viernes, 2 de enero de 2015

CAPÍTULO 21 
El día en la Casona estaba siendo bastante tranquilo. Doña Francisca y el gobernador habían salido a visitar las tierras de la señora y Bosco a pasear con su caballo bicho. El joven había invitado a Isabel a hacer el recorrido con él pero ella había rehusado, prefería pasar la tarde en casa y dejar el paseo para otro momento.
Fe e Inés andaban atareadas preparando la cena cuando doña Bernarda llamó a su antigua doncella para que le subiese un calmante para el dolor de cabeza.
-Siempre anda quejándose doña Bernarda pero bien que no quiere ni oír mentar al doctor –se quejó Fé cogiendo la pastilla y colocándola en un platito para subírsela a la prima de la Montenegro -. Pa mí que lo que le pasa es que tiene demasiao tiempo libre pa darle al majín y claro… acaba teniendo un pejiritate de no te menees. Que deje a servidora que le dé cuatro cosas que hacer y verás tú como se le pasa to a la de ya.
Inés sonrió ante las cosas que se le ocurrían a su amiga. Fe subió las escaleras y su compañera continuó plegando unas servilletas.
Andaba pensando en sus ocurrencias cuando escuchó pasos que bajaban de nuevo.
-¿Qué has olvidado, Fe? –preguntó sin levantar la cabeza.
Los pasos se detuvieron al llegar abajo y solo entonces Inés levantó la mirada.
La prometida de Bosco la observó unos segundos en silencio, con el gesto impasible, manteniendo una mirada altiva.
-Señorita Isabel –murmuró Inés, nerviosa y dejó lo que estaba haciendo-. ¿Desea algo?
-Necesito que me prepares el baño, Inés –dijo sin alzar la voz, en un tono neutro que a la sobrina de Candela le heló la sangre-. Y esta vez quiero el agua bien caliente.
-Sí señorita –Inés asintió solícita, sin atreverse a mirarla a la cara-. En un rato lo tendrá listo.
Isabel paseo su mirada fría por la cocina, con desdén. Inés se dio cuenta enseguida que en su rostro no quedaba ni una pizca de aquel semblante angelical que solía mostrar frente a la gente.
Sin añadir nada más, la nieta del gobernador salió hacia el jardín. Solo entonces Inés se atrevió a respirar. Isabel lo sabía. Ahora estaba segura. La prometida de Bosco sabía que había algo entre ella y el señorito de la casa. Aquella forma de tratarla tan distante y humillante a la vez, se lo demostraba. Y lo que era peor, la hacía sentir mal, como si estuviese traicionándola.
Mientras calentaba el agua en un gran balde Inés no dejaba de darle vueltas al asunto.
Desde aquella noche de la fiesta de compromiso en que Bosco la había besado y jurado que la amaba, el joven había tratado de hablar con ella, pero Inés siempre encontraba alguna excusa, ya fuera porque se mantenía la mayor parte del día acompañada por Fe u otra doncella; o atrancaba la puerta de su cuarto por las noches para que él no pudiese entrar como antes.
Desde el primer momento, Bosco había ido a buscarla a sus aposentos en la parte baja de la casa, pero Inés se negaba a dejarle pasar, por mucho que le jurase que solo la amaba a ella y que Isabel no era nadie para él. Solo aquellas palabras la hacían flaquear. En más de una ocasión estuvo tentada de abrir la puerta y dejarse envolver por sus brazos. Pero enseguida se arrepentía de su falta de voluntad para mantenerse firme. ¿Realmente podía creer en ese amor? ¿Hasta qué punto era cierto? Quería creerle, sin embargo… recordaba sus palabras: si hacía aquello era por la señora, por todo lo que le debía. Entonces… su amor por ella no era tan fuerte como el agradecimiento y el cariño hacia la Montenegro.
