CAPÍTULO 19
El día amaneció sin nubes, ni atisbo de
lluvia, así que antes de que despuntase el sol, Gonzalo y María se levantaron
para comenzar a recoger sus escasas pertenencias, aunque el verdadero motivo
era dejar la cabaña tal como la habían encontrado al principio. No querían
dejar constancia de su paso por allí. Si algún aldeano o pastor llegaba hasta
ella por casualidad, podría avisar a la guardia civil y atar cabos. Ante todo
debían salvaguardar el regreso de Gonzalo de entre los muertos. No deseaban que
la noticia llegase a oídos de doña Francisca y que su plan se fuese al traste.
Gonzalo estaba guardando las mantas. ¿Qué
harían con ellas? No podían llevarlas consigo. Lo mejor sería que Alfonso o
Emilia volviesen a la cabaña y se llevasen lo que habían traído.
El joven se volvió hacia María para
decírselo cuando la vio vistiendo a Esperanza. La niña se había despertado y se
dejaba hacer mientras jugaba con un mechón de cabello de su madre quien le
sonreía y murmuraba palabras de cariño.
Gonzalo las contempló en silencio unos
segundos, queriendo que aquella imagen de sus dos niñas quedara grabada a fuego
en su mente.
¡Cómo había cambiado María desde su primer
encuentro! Todos los sinsabores vividos en aquellos dos años y medio la habían
hecho madurar de golpe. Había dejado atrás una niñez relativamente sencilla y
feliz para descubrir que la vida podía ser dolorosa y cruel. Una crueldad que
ella había vivido en sus propias carnes y que si no hubiese sido por su fuerza
de voluntad no habría logrado reponerse jamás de aquellos duros golpes. Pero
María albergaba un espíritu luchador como pocos; luchador y bondadoso. Quizá
por eso su alma se había mantenido libre de aquella sombra de maldad que podía
haberla envuelto y carcomido por dentro. O simplemente la había salvado de la
locura su amor puro y sincero hacia él. El mismo que le profesaba Gonzalo. Un
querer correspondido capaz de obrar milagros como aquel. Pensar en esa
posibilidad le llenaba de dicha. ¿Tan grande era la fuerza de su amor para
haber sobrevivido a tantas adversidades? La respuesta era bien sencilla: sí.
Gonzalo sintió un cosquilleo recorriéndole
todo el cuerpo al pensar en ello. Sin pensarlo dos veces, se acercó a María que
seguía vistiendo a la niña, y sin mediar palabra la besó.
Al principio, el gesto sorprendió a su
esposa pero enseguida le correspondió con la misma pasión que él lo había
hecho. ¿Qué le ocurría a Gonzalo? Fue su primer pensamiento. Sin embargo, su
mente se vio nublada de golpe por el torrente de sensaciones que había
despertado aquel beso y se entregó a él sin reservas.
-¿Y esto? –balbuceó ella cuando fue capaz de
separarse de Gonzalo, que mantenía su rostro pegado al de María-. ¿A qué se
debe?
Esperanza les observaba en silencio;
demasiado pequeña para comprender lo que ocurría.
-A nada… y a todo, mi vida –dijo al fin
Gonzalo, abriendo los ojos y mirándola con devoción-. ¿Acaso no puedo besar a
mi adorable esposa?
María se apartó un poco y enarcó una ceja.
-¿Qué vas a pedirme, Gonzalo?
Él se extrañó.
-Nada –repitió-. De verdad –suspiró,
recolocándole el mechón tras la oreja-. Es solo que estoy muy orgulloso de ti,
de todo lo que has hecho y quería que lo supieras. Tan solo es eso.
Sus palabras conmovieron a María, que le
cogió el rostro entre las manos y volvió a besarle, como había hecho él.
-Y… ¿ahora, a qué se debe el beso? –Gonzalo
le devolvió la misma pregunta, jugando con ella.
María ladeó la cabeza.
-A nada –declaró con media sonrisa-. Porque
me apetecía –le miró a los ojos y, una vez más, supo que no podría vivir sin
Gonzalo-. Y a que todavía no te había dado las gracias por cumplir tu última promesa,
aquella que me hiciste antes de marchar a Cuba. ¿La recuerdas?
Gonzalo frunció el ceño sin saber
exactamente a qué se refería.
