jueves, 7 de mayo de 2015

EPÍLOGO
El viaje hasta Cuba había sido tranquilo y nada más desembarcar fueron recibidos por Tristán, el hermano de Gonzalo, y su esposa Clara, una mujer sencilla y amable. Enseguida se creó una corriente de afinidad entre los cuatro; y es que nada más conocer a Esperanza, el matrimonio, quedó encandilado con la pequeña pues, como supo María más adelante, doña Clara no podía tener hijos, y por eso la llegada de la pequeña supuso para ambos una luz en sus vidas.
Al principio se instalaron en la hacienda de Tristán, situada al norte de La Habana y cerca de un pequeño pueblo de pescadores. La vida en aquel lugar era tranquila, a la vez que sencilla, y las gentes amables y siempre dispuestas a ayudar.
Gonzalo y María encontraron en aquel recóndito lugar la paz y el sosiego que no habían hallado en Puente Viejo.
Tras pensar detenidamente que harían con sus vidas, Gonzalo terminó aceptando la oferta de su hermano de ser su mano derecha en los negocios, ayudándole principalmente en el cultivo de caña de azúcar; y es que Tristán era uno de los mayores productores del país, y poseía bastantes fincas dedicadas al cultivo de dicha planta. El trabajo de Gonzalo consistía  en asegurarse de que la planta empleada era de la mejor calidad posible, así como de encontrar los abonos adecuados para obtener el mayor beneficio de la tierra.
Tristán no podía estar más contento: había encontrado un hermano y a un gran colaborador que amaba su trabajo tanto como él.
Por su parte, María había decidido quedarse al cuidado de Esperanza y doña Clara se había convertido en una gran amiga para ella con quien pasaba gran parte del tiempo; sin embargo, a las pocas semanas de establecerse allí, descubrió que los niños del pueblo carecían de una maestra que les impartiese las clases.
La joven, guiada por su espíritu altruista y bondadoso, se informó de las razones de aquel asunto y fue cuando supo que el pueblo no tenía cuartos suficientes para mantener a una maestra.
No hizo falta que María se lo dijese a Gonzalo puesto que su esposo vio enseguida en su mirada que era lo que ansiaba: enseñar a esos niños los conocimientos básicos para que pudieran defenderse en la vida. Tenían derecho a una educación y si estaba en manos de María dársela, lo haría.
Su esposo la apoyó en aquella empresa desde el primer momento y poco después, con la ayuda que lograron recabar moviendo los hilos que Tristán tenía, María pudo abrir la pequeña y modesta escuela para dar su primera clase.
  Sabía que sería difícil porque al igual que en Puente Viejo, en aquel lugar, los padres preferían que sus hijos aprendiesen el oficio familiar a que fuesen al colegio; sin embargo, se corrió la voz de que la nueva maestra enseñaba conocimientos útiles que les podrían ser de gran ayuda el día de mañana.
De manera que tras aquel inicio, algo tortuoso, María pasó de tener apenas cinco alumnos a casi veinte, y con ello el doble de trabajo.
De este modo fueron pasando los días y cuando se dieron cuenta, llevaban ya tres meses en Cuba. Tres meses de dicha que habían supuesto un soplo de aire para sus vidas.
Fue entonces cuando Gonzalo le propuso a su esposa comprar una de las casas cercanas al pueblo. Ambos estaban muy agradecidos a Tristán y a Clara por todo lo que les habían dado, pero no querían seguir abusando de su hospitalidad y necesitaban tener su propia casa, un lugar al que verdaderamente podrían llamar hogar.
