lunes, 4 de mayo de 2015

CAPÍTULO 21
Las voces les llegaron bastante atenuadas. Desde la cueva, Nicolás y María escuchaban en silencio las órdenes de los guardias civiles; las voces de Emilia y Alfonso que lloraban su pérdida y que le recordaban a la Montenegro que su vida sería un infierno si algo le hubiese pasado a María y a Esperanza.
Al momento, María vio a Alfonso saltar al precipicio y se le formó un nudo en la garganta. Solo esperaba que su padre estuviese bien. Miró de reojo a Nicolás.
-Era necesario –le explicó el joven-. No te preocupes María que tu padre sabe lo que se hace. Así se convencerán de que tú has saltado.
Ella asintió, más tranquila.
Esperaron unos minutos hasta que no se escuchó otra cosa que el sonido del agua rugir con fuerza.
Por si acaso, Nicolás fue el primero en abandonar la cueva. Enseguida le hizo un gesto a María para que saliese.
La luz del sol la recibió de nuevo. María soltó el aire contenido.
-Lo hemos conseguido –le dijo a Nicolás, sin poder creerlo-. La hemos engañado.
El esposo de su tía asintió, con una sonrisa.
-Ya ha terminado todo –convino él-. Ahora nos toca a nosotros mantener la mentira. No os preocupéis por ello.
La joven sabía que no tenía que hacerlo. Sus familiares y amigos los protegerían con uñas y dientes.
-Bueno…
-Sí –le cortó Nicolás sabiendo que había llegado la despedida-. Es mejor que te marches ya. Aprovecha que están buscándote por la zona norte. El camino a Munia estará totalmente despejado.
-Gonzalo me espera cerca de allí –declaró ella, sin saber muy bien qué decirle.
Finalmente, ambos se abrazaron, y tras desearse suerte, María partió sin demora al encuentro de Gonzalo.
Su esposo estaba inquieto. ¿No debería haber llegado ya? ¿Habría pasado algo que le impedía reunirse con él? Hasta que no viese a María no se quedaría tranquilo.
Esperanza parecía notar los nervios de su padre y comenzó a agitarse.
-Ssshhhh –quiso tranquilizarla, y la besó en la frente-. No pasa nada mi niña. Mamá estará pronto aquí.
Entonces la vio y su corazón dio un salto de júbilo.
María avanzaba con cierta dificultad por las aguas del río. Había tenido que descalzarse para entrar en el agua y cruzar las frías aguas.
Al ver a Gonzalo y a la niña en la orilla, su rostro se iluminó y aceleró el paso hasta encontrarse a su lado. Su esposo la ayudó a salir del río tendiéndole una mano.
Sin mediar palabra, se besaron, celebrando así que lo habían conseguido. Habían vencido a la Montenegro.
Esperanza volvió a agitarse y sus padres la acariciaron y besaron para calmarla.
No había tiempo para más. Debían aprovechar que todos los operativos estarían buscándolas por el norte para abandonar Puente Viejo por el sur, y encaminarse hacia Munia donde Conrado ya les estaría esperando.
Ambos se volvieron unos segundos para contemplar lo que dejaban atrás. Puente Viejo. El que había sido su hogar durante mucho tiempo. Allí dejaban a familiares y amigos. Gente de bien. Gente dispuesta darlo todo por ellos, a arriesgarse para que María y Gonzalo pudiesen empezar una nueva vida.
Pero también dejaban la maldad de quien se había empeñado en amargarles la vida.
Por mucho que lo había intentado, valiéndose de sus malas artes, la Montenegro no había logrado destruir a su familia porque juntos eran fuertes e invencibles. Porque ellos tenían el arma para vencerla: su unión, su confianza mutua… su amor. Había intentado separarles, incluso ponerles en contra en más de una ocasión; sin embargo siempre encontraban el camino para seguir unidos. Gonzalo y María eran un imán: inseparables.
Sin más demora, tomaron el camino a Munia donde debían coger el tren que les llevaría hasta el norte.
Al llegar a la estación, la hallaron medio vacía. Conrado les esperaba junto a la vía.
-¿Cómo ha ido todo? –les preguntó el geólogo.
-Bien –declaró María, cogiendo a Esperanza de los brazos de su esposo-. Hemos logrado engañar a la Montenegro. Ahora mismo deben de estar buscándonos por la ribera del río, camino de Villalpanda.
-Perfecto –decretó Conrado, con un atisbo de sonrisa. Le tendió los billetes a Gonzalo-. Los he comprado por si preguntasen en la estación si alguien os ha visto. Es mejor prevenir.
-Gracias –declaró Gonzalo, y miró la vía, en ambas direcciones-. ¿A qué hora sale el tren?
-A las tres y media –le informó Conrado-. Está a punto de llegar. Tan solo hace una pequeña parada aquí. No nos demoraremos mucho.
Ambos jóvenes asintieron, conformes.
Poco después, comenzó a escucharse el traqueteo del tren que se acercaba a la estación. Los tres se miraron impacientes. Deseaban subirse a él cuanto antes. Solo entonces estarían tranquilos.
A su alrededor, los escasos viajeros, esperaban, como ellos la llegada del convoy. La campana de la estación sonó cuando se produjo la entrada del tren y a los pocos minutos, después de detenerse, los tres junto con la niña, se instalaron en uno de los vagones libres.
Mientras colocaban sus pertenencias a buen recaudo y se acomodaban en los asientos, el tren reemprendió el camino. En cuanto dejaron atrás el pueblo y comenzaron a divisar los campos de siembra y el bosque, María suspiró, aliviada. Por fin se alejaban del peligro.
Gonzalo, sentado a su lado, percibió su estremecimiento y colocó un brazo alrededor para que pudiera recostarse.
-Nos queda un largo camino –comentó Conrado y se levantó-. Voy a echar un vistazo al resto del tren.
Gonzalo le agradeció el gesto. Tan solo era una excusa para dejarles solos.
-Déjame a Esperanza, cariño  -le pidió Gonzalo. María le pasó a la niña que acomodó sobre su rodilla-. Así podrás recostarte mejor.
-Gracias, mi amor –se acomodó con la cabeza apoyada entre el hueco que se formaba entre su hombro y su pecho.
María cerró los ojos y sintió como toda la tensión acumulada se liberaba entonces, en forma de agotamiento.
-Duerme mi vida –le susurró su esposo, acariciándole el cabello y depositó un beso en su cabeza-. Yo velaré tus sueños.

Apenas unos segundos después, la joven se durmió, relajada por el rítmico latir del corazón de Gonzalo. Mientras él estuviese allí con ella, todo iría bien.

CONTINUARÁ...

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