viernes, 1 de mayo de 2015

CAPÍTULO 18
Había llegado la hora de dormir a Esperanza, pero la niña parecía percibir que al día siguiente iba a suceder algo y se mostraba agitada, negándose a ello.
Su madre la acunó con calma y paciencia pero no había manera. Finalmente, fue Gonzalo quien le pidió que se la pasara para intentarlo él. En un principio, Esperanza creyó que se habían dado por vencidos y aunque su padre comenzó a acunarla con suavidad, la niña, sin darse cuenta, fue calmándose a través de la mirada serena de su progenitor. Cada vez los parpados le pesaban más y por mucho esfuerzo que hizo por mantenerlos abiertos, sucumbió al sueño guiada por el dulce cantar.

Pajarito que cantas en el almendro,
No despiertes al niño que está durmiendo.
Pajarito que cantas en la laguna,
No despiertes al niño que está en la cuna.

La pequeña mano de la niña cayó lentamente sobre su cuerpito.
-Al fin se ha dormido –susurró Gonzalo con una sonrisa en los labios, tras entonar la última nota de la nana.
Dejó a Esperanza sobre el jergón y la arropó con cuidado. Luego le dio un suave beso sobre la frente a modo de bendición.
-Ojalá duerma el resto de la noche tranquila porque mañana nos espera un día largo –suspiró María, que había estado colocando el lecho al lado de la chimenea para los dos.
Gonzalo se acercó a ella por detrás y la rodeó con sus brazos. La joven cerró los ojos y sonrió mientras sus latidos se aceleraron de golpe.
-María… si no estás segura aún podemos…
Se volvió hacia él.
-No Gonzalo –le cortó con un brillo de determinación en los ojos-. Estoy totalmente segura de lo que voy a hacer. Es la única salida para marcharnos libres.
Él apretó los labios y asintió en silencio. Ella depositó un furtivo beso en sus labios para decirle que todo estaba bien antes de volverse y colocarse el camisón.
Poco después, se recostó sobre el hombro desnudo de Gonzalo que ya se había recostado y observaba, pensativo, el fuego de la chimenea, que ardía con vivacidad, lamiendo la madera sin piedad.
-¿En qué piensas, mi amor? –inquirió ella alargando la mano hacia su barbilla para que la mirase.

