CAPÍTULO 22
Durante los siguientes días, viajaron sin
descanso hacia el norte. Afortunadamente, el tiempo les acompañó y el paisaje
de los campos castellanos se volvieron verdosos y llenos de vida cuanto más se
acercaban a su destino.
El único problema que se encontraron Gonzalo
y María fue descubrir la forma en que podían mantener a Esperanza entretenida.
La niña era pequeña y le faltaba muy poco para arrancarse a caminar, de manera
que les resultaba complicado mantenerla en brazos porque quería estar siempre
en el suelo, algo que en el vagón no era posible.
Conrado trató de ayudarles pero desde un
principio, la pequeña arrugaba el entrecejo sí el geólogo osaba acercarse. De
manera que el prometido de Aurora tuvo que tener paciencia y ganarse la
confianza de la niña, poco a poco, haciéndole cucamonas para hacerla reír.
María quiso explicar el extraño
comportamiento de su hija alegando que posiblemente era la manera que tenía
Esperanza de expresar la ausencia de sus progenitores las últimas semanas. Y es
que siendo tan pequeña, se había visto privada de ellos durante mucho tiempo y
era probable que ahora que volvían a estar junto a ella, se negase a ir con
otras personas por miedo a perderles de nuevo. Por eso, tanto María como
Gonzalo trataban en cada momento de infundirle la seguridad de que nunca más se
separarían de ella.
Casi dos días después de partir de Puente
Viejo, despertaron con un maravilloso paisaje que les daba la bienvenida: las
montañas nevadas de Asturias.
-Y pensar que en estas tierras nací yo
–declaró Gonzalo aquella mañana mientras observaba el manto verde que les
rodeaba, al adentrarse en uno de sus valles-. Pepa me trajo al mundo una noche
de finales de febrero, gélida; sin más compañía que la soledad del campo. Mi
madre era una mujer con muchos arrestos, capaz de parir ella sola en la nieve.
María le acarició el brazo con dulzura.
-Una fuerza que también has heredado tú,
cariño –le recordó ella.
-Tú tampoco te quedas atrás, María –le
devolvió él cumplido, ladeando la cabeza y ambos miraron a Esperanza que en ese
momento trataba de coger, sin éxito, el sonajero que Conrado mantenía fuera de
su alcance deliberadamente. Al tercer intento, la niña soltó un gritito de
rabia y el geólogo para no hacerla enfadar se lo devolvió. Sus padres sonrieron,
orgullosos-. Hasta Esperanza ha heredado su carácter. Los tres estamos hechos
de la misma pasta, mi amor.
Ambos volvieron sus miradas hacia la
ventanilla y siguieron contemplando aquel paisaje tan hermoso de los campos y
valles asturianos durante un buen rato.
Fue al despertar la mañana siguiente cuando
un extenso brillo entró por la ventanilla iluminando todo el vagón. María se
asomó a ver el origen de aquella luminosidad y tuvo que parpadear varias veces
para darse cuenta de lo que estaba viendo.
Los rayos del sol arrancaban destellos blancos
al inmenso mar que se extendía al otro lado, como si se tratasen de miles de pequeños
puntos de luz y plata.
No era la primera vez que María veía el mar
pero sí la primera que lo hacía al lado de Gonzalo. Se volvió hacia su esposo
que seguía durmiendo plácidamente con la cabeza apoyada en su hombro y le
observó unos segundos, pensando si debía despertarle o no. Finalmente no hizo
falta pues como si hubiese percibido su mirada, abrió los ojos y le sonrió.
-Buenos días, mi vida –murmuró aún dormido.
-Buenos días, mi amor. Mira qué maravilla
tenemos al otro lado –Gonzalo se asomó a ver y abrió los ojos, despertando aún
más.
-Ya estamos llegando a Vigo –declaró el
joven. Entonces se volvió hacia el asiento de enfrente donde solía estar
Conrado, pero estaba vacío. Gonzalo supuso que su futuro cuñado habría salido
del vagón con Esperanza; quien tampoco estaba.
Aun le rondaba aquel pensamiento por la
mente cuando regresó el prometido de Aurora, con la niña en brazos y soltando
carcajadas.
-Buenos días –les saludó mientras Esperanza
al ver a sus padres alargó los brazos para que la cogieran y Gonzalo se hizo
cargo de ella-. Espero que no os asustarais al no vernos, pero la niña se
despertó hace un rato y pensé que le vendría bien un paseo para que pudieseis
seguir durmiendo.
-Me ha dicho el revisor que en menos de
media hora llegamos a la estación de Vigo –les informó el geólogo comenzando a
bajar sus pertenencias del portaequipajes-. Así que será mejor que recojamos
nuestras cosas.
