CAPÍTULO 381. ESCENA 5
En cuanto don Anselmo se enteró de que ya
había llegado la carreta con los viajeros, bajó a la plaza en busca del joven
diácono que iba a pasar unas semanas bajo su custodia.
El viejo párroco se
detuvo frente a la carreta buscando al joven sacerdote. Tan solo se encontraba
un muchacho en camisa de tirantes que le observaba con atención. Tan solo
entonces pensó que aquel debía de ser su joven diácono.
-¿Gonzalo? –le
preguntó al joven que asintió-. Sin duda es usted hijo, no… no hay otro
forastero en la diligencia. ¿Se encuentra bien? Ya me han contado lo sucedido.
-Padre, bien hallado –confesó Gonzalo
tratando de quitarle importancia al accidente-. No ha sido nada. Una zarabanda
más que Dios nos pone en el camino para que no nos adormilemos.
-Desde luego amigo mío. No ha podido elegir
mejor sitio que Puente Viejo si no quiere aburrirse. ¿Fue azar lo que le trajo
a nuestro pueblo?
Gonzalo echó una
última ojeada, cargada de nostalgia, a la plaza antes de abandonarla.
Tras llegar a la casa parroquial, don
Anselmo le enseñó a Gonzalo el que iba a ser su nuevo hogar en las próximas
semanas.
-Instálese a su gusto, Gonzalo –le indicó el
sacerdote entrando en el cuarto que tenía preparado para él. Le dejó unas ropas
plegadas sobre la cama-. Temo que mis ropas le vengan muy grandes pero un
parroquiano me ha prestado estas que de seguro son de su talla. Pronto
recuperaremos su equipaje y por lo tanto su hábito.
Gonzalo se quitó la
bolsa de tela que había podido recuperar de sus pertenencias.
-Éstas me harán el apaño, gracias.
-Lávese un poco y reúnase conmigo cuando
esté listo –continuó don Anselmo con gesto sombrío-. Yo… marcho ahora. He de
preparar una misa en memoria de una buena mujer que nos dejó hace ya tiempo.
Dios la tenga en su gloria.
Gonzalo comenzó a desvestirse. La camisa
estaba completamente manchada de tierra y tenía que asearse.
-Por su pena intuyo que era querida por
usted –se dio cuenta enseguida del dolor que sentía el párroco.
-Lo más parecido a
una hija que un sacerdote pueda tener –dijo a duras penas, con un nudo en la
garganta-. Una mujer de raza, y la mejor partera que hemos tenido nunca.
El joven se envaró al escuchar aquella
palabra.
-¿Partera? –repitió sintiendo un escalofrío.
-Sin duda oirá hablar de ella por aquí pues
era de todos conocida –continuó don Anselmo con la mirada triste-. Pepa, era su
nombre.
Al escuchar ese
nombre, el corazón de Gonzalo dio un vuelco.
-Y… y esa tal Pepa… ¿ha muerto? –se atrevió
a preguntar.
-Años ha –confirmó don Anselmo-. Que en paz
descanse.
Gonzalo se volvió hacia otro lado,
consternado. No quería que su nuevo mentor se diese cuenta de que estaba
afectado.
-No es bueno
recordar el cómo, hijo, tan solo que sucedió –contestó con ambigüedad.
-¿Fue cosa tan terrible para no querer
hablar de ello? –se volvió de pronto. No podía quedarse sin respuestas. No
ahora después de tanto tiempo.
-Terrible. En efecto. Es mejor no remover el
pasado. Hay historias que es preferible dejar que duerman porque si
despertasen…
-Si despertasen… ¿qué? –quiso que continuara
el sacerdote pero don Anselmo no estaba por la labor. El recuerdo de Pepa era
demasiado doloroso a pesar del tiempo que había transcurrido desde el día de su
muerte.
-Pues que causarían no poco dolor –concluyó
el viejo cura queriendo cambiar de tema-. Lo dicho hijo, descanse un rato y
reúnase conmigo para la cena.
-Gracias.
Don Anselmo salió del cuarto y tan solo
cuando Gonzalo se quedó a solas fue capaz de reaccionar.
-No puede ser.
Se detuvo ante el
espejo y observó su reflejo en él. Le devolvió su mirada limpia y llena de
lágrimas por lo que acababa de descubrir.
Un recuerdo de
tiempo atrás volvió a su mente con viveza. Aquel día en que jugaba con otros
niños junto a la ribera del río y se hizo daño. Enseguida, Pepa la partera
acudió a ver que le había sucedido. Así fue como descubrió que el pequeño
Martín tenía tres lunares en la espalda. Tres lunares como ella. Tres lunares
como Gonzalo.
Al recordar aquel instante, Gonzalo no pudo
reprimir más sus emociones.
-Madre, tanto tiempo
y… y al fin no podré encontrarte –las lágrimas bañaron su rostro al comprender
que había llegado tarde.
CONTINUARÁ...
CONTINUARÁ...
No hay comentarios:
Publicar un comentario