sábado, 25 de abril de 2015

CAPÍTULO 12
Con la caída de la noche y los lastimeros llantos de los lobos que habitaban por los alrededores, llegaron a la cabaña Emilia y Conrado junto a don Anselmo. El prometido de Aurora había puesto al tanto al resto de la familia de los planes que habían ideado María y Gonzalo. La primera en poner el grito en el cielo fue Emilia. No estaba dispuesta a que su hija cometiese la locura de enfrentarse de nuevo a la Montenegro y mucho menos a que se lanzase desde lo alto de la Garganta del Diablo, aunque solo fuese un señuelo. ¿Y si algo fallaba, y…?
-Madre, no tiene de qué preocuparse –insistió María por segunda vez. Ambas estaban de pie junto a la chimenea mientras Emilia acunaba a su nieta que acababa de dormirse.
-Es demasiado arriesgado hija –seguía sin estar de acuerdo y buscó el apoyo de su yerno-. Gonzalo, dile algo.
El joven que estaba sentado junto a los otros dos hombres, se volvió hacia ella. Emilia esperaba que el marido de su hija tuviese más suerte que ella y la convenciera de que era una locura lo que proponía.
-Suegra, ya la conoce –sentenció él, y sonrió débilmente-. A cabezota no la gana nadie. Yo tampoco estaba de acuerdo con el plan; y me sigue pareciendo peligroso –María ladeó la cabeza lanzándole una mirada suplicante. Lo último que necesitaba era que Emilia viese su disconformidad-. Pero debo de reconocer, mal que me pese, que es la única solución.
-Con Nicolás hemos estado revisando el lugar –les contó Conrado-. Hemos visto la cueva donde se escondió el de Mesía cuando os hizo creer que saltó al río con la niña. El sitio no es muy amplio pero servirá para que María se oculte mientras todos la busquen por el cauce del río.
-¿Pero… es seguro que salte ahí? –insistió Gonzalo frunciendo el ceño, preocupado-. Quizá el salto sea demasiado grande y…
-No te voy a mentir, Gonzalo –declaró su futuro cuñado-, el saliente es estrecho y debe de ser… un metro, más o menos.
El gesto del joven se contrajo. Su esposa enseguida se dio cuenta de que aquella información no le gustaba.
-No os preocupéis –intervino ella-. No es mucho… y tendré cuidado. Os lo prometo.
Gonzalo se mordió el interior del labio. Seguía sin estar convencido del todo. Sin embargo, veía en la mirada de su esposa la firme determinación de continuar con su plan hasta el final; y nada la haría cambiar de opinión.
-El alcalde ha ido esta mañana a informarle a la señora del encuentro que hubo ayer en la granja de Mariana y Nicolás –habló don Anselmo que había escuchado en silencio, queriendo pensar con calma lo que iban a hacer-. La Montenegro está segura de que estamos organizando algo para que María pueda escapar y cree que podrá detenerla.
La joven sonrió para sus adentros.
-Perfecto entonces –declaró con una media sonrisa, sorprendiendo a los presentes-. Su vanidad será su perdición.
-Perdona que te diga, hija –la regañó don Anselmo-; ambos la conocemos muy bien y será difícil engañarla.
-Pero no imposible –María no iba a dar su brazo a torcer-. Padre, he vivido muchos años junto a ella. Quizá sea de las pocas personas que la conoce bien y si algo tiene Francisca es que se cree que lo controla todo. Vamos a dejar que siga pensando que es verdad y que se saldrá con la suya.
Gonzalo se sintió orgulloso al escucharla hablar de aquella manera.
-María tiene razón –la apoyó él, con firmeza, sorprendiendo a la joven-. Ese es el punto débil de la Montenegro, la soberbia y creerse que lo tiene todo controlado. Esa será su perdición.
María le agradeció a Gonzalo con una mirada, su apoyo.
-¿Y… habéis pensado cómo le haréis para que caiga en la trampa? –preguntó Emilia dándose cuenta de que no iba a hacerles cambiar de opinión mientras ambos jóvenes se apoyasen de aquella manera-. Porque habrá que conducirla hasta la Garganta del Diablo.
Su hija suspiró. Ella y su esposo habían estado hablando de ello durante la tarde. Ambos habían debatido cuál sería la mejor manera de hacerle creer a la Montenegro que había cogido a María en su fuga; que la tenía en sus manos y que su destino dependía de ella.