Inés preparó el baño en el cuarto de Isabel. Afortunadamente para ella, la joven no estaba allí. Mejor, se dijo. ¿Con que cara podía mirar a la prometida del hombre al que amaba y que además sabía de sus sentimientos hacia él?
Justo en el instante en que terminó de colocar la jarra con el agua caliente sobre una mesita, Isabel entró en su cuarto.
-¿Ya está? –preguntó sin emoción.
-Sí, señorita –afirmó la doncella, haciéndose hacia atrás para que Isabel pasase-. Tal como me ha pedido.
La nieta del gobernador observó la bañera llena de agua y la jarra junto a ésta.
-Supongo que esa de ahí estará tibia, ¿no? –le preguntó.
-Sí señorita; por si ve que la de dentro está demasiado caliente.
-Muy bien. Puedes retirarte.
Inés asintió levemente y salió del cuarto. Una vez fuera soltó el aire contenido. ¿Hasta cuándo sería capaz de aguantar aquella situación?
Regresó a la cocina para continuar con los quehaceres que había dejado a medias cuando se encontró con Fe que ya había vuelto del cuarto de doña Bernarda.
-¿Ande andabas pajarillo? La señorita Isabel andaba preguntando por ti.
-Estaba preparándole el baño, tal como me pidió –le explicó Inés, plegando el mantel-. ¿Y la señora Bernarda?
-Ahí la he dejao –Fe hizo un gesto levantando el mentón hacia arriba-, quejándose de sus males –se detuvo un momento y miró extrañada a Inés-. Y digo yo, pa qué tanto quejarse si naide la escucha –se cogió el dedo índice de una mano con los dedos de la otra, como si fuese a enumerar algo-. La seño Paca no soporta estar con ella en el mismo cuarto; no hay que ser mu avispá pa darse una cuenta de ello. El señorito Bosco tiene bastante con bailarle el agua a su enamorá y el gobernador como que no tiene la mollera pa ponerse a escuchar los problemas de otros.
Inés volvió a sonreír, olvidándose del mal momento vivido mientras le preparaba el baño a Isabel. Fe era de las pocas personas que lograba sacarle una sonrisa. Su carácter jovial era la única luz en la Casona.
De pronto un grito seco y cargado de estupor recorrió los cimientos de la casa.
-¡AAAAAAAHHHHHHHH!
Las doncellas se miraron sin comprender, paralizadas por el miedo. El grito provenía de arriba. E Inés supo inmediatamente que había sido la señorita Isabel.
Ambas dejaron lo que estaban haciendo y subieron a la carrera, con el corazón en un puño. Al llegar a su cuarto entraron sin pedir permiso y se encontraron a la nieta del gobernador envuelta en una bata y temblando como una hoja.
-¿Qué sucede señorita? –preguntó Fe, alarmada.
La mirada que le lanzó Isabel lo decía todo. La dulzura que normalmente mostraba se había esfumado quedando oculta bajo un odio irracional.
-¡¿Que qué sucede?! –gritó fuera de sí y miró a Inés, descargando en la doncella toda su furia-. ¡Mira dentro de la bañera, estúpida!
Ambas doncellas obedecieron, con el miedo metido en el cuerpo. Se acercaron a la bañera y vieron, con estupor que dentro del agua se hallaba una serpiente, de piel verdosa y de unos veinte centímetros de larga. El reptil serpenteaba ajeno a todo.
-Pero… eso, ¿cómo ha llegado ahí? –preguntó Fe, inocentemente.
-Pregúntaselo a tu compañera –le espetó Isabel, acusando directamente a Inés-. Ha sido ella quién ha preparado el baño.
Fe se volvió hacia su amiga quién se había quedado pálida ante las palabras de Isabel.
-¿Inés…? –Fe esperaba una respuesta.
-Yo… -la sobrina de Candela se quedó sin palabras. Estaba tan sorprendida que no sabía qué responder-. Yo no sé…
-¿Acaso no has sido tú quién ha preparado el baño? –repitió Isabel con malicia-. ¿Qué clase de broma es ésta?