-“Ni la más feroz de las tempestades, ni el
más vil de los malvados me impedirá volver junto a ti” –recitó María, que llevaba
aquellas palabras grabadas a fuego en su mente desde el día en que su esposo
las dijo.
Gonzalo asintió lentamente, recordando.
-Y las he cumplido, mi vida –declaró él-.
Vaya si las he cumplido.
Gonzalo la atrajo hacia sí y volvió a
besarla. Un instante más de intimidad que fue roto por el sonido de unas ramas.
-Voy a ver –dijo él, saliendo de la cabaña.
Conrado y Nicolás se acercaban a la casa.
Ambos llevaban el semblante serio y el marido de Mariana se agarraba el brazo
derecho con fuerza.
-¿Qué ha sucedido, Nicolás? –Gonzalo fue a
su encuentro, con gesto preocupado y vio que el joven fotógrafo llevaba una
herida en el antebrazo.
-Na Gonzalo –le tranquilizó-, solo es un
pequeño rasguño.
María se unió a ellos. Había dejado a
Esperanza sobre la cama y colocado unas sillas frente a la chimenea para que no
ocurriese ninguna desgracia.
-Nicolás, -se asustó la joven-. ¿Estás bien?
-Sí, sí –repitió él-. La sangre que es mu
escandalosa.
-Voy a por un paño limpio para curártela.
María regresó al interior de la cabaña.
-¿Y cómo te has hecho eso? –inquirió
Gonzalo, sospechando que no iba a gustarle la respuesta.
Conrado y Nicolás intercambiaron una fugaz
mirada.
-Ha sido en la Garganta del Diablo –confesó
el prometido de Aurora-. Hemos estado revisando que todo siguiese igual porque
temíamos que las lluvias de anoche hubieran hecho algún mal al terreno y…
-… he resbalao –continuó Nicolás-; me he
apoyao en la piedra y me he hecho este rasguño. Na serio.
Conrado aprovechó para acercarse a la orilla
del río, pensativo. No les quedaba mucho tiempo ya.
-Debemos ponernos en marcha Gonzalo –les informó
Conrado volviendo junto a ellos mientras María terminaba de hacerle la cura a
Nicolás.
Gonzalo había estado observando en silencio
pero lo ocurrido no le gustaba nada y no podía quedarse callado.
-Me dijisteis que no correría peligro –les
recordó a ambos.
-Solo ha sido un arañazo Gonzalo –habló
María, sabiendo lo que le rondaba por la mente. Necesitaba tranquilizarlo sino
no podría llevar a cabo su cometido; sabiendo que su esposo estaría preocupado
por ella-, no saques las cosas de
quicio.
-¿Nicolás? –Gonzalo buscó la opinión del
marido de Mariana. Si no era seguro para María, no estaba dispuesto a ponerla
en peligro.
-Gonzalo, no te voy a engañar, el riesgo
existe –se sinceró el fotógrafo. María terminó de curarlo-. La lluvia ha
erosionado el terreno y está más resbaladizo que nunca pero… hay espacio
suficiente para saltar. Yo lo he hecho por tres veces y bueno… aquí estoy.
-Ya pero… ¿podrá hacerlo María?
-No soy una inútil Gonzalo –se acercó a él y
le cogió una mano. Estaba decidida a hacerlo, y nada la haría cambiar de
opinión. Solo quería que su esposo estuviese tranquilo-. Saltaré, me esconderé
en la cueva y… nos marcharemos lejos del veneno de Francisca Montenegro.
-¿Estás
segura? –preguntó, sin poder ocultar su preocupación.
-Tú cuida de Esperanza –le pidió ella, con
cariño-, ¿de acuerdo?
-Está bien –aceptó al fin Gonzalo, a
regañadientes. La conocía de sobras y sabía que si estaba decidida a hacerlo,
nada la haría cambiar de opinión-. Ten cuidado por favor –le acarició la
mejilla.
María asintió, satisfecha. Tan solo
necesitaba aquel gesto para saber que todo iría bien. Gonzalo le acercó el
rostro para besarla y decirle que estaba con ella.
-No quiero ser aguafiestas –les interrumpió
Conrado-, pero si no marchamos se podría arruinar el plan.
Gonzalo y María se miraron por última vez.
-¿Estáis seguros de lo que vais a hacer?
–les preguntó Nicolás, con la esperanza de que quizá hubiese otro modo.
Pero no lo había.