Sin decir nada más, los tres se pusieron a
ello; así cuando el tren entró en la estación, ellos ya estaban cerca de una de
las puertas para bajarse.
Caminaron por las calles de la ciudad
costera, donde el fuerte olor a pescado recién sacado del mar inundaba cada
rincón y se hacía más intenso a medida que se acercaban al puerto.
Gonzalo les dejo unos instantes junto al
muelle para acercarse a comprar los billetes para el primer barco que zarpase
hacia Cuba. Esperaban que fuese pronto ya que no estaban seguros de si lo haría
ese mismo día o si tendrían que pernoctar en Vigo.
María le mostró a su hija el gran barco que
se alzaba frente a ellas y en el que muy pronto embarcarían. La niña lo observó
sin entender nada.
-Hemos tenido suerte –sentenció Gonzalo al
volver junto a ellos y enseñándoles los billetes-. Me han dicho que el buque
San Enrique parte en un par de horas y que podemos embarcar cuando queramos.
María sonrió, satisfecha. Sus planes
comenzaban a salir bien.
-Eso es una gran noticia, Gonzalo –convino
Conrado-. Me alegro por vosotros –hizo una pausa-. Así yo puedo reemprender el
viaje esta misma tarde hacia Madrid donde me espera el perito que puede
exonerar a Aurora del asesinato de doña Bernarda.
-Gracias Conrado –Gonzalo se acercó al
geólogo con gesto serio-. De verdad, gracias por todo. No tenías por qué
acompañarnos hasta aquí y…
-Era mi deber asegurarme de que embarcabais
sin problemas –le cortó el hombre-. En Puente Viejo esperarán noticias de que
todo ha salido según lo previsto.
María asintió.
-Diles que en cuanto podamos, nos pondremos
en contacto con ellos. Jamás olvidaremos todo lo que habéis hecho por nosotros.
Os debemos nuestra felicidad.
-No nos debéis nada –rectificó Conrado-. Os
la habéis ganado a pulso. Bastante daño ha hecho ya la Montenegro. No dejaremos
que siga obrando a su libre albedrío.
-Conrado –Gonzalo le miró con seriedad-.
Consigue esas pruebas, por favor. Consigue que Aurora quede libre de toda
culpa. No seré feliz hasta saber que mi hermana es declarada inocente.
-No te preocupes, Gonzalo –convino el geólogo
con un brillo en los ojos-. Lo conseguiré. El contacto que me ha dado Severo
Santacruz es de fiar y me dio muchas esperanzas. Aurora será libre.
-Cuida de ella, Conrado –le pidió María-. Ha
sufrido mucho estos meses y ya va siendo hora de que sea feliz.
El hombre asintió.
-Me dejaré la vida en ello, lo prometo
–declaró con determinación.
Ante aquella promesa, Gonzalo se quedó
tranquilo. Su hermana tenía a alguien que cuidase de ella.
Poco después se despidieron de Conrado para
embarcar en el San Enrique que partió del puerto de Vigo con destino a La
Habana hacia el mediodía.
Gonzalo, María y Esperanza subieron a
cubierta para ver como el barco se alejaba de la costa. Sería la última vez en
mucho tiempo que verían tierra española. Se alejaban del que había sido su
hogar, su patria… para buscar uno nuevo donde empezar a vivir.
El pensamiento de María voló un instante
hacia Puente Viejo, hacia sus seres amados.
-Ya nos habrán dado por muertas –murmuró con
nostalgia.
Gonzalo la estrechó entre sus brazos.
-Ahora la Montenegro ya sabe que estamos los
tres juntos; juntos para siempre –declaró él con ironía-. Aunque nos crea
muertos.
-Para mí sí lo es, María –le rebatió con
seguridad-. No ha logrado su propósito que era separarnos. Ella creerá que
hemos muerto los tres; ya se encargarán nuestros allegados de recordarle, día
tras día, que estemos dónde estemos, cielo o infierno, así es.
-¿Y eso de qué nos sirve? –se volvió hacia
su esposo sin entender.
Gonzalo le acarició el rostro.
-De mucho, mi vida. Porque significa que no
pudo con nosotros, que nos revelamos a su tiranía y que jamás nos postramos
ante ella. Que preferimos morir a someternos a su voluntad. Y créeme –sonrió
con picardía-, eso le dolerá más que nada en este mundo. A Francisca Montenegro
no le gusta perder, y esta vez lo ha hecho. Aunque nos crea muertos.
La mejor venganza contra la Montenegro sería
esa: María y Gonzalo prefirieron la muerte a vivir bajo el yugo de Francisca.
Esa era su verdad… su gran victoria sobre ella.
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