sábado, 2 de mayo de 2015

CAPÍTULO 19
El día amaneció sin nubes, ni atisbo de lluvia, así que antes de que despuntase el sol, Gonzalo y María se levantaron para comenzar a recoger sus escasas pertenencias, aunque el verdadero motivo era dejar la cabaña tal como la habían encontrado al principio. No querían dejar constancia de su paso por allí. Si algún aldeano o pastor llegaba hasta ella por casualidad, podría avisar a la guardia civil y atar cabos. Ante todo debían salvaguardar el regreso de Gonzalo de entre los muertos. No deseaban que la noticia llegase a oídos de doña Francisca y que su plan se fuese al traste.
Gonzalo estaba guardando las mantas. ¿Qué harían con ellas? No podían llevarlas consigo. Lo mejor sería que Alfonso o Emilia volviesen a la cabaña y se llevasen lo que habían traído.
El joven se volvió hacia María para decírselo cuando la vio vistiendo a Esperanza. La niña se había despertado y se dejaba hacer mientras jugaba con un mechón de cabello de su madre quien le sonreía y murmuraba palabras de cariño.
Gonzalo las contempló en silencio unos segundos, queriendo que aquella imagen de sus dos niñas quedara grabada a fuego en su mente.
¡Cómo había cambiado María desde su primer encuentro! Todos los sinsabores vividos en aquellos dos años y medio la habían hecho madurar de golpe. Había dejado atrás una niñez relativamente sencilla y feliz para descubrir que la vida podía ser dolorosa y cruel. Una crueldad que ella había vivido en sus propias carnes y que si no hubiese sido por su fuerza de voluntad no habría logrado reponerse jamás de aquellos duros golpes. Pero María albergaba un espíritu luchador como pocos; luchador y bondadoso. Quizá por eso su alma se había mantenido libre de aquella sombra de maldad que podía haberla envuelto y carcomido por dentro. O simplemente la había salvado de la locura su amor puro y sincero hacia él. El mismo que le profesaba Gonzalo. Un querer correspondido capaz de obrar milagros como aquel. Pensar en esa posibilidad le llenaba de dicha. ¿Tan grande era la fuerza de su amor para haber sobrevivido a tantas adversidades? La respuesta era bien sencilla: sí.
Gonzalo sintió un cosquilleo recorriéndole todo el cuerpo al pensar en ello. Sin pensarlo dos veces, se acercó a María que seguía vistiendo a la niña, y sin mediar palabra la besó.
Al principio, el gesto sorprendió a su esposa pero enseguida le correspondió con la misma pasión que él lo había hecho. ¿Qué le ocurría a Gonzalo? Fue su primer pensamiento. Sin embargo, su mente se vio nublada de golpe por el torrente de sensaciones que había despertado aquel beso y se entregó a él sin reservas.
-¿Y esto? –balbuceó ella cuando fue capaz de separarse de Gonzalo, que mantenía su rostro pegado al de María-. ¿A qué se debe?
Esperanza les observaba en silencio; demasiado pequeña para comprender lo que ocurría.
-A nada… y a todo, mi vida –dijo al fin Gonzalo, abriendo los ojos y mirándola con devoción-. ¿Acaso no puedo besar a mi adorable esposa?
María se apartó un poco y enarcó una ceja.
-¿Qué vas a pedirme, Gonzalo?
Él se extrañó.
-Nada –repitió-. De verdad –suspiró, recolocándole el mechón tras la oreja-. Es solo que estoy muy orgulloso de ti, de todo lo que has hecho y quería que lo supieras. Tan solo es eso.
Sus palabras conmovieron a María, que le cogió el rostro entre las manos y volvió a besarle, como había hecho él.
-Y… ¿ahora, a qué se debe el beso? –Gonzalo le devolvió la misma pregunta, jugando con ella.
María ladeó la cabeza.
-A nada –declaró con media sonrisa-. Porque me apetecía –le miró a los ojos y, una vez más, supo que no podría vivir sin Gonzalo-. Y a que todavía no te había dado las gracias por cumplir tu última promesa, aquella que me hiciste antes de marchar a Cuba. ¿La recuerdas?
Gonzalo frunció el ceño sin saber exactamente a qué se refería.
-“Ni la más feroz de las tempestades, ni el más vil de los malvados me impedirá volver junto a ti” –recitó María, que llevaba aquellas palabras grabadas a fuego en su mente desde el día en que su esposo las dijo.
