viernes, 24 de abril de 2015

CAPÍTULO 11
Pasaron la mañana sin dirigirse la palabra, ocupados en diferentes quehaceres; preparando los víveres para el viaje y racionándolos para los días que les quedaban en el pueblo; trayendo más leña para mantener el fuego encendido y arreglando una de las ventanas por las que se colaba el frío durante la noche.
 María no insistió con su esposo pues quería dejar un tiempo prudencial para que Gonzalo recapacitase y pensara en que ella tenía razón. Sin embargo, cuando se acercó la hora de la comida y Gonzalo no acudió, excusándose en que no tenía hambre, la joven no tuvo más remedio que ir tras él. No podían seguir en aquella situación.
-Gonzalo… -musitó ella al verle en un claro cerca del río donde había ido a recoger agua. La joven llevaba a Esperanza en brazos y la niña solo quería que su madre la dejara en el suelo-. Gonzalo… deja eso para luego; es hora de comer y…
-Comeré luego, María –le cortó con sequedad, sin detenerse mientras seguía llenando los dos cubos que había llevado consigo-. El día es corto y hay que aprovechar ahora para recoger el agua. Es mejor que regreséis a la cabaña, no vaya a resfriarse Esperanza.
Su esposa levantó levemente el mentón, conteniéndose. Sus palabras tan solo eran excusas vacías para no enfrentarse a ella porque sabía que terminarían discutiendo.
-No voy a irme sin aclarar esto –se plantó María, consciente de lo arriesgado que era sacarle el tema, pero no lo aguantaba más-. Sé que estás molesto conmigo porque no quieres que salte desde la Garganta del Diablo.
Gonzalo se detuvo, volviéndose hacia ella.
-No es eso, María –le confesó dejando el cubo lleno en el suelo y se acercó a la joven. Su gesto tosco se relajó-. No estoy enfadado –le aclaró-, pero no comparto tu idea. Me sigue pareciendo muy arriesgado cuando no hay necesidad de exponerse así al peligro. ¿Has pensando por un momento que algo saliese mal y te apresara la guardia civil? ¿O… que saltases y…? –Gonzalo no quería ni pensar en aquella posibilidad. Miró a su hija y se le hizo un nudo en la garganta-. ¿Qué haríamos Esperanza y yo sin ti, mi vida?
La joven entendía su desazón. Ella misma tenía aquellos miedos también; sin embargo no le quedaba de otra que arriesgarse. Se acercó a su esposo y le acarició el brazo.
-No me va a pasar nada, Gonzalo –su mirada prometía regresar a su lado-. Estoy segura de que todo saldrá bien.
El joven suspiró, relajándose un poco.
-Si hubiese otra manera… -pensó en voz alta.
-Pero no la hay, y lo sabes –declaró ella con sensatez-. Engañaremos a Francisca y a los civiles; y mientras ellos nos buscan por la ribera del río, nosotros tomaremos el tren en Munia, camino de Vigo. ¿De acuerdo?
-Visto así es muy sencillo -Gonzalo le mostró una media sonrisa antes de abrazarla. María se relajó entre sus brazos. Esperanza se revolvió un poco, ante el abrazo de sus padres pero no protestó-. Parece coser y cantar y… sabes que no lo será.
-No –aceptó ella-. Pero esta vez el destino está de nuestra parte y lo lograremos. Estoy segura.
El joven se aferró a ella y a sus palabras de aliento. Todo tenía que salir bien. No había de otra. Se marcharían juntos y comenzarían una nueva vida alejados de la maldad de la Montenegro.
-No soporto cuando nos peleamos –dijo él de pronto, manteniendo el abrazo-. Es como si me faltase una parte de mí.
-Pues no peleemos más –añadió María acariciándole la nuca-. No merece la pena.
Gonzalo la soltó para besarla con suavidad. Un beso que sabía a reconciliación. Esperanza les observó en silencio, mientras su madre la sostenía en brazos.
