CAPÍTULO 381. ESCENA 4
La noticia del accidente de la diligencia
corrió como la pólvora por Puente Viejo enseguida creando una gran
consternación entre sus vecinos.
Afortunadamente, nadie había salido
malherido y una carreta había ido en su búsqueda al instante. El contratiempo
hizo que María tuviese que esperar más de lo que a ella le gustaba; pero no le
quedaba de otra.
-Espero que ese
accidente no haya sido grave –declaró Mariana mientras entraban en la plaza, de
nuevo.
-Ya verás cómo al final no ha sido nada
–repuso María con voz cantarina y vivaracha-. No sé si merece la pena esperar a
ver si el carro que ha ido a buscarles ha recuperado los guantes.
En ese instante, su mirada se detuvo en el
apuesto joven, que apenas vestía una camiseta de tirantes blanca y que
amablemente ayudaba a una mujer y a su hija a bajar del carro. Junto a ellos se
encontraba don Pedro Mirañar y otros aldeanos que eran recibidos por sus
familiares, preocupados por el accidente que habían tenido. María conocía a
cada uno de los puentevejinos y supo de inmediato que aquel joven no era del
pueblo, lo que aumentó aún más su curiosidad.
-O lo mismo sí
merece la pena la espera –murmuró la muchacha con un brillo especial en los
ojos y sin poder apartar la mirada del joven. Se volvió hacia su tía con
determinación-. Mariana, por favor, entérate de qué ha pasado con el paquete.
Su tía obedeció sin rechistar, dejándola
sola. El antiguo alcalde del pueblo se acercó a María, sin dejar de abanicarse
con el sombrero.
-¡Ay, señorita
María! –resopló-. Qué recondenada aventura, que casi no lo contamos, que por
poco no nos despeñamos vivos –le confesó don Pedro, aún con el susto metido en
el cuerpo.
-Ustedes de aventuras para contar a los
nietos y una aquí, al raso, esperando los guantes de Grasse –le recriminó ella
con su habitual encanto y sin perder de vista los movimientos del joven, quien
también había reparado en ella.
-Usted ríase, ríase, pero a punto hemos
estado de diñarla –continuó don Pedro, ajeno al intercambio de miradas que se
estaban produciendo entre María y el joven.
-Espero que al menos se hayan salvado los
paquetes –añadió la muchacha ladeando la cabeza.
-Yo con salvar el pellejo ya tengo bastante
y me voy a ver a mi Dolores que estará en un ay –concluyó don Pedro marchándose
hacia el colmado.
Al quedarse de nuevo asolas, el joven se
aproximó lentamente a María, quien se había dado la vuelta, disimulando no
verlo.
-¿De veras piensa
usted que vale más un guante que una vida? –le preguntó él a bocajarro. María
sonrió, satisfecha de que su estrategia para atraer la atención del forastero
hubiese dado sus frutos.
-Debo de estar muy hecho a los modales de la
selva pero en mi tierra lo primero es la vida –repuso el joven sin perder la
sonrisa.
-Y su tierra,
evidentemente, es un lugar incivilizado –le contestó María tratando de hacerse
la ofendida-. En mi tierra, muchacho, no se dirige uno a una señorita sin haber
sido presentados.
-Muchacho –repitió él, entre divertido y contrariado-.
¿Cuántos años te crees que tienes?
-¿Me tuteas? –le devolvió la pregunta ella,
consternada por su osadía.
María se dio cuenta de que las cosas no
estaban saliendo cómo ella quería y que aquel joven no iba a caer rendido a sus
pies como solía pasar con el resto.
-Al verte ya supe que era un zagal sin pizca
de educación –convino ella recobrando su aire altivo y dando media vuelta para
marcharse.
-Sin embargo, ha
sido al hablarme cuando yo me he dado cuenta de lo mismo –la detuvo él alzando
la voz.
-Porque mi imagen es la de una dama –se
volvió ella, indignada.
-No. Porque no me había fijado en ti –le
espetó él.
María, acostumbrada a que todo el mundo la
tratase como a una princesa de cuentos, se sintió herida en su orgullo al ver
cómo aquel forastero, no era como los demás.
-Cuidado no te entre
una mosca –le previno él; divertido por el gesto contrariado de la muchacha.
Antes de que la hija de Emilia encontrase
las palabras adecuadas para contestarle, el joven dio media vuelta y se marchó,
dejándola con la palabra en la boca.
Su tía Mariana
regresó en ese instante de hablar con el encargado de la diligencia. Al ver el semblante
contrariado de su sobrina, se preocupó.
-María… ¿qué ha pasado?
-Acabo de toparme
con el muchacho más zafio y descortés del mundo –repuso la muchacha recobrando
la compostura y alzando una barrera de indiferencia que estaba muy lejos de
sentir-. Espero no volver a verle nunca.
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