lunes, 13 de abril de 2015

CAPÍTULO 1
El corazón de María sangraba de dolor. Cada segundo que pasaba sin Gonzalo era otro pequeño desgarro en su alma. Su mundo, su vida… había vuelto a perder el sentido. Por unos días había recobrado de nuevo la ilusión al saber que Gonzalo seguía vivo en Cuba, cautivo por los hombres de Leonardo y que en cualquier momento quedaría libre para volver junto a ella y Esperanza, tal como le había prometido.
Ahora sabía que había sido todo una mentira. Una cruel mentira de aquel sicario contratado por Francisca para terminar con la vida de su esposo, que solo buscaba una recompensa mayor por haber cumplido con su fechoría. Sin embargo, su avaricia le había llevado a la tumba y ahora yacía muerto a sus pies. Muerto por la mano de la Montenegro.
El dolor la cegaba en esos instantes. Nunca más volvería a ver a Gonzalo; a su amor, a su vida. Se había marchado para siempre llevándose con él sus ganas de vivir. Le había vuelto a perder por segunda vez y ahora… ya no le quedaba ninguna esperanza de recuperarle con vida. Todo había terminado.
-Volvamos a casa –le dijo Francisca dando media vuelta después de haberle descerrajado un tiro al sicario.
-¡No! –gritó María con rabia mientras sostenía a Esperanza en brazos.
La joven cogió la pistola y apuntó a la que un día fue su querida madrina. Todo el cariño que había sentido por ella alguna vez lo había matado con sus artimañas, sus mentiras y malas artes.
-¿Has… perdido el juicio? –la Montenegro no daba crédito a lo que veía.
-Usted ha matado a Leonardo –dijo María con voz ronca. El llanto le impedía hablar con normalidad-. Pero él, antes me contó de su villanía.
El rostro de la Montenegro perdió color. ¿Qué le habría contado aquel infame?
-He salvado a tu hija, no sé de qué me hablas –le recordó Francisca tratando de hacerla recapacitar.
Siempre había usado con María aquellas escusas; escusas que de tanto repetirlas hasta la propia Francisca se creía. Sin embargo, María ya no era la misma muchacha inocente de antaño que creía en sus buenas intenciones. Había vivido la maldad de la Montenegro en sus propias carnes. Ya nunca más creería sus mentiras.
-Usted contrató a Leonardo para que asesinara a Gonzalo –nombrarle le producía un inmenso dolor; tan grande que creía que no lo superaría nunca, que su mundo se terminaba en ese instante-. ¡ME HA QUITADO LO QUE MÁS QUERÍA EN LA VIDA! ¡Y VA A PAGAR POR ELLO!
-Soy tu madrina, te crié como a una hija –Francisca se estaba dando cuenta de que sus mentiras ya no surtían efecto en María-. Os adoro a ti y a tu pequeña como si fuerais de mi propia sangre. ¿Vas a tener el valor de matarme a sangre fría?
-Su vida a cambio de la de mi esposo –la mirada de María se tiñó de odio. Un odio nacido del dolor más profundo, de una pérdida irreparable.
-No, no –la Montenegro comenzó a temblar viendo lo que iba a suceder. La máscara se le había caído frente a María, quien jamás la perdonaría-. No lo harás.
-La quise mucho –recordó la joven con la mirada empañada por las lágrimas y el rencor-. Pero no la perdono.
Sin pensárselo dos veces, María disparó contra la Montenegro que se desplomó a sus pies, herida.
En ese instante María podía haber sentido lástima, remordimientos por lo que acababa de hacer, o incluso una total satisfacción por vengar la muerte de su esposo. Pero sin él, había perdido la capacidad de sentir. Su alma se escurecía con cada segundo que pasaba.
Se acercó, con pasos titubeantes a Francisca que seguía medio consciente en el suelo.
-María –murmuró la mujer, que perdía las fuerzas con cada latido.
-No puedo –escupió María, cegada por el dolor-. No puedo perdonarla.