Gonzalo soltó un débil suspiro.
-Estaba pensando en todas las veces que quisimos huir y que por una razón u otra no lo hicimos –confesó, volviéndose hacia ella-. Y que después de todo lo que luchamos, ahora lo conseguiremos.
-Quizá… -habló en voz alta María, poniendo voz a sus pensamientos-, quizá si lo hubiésemos hemos la primera vez, las cosas entre nosotros no serían como ahora.
Gonzalo frunció el ceño, sin comprender.
-¿Qué quieres decir?
-Que nuestro amor ha superado grandes retos y se ha sobrepuesto a todas las pruebas que nos hemos encontrado por el camino. Pruebas muy duras para demostrar lo fuerte que es –sus pupilas se dilataron casi imperceptiblemente-. Igual si no hubiésemos pasado por todas ellas, nuestro amor no hubiese crecido de esta forma.
Su esposo asintió. La joven tenía razón. Posiblemente aquel era el secreto de su amor: la unión de su fuerza, el haber superado cientos de obstáculos y seguir tan vivo y puro como el primer día.
-Tienes razón, mi vida –convino él, sorprendido por las sabias palabras de su esposa-. Si nuestro camino hubiese sido más fácil igual nuestro amor no sería tan fuerte. Han sido nuestras decisiones quienes lo han fortalecido hasta este punto –hizo una pausa, recordando algo-. Imagina por un instante que no hubieses simulado los síntomas de la gripe española… no habrías llegado al Jaral y posiblemente no habría conocido a la auténtica María, la que es capaz de luchar con uñas y dientes por lo que cree.
-Bueno… -enrojeció débilmente, y bajó la barbilla avergonzada-. He de reconocer que en cierta manera me comporté como una chiquilla aquella vez. Es cierto que quería ayudaros y no me dejabais y en parte simulé la enfermedad por ello, pero… también quería estar a tu lado, Gonzalo, ayudarte en lo que necesitaras y trabajar codo con codo contigo.
Su esposo sonrió y le acarició la mejilla sintiendo la calidez de su piel.
-Algo ya me imaginaba –confesó, con emoción-. Aunque… yo también quería tenerte allí conmigo.
-Si no hubiese ocurrido todo aquello, posiblemente nunca nos hubiésemos dado aquel primer beso –recordó ella-, y nuestros caminos no se hubieran cruzado como lo hicieron.
-Tarde o temprano hubiese ocurrido –declaró Gonzalo, con convencimiento-. Estoy seguro de ello. Porque por mucho que me empeñé en controlar mis sentimientos y en alejarme de ti… éstos crecían día a día y… habría llegado el momento en que no habría podido pararlos… tal como sucedió al final.
-Hay personas que están predestinadas a estar juntas, a pesar de las adversidades. Y nosotros somos unas de ellas –añadió la joven volviendo su mirada hacia las llamas rojizas que ascendía con fuerza por la chimenea-. Deseaba tanto aquella primera vez… aunque sabía que era una locura, pues tú estabas a punto de ser sacerdote y… era un imposible.
Gonzalo la obligó a mirarle. La intensidad de su mirada le cortó la respiración.
-Ambos lo deseábamos con todas nuestras fuerzas, amor mío –susurró él, justo antes de besarla con tiento, deteniéndose un instante para alargar aquel momento en que sus latidos se acompasaban al mismo ritmo-. Esa noche fue maravillosa, más de lo que nunca pensé. Desde muy joven tuve clara mi vocación –chasqueó la lengua con cierta rabia-, ya se encargó don Celso de que así fuese; creía que mi amor por Dios era grande y que nada me haría flaquear; sin embargo… -su gesto se suavizó al mirarla-, bastó una mirada tuya para que nublases mi mente y echases a bajo todos los muros que había levantado para no caer en la tentación de amar a una mujer.
-No, si al final aun seré ese demonio del que la biblia habla –bromeó la joven-. El mismo que tentó a Jesucristo en el desierto.
-Eso jamás, María –le cortó él, acariciándole la espalda. La suave piel de la joven ardía con aquel simple contacto-. Tú eres mi ángel. Quien me salvó de una vida a la que no estaba destinado –volvió a besarla, con más ansias. El corazón de su esposa explotó de júbilo al escuchar aquella hermosa declaración-. Jamás podré agradecerte que hayas llenado mi vida de luz y dicha.
-Gonzalo –el rostro de ella se tiñó levemente, ruborizada; mientras sus ojos se llenaban de deseo, alimentado por su amor-, quiero que… esta noche sea como aquella primera vez. Quiero que… que no pensemos en el mañana, sino solo en este instante; que como aquella vez, jamás olvidemos esta noche.
Su esposo dibujó con la yema de su dedo un círculo sobre la barbilla de María, manteniendo sus ojos en los de ella, bebiendo de la pasión y el deseo que le transmitían.
Gonzalo acercó su frente a la de ella, con la respiración entrecortada, sintiendo los latidos de María crecer con su cercanía; antes de unir sus labios en una caricia suave. Porque eran aquellos besos; los dulces, los que no tenían prisa por darse, los que saboreaban cada segundo alargando el deseo… los que quedaban grabados a fuego en sus labios.
No hicieron falta las palabras ni las promesas. Sus cuerpos hablaron por ellos. Siempre recordarían su última noche en Puente Viejo como aquella en que fueron un único ser hecho de caricias, miradas y besos. Pero sobre todo de amor. De un amor puro, sincero y único, capaz de sobrevivir a cualquier adversidad que se le pusiera por delante. Un amor que perduraría más allá de la muerte.

CONTINUARÁ...




No hay comentarios:

Publicar un comentario