Este fin de semana os traigo un relato algo "especial". Se trata de una escena algo diferente a lo que estamos acostumbrad@s. Está dividido en dos partes (mañana publicaré la segunda parte y el lunes seguiremos con el relato de la historia de María y Martín/Gonzalo), la de hoy está dedicada a María, y la siguiente a Martín. Diferentes maneras de afrontar la misma situación.
¿Por qué no imaginar que algo así pudiese pasar? ;) Que lo disfrutéis.
UN PONCHE MUY ESPECIAL (VERSIÓN 1)
Gonzalo entró en casa cogiendo a María por
la cintura y tratando de no hacer mucho ruido para no despertar a nadie.
En ese momento el reloj del salón dio una
sola campanada. El joven tragó saliva. La fiesta en casa de los Gutiérrez se
había alargado más de lo esperado y regresaban a esas horas de la madrugada.
Casi había tenido que sacar a su esposa arrastras de allí.
Cerró la puerta de la entrada, sin soltar a
María, que apenas lograba dar dos pasos en la dirección correcta, sin tropezar
con algo.
-Gonzalo –le preguntó con voz pastosa-. ¿Por
qué hemos vuelto tan pronto de la fiesta? Con lo animada que estaba la velada.
-¿Pronto? –repitió, extrañado y a la vez
divertido; estaba seguro que a la mañana siguiente su esposa tendría una
jaqueca horrible-. Mi vida, es la una de la mañana y la fiesta se ha terminado.
Es hora de acostarse.
Sin añadir nada más, la cogió en brazos para
subir las escaleras que conducían al piso superior. En el estado en que se
encontraba la joven era mejor no arriesgarse.
-¿Dónde me llevas? –inquirió a media voz,
cerca de su oído.
-A la cama. Es hora de dormir.
María se separó bruscamente de él.
-¿Dormir? –abrió los ojos, vidriosos, y le
miró extrañada-. No. No quiero dormir. Es temprano.
Gonzalo sonrió. Era la primera vez que veía
a su esposa en aquel estado; y no sabía si tomárselo a broma o preocuparse.
-Tempranísimo –se burló él, subiendo los
escalones.
María volvió a acomodar su cabeza sobre el
hombro de Gonzalo y comenzó a besarle en el cuello con suavidad. Su esposo
sintió unas leves cosquillas que amenazaban con convertirse en deseo; algo que
en ese momento no podía permitirse.
-Cariño –le musitó él, con dulzura, entrando
en su cuarto-. ¿Puedes dejar de hacer eso?
-¿El qué? –preguntó ella, sin
entender-.¿Acaso no te gusta que te bese?
-Sabes que no es eso –la dejó sentada sobre
la cama con gran esfuerzo pues María no quería soltarse-. ¿Cuánto alcohol has
tomado esta noche?
María parpadeó varias veces, desconcertada.
-¿Alcohol? –se extrañó, apoyándose hacia
atrás, pues la cabeza le daba vueltas-. No. Yo no he tomado ni una miaja de
alcohol. Sabes que yo no tomo alcohol. Solo… hip… unas copas de ponche de doña
Purita. Me ha asegurado que me quitaría el dolor de cabeza… -trato de
levantarse sin éxito pues todo le daba vueltas-; y vaya que lo ha conseguido.
Ya no me duele pero… todo se mueve. ¿Por qué te mueves tanto, Gonzalo? Me estás
mareando –hizo una leve pausa-. No sé… no sé qué remedio llevaría… pero mano de
santo –y puntualizó-; no… de santa Purita –rió por lo bajo su chiste y acto
seguido se llevó la mano a la cabeza frunciendo el ceño.
Gonzalo no pudo ocultar una sonrisa al verla
en aquel estado de embriaguez que teñía levemente sus mejillas y que la hacía
hablar más de la cuenta.
El joven comenzó a quitarle los zapatos y
ella se le quedó mirando unos segundos, embelesada, ladeando la cabeza.
-Ya está –dijo él, sin darse cuenta de su
mirada. Cuando levantó la cabeza y sus ojos se encontraron con los de María,
temió haber hecho algo mal-. ¿Qué pasa, cariño?
La joven suspiró levemente a la vez que una
sonrisa asomaba en sus labios.
-Nada –musitó y bajó la mirada,
avergonzada-. Solo que… que me has hecho recordar aquella otra vez que me
pusiste algodón en los zapatos para que no me hicieran rozaduras. ¿Lo
recuerdas?
El recuerdo de aquel momento vivido en la
fiesta de la Casona cuando celebraron que la gripe española había sido
erradicada del pueblo, volvió a su mente con nitidez.
