CAPÍTULO 381. ESCENA 2
Mientras el accidente de la diligencia sucedía en el camino que iba al pueblo, a unas pocas leguas, en otra dirección, se encontraba la Casona, el hogar de la señora más influyente de toda la comarca: Francisca Montenegro.
Mientras el accidente de la diligencia sucedía en el camino que iba al pueblo, a unas pocas leguas, en otra dirección, se encontraba la Casona, el hogar de la señora más influyente de toda la comarca: Francisca Montenegro.
En ese instante la
señora se estaba quejando con Mariana de la limonada. La criada estaba acostumbrada
a sus reproches pues era la manera habitual de tratar al servicio. Llevaba la
mitad de su vida sirviendo en la Casona y la conocía de sobra. Mariana
Castañeda ya no era aquella niña inocente del pasado. La vida le había puesto
en serias dificultades y eso era algo que no podía olvidar.
La doncella cogió la jarra y volvió a la
cocina. Al pasar frente a la escalera vio a la señorita de la casa bajar,
ataviada con el traje de montar.
María Castañeda era una muchacha de apenas diecisiete años, con la mirada limpia y con una dulce sonrisa siempre en los labios. Se había recogido su larga melena azabache en dos trenzas para salir a cabalgar. Al llegar al primer escalón se detuvo y miró unos instantes a su tita Mariana, a quien adoraba a pesar de ser una simple sirvienta. Luego volteó la cabeza hacia el salón y vio a la señora. Sonrió, alegre, y se acercó a ella a la vez que se colocaba los guantes.
María Castañeda era una muchacha de apenas diecisiete años, con la mirada limpia y con una dulce sonrisa siempre en los labios. Se había recogido su larga melena azabache en dos trenzas para salir a cabalgar. Al llegar al primer escalón se detuvo y miró unos instantes a su tita Mariana, a quien adoraba a pesar de ser una simple sirvienta. Luego volteó la cabeza hacia el salón y vio a la señora. Sonrió, alegre, y se acercó a ella a la vez que se colocaba los guantes.
-Vamos madrina, ¿por qué lee esas cosas tan
serias? –le preguntó con su habitual jovialidad-. La guerra ya acabó.
Francisca Montenegro levantó la mirada del
libro y vio a su ahijada.
-Porque, querida
María, alguien en esta casa debe de cultivarse con algo más allá de Arniches –le
dijo la señora con seriedad.
-Arniches es la mar de divertido –replicó
divertida.
-La mar de simple –insistió su madrina.
-Será pues como yo –María no se rendía
fácilmente y se hizo la ofendida.
-Tú eres más lista
que el hambre niña –la Montenegro se sentía orgullosa de su ahijada a quien
quería como a una hija pese a no llevar ni una gota de su sangre.
-¡Oiiii! No me des jabón que te conozco
–declaró Francisca sonriéndole. A pesar de que trataba de mostrarse estricta
con ella, María siempre sabía cómo conseguir lo que deseaba. Entonces la señora
se percató de cómo iba vestida y su semblante cambió-. ¿Qué haces con la ropa
de montar a estas horas?
-Que… que me voy al pueblo con Miopía
–replicó María con descaro.
-¿Con la yegua torda? –Francisca creyó
escuchar mal-. Ni pensarlo.
-Pues no lo piense –declaró la muchacha con
descaro-. Siga con sus novelones y haga como que no me ha visto.
-María hija, si hay algo de lo que no carezco
es de vista y de bemoles –la Montenegro sabía hasta qué punto debía darle
cuerda a la muchacha. Más allá del límite no la dejaría pasar-. No vas.
-Y si le digo que
hoy llega con la diligencia ese par de guantes perfumados que encargó al
mismísimo Grasse de la Francia –le informó María en tono persuasivo.
-¿Los que me convenciste
de que encargara? –alzó una ceja la señora, recordando aquel instante en que
accedió a comprarlos.
-Los mismos –María
asintió. Sus ojos brillaron de emoción y cogió las manos de su madrina y las
acarició con mimo-. Como le van a caer a estas manos suyas, madrina. ¿No quiere
verlos?
-Anda zalamera, ve y no me des más tormento
–accedió finalmente Francisca-. Eres como una abeja zumbona revoloteando
alrededor –en ese instante, Mariana regresó con la jarra de limonada-. Ve, ve.
Pero no tú sola ni con la yegua. En la calesa y con Mariana. Como hacen las
señoritas.
-Como usted quiera,
madrina –María aceptó, pues al fin y al cabo iba a bajar al pueblo que era lo
que realmente quería-. ¡Ay, pero mira que es buena y rebuena! –se acercó a ella
y le dio otro beso en la mejilla. Inmediatamente se levantó y al ver a su tita
sonrió de oreja a oreja-. Vamos Mariana. Lo vamos a pasar de guinda.
-Mariana, eres su criada, ni más ni menos
–le recordó a la joven doncella-. No lo olvides. En el pueblo de señorita María
para arriba. ¿Estamos?
-Sí señora –afirmó Mariana; y salió tras
María.
La Montenegro suspiró débilmente y regresó a
su lectura.
Llevaba años
viviendo en tranquilidad, criando a la hija de Emilia y Alfonso como suya
propia. Los motivos por los cuales la señora se había hecho cargo de su
educación era un secreto. Un secreto que solo ella y Emilia conocían y que
había causado un daño irreparable en el matrimonio Castañeda, que cada día se
alejaba más y más.
Y es que Alfonso Castañeda desconocía qué
razones habían impulsado a su esposa a entregar a su hija a la Montenegro.
Emilia siempre se escudaba en decir que era por su propio bienestar; pero para
su esposo eso no era suficiente. Su única hija había sido criada por la misma
mujer que había tratado a su familia con mano de hierro durante tantos años; y
ahora, Alfonso no sabía cómo acercarse a María, quien sentía a su propio padre
como un extraño.
Al bajar al pueblo,
la muchacha se encontró con él. Apenas cruzaron un par de palabras. Alfonso le
recordó que su madre la estaba esperando, pues su última visita había sido
hacía casi una semana y María se excusó, alegando que los estudios la tenían
muy ocupada.
Alfonso no quiso insistir y cambió de tema,
volviéndose a hablar con su hermana. Tras preguntarle cómo estaban las cosas
por la Casona se despidió de ellas con seriedad. Solo entonces, María se
sinceró con Mariana y le dijo que no sabía cómo acercarse a él ya que parecía
que no la quería. Su tía se apresuró a sacarla de su error. Alfonso la adoraba
y su malestar se debía a la señora, no a ella. Para tratar de devolverle la
sonrisa, Mariana le dijo que fuesen a ver qué noticias había de la diligencia,
porque llevaba retraso y no sabían el motivo.
CONTINUARÁ...
CONTINUARÁ...
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