-Nada nos gustaría más que poder criar a
nuestra hija junto a vosotros, Nicolás –dijo María, cogida a la cintura de su
esposo-. Pero eso ya no puede ser. Si Francisca no acaba con nosotros, lo harán
las autoridades.
Gonzalo ladeó la cabeza, con seriedad.
-Mal que me pese reconozco que morir ante
los ojos de todos es nuestra única salida –se volvió hacia su futuro cuñado. No
podía dejar de pedirle un último favor-. Conrado, ¿le dirás a Aurora que… que
la quiero?
-Ella ya lo sabe –le recordó el hombre.
-Bueno, tú dile que quería despedirme de
ella pero…
-Lo comprenderá Gonzalo –le cortó,
comprendiendo la angustia del hermano de su prometida por no poder despedirse
de ella-. Hay demasiados civiles y hombres de Francisca peinando la zona como
para salir de aquí sin riesgo. Ella os verá allá donde estéis. Cuando se calmen
las aguas.
Gonzalo asintió, agradecido. Sabía lo
peligroso que habría sido acudir al Jaral para hablar con Aurora. A la búsqueda
de María y Esperanza había que unir la del asesino del padre de Amalia; así que
las cosas se complicaban y no podían arriesgarse más de lo debido.
-Cariño, le he entregado a mi padre una
carta para que se la haga llegar cuando estemos lejos –le contó María, posando
una mano sobre su pecho para mitigar su tristeza.
Gonzalo se lo agradeció. Al menos Aurora
sabría pronto la verdad, pensó el joven para consolarse.
-Que tengáis mucha fortuna… amigos –les
deseó Nicolás, con un nudo en la garganta, y es que había llegado el momento de
las despedidas. Ese momento que ninguno de los presentes quería.
-Regresaremos Nicolás –declaró Gonzalo con
determinación-. Cuando Francisca Montenegro ya no pueda hacernos daño,
volveremos a Puente Viejo.
Nicolás sonrió levemente. Ojalá fuese pronto
eso, pensó el fotógrafo para sí mismo.
-No hay más tiempo –insistió Conrado, que se
mostraba nervioso-. Tenemos que estar preparados para huir de aquí cuando
inicien la búsqueda de María y Esperanza.
El gesto de Gonzalo se volvió serio. Tragó
saliva.
-Estaré listo –declaró con un nudo en la
garganta.
Había llegado el momento que más temía:
despedirse de María. Ojalá pudiese ocupar su lugar y ser él quien tuviese que
fingir su suicidio, se dijo Gonzalo.
Se volvió hacia María y ambos se fundieron
en un abrazo.
Nicolás y Conrado les dejaron para que
pudiesen despedirse en la intimidad.
Gonzalo abrazó a su esposa con fuerza, queriendo
mantenerla junto a él y a la vez para infundirle todo el valor que iba a
necesitar.
-Te esperaré con Esperanza en la salida del
camino a Munia, junto al río –le recordó el joven.
María se mordió el labio inferior,
temblorosa.
-Todo saldrá bien, mi vida –repitió de nuevo
ella; más para darse valor a sí misma que para tranquilizar a su esposo-. En
unas horas estaremos juntos de nuevo y camino de nuestra felicidad.
Volvió a besarle fugazmente y acudió a la
cabaña a recoger el pequeño fardo que haría pasar por Esperanza.
La niña seguía sobre la cama, entretenida
con su muñeca. Su madre se acercó a ella y tras acariciarle la cabecita, la
besó con cariño.
-Te quiero mucho, mi bien –le susurró a su
hija-. Cuida de tu padre.
Gonzalo las observó desde la puerta.
María dejó a la niña y al pasar junto a él
posó la mano sobre su brazo y le miró con determinación.
-Nos vemos pronto, Gonzalo.
Un último beso de despedida selló aquella
promesa.
Gonzalo la vio partir, con un nudo en el
estómago, camino de la Garganta del Diablo junto a Nicolás y Conrado, aunque
este último regresaba al pueblo para recoger las cosas y esperarles en la
estación de Munia tal como habían acordado.
No tenían mucho tiempo, así que comenzó a
coger sus cosas, apagó el fuego de la chimenea y cargó con Esperanza.
-Vamos mi niña –dijo Gonzalo saliendo de la
cabaña-. Tenemos que ser fuertes por tu madre. Seguro que lo consigue.
CONTINUARÁ...
CONTINUARÁ...
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