Volvió a apuntarle con la pistola. Acabaría de una vez por todas con la vida de aquella mujer que tanto daño les había causado. La maldad de Francisca Montenegro llegaba hasta ese momento. Allí terminaba todo.
Su dedo se cerró sobre el gatillo y…
-¡NO! –gritó de repente, una voz. Una voz del pasado.
María levantó la mirada, incrédula. ¿Había oído bien o era su subconsciente que una vez más la traicionaba?
Su corazón se olvidó de latir unos segundos al ver la silueta de alguien acercarse a la carrera.
Se trataba de un hombre que se detuvo a escasos metros de ella. Llevaba sombrero y una bufanda cubría parte de su rostro, dejando tan solo su limpia mirada al descubierto. Una mirada que María reconocería en cualquier parte y que le devolvía la vida en ese momento.
 -No dispares María, no merece la pena –le suplicó la voz. El hombre se bajó la bufanda y un escalofrío recorrió el cuerpo de la joven que no supo reaccionar en ese instante-. Soy yo mi vida, Gonzalo -¿De verdad era él o se trataba solo de una ilusión? Quizá solo fuese su mente que la traicionaba-. Soy tu marido. ¿Acaso ya no te acuerdas?
María temía cerrar los ojos y que al abrirlos de nuevo, la imagen de Gonzalo hubiese desaparecido.
Finalmente, parpadeó varias veces y vio que era real, que su esposo estaba allí frente a ella; vivo.
-Gonzalo –balbuceó con el corazón latiéndole con fuerza.
Dio unos pasos hacia él, titubeante y el joven se acercó.
-Abrázame –le susurró su esposo en cuanto la tuvo entre sus brazos.
Sus labios, se juntaron en un dulce y anhelado beso. Un beso que sabía a reencuentro, a nostalgia por todo el tiempo que habían pasado separados, a promesas cumplidas y sobre todo… a amor. A ese amor verdadero que les había mantenido unidos en la distancia.
Las lágrimas bañaban el rostro de María. Pero ya no eran lágrimas de dolor sino de felicidad por tener a Gonzalo de nuevo junto a ella. Su esposo las abrazó y besó, a ella y a Esperanza, sin poder creer que volvían a estar los tres juntos de nuevo. Le parecía un milagro.
-Creí que habías muerto –le confesó con un nudo en la garganta y sin poder dejar de mirarle. Solo entonces se dio cuenta de cuanto le había echado de menos.
-Perdóname, perdóname, tenía que haberte avisado pero… -se excusó Gonzalo, emocionado por tener de nuevo entre sus brazos a sus dos niñas, como él las llamaba. Había pasado tantas penalidades en su viaje que creyó que nunca más volvería a verlas; y ahora solo quería abrazarlas y colmarlas de besos-… todo fue muy difícil.
María negó con la cabeza mientras su pecho se llenaba de dicha, borrando la oscuridad que momentos antes cubría su alma.
-No hables, solo bésame –le pidió, anhelante.
Su esposo volvió a besarla. La calidez de sus labios hablaba de cuanto se habían echado de menos.
-Estás vivo y eso es lo único que importa –dijo María mientras observaba a Gonzalo colmar de besos a su hija, a quien ella sostenía en brazos.
-Os he echado mucho de menos –reconoció él clavando sus ojos pardos en ella con infinito amor-. Te prometo que nunca volveré a separarme de vosotras. –María asintió levemente. Después de todos los sinsabores vividos no iba a permitirle que las dejase de nuevo. Ya no.
Entre los brazos de Gonzalo volvía a sentir la vida recorriendo todo su ser. Cada beso borraba de su memoria los malos recuerdos.
-¿Sabe alguien más que estás vivo? –le preguntó ella. Su esposo volvió a besar a Esperanza. No podía dejar de mirarla. ¡Cuánto había crecido su pequeño ángel en aquellos meses!
