martes, 21 de abril de 2015

CAPÍTULO 8
Poco antes de caer la noche, mientras María estaba preparando la cena y Gonzalo terminaba de darle el biberón a Esperanza, dos golpes secos en la puerta les pusieron sobre aviso. Ambos se miraron extrañados. ¿Quién sería a esas horas? A Emilia y Alfonso les esperaban más tarde, así que no podían ser ellos.
-Gonzalo, María –dijo una voz conocida para los dos, que soltaron un suspiro de alivio al instante-. Somos Mariana y Nicolás.
Inmediatamente, María les abrió la puerta para que entrasen en la cabaña. La joven abrazó al marido de Mariana y le dio un par de besos a su querida tita, que portaba un capazo con comida.
-Pasad –les indicó.
Nicolás se acercó a saludar a Gonzalo quien dejó a la niña sobre la cama para poder abrazar al marido de Mariana.
-Como me alegro de verte, Gonzalo –el joven fotógrafo no pudo ocultar su alegría al volver a ver a su amigo de nuevo.
-Y yo a vosotros, Nicolás –le devolvió el saludo, agradecido por el afectuoso recibimiento de los suyos.
Mariana se acercó al marido de María y le dio dos besos y un fuerte abrazo. Era la segunda vez que le habían dado por muerto y tenerle de regreso con vida era un regalo para todos ellos.
-¿Estáis bien? –le preguntó la hermana de Alfonso, preocupada por la situación en la que se hallaban.
-Sí, tita. Estamos perfectamente –la tranquilizó su sobrina-. Algo cansados de este encierro pero no nos quejamos –miró de reojo a su esposo-. Estamos los tres juntos que es lo importante –Gonzalo asintió, conforme con sus palabras.
Mariana sonrió. Su sobrina tenía razón. Todas las penalidades vividas quedaban atrás al ver que Gonzalo estaba vivo.
-Hemos traído algo de comida y bebida –la hermana de Alfonso sacó del capazo una botella de licor y la dejó sobre la mesa.
María se apresuró a sacar cuatro vasos para degustar el vino y su tía cogió a la niña en brazos.
-Ya nos han contado Emilia y Alfonso como fueron las cosas –les informó Nicolás mientras los cuatro tomaban asiento alrededor de la mesa y Gonzalo servía el vino-. Habéis tenido que pasar las de Caín durante todo este tiempo.
-Ahora eso ya no importa, Nicolás –sentenció María que quería dejar aquello en el pasado y tan solo pensar en el futuro que le esperaba junto a su esposo y su hija.
-Quien podía imaginar que ese sinvergüenza era un impostor –dijo Mariana, cogiéndole la mano a su sobrina mientras sostenía a Esperanza en su regazo. La niña jugaba con un mechón de pelo de su tía, encantada de tener algo diferente entre sus manitas-. Nos engañó a todos. Creímos que era hijo de Tristán y…
-A casi todos –apuntilló Gonzalo, mirando con orgullo a su esposa. Desde que le había contado que había sido capaz de desenterrar el ataúd, engañar a la Montenegro y a aquel falso Tristán, su admiración por ella no había hecho sino aumentar; así como su amor.
Mariana y Nicolás comprendieron al instante qué quería decir Gonzalo.
-Cariño, fuiste muy valiente –le dijo Mariana a su sobrina, orgullosa de la mujer en la que se había convertido. Una mujer fuerte y con arrestos para luchar por su felicidad. Hacía tiempo que María había dejado de ser la muchacha inocente que se sentaba en la mesa de la cocina de la Casona a escuchar los cuentos de hadas que le contaba su tía-. Estoy muy orgullosa de ti.
La joven le agradeció sus palabras devolviéndole la sonrisa.
-Tan solo hice lo que mi corazón me dictaba –confesó ella-. No podía quedarme con la duda de si Gonzalo estaba vivo o no.
Se quedaron un segundo en silencio antes de que Gonzalo cambiara de tema.
-¿Y cómo están las cosas por el pueblo?
-La guardia civil continúa con la búsqueda de María y Esperanza –le informó Nicolás después de saborear el trago de vino-. Hoy han estao revisando la granja, incluso han mirao dentro del pozo –negó con la cabeza al recordar como uno de los guardias a punto estuvo de caer dentro del agua-. Por el momento tan solo están peinando los alrededores más cercanos del pueblo, de manera que no se han acercado a esta zona.
-No creo que lo hagan –opinó Mariana con seriedad, acomodando a la niña que comenzaba a cansarse de estar tan quieta-. Creen que estás sola y no pensarán que vayas a adentrarte en el bosque tanto, y mucho menos con una niña pequeña.
-De todos modos no tenemos que confiarnos –dijo Gonzalo dejando su vaso ya vacío sobre la mesa y rellenándolo de nuevo.
