martes, 5 de mayo de 2015

CAPÍTULO 22
Durante los siguientes días, viajaron sin descanso hacia el norte. Afortunadamente, el tiempo les acompañó y el paisaje de los campos castellanos se volvieron verdosos y llenos de vida cuanto más se acercaban a su destino.
El único problema que se encontraron Gonzalo y María fue descubrir la forma en que podían mantener a Esperanza entretenida. La niña era pequeña y le faltaba muy poco para arrancarse a caminar, de manera que les resultaba complicado mantenerla en brazos porque quería estar siempre en el suelo, algo que en el vagón no era posible.
Conrado trató de ayudarles pero desde un principio, la pequeña arrugaba el entrecejo sí el geólogo osaba acercarse. De manera que el prometido de Aurora tuvo que tener paciencia y ganarse la confianza de la niña, poco a poco, haciéndole cucamonas para hacerla reír.
María quiso explicar el extraño comportamiento de su hija alegando que posiblemente era la manera que tenía Esperanza de expresar la ausencia de sus progenitores las últimas semanas. Y es que siendo tan pequeña, se había visto privada de ellos durante mucho tiempo y era probable que ahora que volvían a estar junto a ella, se negase a ir con otras personas por miedo a perderles de nuevo. Por eso, tanto María como Gonzalo trataban en cada momento de infundirle la seguridad de que nunca más se separarían de ella.
Casi dos días después de partir de Puente Viejo, despertaron con un maravilloso paisaje que les daba la bienvenida: las montañas nevadas de Asturias.
-Y pensar que en estas tierras nací yo –declaró Gonzalo aquella mañana mientras observaba el manto verde que les rodeaba, al adentrarse en uno de sus valles-. Pepa me trajo al mundo una noche de finales de febrero, gélida; sin más compañía que la soledad del campo. Mi madre era una mujer con muchos arrestos, capaz de parir ella sola en la nieve.
María le acarició el brazo con dulzura.
-Una fuerza que también has heredado tú, cariño –le recordó ella.
-Tú tampoco te quedas atrás, María –le devolvió él cumplido, ladeando la cabeza y ambos miraron a Esperanza que en ese momento trataba de coger, sin éxito, el sonajero que Conrado mantenía fuera de su alcance deliberadamente. Al tercer intento, la niña soltó un gritito de rabia y el geólogo para no hacerla enfadar se lo devolvió. Sus padres sonrieron, orgullosos-. Hasta Esperanza ha heredado su carácter. Los tres estamos hechos de la misma pasta, mi amor.
-Bueno… esperemos que sepa templarlo –declaró María, sabiendo lo difícil que sería aquella labor.
Ambos volvieron sus miradas hacia la ventanilla y siguieron contemplando aquel paisaje tan hermoso de los campos y valles asturianos durante un buen rato.
Fue al despertar la mañana siguiente cuando un extenso brillo entró por la ventanilla iluminando todo el vagón. María se asomó a ver el origen de aquella luminosidad y tuvo que parpadear varias veces para darse cuenta de lo que estaba viendo.
Los rayos del sol arrancaban destellos blancos al inmenso mar que se extendía al otro lado, como si se tratasen de miles de pequeños puntos de luz y plata.
No era la primera vez que María veía el mar pero sí la primera que lo hacía al lado de Gonzalo. Se volvió hacia su esposo que seguía durmiendo plácidamente con la cabeza apoyada en su hombro y le observó unos segundos, pensando si debía despertarle o no. Finalmente no hizo falta pues como si hubiese percibido su mirada, abrió los ojos y le sonrió.
-Buenos días, mi vida –murmuró aún dormido.
María acercó sus labios para besarle.
-Buenos días, mi amor. Mira qué maravilla tenemos al otro lado –Gonzalo se asomó a ver y abrió los ojos, despertando aún más.
-Ya estamos llegando a Vigo –declaró el joven. Entonces se volvió hacia el asiento de enfrente donde solía estar Conrado, pero estaba vacío. Gonzalo supuso que su futuro cuñado habría salido del vagón con Esperanza; quien tampoco estaba.
Aun le rondaba aquel pensamiento por la mente cuando regresó el prometido de Aurora, con la niña en brazos y soltando carcajadas.
-Buenos días –les saludó mientras Esperanza al ver a sus padres alargó los brazos para que la cogieran y Gonzalo se hizo cargo de ella-. Espero que no os asustarais al no vernos, pero la niña se despertó hace un rato y pensé que le vendría bien un paseo para que pudieseis seguir durmiendo.
-Gracias, Conrado –le dijo María, mientras se levantaba para estirar las piernas.