Gonzalo asintió lentamente, recordando.
-Y las he cumplido, mi vida –declaró él-. Vaya si las he cumplido.
-Y por eso te quiero tanto –le confesó ella-. Porque siempre cumples tus promesas, mi amor.
Gonzalo la atrajo hacia sí y volvió a besarla. Un instante más de intimidad que fue roto por el sonido de unas ramas.
-Voy a ver –dijo él, saliendo de la cabaña.
Conrado y Nicolás se acercaban a la casa. Ambos llevaban el semblante serio y el marido de Mariana se agarraba el brazo derecho con fuerza.
-¿Qué ha sucedido, Nicolás? –Gonzalo fue a su encuentro, con gesto preocupado y vio que el joven fotógrafo llevaba una herida en el antebrazo.
-Na Gonzalo –le tranquilizó-, solo es un pequeño rasguño.
María se unió a ellos. Había dejado a Esperanza sobre la cama y colocado unas sillas frente a la chimenea para que no ocurriese ninguna desgracia.
-Nicolás, -se asustó la joven-. ¿Estás bien?
-Sí, sí –repitió él-. La sangre que es mu escandalosa.
-Voy a por un paño limpio para curártela.
María regresó al interior de la cabaña.
-¿Y cómo te has hecho eso? –inquirió Gonzalo, sospechando que no iba a gustarle la respuesta.
Conrado y Nicolás intercambiaron una fugaz mirada.
-Ha sido en la Garganta del Diablo –confesó el prometido de Aurora-. Hemos estado revisando que todo siguiese igual porque temíamos que las lluvias de anoche hubieran hecho algún mal al terreno y…
-… he resbalao –continuó Nicolás-; me he apoyao en la piedra y me he hecho este rasguño. Na serio.
Gonzalo iba a replicar cuando María regresó con el paño para envolverle el antebrazo.
Conrado aprovechó para acercarse a la orilla del río, pensativo. No les quedaba mucho tiempo ya.
-Debemos ponernos en marcha Gonzalo –les informó Conrado volviendo junto a ellos mientras María terminaba de hacerle la cura a Nicolás.
Gonzalo había estado observando en silencio pero lo ocurrido no le gustaba nada y no podía quedarse callado.
-Me dijisteis que no correría peligro –les recordó a ambos.
-Solo ha sido un arañazo Gonzalo –habló María, sabiendo lo que le rondaba por la mente. Necesitaba tranquilizarlo sino no podría llevar a cabo su cometido; sabiendo que su esposo estaría preocupado por ella-,  no saques las cosas de quicio.
-¿Nicolás? –Gonzalo buscó la opinión del marido de Mariana. Si no era seguro para María, no estaba dispuesto a ponerla en peligro.
-Gonzalo, no te voy a engañar, el riesgo existe –se sinceró el fotógrafo. María terminó de curarlo-. La lluvia ha erosionado el terreno y está más resbaladizo que nunca pero… hay espacio suficiente para saltar. Yo lo he hecho por tres veces y bueno… aquí estoy.
-Ya pero… ¿podrá hacerlo María?
-No soy una inútil Gonzalo –se acercó a él y le cogió una mano. Estaba decidida a hacerlo, y nada la haría cambiar de opinión. Solo quería que su esposo estuviese tranquilo-. Saltaré, me esconderé en la cueva y… nos marcharemos lejos del veneno de Francisca Montenegro.
 -¿Estás segura? –preguntó, sin poder ocultar su preocupación.
-Tú cuida de Esperanza –le pidió ella, con cariño-, ¿de acuerdo?
-Está bien –aceptó al fin Gonzalo, a regañadientes. La conocía de sobras y sabía que si estaba decidida a hacerlo, nada la haría cambiar de opinión-. Ten cuidado por favor –le acarició la mejilla.
María asintió, satisfecha. Tan solo necesitaba aquel gesto para saber que todo iría bien. Gonzalo le acercó el rostro para besarla y decirle que estaba con ella.
-No quiero ser aguafiestas –les interrumpió Conrado-, pero si no marchamos se podría arruinar el plan.
Gonzalo y María se miraron por última vez.
-¿Estáis seguros de lo que vais a hacer? –les preguntó Nicolás, con la esperanza de que quizá hubiese otro modo.