-Perfectamente –Gonzalo se sentó junto a
ella-. Estabas preciosa aquella noche –le apartó un mechón que le caía por el
rostro, con cuidado.
-Me habría echado en tus brazos en aquel
mismo instante –le confesó, apoyando la cabeza en su hombro-. ¿Sabes? En
aquella fiesta sobraban todos. Todos… menos tú -Gonzalo la abrazó, notando el
suspiro que soltó María-. Lástima que… que no pudimos bailar aquella noche.
La joven se puso de pie, casi de un salto,
sobresaltando a Gonzalo que tuvo que cogerla para que no cayera.
-Pero…
-Pero podemos bailar ahora –declaró ella,
comenzando a danzar cogida a su esposo-, me debes un baile… mejor dos. Me los
cobro dobles –y soltó una risita.
Gonzalo la siguió los primeros pasos,
tratando de detenerla mientras ella tarareaba una melodía.
-Creo que será mejor dejarlo para mañana
–logró que parase y regresaron a la cama. María no puso mucho impedimento pues
el cansancio comenzaba a apoderarse de la joven.
-¡¡¡¡Sssshhhhh!!!! –le pidió ella de
pronto-. No chilles Gonzalo, que vas a despertar a los niños.
Y comenzó a besarle de nuevo el cuello.
El joven vio que era el momento de
acostarla, antes de que aquello fuera a más. Comenzó a quitarle el vestido para
poder ponerle el camisón.
-María, te he visto hablando con el padre
Alberto, el nuevo párroco –le dijo para que se centrase en algo que no fuese
él-. No he tenido tiempo de hablar con él. ¿Qué tal es?
La joven dejó de besarle y se encogió de
hombros.
-Un hombre de Dios –declaró ella sin emoción
alguna, y un deje aburrido-. Como todos los curas –de pronto una idea cruzó por
su cabeza y levantó la mirada hacia él-. ¿No estarás celoso, Gonzalo?
La pregunta tomó tan de sorpresa a su esposo
que no supo que responderle.
-No –logró decirle-. No estoy celoso, mi
amor. Solo te pregunto…
-No tienes que preocuparte, cariño –se
acercó a él y le besó suavemente en los labios-. El padre Alberto será joven,
simpático, con don de gentes, apuesto… Pero no le queda la sotana ni la mitad
de bien que te quedaba a ti –volvió a besarle ante un atónito Gonzalo-. Aunque…
yo te prefiero sin ella.
Gonzalo la apartó levemente. Aquello se le
estaba yendo de las manos.
-Y yo a ti cuerda, María –se levantó para ir
a buscarle el camisón.
-Yo estoy muy cuerda –replicó ella,
levantando levemente la voz-. Es más, creo que es la primera vez que puedo
decir lo que pienso sin tener que morderme la lengua.
Gonzalo regresó y le colocó el camisón.
-Sí –confirmó con calma, abriendo la cama
para que se colocara dentro-, es lo que suele pasar cuando uno ha tomado de
más; que no es consciente ni de lo que dice.
-¡Es verdad! –corroboró ella echándose en la
cama, como una niña obediente-. El alcohol es muy perjudicial. Por eso yo no
tomo.
Gonzalo la arropó y le dio un beso en la
frente.
-Descansa, mi vida –le susurró mientras
María cerraba los ojos, cansada.
Se disponía a ponerse su pijama pero ella le
asió del brazo.
-No te vayas –le pidió en un murmullo-.
Quédate aquí conmigo.
Gonzalo sonrió levemente y se soltó con
tiento.
-No me voy a ningún lado, María.
Se colocó al otro lado de la cama,
acostándose junto a ella. La abrazó y María se volvió para acurrucarse sobre su
pecho.
Gonzalo le acarició el cabello.
Estaba seguro de que a la mañana siguiente
su esposa tendría un dolor de cabeza horrible; y posiblemente, si recordaba
algo de lo que le había dicho, querría morirse de la vergüenza.
ohhhhh!!!!que maravilla de mini relato Mel,me ha encantado y me ha hecho recordar momentos tan bonitos de M&M!!!!! MUCHAS GRACIASSSSSSS
ResponderEliminarMe alegro que te haya gustado Pepi. Ese era el propósito, recordar los grandes momentos de MyM. Un fuerte abrazo. Y muchas gracias por darme tu opinión ;)
EliminarOinss me encanta mel , un besp
ResponderEliminarMe alegro Sara!!!! Otro beso para ti ;)
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