-Me ha dicho el revisor que en menos de media hora llegamos a la estación de Vigo –les informó el geólogo comenzando a bajar sus pertenencias del portaequipajes-. Así que será mejor que recojamos nuestras cosas.
Sin decir nada más, los tres se pusieron a ello; así cuando el tren entró en la estación, ellos ya estaban cerca de una de las puertas para bajarse.
Caminaron por las calles de la ciudad costera, donde el fuerte olor a pescado recién sacado del mar inundaba cada rincón y se hacía más intenso a medida que se acercaban al puerto.
Gonzalo les dejo unos instantes junto al muelle para acercarse a comprar los billetes para el primer barco que zarpase hacia Cuba. Esperaban que fuese pronto ya que no estaban seguros de si lo haría ese mismo día o si tendrían que pernoctar en Vigo.
María le mostró a su hija el gran barco que se alzaba frente a ellas y en el que muy pronto embarcarían. La niña lo observó sin entender nada.
-Hemos tenido suerte –sentenció Gonzalo al volver junto a ellos y enseñándoles los billetes-. Me han dicho que el buque San Enrique parte en un par de horas y que podemos embarcar cuando queramos.
María sonrió, satisfecha. Sus planes comenzaban a salir bien.
-Eso es una gran noticia, Gonzalo –convino Conrado-. Me alegro por vosotros –hizo una pausa-. Así yo puedo reemprender el viaje esta misma tarde hacia Madrid donde me espera el perito que puede exonerar a Aurora del asesinato de doña Bernarda.
-Gracias Conrado –Gonzalo se acercó al geólogo con gesto serio-. De verdad, gracias por todo. No tenías por qué acompañarnos hasta aquí y…
-Era mi deber asegurarme de que embarcabais sin problemas –le cortó el hombre-. En Puente Viejo esperarán noticias de que todo ha salido según lo previsto.
María asintió.
-Diles que en cuanto podamos, nos pondremos en contacto con ellos. Jamás olvidaremos todo lo que habéis hecho por nosotros. Os debemos nuestra felicidad.
-No nos debéis nada –rectificó Conrado-. Os la habéis ganado a pulso. Bastante daño ha hecho ya la Montenegro. No dejaremos que siga obrando a su libre albedrío.
-Conrado –Gonzalo le miró con seriedad-. Consigue esas pruebas, por favor. Consigue que Aurora quede libre de toda culpa. No seré feliz hasta saber que mi hermana es declarada inocente.
-No te preocupes, Gonzalo –convino el geólogo con un brillo en los ojos-. Lo conseguiré. El contacto que me ha dado Severo Santacruz es de fiar y me dio muchas esperanzas. Aurora será libre.
-Cuida de ella, Conrado –le pidió María-. Ha sufrido mucho estos meses y ya va siendo hora de que sea feliz.
El hombre asintió.
-Me dejaré la vida en ello, lo prometo –declaró con determinación.
Ante aquella promesa, Gonzalo se quedó tranquilo. Su hermana tenía a alguien que cuidase de ella.
Poco después se despidieron de Conrado para embarcar en el San Enrique que partió del puerto de Vigo con destino a La Habana hacia el mediodía.
Gonzalo, María y Esperanza subieron a cubierta para ver como el barco se alejaba de la costa. Sería la última vez en mucho tiempo que verían tierra española. Se alejaban del que había sido su hogar, su patria… para buscar uno nuevo donde empezar a vivir.
El pensamiento de María voló un instante hacia Puente Viejo, hacia sus seres amados.
-Ya nos habrán dado por muertas –murmuró con nostalgia.
Gonzalo la estrechó entre sus brazos.
-Ahora la Montenegro ya sabe que estamos los tres juntos; juntos para siempre –declaró él con ironía-. Aunque nos crea muertos.
-No sé si eso es un consuelo, Gonzalo.
-Para mí sí lo es, María –le rebatió con seguridad-. No ha logrado su propósito que era separarnos. Ella creerá que hemos muerto los tres; ya se encargarán nuestros allegados de recordarle, día tras día, que estemos dónde estemos, cielo o infierno, así es.
-¿Y eso de qué nos sirve? –se volvió hacia su esposo sin entender.
Gonzalo le acarició el rostro.
-De mucho, mi vida. Porque significa que no pudo con nosotros, que nos revelamos a su tiranía y que jamás nos postramos ante ella. Que preferimos morir a someternos a su voluntad. Y créeme –sonrió con picardía-, eso le dolerá más que nada en este mundo. A Francisca Montenegro no le gusta perder, y esta vez lo ha hecho. Aunque nos crea muertos.
La joven asintió en silencio, dándose cuenta de que Gonzalo estaba en lo cierto.

La mejor venganza contra la Montenegro sería esa: María y Gonzalo prefirieron la muerte a vivir bajo el yugo de Francisca. Esa era su verdad… su gran victoria sobre ella.

CONTINUARÁ...

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