miércoles, 15 de abril de 2015

CAPÍTULO 2
Sin perder más tiempo, se encaminaron hacia el pueblo para reunirse con los suyos. Seguramente don Anselmo ya habría puesto al tanto de su regreso a la familia, pensó Gonzalo, deseoso de reencontrarse con ellos después de tantos meses alejado.
El joven llevaba a Esperanza. Le parecía un sueño volver a estar con María y con su pequeña hija. A cada paso que daban, no podía evitar mirar a su esposa y sonreír; y lo mismo le pasaba a ella que se aferraba a su brazo, temerosa de que en cualquier momento volviera a desaparecer. Nunca más se separaría de él, se dijo para sí misma. No volvería a cometer el error de dejarle ir.
Tomaron el camino de entrada a Puente Viejo cuando vieron una figura oscura acercarse hacia ellos. Ambos cruzaron una mirada de preocupación. No sabían hasta qué punto era bueno que les viesen los aldeanos; sin embargo, a medida que se iba acercando, pudieron reconocer los andares de don Anselmo. El sacerdote también les había reconocido y recorrió los últimos metros hacia ellos a paso ligero.
-¡Ay, hijos míos! –declaró sin resuello-. Menos mal que os encuentro. ¿Estáis bien? Estaba preocupado… sin tener noticias vuestras –su mirada se detuvo en Esperanza y soltó un leve suspiro de alivio-. Veo que todo ha salido bien y que la niña está sana y salva –acercó la mano para acariciarla-. ¿Habéis pagado el rescate que ese… malhechor pedía?
María tragó saliva.
-Leonardo está muerto –le confesó. Y sus ojos apenas mostraron ni un ápice de lástima por él.
El sacerdote se llevó la mano a la boca, sorprendido.
-¡Dios bendito! –murmuró sin creerlo-. Pero… ¿cómo ha sido? –se volvió hacia María-. ¿No…?
La joven entendió enseguida las dudas de don Anselmo y le sacó de su error.
-No hemos sido nosotros, padre –declaró mirando a Gonzalo.
-Ha sido doña Francisca quien ha terminado con su vida –continuó Gonzalo, tapando a Esperanza con la toquilla puesto que el aire frío comenzaba a soplar.
Don Anselmo se santiguó.
-Me siguió hasta la chopera alta y… cuando vio que no iba a devolverme a la niña como había prometido, le pegó un tiro terminando con su vida al instante –explicó María, recordando aquel momento con rabia-. Aunque creo que le habría matado igual, tan solo para que no me confesase la verdad.
-¿La verdad? –repitió el bueno hombre, sin poder creer lo que escuchaba. Conocía a la señora desde hacía muchos años y sabía de lo que era capaz; muchos habían muerto por mandato de ella, sin embargo, era la primera vez que ella misma daba muerte a alguien-. ¿De qué verdad hablas?
-De que Leonardo fue contratado por ella para que terminase con mi vida –repuso Gonzalo.
María asintió, corroborando las palabras de su esposo.
-Antes de morir, ese asesino a sueldo me lo confesó –continuó ella-. La señora le había contratado para que matara a Gonzalo; cosa que creyó haber hecho. Pero su codicia le trajo hasta Puente Viejo para hacerle chantaje y sacarle más cuartos.
-¿Entonces… ese hombre creía que sí estabas muerto? –don Anselmo se volvió hacia el que había sido su pupilo años atrás. El joven asintió-. Y… ¿Cómo ha reaccionado doña Francisca al verte?
María y Gonzalo intercambiaron una mirada.
-¿Qué sucede? –insistió el sacerdote, cada vez más preocupado por la seriedad de sus rostros.
-Francisca no le ha visto –habló finalmente María-. No le dio tiempo, padre. Perdió el conocimiento justo antes de que Gonzalo llegase.
-Pero… ¿cómo?
María soltó el aire contenido. No era agradable tener que confesarle a don Anselmo lo que había hecho; a pesar de que no se arrepentía de ello.
-Tras descubrir que ella era la causante de todo y que había mandado matar a Gonzalo –María aferró con más fuerza la mano de su esposo-, el dolor al creerle muerto por segunda vez, me cegó y… quise acabar con ella –acarició el brazo de su esposo-; si no fuese por Gonzalo, que llegó en el último momento… habría terminado con su vida.
Los ojos de don Anselmo se entristecieron.
-¿Está…?
-No –Gonzalo se apresuró a tranquilizarle-. La herida es limpia y sobrevivirá, pero necesitamos avisar a Mauricio para que vaya allí a por ella.
-Ya me encargaré yo de ello –se ofreció don Anselmo, recobrándose de la impresión-. Después de lo que termináis de contarme no creo que sea buena idea que regreséis al pueblo. Será mejor que os refugiéis en el bosque. Yo daré aviso a tus padres, María; y al Jaral –hizo una pausa, pensativo-. Conociendo a la señora… -negó con la cabeza-, mal asunto se nos presenta. Además, creo que será mejor que nadie, a parte de los más allegados, sepan que Gonzalo sigue vivo.
María miró preocupada a su esposo, que parecía estar pensando algo.
-Gonzalo… ¿Qué vamos a hacer?
-No te preocupes, mi vida. Don Anselmo tiene razón. Por el momento es mejor que nadie sepa que he vuelto –declaró él, dedicándole una dulce y cálida sonrisa para tranquilizarla-. Conozco un lugar en el bosque, cerca de la quebrada de los lobos donde nadie podrá encontrarnos.
-¿La cabaña del viejo Eleuterio? –preguntó don Anselmo, que conocía bien aquel lugar.
Gonzalo asintió.
-Es un lugar de difícil acceso –confesó el esposo de María-. Mi padre lo encontró cuando buscaba el cuerpo de Pepa por aquella zona. Hay muchos matorrales que resguardan bien el lugar y se encuentra entre dos montañas. Tan solo alguien que sepa de su existencia sabría llegar allí.
María asintió, más sosegada. Se volvió de nuevo hacia el sacerdote.
-Don Anselmo, ¿podría contarles a mis padres…?
-Pierde cuidado, hija –declaró él con rapidez-. Yo me encargo de hablar con ellos. Entre todos encontraremos una solución.
-Pues no perdamos más tiempo –dijo Gonzalo-. La Montenegro, mal que nos pese, necesita atención médica, sino se desangrará.
Ambos se despidieron de don Anselmo que regresó sobre sus pasos, a buen ritmo para dar aviso en la Casona de lo sucedido, y alertar a Emilia y Alfonso. Había llegado el momento de aunar fuerzas y ayudar a María y Gonzalo. Conociendo Francisca, no perdonaría a la que un día fue su ahijada que quisiera acabar con su vida.

CONTINUARÁ...

No hay comentarios:

Publicar un comentario