momento que algo saliese mal y te apresara la guardia civil? ¿O… que
saltases y…? –Gonzalo no quería ni pensar en aquella posibilidad. Miró a su
hija y se le hizo un nudo en la garganta-. ¿Qué haríamos Esperanza y yo sin ti,
mi vida?
La joven entendía su desazón. Ella misma
tenía aquellos miedos también; sin embargo no le quedaba de otra que
arriesgarse. Se acercó a su esposo y le acarició el brazo.
-No me va a pasar nada, Gonzalo –su mirada
prometía regresar a su lado-. Estoy segura de que todo saldrá bien.
-Si hubiese otra manera… -pensó en voz alta.
-Pero no la hay, y lo sabes –declaró ella
con sensatez-. Engañaremos a Francisca y a los civiles; y mientras ellos nos
buscan por la ribera del río, nosotros tomaremos el tren en Munia, camino de
Vigo. ¿De acuerdo?
-Visto así es muy sencillo -Gonzalo le
mostró una media sonrisa antes de abrazarla. María se relajó entre sus brazos.
Esperanza se revolvió un poco, ante el abrazo de sus padres pero no protestó-.
Parece coser y cantar y… sabes que no lo será.
-No –aceptó ella-. Pero esta vez el destino
está de nuestra parte y lo lograremos. Estoy segura.
El joven se aferró a ella y a sus palabras
de aliento. Todo tenía que salir bien. No había de otra. Se marcharían juntos y
comenzarían una nueva vida alejados de la maldad de la Montenegro.
-No soporto cuando nos peleamos –dijo él de
pronto, manteniendo el abrazo-. Es como si me faltase una parte de mí.
-Pues no peleemos más –añadió María
acariciándole la nuca-. No merece la pena.
Gonzalo la soltó para besarla con suavidad.
Un beso que sabía a reconciliación. Esperanza les observó en silencio, mientras
su madre la sostenía en brazos.
-Para que luego digan que se vive mal en el
campo –dijo una voz conocida tras ellos.
Ambos se volvieron de repente, azorados y
sobresaltados. Enseguida se relajaron al ver que se trataba de Conrado a quien
le acompañaba Nicolás.
Al ver al prometido de su hermana, Gonzalo
se acercó a saludarle.
-Y yo a ti, Gonzalo –confesó el geólogo-. No
sabes la alegría que me dio cuando Candela me lo contó todo –se volvió hacia
María, contento de verla sana y salva-. Ya sabía yo que ocultabas algo, María.
No podías haber cambiado de la noche a la mañana de esa manera.
-Lo lamento mucho –confesó ella, agradecida
por su apoyo. Gonzalo se acercó a ella y cogió a la niña que inmediatamente se
echó en brazos de su padre-. No podía meteros en ello Conrado. Bastante teníais
ya con… con lo de Aurora para encima tener que preocuparos por mí.
-Sabes que no te hubiésemos dejado sola
–insistió el hombre.
-Lo sé, y por ello no dije nada –insistió
ella.
Se produjo un corto silencio entre los
cuatro que enseguida Gonzalo rompió.
-¿Y qué hacéis aquí? –se extrañó de
repente-. Creía que no vendría nadie hasta la noche –su mirada se contrajo,
preocupada-. ¿Acaso ha pasado algo?
-No, no –Nicolás se apresuró a sacarle de su
error-. Hemos venio porque Mariana nos ha puesto al tanto de vuestro plan y
queremos ayudaros –se volvió hacia María-. Alfonso también quería venir pero hemos
pensao que lo mejor era que se quedase pa no levantar más sospechas.
La joven asintió, de acuerdo.
-Será mejor que hablemos dentro –declaró
Gonzalo viendo que el tiempo comenzaba a empeorar y unas nubes grises
amenazaban lluvia.
Nicolás y Conrado llevaron los cubos de agua
mientras Gonzalo cargaba con su hija en brazos y María iba a su lado.
Poco después de llegar a la cabaña, y
servirles unos vasos de vino, los cuatro se sentaron alrededor de la mesa para
que María les expusiera el plan que había pensado.
Conrado y Nicolás escucharon en silencio,
asintiendo de vez en cuando. Tan solo cuando la joven terminó de explicarles
todo, se decidieron a intervenir.
-¿Y tú qué opinas de esto, Gonzalo? –Conrado
se volvió hacia su cuñado que había permanecido en un segundo plano, volviendo
a escuchar las razones de su esposa-. ¿Estás de acuerdo con el plan?
-La verdad… no me hace ninguna gracia
–confesó; y entrelazó los dedos de sus manos; un gesto que solía hacer
bastante-. Pero debo de admitir que si queremos vivir en paz… -se atrevió a
mirar a su esposa, que regresaba junto a ellos-, no nos queda de otra. Como
bien dice María, solo si nos creen a los tres muertos, podremos marcharnos sin
problemas.
Conrado suspiró, aceptando la situación.
-Entonces no se hable más –convino el novio
de Aurora mirando a Nicolás-. Iremos a inspeccionar el lugar para ver que
efectivamente la cueva está allí, y lo prepararemos todo para que María pueda
ocultarse sin peligro alguno.
-Me gustaría acompañaros, personalmente
–declaró Gonzalo-, pero sé que no es buena idea; así que confío en vosotros.
Tan solo os pido que nos informéis en cuanto sepáis algo.
-No te preocupes, Gonzalo. Así lo haremos.
Después de terminarse el último sorbo de
vino, ambos hombres marcharon hacia la Garganta del Diablo para ver cuanto
antes el lugar y comenzar a planificar la fuga de María y Gonzalo, porque el
tiempo corría en su contra y cada hora que pasaba, las posibilidades de que la
Montenegro les encontrara, aumentaban considerablemente.
CONTINUARÁ...
CONTINUARÁ...
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