sábado, 30 de mayo de 2015

UN PONCHE MUY ESPECIAL  (VERSIÓN 2)
María abrió la puerta de la casa justo en el momento en el que el reloj del salón marcaba la una de la madrugada. La joven suspiró aliviada. El sonido de la campana amortiguaría sus pasos y posibles contratiempos. Llegar hasta la casa ya le había supuesto un esfuerzo enorme. Ayudó a Gonzalo a entrar, dejando que se apoyase en ella pues apenas podía dar dos pasos seguidos sin tambalearse.
-¿Dónde estamos? –murmuró su esposo con voz algo tomada.
-En casa –le dijo ella, cerrando la puerta-. Y no hagas ruido, que despertaremos a todo el mundo. Subamos al cuarto que ya es hora de acostarse.
Gonzalo se desasió de ella y se dirigió hacia el salón con celeridad.
-Aun es pronto –le rebatió entrecerrando los ojos y caminando con cierta dificultad-. Necesito tomarme una copa para quitarme este mal sabor que me ha dejado el dichoso ponche de doña Purita.
María le alcanzó antes de que lograse alcanzar el carrito de las bebidas y servirse un wiscky. Ya había tomado suficiente por esa noche.
-Si quieres beber algo te hago un café –le digo la joven apartandolo del peligro-. Que es lo único que te quitará la tontería.
Gonzalo se volvió hacia ella y su mirada turbia por el exceso de alcohol se posó en la de su esposa.
-Yo tengo otra idea mejor para que se me pase la “tontería” como tú la llamas –la cogió por la cintura y trató de besarla, pero María apartó el rostro, tratando de zafarse de él.
-¡Ni hablar! –se quejó la joven sin poder ocultar una sonrisa-. O un café o a dormir.
Gonzalo apoyó su frente en la de ella y arrugó la nariz, dándose cuenta que no iba a conseguir otra cosa de María.
-¿Café? –inquirió con un deje despectivo-. ¡Deja, deja!. Solo de pensarlo me dan nauseas.
-Lo que te da nauseas es todo lo que te has tomado –le dirigió hacia las escaleras para subir hasta el cuarto-. Lo que no comprendo es cómo has podido beber tanto si tú no eres de esa clase de hombres. ¿Cuantas copas te has tomado, Gonzalo?
-¿Copas? –repitió él, que pareció no comprender-. Ninguna copa. Solo un par de ponches de doña Purita. Y mira que le dije que no me gustaba el ponche... hip... pero la buena mujer insistió en que no me sería perjudicial, sino todo lo contrario, que me iría bien, y que incluso querría repetir.
-Ya lo veo –se quejó su esposa al llegar al rellano del primer piso. Giró hacia la derecha y caminó, ayudando a Gonzalo hasta la puerta de su cuarto.
-Yo creo que me mintió –razonó él a duras penas, mientras entraban en la alcoba-. ¿No crees?
María le condujo hasta la cama para que se sentara allí.
 -No creo que lo hiciese adrede, sus intenciones debían de ser buenas –trató de excusarla ella, intuyendo lo que aquel ponche de doña Purita debía contener, y razón por la que era tan conocido entre sus amigos.
María quiso ir a buscarle el pijama, pero Gonzalo la cogió por sorpresa y tras perder el equilibrio cayó sentada sobre sus rodillas.
Su esposo comenzó a besarle el cuello, provocándole un agradable cosquilleo mientras ella trataba de zafarse de su abrazo pero las manos del joven la retenían con fuerza.
-Gonzalo –murmuró con una sonrisa en los labios-. Déjame, déjame. Es tarde y mañana... –la calló con un beso al que ella respondió, incapaz de negarse a él.
Lentamente la apoyó sobre la cama y siguió besándola, cada vez con más pasión. La parte sensata de María le pedía que le detuviese pues era demasiado tarde; sin embargo, su propio cuerpo se encargaba de rebelarse contra su razón.
Finalmente, haciendo un gran esfuerzo, se obligó a pararle y le apartó suavemente.
-Cariño –le mantuvo alejado, apartándole con una mano-; ya es suficiente por hoy –se incorporó para levantarse pero Gonzalo volvió acostarla.
Se quedó unos instantes mirándola en silencio, embelesado, acariciandole el rostro como si tratase de esculpirlo con sus dedos. Su esposa se vio incapaz de salir de aquel embrujo al que la tenía sometida.
-¿Por qué eres tan hermosa? –le preguntó Gonzalo de repente-. Debe de ser pecado ser tan bella.
Los latidos de María se aceleraron de golpe. Debía parar aquello como fuese, pero su cuerpo se negaba a obedecerla.
-Si... si no fuera sacerdote... –siguió diciendo el joven, haciendose a un lado, con pesar-. Será mejor que te vayas María –se llevó una mano a la frente, cansado-. No quiero pecar hasta la eternidad contigo.
La joven ladeó la cabeza, consternada por sus palabras. Se apoyó sobre sus codos y frunció el ceño.
-Lo que será mejor es que te acuestes –dijo ella, viendo que aquella situación iba a peor-, antes de que digas más barbaridades.
La joven logró quitarle los zapatos y la ropa para acostarle. Gonzalo apenas rechistó.
-¡Cuánta razón tiene don Anselmo! –susurró mientras se quitaba la camisa-. No puedo negarle lo evidente… estás siempre en mis pensamientos; día y noche. Colándole en mi mente sin que yo pueda evitarlo. Y por mucho que me empeñe en negar mis sentimientos, estos se rebelan, saliendo a la superficie –levantó la mirada hacia ella que en ese momento le estaba recostando sobre la almohada-. Te quiero, María. Te quiero… con locura… pero Dios tendrá que saber perdonarme por mis pensamientos impuros. Espero que tú también sepas perdonarme por no poder demostrarte lo que siento.
Su esposa sabía que aquellas palabras eran fruto de su estado de embriaguez aunque en el fondo fueran ciertas y le gustaba escuchárselas decir.
-No hay nada que perdonar, mi vida –le acarició el rostro con ternura, sentándose a su vera y mirándole con infinita ternura-. Pero mañana tendrás un dolor de cabeza horrible. Así que será mejor que descanses.
Se levantó para ponerse el camisón pero Gonzalo la cogió por la muñeca.
-No te vayas –susurró, casi vencido por el sueño-. Quédate conmigo.
La joven apartó su mano con cuidado. Sonrió débilmente.
-Aquí estoy… y estaré –le susurró; y le besó en los labios. Un simple roce que calmó a Gonzalo, quien se durmió al instante.
Poco después, María se acostó a su lado y antes de caer en un sueño placentero, le miró por última vez y sonrió. ¿Se acordaría Gonzalo, al día siguiente, de lo que le había dicho o quedaría como un secreto entre ellos? Lo único cierto sería la jaqueca con la que despertaría. Esa no se la quitaba nadie.





2 comentarios:

  1. Bueno,bueno Mel,te superas cada vez!!!! que dos relatos mas originales .ENHORABUENA y sigue escribiendo!!!! Graciasssss

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