CAPÍTULO 12
Con la caída de la noche y los lastimeros
llantos de los lobos que habitaban por los alrededores, llegaron a la cabaña
Emilia y Conrado junto a don Anselmo. El prometido de Aurora había puesto al
tanto al resto de la familia de los planes que habían ideado María y Gonzalo.
La primera en poner el grito en el cielo fue Emilia. No estaba dispuesta a que
su hija cometiese la locura de enfrentarse de nuevo a la Montenegro y mucho
menos a que se lanzase desde lo alto de la Garganta del Diablo, aunque solo
fuese un señuelo. ¿Y si algo fallaba, y…?
-Madre, no tiene de qué preocuparse
–insistió María por segunda vez. Ambas estaban de pie junto a la chimenea
mientras Emilia acunaba a su nieta que acababa de dormirse.
-Es demasiado arriesgado hija –seguía sin
estar de acuerdo y buscó el apoyo de su yerno-. Gonzalo, dile algo.
El joven que estaba sentado junto a los
otros dos hombres, se volvió hacia ella. Emilia esperaba que el marido de su
hija tuviese más suerte que ella y la convenciera de que era una locura lo que
proponía.
-Suegra, ya la conoce –sentenció él, y
sonrió débilmente-. A cabezota no la gana nadie. Yo tampoco estaba de acuerdo
con el plan; y me sigue pareciendo peligroso –María ladeó la cabeza lanzándole
una mirada suplicante. Lo último que necesitaba era que Emilia viese su
disconformidad-. Pero debo de reconocer, mal que me pese, que es la única
solución.
-Con Nicolás hemos estado revisando el lugar
–les contó Conrado-. Hemos visto la cueva donde se escondió el de Mesía cuando
os hizo creer que saltó al río con la niña. El sitio no es muy amplio pero
servirá para que María se oculte mientras todos la busquen por el cauce del
río.
-¿Pero… es seguro que salte ahí? –insistió
Gonzalo frunciendo el ceño, preocupado-. Quizá el salto sea demasiado grande y…
-No te voy a mentir, Gonzalo –declaró su
futuro cuñado-, el saliente es estrecho y debe de ser… un metro, más o menos.
El gesto del joven se contrajo. Su esposa enseguida
se dio cuenta de que aquella información no le gustaba.
-No os preocupéis –intervino ella-. No es
mucho… y tendré cuidado. Os lo prometo.
Gonzalo se mordió el interior del labio.
Seguía sin estar convencido del todo. Sin embargo, veía en la mirada de su
esposa la firme determinación de continuar con su plan hasta el final; y nada
la haría cambiar de opinión.
-El alcalde ha ido esta mañana a informarle
a la señora del encuentro que hubo ayer en la granja de Mariana y Nicolás
–habló don Anselmo que había escuchado en silencio, queriendo pensar con calma
lo que iban a hacer-. La Montenegro está segura de que estamos organizando algo
para que María pueda escapar y cree que podrá detenerla.
La joven sonrió para sus adentros.
-Perfecto entonces –declaró con una media
sonrisa, sorprendiendo a los presentes-. Su vanidad será su perdición.
-Perdona que te diga, hija –la regañó don
Anselmo-; ambos la conocemos muy bien y será difícil engañarla.
-Pero no imposible –María no iba a dar su
brazo a torcer-. Padre, he vivido muchos años junto a ella. Quizá sea de las
pocas personas que la conoce bien y si algo tiene Francisca es que se cree que
lo controla todo. Vamos a dejar que siga pensando que es verdad y que se saldrá
con la suya.
Gonzalo se sintió orgulloso al escucharla
hablar de aquella manera.
-María tiene razón –la apoyó él, con
firmeza, sorprendiendo a la joven-. Ese es el punto débil de la Montenegro, la
soberbia y creerse que lo tiene todo controlado. Esa será su perdición.
-¿Y… habéis pensado cómo le haréis para que
caiga en la trampa? –preguntó Emilia dándose cuenta de que no iba a hacerles
cambiar de opinión mientras ambos jóvenes se apoyasen de aquella manera-.
Porque habrá que conducirla hasta la Garganta del Diablo.
Su hija suspiró. Ella y su esposo habían
estado hablando de ello durante la tarde. Ambos habían debatido cuál sería la
mejor manera de hacerle creer a la Montenegro que había cogido a María en su
fuga; que la tenía en sus manos y que su destino dependía de ella.
