CAPÍTULO 21
Las voces les llegaron bastante atenuadas.
Desde la cueva, Nicolás y María escuchaban en silencio las órdenes de los
guardias civiles; las voces de Emilia y Alfonso que lloraban su pérdida y que le
recordaban a la Montenegro que su vida sería un infierno si algo le hubiese
pasado a María y a Esperanza.
Al momento, María vio a Alfonso saltar al
precipicio y se le formó un nudo en la garganta. Solo esperaba que su padre estuviese
bien. Miró de reojo a Nicolás.
-Era necesario –le explicó el joven-. No te
preocupes María que tu padre sabe lo que se hace. Así se convencerán de que tú
has saltado.
Esperaron unos minutos hasta que no se
escuchó otra cosa que el sonido del agua rugir con fuerza.
Por si acaso, Nicolás fue el primero en
abandonar la cueva. Enseguida le hizo un gesto a María para que saliese.
La luz del sol la recibió de nuevo. María
soltó el aire contenido.
-Lo hemos conseguido –le dijo a Nicolás, sin
poder creerlo-. La hemos engañado.
El esposo de su tía asintió, con una
sonrisa.
-Ya ha terminado todo –convino él-. Ahora
nos toca a nosotros mantener la mentira. No os preocupéis por ello.
La joven sabía que no tenía que hacerlo. Sus
familiares y amigos los protegerían con uñas y dientes.
-Sí –le cortó Nicolás sabiendo que había
llegado la despedida-. Es mejor que te marches ya. Aprovecha que están
buscándote por la zona norte. El camino a Munia estará totalmente despejado.
-Gonzalo me espera cerca de allí –declaró
ella, sin saber muy bien qué decirle.
Finalmente, ambos se abrazaron, y tras
desearse suerte, María partió sin demora al encuentro de Gonzalo.
Su esposo estaba inquieto. ¿No debería haber
llegado ya? ¿Habría pasado algo que le impedía reunirse con él? Hasta que no
viese a María no se quedaría tranquilo.
Esperanza parecía notar los nervios de su
padre y comenzó a agitarse.
-Ssshhhh –quiso tranquilizarla, y la besó en
la frente-. No pasa nada mi niña. Mamá estará pronto aquí.
María avanzaba con cierta dificultad por las
aguas del río. Había tenido que descalzarse para entrar en el agua y cruzar las
frías aguas.
Al ver a Gonzalo y a la niña en la orilla,
su rostro se iluminó y aceleró el paso hasta encontrarse a su lado. Su esposo
la ayudó a salir del río tendiéndole una mano.
Sin mediar palabra, se besaron, celebrando
así que lo habían conseguido. Habían vencido a la Montenegro.
No había tiempo para más. Debían aprovechar
que todos los operativos estarían buscándolas por el norte para abandonar
Puente Viejo por el sur, y encaminarse hacia Munia donde Conrado ya les estaría
esperando.
Ambos se volvieron unos segundos para
contemplar lo que dejaban atrás. Puente Viejo. El que había sido su hogar
durante mucho tiempo. Allí dejaban a familiares y amigos. Gente de bien. Gente
dispuesta darlo todo por ellos, a arriesgarse para que María y Gonzalo pudiesen
empezar una nueva vida.
Pero también dejaban la maldad de quien se había
empeñado en amargarles la vida.
Por mucho que lo había intentado, valiéndose
de sus malas artes, la Montenegro no había logrado destruir a su familia porque
juntos eran fuertes e invencibles. Porque ellos tenían el arma para vencerla:
su unión, su confianza mutua… su amor. Había intentado separarles, incluso
ponerles en contra en más de una ocasión; sin embargo siempre encontraban el
camino para seguir unidos. Gonzalo y María eran un imán: inseparables.
Sin más demora, tomaron el camino a Munia
donde debían coger el tren que les llevaría hasta el norte.
Al llegar a la estación, la hallaron medio
vacía. Conrado les esperaba junto a la vía.
-¿Cómo ha ido todo? –les preguntó el geólogo.
-Bien –declaró María, cogiendo a Esperanza
de los brazos de su esposo-. Hemos logrado engañar a la Montenegro. Ahora mismo
deben de estar buscándonos por la ribera del río, camino de Villalpanda.
-Perfecto –decretó Conrado, con un atisbo de
sonrisa. Le tendió los billetes a Gonzalo-. Los he comprado por si preguntasen
en la estación si alguien os ha visto. Es mejor prevenir.
-Gracias –declaró Gonzalo, y miró la vía, en
ambas direcciones-. ¿A qué hora sale el tren?
-A las tres y media –le informó Conrado-.
Está a punto de llegar. Tan solo hace una pequeña parada aquí. No nos
demoraremos mucho.
Ambos jóvenes asintieron, conformes.
Poco después, comenzó a escucharse el
traqueteo del tren que se acercaba a la estación. Los tres se miraron
impacientes. Deseaban subirse a él cuanto antes. Solo entonces estarían
tranquilos.
A su alrededor, los escasos viajeros,
esperaban, como ellos la llegada del convoy. La campana de la estación sonó
cuando se produjo la entrada del tren y a los pocos minutos, después de detenerse,
los tres junto con la niña, se instalaron en uno de los vagones libres.
Mientras colocaban sus pertenencias a buen
recaudo y se acomodaban en los asientos, el tren reemprendió el camino. En
cuanto dejaron atrás el pueblo y comenzaron a divisar los campos de siembra y
el bosque, María suspiró, aliviada. Por fin se alejaban del peligro.
Gonzalo, sentado a su lado, percibió su
estremecimiento y colocó un brazo alrededor para que pudiera recostarse.
-Nos queda un largo camino –comentó Conrado
y se levantó-. Voy a echar un vistazo al resto del tren.
Gonzalo le agradeció el gesto. Tan solo era
una excusa para dejarles solos.
-Déjame a Esperanza, cariño -le pidió Gonzalo. María le pasó a la niña
que acomodó sobre su rodilla-. Así podrás recostarte mejor.
-Gracias, mi amor –se acomodó con la cabeza
apoyada entre el hueco que se formaba entre su hombro y su pecho.
María cerró los ojos y sintió como toda la
tensión acumulada se liberaba entonces, en forma de agotamiento.
-Duerme mi vida –le susurró su esposo,
acariciándole el cabello y depositó un beso en su cabeza-. Yo velaré tus
sueños.
Apenas unos segundos después, la joven se
durmió, relajada por el rítmico latir del corazón de Gonzalo. Mientras él
estuviese allí con ella, todo iría bien.
CONTINUARÁ...
CONTINUARÁ...
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