-Estaremos pendientes, no te preocupes –se ofreció Nicolás-. De momento, don Pedro sigue los pasos de la Montenegro y nos mantiene informados de todo lo que piensa hacer. Al parecer, la señora ha llegao a la conclusión de que alguien está ayudando a María y quiere relajar la vigilancia para que nos confiemos y así caer en su trampa.
Gonzalo se mesó la barba pensativo. La Montenegro no era tonta y sabía que María no llegaría lejos sin ayuda de sus familiares. Sin embargo, no contaba con él. Ella, como la mayoría de los puenteviejinos le creía muerto. Y esa era la baza que debían usar para ganarle la partida.
-¿En qué piensas, Gonzalo? –inquirió María, que era quién mejor le conocía.
-En lo que ha dicho Nicolás. En que va a relajar la vigilancia y eso significa que ha llegado el momento de marcharnos de Puente Viejo –se volvió hacia María con gesto serio-. Tendremos que aprovechar para salir de la zona y que no nos encuentre nunca.
-Bueno, antes de tomar una decisión deja a ver qué decidimos esta noche –le pidió Nicolás con calma-. Dentro de un rato vamos a reunirnos en la granja para ver cómo podemos ayudaros.
-Me parece buena idea –convino Gonzalo-. Iré contigo y…
-¿Qué? –le cortó María, preocupada-. Gonzalo ni se te ocurra…
-No me pasará nada María –trató de calmar a su esposa-. Tan solo quiero estar presente en esa reunión.
-Perdona que me meta, Gonzalo –declaró Nicolás apretando los labios-. Pero María tiene razón. No es buena idea que vengas. La granja está cerca del pueblo y cualquier vecino que le diese por salir a esas horas podría dar aviso de que te han visto.
-O incluso la guardia civil –añadió Mariana-. Hacen rondas nocturnas a cada hora. No es bueno que te expongas sin necesidad alguna. Nosotros os informaremos de todo, pero tu lugar es éste, junto a tu esposa y tu hija. Si quieres protegerlas no debes dejarlas ni un instante.
Gonzalo les miró a los tres con el gesto torcido. No le hacía ninguna gracia quedarse al margen de aquella reunión pero debía de admitir que estaban en lo cierto: era sumamente peligroso acercarse al pueblo. Y jamás se perdonaría que algo malo les pasara a María o a Esperanza por una cabezonería suya.
-Está bien –aceptó finalmente, tomando otro sorbo de vino para que se le pasase el enfado-. Pero prometedme que nos mantendréis informados de todo.
Nicolás asintió con una sonrisa, satisfecho de haber convencido al joven; a quien conocía y sabía que su naturaleza rebelde le pedía a gritos que no dejara en manos de otros sus asuntos. Aunque en esta ocasión debía de prevalecer la razón y dejar que sus familiares hicieran su papel.
-Otra cosa antes de iros –declaró el joven-. María me ha contado cómo están las cosas en el Jaral y todo lo que le ha sucedido a Aurora. ¿De verdad está mejor?
Mariana le lanzó una mirada de reojo a su sobrina, preguntándose si había hecho bien en decirle la verdad al joven.
-Sí, Gonzalo –se apresuró a tranquilizarle la tía de su esposa-. Se encuentra bastante restablecida. Hasta hace apenas unos días era incapaz de juntar dos letras seguidas y ahora ya habla con total naturalidad. Si no le hemos dicho la verdad sobre vosotros es porque ahora mismo su libertad depende del informe del tribunal que está revisando su caso y no queremos que nada la perturbe, ¿lo entiendes, verdad?
Muy a su pesar, Gonzalo asintió. Le hubiese gustado ver a su hermana, abrazarla de nuevo y decirle cuanto la quería; sin embargo no podría hacerlo, por su propio bien.
María vio en su mirada la tristeza que ello le provocaba. Era injusto que no pudiese decirle adiós a Aurora. Y toda la culpa la tenía la Montenegro. Siempre había sido ella la causante de todas sus desgracias. Pero eso se había terminado, nunca más guiaría sus destinos. A partir de ese momento, ellos mismos serían dueños de su futuro.
Nicolás miró la hora y se levantó, preocupado.
-Se nos ha hecho tarde –Mariana asintió y se levantó, pasándole la niña a su madre. Esperanza se echó rápidamente en los brazos de María-. Emilia, Alfonso y don Anselmo estarán a punto de llegar a la granja. Es mejor no hacerles esperar.
Gonzalo y María se despidieron de ellos, pidiéndoles ante todo que actuasen con prudencia y que no se pusieran en peligro, porque bastante se estaban arriesgando por ellos.

CONTINUARÁ...



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