CAPÍTULO 382: PARTE 2
Al salir del pueblo, María oteó la figura
del forastero alejándose hacia el cementerio y decidió seguirle. Era su
oportunidad y no iba a dejarla escapar.
Gonzalo caminó con rapidez hasta el lugar.
Al llegar a campo santo le preguntó a una mujer dónde podía encontrar la tumba
de Pepa la partera y tras seguir las indicaciones se detuvo ante una lápida que
rezaba:
A
MI ESPOSA
A
MI VIDA TODA
QUE
AHORA GOZA
EN
LA LUZ DE NUESTRO
MARTÍN
SIEMPRE
NUESTRO
Gonzalo sintió un nudo en la garganta al
leer la inscripción. Allí reposaban los restos de su madre.
-Madre… -murmuró, sin poder creerlo aún.
Tan absorto había estado buscando su tumba que
no se había dado cuenta de que alguien le seguía los pasos.
-¿Conocías a esa mujer? –le preguntó María a
bocajarro, quien por fin daba con el forastero.
-¿Y tú? –Gonzalo le dio la espalda para que
no percibiese su turbación.
-No se contesta a una pregunta con otra.
-Ni se pregunta a bocajarro a un desconocido
–replicó él.
-Por aquí todo el mundo sabe quién soy yo.
-Yo no soy todo el mundo.
-No, ya lo veo –respondió la muchacha
irritada y molesta porque aquel joven no se mostrase más simpático con ella-. Eres
un forastero la mar de grosero –se calmó antes de continuar-. Yo soy María, la
ahijada de Francisca Montenegro.
Aquella información pareció sorprenderle.
-¿Vives en la Casona? –Gonzalo se volvió
hacia ella sin ocultar su interés.
-Ya veo que sí conoces a Doña Francisca.
-De oídas –trató de quitarle importancia él.
-Ya te lo dije, todo el mundo conoce a la
Montenegro –repuso ella altiva.
-Pero tú no eres una Montenegro –convino
Gonzalo. Habían pasado muchos años desde su partida a las Américas pero estaba
bastante informado de cómo estaban las cosas en el pueblo.
-Ni tú un caballero, salta a la vista –se
molestó María ante aquel comentario que consideró hiriente.
-No quise ofenderte –se disculpó Gonzalo,
avergonzado por sus palabras-, no doy valor a los nombres ni a los rancios
abolengos. Me trae sin cuidado si eres aparcera o señora.
-Eso solo lo diría un gañan sin oficio ni
beneficio –María se acercó lentamente y pasó a su lado mirando la tumba de
Pepa-. En cualquier caso se puede saber qué haces rezando ante la tumba de una
desconocida.
-Las almas de los muertos no hacen distingos
–trató de quitarle importancia él-. No está de más orar por su salvación, ni
ellos pondrán reparo.
-La Pepa estará en el cielo con rezos o sin
ellos, de eso no hay duda.
-Buena mujer sería entonces –siguió hablando
Gonzalo. Quizá la muchacha pidiese ayudarle contándole lo que supiera de su
madre.
-La mejor –convino ella-. Sus andanzas son
de sobra conocidas por toda la comarca –se volvió hacia el joven-. Si fueras
hombre principal estarías al tanto.
-¿Me pondrías tú al corriente? –le preguntó
con cautela.
-Puede –se hizo la interesante la muchacha,
utilizando aquello para acercarse a él y conocerle mejor-. Si es que fueras a
quedar en el pueblo lo suficiente.
-Lo dices como si quisieras que eso
ocurriera.
-¡Hombres! Sois todos unos fatuos –declaró
María sonriendo-. Mi madrina dice que las mujeres no os necesitamos para nada.
-Sabia señora –sonrió Gonzalo-. En realidad
yo opino lo mismo.
-¿Qué los hombres sois fatuos? –se extrañó ella.
-Que hombres y mujeres pueden vivir mejor en
soledad que en compañía del sexo opuesto.
-Eso
lo dices porque no tienes novia, ni enamorada –añadió con descaro sin poder
apartar la mirada de los ojos pardos de Gonzalo-. El que conoce el verdadero
amor no lo olvida nunca.
-¿Lo has conocido tú acaso? –la abordó él
sin saber por qué se lo estaba preguntando.