-Hemos pensado que llegue a sus oídos el
rumor de que estáis movilizándoos para ayudar a María –les explicó Gonzalo con
seriedad. María escuchó sus palabras mientras colocaba otro leño al fuego sobre
las brasas-. No será difícil hacérselo creer pues ya está con la mosca tras la
oreja. Sabe que alguien la está ayudando.
Creemos que lo mejor será que sepa que se están sacando grandes
cantidades de dinero del banco y que estáis haciendo acopio de provisiones.
Solo tendrá que sumar dos más dos para saber el motivo.
Conrado asintió lentamente y Emilia se
acercó a la mesa tras dejar a la niña en la cama.
-Eso será relativamente sencillo –opinó la
madre de María-. Alfonso y yo podemos tener una conversación en la casa de
comidas donde le diga que he ido al banco a sacar dinero. Cualquier aldeano
puede escucharnos e irle con el cuento a la señora.
-Mejor será que don Pedro contrate a alguien
que les “espíe” sin ustedes saberlo –dijo su hija, que ya habían comentado
aquel detalle-. No queremos dejar nada al azar ni meter al alcalde en
problemas. Bastante se está arriesgando ya por nosotros –hizo una leve pausa-. Que sea él mismo quien le vaya con el cuento
a Francisca de lo que están haciendo ustedes. Será más creíble, ya que confía
en él; y sabrá qué decirle exactamente.
Emilia estuvo de acuerdo. Don Pedro se
estaba arriesgando demasiado en aquel asunto tan delicado, prestándoles su
ayuda incondicional. Si la Montenegro se enteraba que iban a engañarla, mejor
cubrirle las espaldas al marido de Dolores Mirañar.
-Y usted, don Anselmo –Gonzalo se dirigió
hacia su antiguo mentor para quien también habían ideado un plan-; podría
aparecer en ese instante para que las sospechas aumenten. Puede decir que ya
tiene los billetes de tren comprados.
Al sacerdote no le gustaba mentir puesto que
era uno de los pecados que la iglesia condenaba. Sin embargo, estaba seguro de
que Dios le perdonaría, y más por aquella buena causa.
-Está bien, hijo –convino con el joven-.
Todos saben lo mucho que os aprecio y que es probable que ande metido en el
asunto. No me será difícil engañarle.
-¿Y a la Montenegro? –habló Conrado
entrecerrando los ojos-. ¿No le será sospechoso que seáis tan “descuidados” en
este asunto? Me refiero a que le lleguen vuestros planes tan fácilmente.
-Ni se lo verá venir, Conrado –declaró María
con firmeza. Sus ojos brillaron-. No la conoces. Cree que lo tiene todo bajo
control; que somos solo unos pobres ignorantes a quien puede pisotear cuando le
plazca. No olerá la mentira, eso te lo garantizo.
El prometido de Aurora no quiso insistir. Él
apenas conocía a la señora; si bien era cierto que en los pocos meses que
llevaba en Puente Viejo la había visto cometer infinidad de maldades sin pagar
por una sola de ellas; como había sido el caso de la presa que casi acabó con
su vida.
-Estoy pensando una cosa –habló don Anselmo,
que recordó, de repente, algo que podía ayudarles. Todos le prestaron
atención-. La próxima semana vendrá a visitarme un viejo amigo del seminario en
el que estuve estudiando en mi juventud. Podría ir al Colmado con esa excusa y
realizar una gran compra. La señora no sabe que es cierto, pero estoy seguro
que con la ayuda de Pedro, le haremos creer que la compra es para acumular
víveres para María.
Su antiguo pupilo le tocó el hombro
agradecido por la ayuda que iba a brindarles. Gonzalo y María jamás olvidarían
lo que estaban haciendo los suyos por ellos.
Con las primeras pautas del plan ya
organizadas, Emilia, Conrado y don Anselmo regresaron al pueblo para avisar al
resto de lo que debían hacer. Antes de irse, acordaron que al día siguiente
comenzarían con el engaño. En nada, la Montenegro estaría tras la falsa pista
de María y Esperanza, y entonces llegaría el momento de que la viese lanzarse
al vacío para desaparecer para siempre.
Pero mientras ese momento llegaba, Gonzalo y
María debían seguir esperando en la cabaña.
CONTINUARÁ...
CONTINUARÁ...
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