-Para que luego digan que se vive mal en el campo –dijo una voz conocida tras ellos.
Ambos se volvieron de repente, azorados y sobresaltados. Enseguida se relajaron al ver que se trataba de Conrado a quien le acompañaba Nicolás.
Al ver al prometido de su hermana, Gonzalo se acercó a saludarle.
-Cuanto me alegro de verte, Conrado –se dieron un fuerte abrazo.
-Y yo a ti, Gonzalo –confesó el geólogo-. No sabes la alegría que me dio cuando Candela me lo contó todo –se volvió hacia María, contento de verla sana y salva-. Ya sabía yo que ocultabas algo, María. No podías haber cambiado de la noche a la mañana de esa manera.
-Lo lamento mucho –confesó ella, agradecida por su apoyo. Gonzalo se acercó a ella y cogió a la niña que inmediatamente se echó en brazos de su padre-. No podía meteros en ello Conrado. Bastante teníais ya con… con lo de Aurora para encima tener que preocuparos por mí.
-Sabes que no te hubiésemos dejado sola –insistió el hombre.
-Lo sé, y por ello no dije nada –insistió ella.
Se produjo un corto silencio entre los cuatro que enseguida Gonzalo rompió.
-¿Y qué hacéis aquí? –se extrañó de repente-. Creía que no vendría nadie hasta la noche –su mirada se contrajo, preocupada-. ¿Acaso ha pasado algo?
-No, no –Nicolás se apresuró a sacarle de su error-. Hemos venio porque Mariana nos ha puesto al tanto de vuestro plan y queremos ayudaros –se volvió hacia María-. Alfonso también quería venir pero hemos pensao que lo mejor era que se quedase pa no levantar más sospechas.
La joven asintió, de acuerdo.
-Será mejor que hablemos dentro –declaró Gonzalo viendo que el tiempo comenzaba a empeorar y unas nubes grises amenazaban lluvia.
Nicolás y Conrado llevaron los cubos de agua mientras Gonzalo cargaba con su hija en brazos y María iba a su lado.
Poco después de llegar a la cabaña, y servirles unos vasos de vino, los cuatro se sentaron alrededor de la mesa para que María les expusiera el plan que había pensado.
Conrado y Nicolás escucharon en silencio, asintiendo de vez en cuando. Tan solo cuando la joven terminó de explicarles todo, se decidieron a intervenir.
-¿Y tú qué opinas de esto, Gonzalo? –Conrado se volvió hacia su cuñado que había permanecido en un segundo plano, volviendo a escuchar las razones de su esposa-. ¿Estás de acuerdo con el plan?
María le miró de reojo. Se había levantado para ver que Esperanza se hubiese dormido.
-La verdad… no me hace ninguna gracia –confesó; y entrelazó los dedos de sus manos; un gesto que solía hacer bastante-. Pero debo de admitir que si queremos vivir en paz… -se atrevió a mirar a su esposa, que regresaba junto a ellos-, no nos queda de otra. Como bien dice María, solo si nos creen a los tres muertos, podremos marcharnos sin problemas.
Conrado suspiró, aceptando la situación.
-Entonces no se hable más –convino el novio de Aurora mirando a Nicolás-. Iremos a inspeccionar el lugar para ver que efectivamente la cueva está allí, y lo prepararemos todo para que María pueda ocultarse sin peligro alguno.
-Me gustaría acompañaros, personalmente –declaró Gonzalo-, pero sé que no es buena idea; así que confío en vosotros. Tan solo os pido que nos informéis en cuanto sepáis algo.
Nicolás asintió.
-No te preocupes, Gonzalo. Así lo haremos.

Después de terminarse el último sorbo de vino, ambos hombres marcharon hacia la Garganta del Diablo para ver cuanto antes el lugar y comenzar a planificar la fuga de María y Gonzalo, porque el tiempo corría en su contra y cada hora que pasaba, las posibilidades de que la Montenegro les encontrara, aumentaban considerablemente.

CONTINUARÁ...

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