-No, pero he leído mucho sobre él –María
tragó saliva y se volvió de nuevo hacia la lápida de Pepa-. De todas maneras,
yo no rezaría demasiado a esta tumba.
-¿Y por qué no? –Gonzalo se extrañó.
-Porque está vacía –declaró María. Al ver el
efecto que aquella afirmación había causado en el joven, la muchacha continuó-:
Mucho te ha sorprendido saber vacía la sepultura de alguien a quien ni siquiera
conociste.
-Llevo oyendo hablar de esa Pepa Balmes
desde que llegué –el corazón de Gonzalo había dado un vuelco al escuchar que la
tumba de su madre estaba vacía. ¿Por qué? ¿Dónde se hallaban entonces sus
restos? Demasiadas preguntas se agolpaban de pronto en su mente-. Y que si
intrigarme era lo que pretendías, bien que lo has conseguido.
-¿Pretensiones yo contigo? –María pareció
ofenderse-. ¿Por qué habría de tomarme tal molestia?
-Por la misma razón por la que me has
buscado hasta encontrarme.
-Tu soberbia raya lo inaceptable –declaró
altiva y ofendida-. Y me temo que no es la primera vez que me he visto obligada
a reprochártelo.
María hizo ademán de marcharse pero Gonzalo
la detuvo.
-¿Preferirías acaso que te regalara los
oídos?
Se volvió hacia él y sonrió.
-Deberías haber empezado por ahí, más
concretamente –se serenó ella y su sonrisa se hizo más amplia.
-Has de saber que no he conocido a muchacha
otra en el mundo como tú –rió Gonzalo, desconcertado por la actitud de la
muchacha.
-Algo manido el requiebro.
-Te juro por lo más sagrado que no está en
mi naturaleza ni en mi intención requebrar mujer alguna –se disculpó él,
creyendo que sus palabras podían haberla ofendido-. ¿A dónde quieres llegar?
-A donde tú me quieras traer.
-Respóndeme pues a aquello con que escociste
mi curiosidad –insistió de nuevo, mirando la tumba-. ¿Por qué está vacía la
tumba?
-¿Aun enredando con eso? –María comenzó a
cansarse del tema.
-Entiéndeme –insistió él-. De donde vengo me
he topado con las más variopintas formas de honrar a los muertos, más solo en
este pueblo había oído abrir nichos para no dar sepultura a cuerpo ninguno.
María comprendió sus razones y suspiró.
-Verás. A resultas de tortuosas piruetas del
destino, el cadáver de Pepa nunca fue hallado.
-¿Cómo es eso posible? –Gonzalo no podía
creer lo que estaba escuchando. Necesitaba saber qué había pasado con su madre.
-Poco se sabe a ciencia cierta, pues su
esposo, Don Tristán, fue el único que estuvo a su lado cuando expiró.
-Sabrá pues él dónde se encuentran los
restos de su esposa –pensó en voz alta.
-En tal caso lo guarda en secreto –María se
volvió hacia él-. No fue la suya una historia de amor al uso, como no lo fue su
vida, ni había de serlo su muerte.
Ambos se quedaron mirando unos segundos,
embrujados por la mirada del otro. De repente el toque de la campana de la
iglesia a lo lejos les hizo reaccionar.
-Pero no hay tiempo ahora para explicarle
tanta complejidad –las mejillas de la muchacha se encendieron levemente,
turbada.
Pasó a su lado dispuesta a marcharse.
-¿Cuándo entonces? –la detuvo Gonzalo.
-¿Quién es ahora el que toma interés? –María
entrecerró los ojos, divertida.
-Tú ganas –se dio por vencido el joven.
-Te veré en el puente, a las afueras del
pueblo, a las seis –le citó ella, satisfecha por su pequeña victoria.
-Aún no he dicho que vaya a ir –rió Gonzalo.
-De seguro lo harás –le aseguró María-. Siempre
consigo lo que me propongo –y prolongó el misterio para que Gonzalo accediese a
ir a la cita-. Si quieres más detalles sobre la historia de amor más trágica que
hayan oído tus orejas, habrás de estar a las seis, en el puente.
La muchacha dio media vuelta y abandonó el
cementerio. Al fin había logrado lo que quería, en unas horas volvería a ver al
forastero. Ese era su único pensamiento.
CONTINUARÁ...
No hay comentarios:
Publicar un comentario