Cuando Tristán y su esposa se enteraron de sus intenciones, insistieron para que se quedasen con ellos porque su presencia y la de Esperanza había dado vida a la casa durante aquellos meses; sin embargo, comprendieron que Gonzalo y María necesitaban tener su propio espacio… algo suyo.
Gonzalo tuvo que pasar un par de semanas arreglando los desperfectos que tenía la casa y la mudanza se retrasó hasta principios de Mayo.
Esperanza fue quien más disfrutó del cambio y es que la niña descubría cada día algo nuevo y aquella nueva experiencia se le antojó el mejor de los juegos.
Fue entonces, una vez instalados en su nuevo hogar y tras haber pasado una agradable tarde en la playa cuando María se sentó en el despacho. Gonzalo estaba con Esperanza en el cuarto de la niña, leyéndole un cuento para que se durmiese porque había cogido la costumbre de dormirse escuchando la voz de su padre, y si éste se olvidaba, enseguida reclamaba su presencia.
María suspiró levemente, tratando de poner en orden sus pensamientos. Ahora que ya estaban establecidos había llegado el momento que llevaba tiempo esperando. Buscó en uno de los cajones, papel y pluma, y cuando los tuvo frente a ella los observó en silencio.
Tanto tiempo y ahora… no sabía cómo comenzar la carta.
Cerró los ojos un instante y escuchó el silencio a través del cual fueron llegándole las palabras que debía plasmar en el papel.
Sin demorarse ni un segundo, comenzó a escribir.
Querida Familia:
Me figuro habréis adivinado quien os envía carta desde Cuba. Y si es mi querida prima Aurora quien me lee, ya habrá reconocido mi letra.
A mi lado tengo a mi amado Gonzalo y a mi tesoro: Esperanza. No sabéis lo que me contenta poder escribiros unas líneas al fin. Quería me dispensarais por la tardanza, vuestra espera ha debido de ser un tormento. Pero habíamos de dejar pasar tiempo prudencial. Gonzalo casi ha tenido que atarme para que no me lanzara a escribir.
Acerca del viaje poco os puedo relatar, pues cruzamos el océano sin mayores contratiempos y aportamos sin toparnos una sola tormenta. No bien pisamos tierra y hallamos lugar donde instalarnos, decidimos tomarnos un tiempo con fin de determinar qué haríamos el resto de nuestras vidas.
Os diré que de todo lo que he visto lo que más me han impresionado son las playas y las aguas que abrigan estas maravillosas tierras. Ojalá estuvieseis aquí. Nunca he visto cielos tan altos, tan azules y limpios. La luz es diferente. Todo brilla. El agua de tan cristalina pareciera invisible. Y la arena, blanca como la nieve, se extiende más allá de donde la vista alcanza.
Dentro del sobre que envío hallaréis un puñadito de arena envuelto en una cuartilla. Y para mayor alegría hemos hallado familia. La de verdad, no aquella farsa maligna.
Con nosotros tenemos a tu hermano, Aurora. El hijo de doña Pilar y tu padre. Un hombre maravilloso que adora a la niña y se desvive por nosotros. Pero la pena por no veros es como el agua de lluvia fina que nos va empapando casi sin darnos cuenta.
Convencida estoy de que todos nuestros esfuerzos, pesares y desdichas, han valido la pena. Y que marchar en la forma en que lo hicimos era la única salida. Más… duele la distancia. Algún día, no muy lejano, volveremos a nuestra tierra, libres y felices de poder ser nosotros sin miedo.
Cuidáis pues sois nuestra vida.
Vuestros siempre.
Gonzalo, Esperanza y María.