-Hemos pensado que llegue a sus oídos el rumor de que estáis movilizándoos para ayudar a María –les explicó Gonzalo con seriedad. María escuchó sus palabras mientras colocaba otro leño al fuego sobre las brasas-. No será difícil hacérselo creer pues ya está con la mosca tras la oreja. Sabe que alguien la está ayudando.  Creemos que lo mejor será que sepa que se están sacando grandes cantidades de dinero del banco y que estáis haciendo acopio de provisiones. Solo tendrá que sumar dos más dos para saber el motivo.
Conrado asintió lentamente y Emilia se acercó a la mesa tras dejar a la niña en la cama.
-Eso será relativamente sencillo –opinó la madre de María-. Alfonso y yo podemos tener una conversación en la casa de comidas donde le diga que he ido al banco a sacar dinero. Cualquier aldeano puede escucharnos e irle con el cuento a la señora.
-Mejor será que don Pedro contrate a alguien que les “espíe” sin ustedes saberlo –dijo su hija, que ya habían comentado aquel detalle-. No queremos dejar nada al azar ni meter al alcalde en problemas. Bastante se está arriesgando ya por nosotros –hizo una leve pausa-.  Que sea él mismo quien le vaya con el cuento a Francisca de lo que están haciendo ustedes. Será más creíble, ya que confía en él; y sabrá qué decirle exactamente.
Emilia estuvo de acuerdo. Don Pedro se estaba arriesgando demasiado en aquel asunto tan delicado, prestándoles su ayuda incondicional. Si la Montenegro se enteraba que iban a engañarla, mejor cubrirle las espaldas al marido de Dolores Mirañar.
-Y usted, don Anselmo –Gonzalo se dirigió hacia su antiguo mentor para quien también habían ideado un plan-; podría aparecer en ese instante para que las sospechas aumenten. Puede decir que ya tiene los billetes de tren comprados.
Al sacerdote no le gustaba mentir puesto que era uno de los pecados que la iglesia condenaba. Sin embargo, estaba seguro de que Dios le perdonaría, y más por aquella buena causa.
-Está bien, hijo –convino con el joven-. Todos saben lo mucho que os aprecio y que es probable que ande metido en el asunto. No me será difícil engañarle.
-¿Y a la Montenegro? –habló Conrado entrecerrando los ojos-. ¿No le será sospechoso que seáis tan “descuidados” en este asunto? Me refiero a que le lleguen vuestros planes tan fácilmente.
-Ni se lo verá venir, Conrado –declaró María con firmeza. Sus ojos brillaron-. No la conoces. Cree que lo tiene todo bajo control; que somos solo unos pobres ignorantes a quien puede pisotear cuando le plazca. No olerá la mentira, eso te lo garantizo.
El prometido de Aurora no quiso insistir. Él apenas conocía a la señora; si bien era cierto que en los pocos meses que llevaba en Puente Viejo la había visto cometer infinidad de maldades sin pagar por una sola de ellas; como había sido el caso de la presa que casi acabó con su vida.
-Estoy pensando una cosa –habló don Anselmo, que recordó, de repente, algo que podía ayudarles. Todos le prestaron atención-. La próxima semana vendrá a visitarme un viejo amigo del seminario en el que estuve estudiando en mi juventud. Podría ir al Colmado con esa excusa y realizar una gran compra. La señora no sabe que es cierto, pero estoy seguro que con la ayuda de Pedro, le haremos creer que la compra es para acumular víveres para María.
Su antiguo pupilo le tocó el hombro agradecido por la ayuda que iba a brindarles. Gonzalo y María jamás olvidarían lo que estaban haciendo los suyos por ellos.
Con las primeras pautas del plan ya organizadas, Emilia, Conrado y don Anselmo regresaron al pueblo para avisar al resto de lo que debían hacer. Antes de irse, acordaron que al día siguiente comenzarían con el engaño. En nada, la Montenegro estaría tras la falsa pista de María y Esperanza, y entonces llegaría el momento de que la viese lanzarse al vacío para desaparecer para siempre.
Pero mientras ese momento llegaba, Gonzalo y María debían seguir esperando en la cabaña.

CONTINUARÁ...


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