jueves, 28 de mayo de 2015

CAPÍTULO 382: PARTE 2
Al salir del pueblo, María oteó la figura del forastero alejándose hacia el cementerio y decidió seguirle. Era su oportunidad y no iba a dejarla escapar.
Gonzalo caminó con rapidez hasta el lugar. Al llegar a campo santo le preguntó a una mujer dónde podía encontrar la tumba de Pepa la partera y tras seguir las indicaciones se detuvo ante una lápida que rezaba:
A MI ESPOSA
A MI VIDA TODA
QUE AHORA GOZA
EN LA LUZ DE NUESTRO
MARTÍN
SIEMPRE NUESTRO
Gonzalo sintió un nudo en la garganta al leer la inscripción. Allí reposaban los restos de su madre.
-Madre… -murmuró, sin poder creerlo aún.

Tan absorto había estado buscando su tumba que no se había dado cuenta de que alguien le seguía los pasos.
-¿Conocías a esa mujer? –le preguntó María a bocajarro, quien por fin daba con el forastero.
-¿Y tú? –Gonzalo le dio la espalda para que no percibiese su turbación.
-No se contesta a una pregunta con otra.
-Ni se pregunta a bocajarro a un desconocido –replicó él.
-Por aquí todo el mundo sabe quién soy yo.
-Yo no soy todo el mundo.
-No, ya lo veo –respondió la muchacha irritada y molesta porque aquel joven no se mostrase más simpático con ella-. Eres un forastero la mar de grosero –se calmó antes de continuar-. Yo soy María, la ahijada de Francisca Montenegro.
Aquella información pareció sorprenderle.
-¿Vives en la Casona? –Gonzalo se volvió hacia ella sin ocultar su interés.
-Ya veo que sí conoces a Doña Francisca.
-De oídas –trató de quitarle importancia él.
-Ya te lo dije, todo el mundo conoce a la Montenegro –repuso ella altiva.

-Pero tú no eres una Montenegro –convino Gonzalo. Habían pasado muchos años desde su partida a las Américas pero estaba bastante informado de cómo estaban las cosas en el pueblo.
-Ni tú un caballero, salta a la vista –se molestó María ante aquel comentario que consideró hiriente.
-No quise ofenderte –se disculpó Gonzalo, avergonzado por sus palabras-, no doy valor a los nombres ni a los rancios abolengos. Me trae sin cuidado si eres aparcera o señora.
-Eso solo lo diría un gañan sin oficio ni beneficio –María se acercó lentamente y pasó a su lado mirando la tumba de Pepa-. En cualquier caso se puede saber qué haces rezando ante la tumba de una desconocida.
-Las almas de los muertos no hacen distingos –trató de quitarle importancia él-. No está de más orar por su salvación, ni ellos pondrán reparo.
-La Pepa estará en el cielo con rezos o sin ellos, de eso no hay duda.
-Buena mujer sería entonces –siguió hablando Gonzalo. Quizá la muchacha pidiese ayudarle contándole lo que supiera de su madre.
-La mejor –convino ella-. Sus andanzas son de sobra conocidas por toda la comarca –se volvió hacia el joven-. Si fueras hombre principal estarías al tanto.
-¿Me pondrías tú al corriente? –le preguntó con cautela.

-Puede –se hizo la interesante la muchacha, utilizando aquello para acercarse a él y conocerle mejor-. Si es que fueras a quedar en el pueblo lo suficiente.
-Lo dices como si quisieras que eso ocurriera.
-¡Hombres! Sois todos unos fatuos –declaró María sonriendo-. Mi madrina dice que las mujeres no os necesitamos para nada.
-Sabia señora –sonrió Gonzalo-. En realidad yo opino lo mismo.
-¿Qué los hombres sois fatuos? –se extrañó ella.
-Que hombres y mujeres pueden vivir mejor en soledad que en compañía del sexo opuesto.
 -Eso lo dices porque no tienes novia, ni enamorada –añadió con descaro sin poder apartar la mirada de los ojos pardos de Gonzalo-. El que conoce el verdadero amor no lo olvida nunca.
-¿Lo has conocido tú acaso? –la abordó él sin saber por qué se lo estaba preguntando.
-No, pero he leído mucho sobre él –María tragó saliva y se volvió de nuevo hacia la lápida de Pepa-. De todas maneras, yo no rezaría demasiado a esta tumba.
-¿Y por qué no? –Gonzalo se extrañó.
-Porque está vacía –declaró María. Al ver el efecto que aquella afirmación había causado en el joven, la muchacha continuó-: Mucho te ha sorprendido saber vacía la sepultura de alguien a quien ni siquiera conociste.