 Al finalizar la carta dejó la pluma en su sitio y dobló los papeles en una cuartilla para meterlos en un sobre junto al puñado de arena que había recogido esa misma tarde en la playa. Cerró la carta y la dejó lista para ser enviada. No tenía remitente porque no podía arriesgarse a ser descubierta si la carta llegara a manos inadecuadas; pero los suyos sabrían quién la enviaba.

Entonces tuvo un último pensamiento. ¿Debería haberles contado la última novedad? Aún estaba a tiempo de hacerlo, pero… ni siquiera Gonzalo estaba al tanto y no podía tardar mucho en saberlo.

María se llevó la mano al vientre y tragó saliva. Tenía un retraso de tres semanas y el doctor del pueblo se lo había confirmado esa misma mañana: estaba en cinta.
Los pasos de Gonzalo en la sala la devolvieron a la realidad y acudió a su encuentro.

-¿Ya se ha dormido Esperanza? –le preguntó ella, dándole un suave beso en los labios.

-Sí –confirmó su esposo con voz cansada-. ¡Al fin! Después de dos cuentos y una nana.

María le condujo hasta el sofá. La sala apenas estaba amueblada con lo básico pero no necesitaban más. Poco a poco irían decorándola a su gusto.
En cuanto se sentaron, la joven comenzó a masajearle los hombros y enseguida, Gonzalo cerró los ojos y suspiró con una sonrisa en los labios.
-¿Estás muy cansado, mi vida? –quiso saber ella.
-Si la recompensa por un duro día de trabajo siempre va a ser ésta, no me quejaré ni una miaja –bromeó él, volviendo a abrir los ojos para volverse hacia ella.
María sonrió a medias y Gonzalo se dio cuenta.
-¿Sucede algo?
-Nada, mi amor –le tranquilizó ella, cogiéndole de las manos-. Es solo que… que me he puesto algo ñoña al escribir la carta.
Su esposo frunció el ceño.
-¿Ya la has escrito? –se extrañó.
María asintió.
-Mañana mismo la enviaré.
El joven le acarició la mejilla, queriendo darle ánimos.
-Y… ¿es solo por eso ese mohín? –la conocía tan bien que era imposible ocultarle algo-. Hay algo más que te preocupa, ¿no es así?
-No exactamente –convino ella. Había llegado el momento de decírselo-. Verás Gonzalo… -le tembló la voz a la vez que sus ojos se humedecieron-. Llevo unos días que…
-María me estás preocupando –vio en su mirada un brillo que no supo interpretar y que le ponía nervioso-. Sabes que puedes contarme lo que sea.

-Estoy embarazada –soltó de golpe, liberándose de aquel secreto que la llenaba de dicha.

El rostro de Gonzalo perdió color un instante mientras asimilaba la noticia. 

Segundos después comenzó a recuperarse y una amplia sonrisa iluminó su cara.
-¿De cuánto? –balbuceó él.
-Tres semanas, como mucho –confesó, avergonzada-. No te había dicho nada porque estábamos con la mudanza y pensé que serían los nervios por el cambio y…
Gonzalo no la dejó terminar.
Le cogió el rostro con ambas manos y la besó, sintiendo como su pecho explotaba de felicidad. Después de todos los sinsabores vividos, el destino les premiaba de nuevo con otro hijo.
-Veo que la noticia te hace feliz –declaró María mientras Gonzalo no dejaba de besarle el rostro.
-¿Feliz? –repitió, levantándose del sofá, sin poder contener su euforia y obligándola a ella a levantarse también-. Feliz es poco, María. No puedo creerlo… otro hijo. Un hermano para Esperanza.
-O hermana –le recordó ella, emborrachándose de su alegría-. Eso no lo sabemos.
Gonzalo alargó la mano, temblorosa, hacia su vientre para acariciarlo.
-No importa lo que sea, mi vida –sus ojos pardos se iluminaron-. Lo importante es que vendrá a colmar nuestra dicha y que le querremos como a Esperanza.
No pudo contenerse más y la estrechó entre sus brazos. Necesitaba con urgencia hacerle saber cuánto la quería.
-Gracias mi vida –le susurró con infinito amor-. Gracias por este regalo. Gracias…
María posó un dedo sobre sus labios, haciéndole callar.
-Amor mío, no tienes que darme las gracias por nada. Este hijo es fruto de nuestro amor. Si hay que agradecerle a alguien, es a este amor que nos une y que nos unirá siempre. Solo él es capaz de obrar milagros.
Gonzalo asintió, orgulloso de María, de la mujer en la que se había convertido. No podía haber encontrado mejor compañera que ella para pasar el resto de su vida.
-Te quiero, cariño –le susurró él, dejando que ese sentir le inundase todo su ser.
-Te quiero, amor mío –le devolvió ella las palabras, embriagándose de ellas.
Se fundieron en un abrazo y un largo beso.
Como de largo iba a ser el camino que recorrerían juntos, porque sus destinos habían quedado unidos desde el mismo instante en que Gonzalo bajó de aquella carreta al regresar a Puente Viejo, y cruzó la mirada con María.

Desde entonces, su historia la escribían juntos, al mismo paso dictado por sus latidos que caminaban de la mano, como un solo ser. Porque eso eran Gonzalo y María, una sola existencia… para siempre.








FIN



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