-Don Anselmo está al tanto pero… ya habrá tiempo para explicaciones –Gonzalo le acarició el brazo a la vez que se perdía en su mirada. La misma mirada de ternura que le había acompañado en su viaje y gracias a la cual había conseguido volver, porque en su mente tan solo tenía una idea: regresar al lado de María y su hija.
-Sí –declaró ella, sabiendo que había mucho que aclarar. Pero no era el momento. Todavía tenían algo que solucionar antes.
Como si Gonzalo le hubiese leído el pensamiento, el joven se volvió hacia Francisca que había perdido el sentido hacía mucho, antes de que él llegase, y yacía a sus pies malherida.
-Ahora debemos ocuparnos de esto –declaró él con voz neutra.
Francisca Montenegro, su abuela, la mujer que había mandado matarle en tierras lejanas para alejarle de María y Esperanza, y que irónicamente, su vida dependía ahora de él.
-Si no acabamos ahora con ella, nunca nos dejará vivir en paz –declaró María, quien pese a haber recuperado a su esposo, jamás le perdonaría todo el mal que les había hecho. Ya le había dado demasiadas oportunidades para que cambiara su actitud y aceptase que Gonzalo y ella estaban hechos el uno para el otro y que su amor era sincero. La Montenegro no había querido entenderlo y ahora ya era demasiado tarde para ello.
-No. No María –le contradijo Gonzalo, sabiendo que las palabras de su esposa nacían del dolor. Ella no era así. Y no iba a permitir que su alma, siempre pura, se viese enturbiada por culpa del odio de aquella mujer-. Nuestras vidas jamás volverán a estar en sus manos, te lo prometo.
Las palabras de Gonzalo eran lo único que servían para hacerla cambiar de opinión. Su esposo siempre cumplía sus promesas. Como esta vez. Le había prometido que ni la más feroz de las tempestades ni el más vil de los malvados le impediría volver a su lado, y allí estaba.
Gonzalo se agachó para mirar la herida de Francisca. Se quitó el sombrero y lo dejó a un lado mientras inspeccionaba el balazo.
-Le haremos llegar una nota a Mauricio para que venga a recogerla –declaró aliviado al comprobar que seguía con vida. No por ella, sino por María. No quería que su esposa cargase sobre su conciencia con la muerte de aquella mujer. No lo merecía-. La herida parece limpia –se volvió hacia María y arrugó el ceño-. Vivirá.
-Ella no lo habría hecho por nosotros –murmuró la joven entre dientes. Lo único que sentía en aquel momento por Francisca era desprecio. Un profundo desprecio.
-En eso nos diferenciamos de ella –Gonzalo regresó junto a María. No iba a permitir que su alma se envenenase de odio-. La resguardaremos y la abrigaremos.
El joven le acarició los hombros para calmarla.
-No se merece tantas atenciones –insistió ella lanzando una mirada despectiva hacia la mujer que un día había considerado como una segunda madre.
-Que lo considere un regalo de despedida –le dijo Gonzalo con un brillo triunfal en sus ojos. Había tenido una idea-. Jamás volverá a saber de nosotros, créeme.
Y María lo hizo. Porque confiaba en Gonzalo más que en ninguna otra persona. Le miró a los ojos y supo que todo saldría bien. Estando los tres juntos de nuevo, ya nada podría separarles.
Sus labios volvieron a fundirse en un beso. Otro más. Dulce y apasionado; ardiente y sincero, que prometía ser el inicio de la felicidad que tanto habían buscado y de la que muy pronto podrían disfrutar libres; pero sobretodo lejos del odio de Francisca Montenegro.

CONTINUARÁ...

3 comentarios:

  1. Me encanta melania me he vuelto a enganchar :)

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  2. Muchas gracias!!! Me alegra que os guste. Y lo que sigue es muy muy bonito. Se terminó el drama, que bastante han sufrido y se merecen ser felices.

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