sábado, 18 de abril de 2015

CAPÍTULO 5
El joven se acercó al fuego y echó un par de troncos más para que el calor se mantuviese vivo. María, por su parte, vio que Esperanza comenzaba a despertarse en ese momento y aprovechó para darle de cenar. Gonzalo se sentó junto a ellas, observando en silencio aquella preciosa estampa. No podía dejar de sorprenderse al ver a la niña tan grande.
Por su parte, el semblante de María se ensombreció mientras le daba las últimas cucharadas de la papilla. Esperanza no protestó en ningún momento y se terminó toda la cena.
-¿Qué sucede, María? –quiso saber Gonzalo al ver aquel gesto triste en su rostro.
La joven suspiró y le limpió los restos de comida de la boca a la niña antes de responder.
-Nada Gonzalo, es solo que… -eran demasiadas las emociones vividas en las últimas horas y solo en ese instante comenzaba a asimilarlas. El joven le cogió el mentón con suavidad para que le mirase a los ojos-. No has sido solo tú quien ha estado separado de Esperanza todo este tiempo.
Suspiró levemente antes de levantarse y dejar a la niña sobre el jergón donde enseguida se puso a jugar con la muñeca que sus abuelos le habían regalado para Reyes.
María volvió junto a Gonzalo. Era el momento de contarle lo ocurrido durante su ausencia.
-Verás, mi amor –le cogió de las manos para sentirse más segura. Ojalá entendiese lo que había hecho, pensó la joven-. Para descubrir la la infamia de ese…de ese impostor de Leonardo, tuve que trasladarme a vivir a la Casona –Gonzalo frunció el ceño, atento a su explicación-, y… dejé a Esperanza en el Jaral durante todo ese tiempo. No podía llevarla conmigo, sabía que jamás me perdonarías si la llevaba a vivir bajo el mismo techo que la Montenegro; ni yo tampoco quería eso para nuestra hija. A esas alturas ya había abierto los ojos y sabía de lo que era capaz Francisca. No iba a dejar que esa mala mujer se acercara a ella
Gonzalo tragó saliva, y sonrió levemente, agradecido por el gesto. En el pasado aquel había sido un tema discordante entre ellos; el joven no quería que la Montenegro tuviese ningún contacto con Esperanza y se mantuvo firme en su decisión cuando María le pidió llevarla con ella a la Casona en aquellos tiempos. Por lo que veía, la opinión de su esposa había cambiado completamente y ahora era ella la que no quería a aquella mala mujer cerca de la niña; cosa que le alegraba enormemente.
-Continua –le pidió él.
-Tuve que fingir ante todos que mi marcha era porque no soportaba estar en el Jaral –recordó con pesar. Había sido muy duro para ella tener que mentirles a los suyos, pero no podía decirles la verdad. Le acarició el rostro a su esposo con cariño-, que todo me recordaba a ti y… que era demasiado doloroso permanecer allí.
-¿Y… Esperanza? ¿Qué motivos les distes para dejarla?
-Que cada vez que la veía era como verte a ti –confesó, avergonzada; pues aunque aquello era cierto, el motivo para dejarla era otro bien diferente; porque si bien Esperanza era el vivo retrato de su padre, para María aquello era un consuelo y no un tormento como les quiso hacer creer-, y que no quería que me ocurriese lo mismo que a mi tío Tristán con Aurora. Sé que no lo entendieron pero era la única mentira que podía contarles a ellos… y a Francisca. Esa mujer es incapaz de querer a nadie y por eso era más fácil engañarla con ello.
Gonzalo mostró una débil sonrisa y se acercó a besarla.
-Gracias –murmuró, apoyando su frente en la de María-. Gracias mi vida por respetar mis deseos. Sé lo duro que debió de ser para ti dejarla sola –miró tras la joven a la niña, que ajena a la conversación de sus padres, seguía entretenida con la muñeca-. Y tener que disimular ante la Montenegro…
-No solo ante ella, Gonzalo –añadió María con seriedad. Su esposo volvió a mirarla, sin entender-, también tuve que fingir ante el falso Tristán. Tenía que ganarme su confianza para pillarle en algún renuncio y así desenmascararle.
Había llegado a la parte que menos le gustaba de todo. Recordar a aquel hombre le producía escalofríos y nauseas. Aunque lo que más miedo le daba era la reacción de su esposo al saber cómo habían sido las cosas. Pero debía contárselo todo, no podía haber secretos entre ellos.
Gonzalo pareció entender su malestar y dejó que continuase, cogiéndola de la mano. Confiaba en María y aceptaría sus actos y decisiones, por duras que resultasen.
-Mi vida, no voy a… a censurar lo que hicieses –quiso mostrarle su apoyo, aunque en su interior sintiera una punzada de celos al imaginar que…
-No ocurrió nada de lo que tenga que arrepentirme, Gonzalo –declaró con determinación-. Es solo que… tuve que hacerle creer que teníamos cierta… conexión para que no sospechara cuales eran mis verdaderas intenciones.
-Entonces… entre ese Leonardo y tú no… -el corazón de Gonzalo se detuvo unos instantes, expectantes.