-Llevo oyendo hablar de esa Pepa Balmes desde que llegué –el corazón de Gonzalo había dado un vuelco al escuchar que la tumba de su madre estaba vacía. ¿Por qué? ¿Dónde se hallaban entonces sus restos? Demasiadas preguntas se agolpaban de pronto en su mente-. Y que si intrigarme era lo que pretendías, bien que lo has conseguido.
-¿Pretensiones yo contigo? –María pareció ofenderse-. ¿Por qué habría de tomarme tal molestia?
-Por la misma razón por la que me has buscado hasta encontrarme.
-Tu soberbia raya lo inaceptable –declaró altiva y ofendida-. Y me temo que no es la primera vez que me he visto obligada a reprochártelo.
María hizo ademán de marcharse pero Gonzalo la detuvo.
-¿Preferirías acaso que te regalara los oídos?
Se volvió hacia él y sonrió.

-Deberías haber empezado por ahí, más concretamente –se serenó ella y su sonrisa se hizo más amplia.
-Has de saber que no he conocido a muchacha otra en el mundo como tú –rió Gonzalo, desconcertado por la actitud de la muchacha.
-Algo manido el requiebro.
-Te juro por lo más sagrado que no está en mi naturaleza ni en mi intención requebrar mujer alguna –se disculpó él, creyendo que sus palabras podían haberla ofendido-. ¿A dónde quieres llegar?
-A donde tú me quieras traer.
-Respóndeme pues a aquello con que escociste mi curiosidad –insistió de nuevo, mirando la tumba-. ¿Por qué está vacía la tumba?
-¿Aun enredando con eso? –María comenzó a cansarse del tema.
-Entiéndeme –insistió él-. De donde vengo me he topado con las más variopintas formas de honrar a los muertos, más solo en este pueblo había oído abrir nichos para no dar sepultura a cuerpo ninguno.
María comprendió sus razones y suspiró.
-Verás. A resultas de tortuosas piruetas del destino, el cadáver de Pepa nunca fue hallado.

-¿Cómo es eso posible? –Gonzalo no podía creer lo que estaba escuchando. Necesitaba saber qué había pasado con su madre.
-Poco se sabe a ciencia cierta, pues su esposo, Don Tristán, fue el único que estuvo a su lado cuando expiró.
-Sabrá pues él dónde se encuentran los restos de su esposa –pensó en voz alta.
-En tal caso lo guarda en secreto –María se volvió hacia él-. No fue la suya una historia de amor al uso, como no lo fue su vida, ni había de serlo su muerte.
Ambos se quedaron mirando unos segundos, embrujados por la mirada del otro. De repente el toque de la campana de la iglesia a lo lejos les hizo reaccionar.
-Pero no hay tiempo ahora para explicarle tanta complejidad –las mejillas de la muchacha se encendieron levemente, turbada.
Pasó a su lado dispuesta a marcharse.
-¿Cuándo entonces? –la detuvo Gonzalo.

-¿Quién es ahora el que toma interés? –María entrecerró los ojos, divertida.
-Tú ganas –se dio por vencido el joven.
-Te veré en el puente, a las afueras del pueblo, a las seis –le citó ella, satisfecha por su pequeña victoria.
-Aún no he dicho que vaya a ir –rió Gonzalo.
-De seguro lo harás –le aseguró María-. Siempre consigo lo que me propongo –y prolongó el misterio para que Gonzalo accediese a ir a la cita-. Si quieres más detalles sobre la historia de amor más trágica que hayan oído tus orejas, habrás de estar a las seis, en el puente.


La muchacha dio media vuelta y abandonó el cementerio. Al fin había logrado lo que quería, en unas horas volvería a ver al forastero. Ese era su único pensamiento.

CONTINUARÁ...

No hay comentarios:

Publicar un comentario