Pero no lo había.
-Nada nos gustaría más que poder criar a nuestra hija junto a vosotros, Nicolás –dijo María, cogida a la cintura de su esposo-. Pero eso ya no puede ser. Si Francisca no acaba con nosotros, lo harán las autoridades.
Gonzalo ladeó la cabeza, con seriedad.
-Mal que me pese reconozco que morir ante los ojos de todos es nuestra única salida –se volvió hacia su futuro cuñado. No podía dejar de pedirle un último favor-. Conrado, ¿le dirás a Aurora que… que la quiero?
-Ella ya lo sabe –le recordó el hombre.
-Bueno, tú dile que quería despedirme de ella pero…
-Lo comprenderá Gonzalo –le cortó, comprendiendo la angustia del hermano de su prometida por no poder despedirse de ella-. Hay demasiados civiles y hombres de Francisca peinando la zona como para salir de aquí sin riesgo. Ella os verá allá donde estéis. Cuando se calmen las aguas.
Gonzalo asintió, agradecido. Sabía lo peligroso que habría sido acudir al Jaral para hablar con Aurora. A la búsqueda de María y Esperanza había que unir la del asesino del padre de Amalia; así que las cosas se complicaban y no podían arriesgarse más de lo debido.
-Cariño, le he entregado a mi padre una carta para que se la haga llegar cuando estemos lejos –le contó María, posando una mano sobre su pecho para mitigar su tristeza.
Gonzalo se lo agradeció. Al menos Aurora sabría pronto la verdad, pensó el joven para consolarse.
-Que tengáis mucha fortuna… amigos –les deseó Nicolás, con un nudo en la garganta, y es que había llegado el momento de las despedidas. Ese momento que ninguno de los presentes quería.
-Regresaremos Nicolás –declaró Gonzalo con determinación-. Cuando Francisca Montenegro ya no pueda hacernos daño, volveremos a Puente Viejo.
Nicolás sonrió levemente. Ojalá fuese pronto eso, pensó el fotógrafo para sí mismo.
-No hay más tiempo –insistió Conrado, que se mostraba nervioso-. Tenemos que estar preparados para huir de aquí cuando inicien la búsqueda de María y Esperanza.
El gesto de Gonzalo se volvió serio. Tragó saliva.
-Estaré listo –declaró con un nudo en la garganta.
Había llegado el momento que más temía: despedirse de María. Ojalá pudiese ocupar su lugar y ser él quien tuviese que fingir su suicidio, se dijo Gonzalo.
Se volvió hacia María y ambos se fundieron en un abrazo.
Nicolás y Conrado les dejaron para que pudiesen despedirse en la intimidad.
Gonzalo abrazó a su esposa con fuerza, queriendo mantenerla junto a él y a la vez para infundirle todo el valor que iba a necesitar.
-Te esperaré con Esperanza en la salida del camino a Munia, junto al río –le recordó el joven.
María se mordió el labio inferior, temblorosa.
-Todo saldrá bien, mi vida –repitió de nuevo ella; más para darse valor a sí misma que para tranquilizar a su esposo-. En unas horas estaremos juntos de nuevo y camino de nuestra felicidad.
Volvió a besarle fugazmente y acudió a la cabaña a recoger el pequeño fardo que haría pasar por Esperanza.
La niña seguía sobre la cama, entretenida con su muñeca. Su madre se acercó a ella y tras acariciarle la cabecita, la besó con cariño.
-Te quiero mucho, mi bien –le susurró a su hija-. Cuida de tu padre.
Gonzalo las observó desde la puerta.
María dejó a la niña y al pasar junto a él posó la mano sobre su brazo y le miró con determinación.
-Nos vemos pronto, Gonzalo.
Un último beso de despedida selló aquella promesa.
Gonzalo la vio partir, con un nudo en el estómago, camino de la Garganta del Diablo junto a Nicolás y Conrado, aunque este último regresaba al pueblo para recoger las cosas y esperarles en la estación de Munia tal como habían acordado.
No tenían mucho tiempo, así que comenzó a coger sus cosas, apagó el fuego de la chimenea y cargó con Esperanza.
-Vamos mi niña –dijo Gonzalo saliendo de la cabaña-. Tenemos que ser fuertes por tu madre. Seguro que lo consigue.

CONTINUARÁ...



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