miércoles, 20 de mayo de 2015

CAPÍTULO 381. ESCENA 4 
La noticia del accidente de la diligencia corrió como la pólvora por Puente Viejo enseguida creando una gran consternación entre sus vecinos.
Afortunadamente, nadie había salido malherido y una carreta había ido en su búsqueda al instante. El contratiempo hizo que María tuviese que esperar más de lo que a ella le gustaba; pero no le quedaba de otra.
-Espero que ese accidente no haya sido grave –declaró Mariana mientras entraban en la plaza, de nuevo.
-Ya verás cómo al final no ha sido nada –repuso María con voz cantarina y vivaracha-. No sé si merece la pena esperar a ver si el carro que ha ido a buscarles ha recuperado los guantes.
En ese instante, su mirada se detuvo en el apuesto joven, que apenas vestía una camiseta de tirantes blanca y que amablemente ayudaba a una mujer y a su hija a bajar del carro. Junto a ellos se encontraba don Pedro Mirañar y otros aldeanos que eran recibidos por sus familiares, preocupados por el accidente que habían tenido. María conocía a cada uno de los puentevejinos y supo de inmediato que aquel joven no era del pueblo, lo que aumentó aún más su curiosidad.
-O lo mismo sí merece la pena la espera –murmuró la muchacha con un brillo especial en los ojos y sin poder apartar la mirada del joven. Se volvió hacia su tía con determinación-. Mariana, por favor, entérate de qué ha pasado con el paquete.
Su tía obedeció sin rechistar, dejándola sola. El antiguo alcalde del pueblo se acercó a María, sin dejar de abanicarse con el sombrero.
-¡Ay, señorita María! –resopló-. Qué recondenada aventura, que casi no lo contamos, que por poco no nos despeñamos vivos –le confesó don Pedro, aún con el susto metido en el cuerpo.
 -Ustedes de aventuras para contar a los nietos y una aquí, al raso, esperando los guantes de Grasse –le recriminó ella con su habitual encanto y sin perder de vista los movimientos del joven, quien también había reparado en ella.
-Usted ríase, ríase, pero a punto hemos estado de diñarla –continuó don Pedro, ajeno al intercambio de miradas que se estaban produciendo entre María y el joven.
-Espero que al menos se hayan salvado los paquetes –añadió la muchacha ladeando la cabeza.
-Yo con salvar el pellejo ya tengo bastante y me voy a ver a mi Dolores que estará en un ay –concluyó don Pedro marchándose hacia el colmado.
Al quedarse de nuevo asolas, el joven se aproximó lentamente a María, quien se había dado la vuelta, disimulando no verlo.
-¿De veras piensa usted que vale más un guante que una vida? –le preguntó él a bocajarro. María sonrió, satisfecha de que su estrategia para atraer la atención del forastero hubiese dado sus frutos.
-¿Disculpe? –le devolvió ella la pregunta, con altivez, volviéndose hacia él y con el gesto serio.
-Debo de estar muy hecho a los modales de la selva pero en mi tierra lo primero es la vida –repuso el joven sin perder la sonrisa.
-Y su tierra, evidentemente, es un lugar incivilizado –le contestó María tratando de hacerse la ofendida-. En mi tierra, muchacho, no se dirige uno a una señorita sin haber sido presentados.
 -Muchacho –repitió él, entre divertido y contrariado-. ¿Cuántos años te crees que tienes?
-¿Me tuteas? –le devolvió la pregunta ella, consternada por su osadía.
-Y tú a mí –le contestó él, sin un ápice de vergüenza.
María se dio cuenta de que las cosas no estaban saliendo cómo ella quería y que aquel joven no iba a caer rendido a sus pies como solía pasar con el resto.
-Al verte ya supe que era un zagal sin pizca de educación –convino ella recobrando su aire altivo y dando media vuelta para marcharse.
-Sin embargo, ha sido al hablarme cuando yo me he dado cuenta de lo mismo –la detuvo él alzando la voz.
María apretó los labios.
 -Porque mi imagen es la de una dama –se volvió ella, indignada.
-No. Porque no me había fijado en ti –le espetó él.
María, acostumbrada a que todo el mundo la tratase como a una princesa de cuentos, se sintió herida en su orgullo al ver cómo aquel forastero, no era como los demás.
-Cuidado no te entre una mosca –le previno él; divertido por el gesto contrariado de la muchacha.
Antes de que la hija de Emilia encontrase las palabras adecuadas para contestarle, el joven dio media vuelta y se marchó, dejándola con la palabra en la boca.
-Serás… -murmuró María, sin ocultar su enfado.
Su tía Mariana regresó en ese instante de hablar con el encargado de la diligencia. Al ver el semblante contrariado de su sobrina, se preocupó.
-María… ¿qué ha pasado?
-Acabo de toparme con el muchacho más zafio y descortés del mundo –repuso la muchacha recobrando la compostura y alzando una barrera de indiferencia que estaba muy lejos de sentir-. Espero no volver a verle nunca.
Y dicho esto, dio media vuelta y tomó camino a la Casona.


CONTINUARÁ...
  


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