-¿Qué ocurre aquí? –preguntó la voz grave de Bosco desde la puerta de la habitación.
Las tres mujeres se volvieron hacia él.
El joven terminaba de llegar y ante el alboroto montado se había atrevido a entrar en el cuarto de su prometida.
-¡Bosco! –Isabel fue a su encuentro y le abrazó, asustada-. Menos mal que has llegado. Iba a darme un baño, como cada tarde cuando he visto eso. Menos mal que aún no había entrado… -la joven sintió un escalofrío solo de pensar en ello.
El protegido de la Montenegro se acercó a la bañera y vio a la serpiente dentro.
-¿Cómo ha podido llegar hasta la bañera? –preguntó con dureza, volviéndose hacia las presentes-. ¿Quién te ha preparado el baño?
Todas las miradas se volvieron hacia Inés, que las sintió como puñales clavándose en su cuerpo. Seguía sin comprender qué había pasado. Ese animal no estaba allí cuando ella había preparado el baño; de eso estaba segura. De manera que… ¿cómo había logrado reptar hasta dentro de la bañera sin que se diese cuenta?
-Inés, ¿has sido tú? –inquirió Bosco, culpándola directamente.
La joven quería defenderse, gritarle que ella no tenía nada que ver. Que tan solo había preparado el baño tal como Isabel le había pedido y que aquel reptil no estaba en aquel momento.
Sin embargo se quedó paralizada ante la mirada gélida de Isabel y el tono acusador de Bosco.
-Yo… yo solo…
-Señor – intervino Fe, saliendo en defensa de su compañera-. Inés tan solo ha preparado el baño, como siempre.
-Tendría que haber tenido más cuidado –soltó Isabel, acercándose a su prometido-. Lo más probable es que ese bicho viniese ya con el agua del pozo, y el trabajo de Inés consiste en asegurarse de que todo esté correctamente. Si su mente está en otras cosas no tengo por qué pagar yo las consecuencias –le lanzó a Bosco una mirada desvalida-. He tenido suerte de darme cuenta antes de entrar en la bañera porque si no… no quiero ni imaginarme lo que habría sucedido.
Su prometido la abrazó, tratando de calmar sus nervios.
Inés no se atrevía a mirarles pues sabía que si lo hacía, los celos la devorarían por dentro.
-No te preocupes, Isabel –dijo de pronto su prometido-. Este incidente no volverá a ocurrir –se volvió hacia Inés, frunciendo el ceño-. ¿Verdad, Inés?
La doncella tragó saliva.
-Por supuesto que no, señorita –murmuró, sin alzar la mirada-. Le puedo asegurar que la próxima vez tendré cuidado. No volverá a tener queja de mí.
 Isabel tenía los ojos llorosos, mostrándose como un animal indefenso. Se abrazó más a Bosco y ocultó su rostro.
Un rostro que nadie pudo ver sonreír, disfrutando de su pequeña victoria.
-Ahora retiraros –ordenó Bosco a las doncellas.
Fe cogió a Inés de la manga y la arrastró fuera del cuarto. La joven no podía dejar de observar la escena, preguntándose dónde estaba ese gran amor que Bosco decía tenerle porque en su mirada solo veía recelo y desconfianza.
-¿Estás bien? –le preguntó Bosco a Isabel una vez estuvieron asolas.
Ella asintió y volvió a abrazarle con fuerza. Bosco le devolvió el gesto.
Ninguno podía imaginar que había sido la propia Isabel quién había colocado allí la serpiente, para acusar a Inés de su falta de concentración.
Aquella doncella cazafortunas no sabía con quién se las tenía que ver. Nadie conocía a la verdadera Isabel, aquella que bajo su rostro angelical e inocente ocultaba un espíritu caprichoso y de una maldad sin límites.   
 CONTINUARÁ...








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