-No pasó nada… aunque él creyese que sí –le confesó María rápidamente-. Con ayuda de Fe le suministramos el mismo tipo de somnífero que Fernando usó en su día conmigo. No podía arriesgarme a que me encontrara en su cuarto, registrando sus pertenencias, que es lo que sucedió. Pero afortunadamente, cayó redondo antes de que… -no pudo continuar.
Gonzalo entendió enseguida su malestar. Para María cualquier acercamiento con otro hombre que no fuese su esposo se convertía en un suplicio.
-El caso es que logré su pasaporte y así descubrí su verdadera identidad; y supe que no era Tristán Castro sino Leonardo Céspedes, un asesino a sueldo –terminó de decir ella.
Se volvió a mirar el fuego que ardía en la chimenea, constante y cálido, como su amor por Gonzalo. Siempre había sido así, sin dudas ni arrepentimientos.
Su esposo se levantó para alimentar las brasas de la chimenea con otro tronco. La noche fuera era fría pero allí dentro el ambiente se mantenía cálido y en semi penumbra, iluminado tan solo por el fuego y unas velas.
Sin percatarse de ello, Esperanza se había recostado en el jergón y había caído en un profundo sueño. Su madre se levantó para arroparla y le dio un suave beso en la frente.
-Duerme mi bien, que tus padres velarán tu sueño –le murmuró a la niña.
Sin que Gonzalo se diese cuenta, María se acercó por detrás y le abrazó con fuerza, sintiendo el latido del corazón de María en su espalda. Gonzalo cerró los ojos un instante, y agarró sus manos con fuerza, acercándolas a su pecho para que ella sintiera su propio latir. Su esposa sonrió, apoyando el rostro en su espalda.
-Te he echado tanto de menos –musitó la joven.
Gonzalo se volvió lentamente y le alzó el mentón para mirarla fijamente a los ojos. Unos ojos que no podían ocultar la dicha de tenerle allí. Las llamas que ardían en la chimenea se reflejaron en la mirada de Gonzalo, anhelante y cálida.
El joven acercó su rostro al de ella y con calma rozó sus labios con suavidad, queriendo saborear el propio deseo de María, que le correspondió con la misma entrega.
El latido de sus corazones se aceleró de repente, embriagado por el torrente de sensaciones que habían permanecido dormidas desde su separación, a la espera de aquel reencuentro que ambos ansiaban con la misma fuerza.
El fuego comenzó a recorrer sus venas, inundando de deseo todo su ser, incendiando su piel que pedía a gritos ser acariciada.
No hicieron falta las palabras, sus miradas se encontraron de nuevo, hablando por si solas, entendiendo lo que ambos deseaban. Los dedos de Gonzalo bajaron con suma delicadeza la cremallera del vestido de su esposa, recorriendo la parte central de su espalda, dibujando caricias prometidas. El simple roce con la yema de sus dedos sobre la espalda desnuda de María, la hicieron estremecer.  La joven no podía dejar de mirarle a los ojos mientras desabrochaba cada uno de los botones de la camisa de Gonzalo, que retiró con suavidad, acariciando sus fuertes brazos. Unos brazos que la envolvieron con delicadeza una vez sus cuerpos quedaron despojados por completo de la ropa.
Habían dejado el jergón para Esperanza pues era demasiado pequeño para dormir los tres juntos, de manera que habían improvisado un lecho para ellos en el suelo, junto a la chimenea.
Sin dejar de dedicarse caricias, besos y abrazos, se recostaron sobre el colchón.
-Te quiero –musitó María con los labios entreabiertos, deseando besarle de nuevo.
Gonzalo la observó un instante, con los ojos entrecerrados; una mirada cálida que viajaba directa al corazón de su esposa, acariciando su alma con mimo y despertando en ella los mismos sentimientos que él sentía por ella.  El joven no podía creer que volvía a tenerla entre sus brazos, que podía volver a amarla de nuevo, como antaño. Le recolocó un mechón de cabello tras la oreja y acercó sus labios a la mejilla para depositar un suave beso.
-Te quiero, mi vida –le susurró suavemente al oído.
María cerró los ojos y una sonrisa se dibujó en su rostro. Una sonrisa iluminada por las llamas que continuaban ardiendo en la chimenea con la misma fuerza que las que alimentaban su propio deseo de entregarse a Gonzalo.
-Creí que jamás volvería a escuchártelo decir –le confesó al tiempo que una única lágrima se escapaba de sus ojos-. Creí enloquecer sin ti a mi lado.
Gonzalo besó la lágrima.
-Te prometo que nunca más me separaré de vosotras, cariño –declaró él-. Nunca más.
Rozó sus labios con los suyos sellando aquella promesa. María se abrazó a él con fuerza. Gonzalo había regresado para quedarse a su lado y aquella noche sería la primera de su nueva vida. Una vida lejos de los tentáculos de aquella que solo buscaba su desdicha.
Pero ahora no era el momento de pensar en ella, sino de recuperar el tiempo perdido y de soñar… de soñar con ese futuro que se les presentaba por delante; un futuro de felicidad y dicha.

La noche transcurrió entre abrazos, caricias ansiadas y besos robados… pero sobre todo fue una noche de entrega. Porque solo cuando la entrega era por un amor como el suyo, sus almas se fundían en una sola para vivir eternamente unidas. 

CONTINUARÁ...

No hay comentarios:

Publicar un comentario